Capítulo 25: Impotente
Su corazón latía tan fuerte que retumbaba en sus oídos. ¿Cómo pudo ser tan descuidado?
Elliot atravesó la puerta y descendió los escalones frente al pórtico en un solo paso. Miró a todos lados, buscando en el suelo cubierto de nieve alguna señal de pisadas que le dieran una pista de en qué dirección se había marchado.
¿Y si se la raptó en un vehículo? ¿Y si era muy tarde para alcanzarlo?
Llevó las manos hasta su cabeza y giró sobre sí mismo. Trataba de adivinar si debía ir a la izquierda o a la derecha. La niebla que provocaba su aliento le nublaba la vista, y sus pulmones... estaba seguro de que si intentaba correr se desmayaría por la falta de oxígeno. Decidió ir a la izquierda al recordar que esa calle solo contaba con una salida; pero se detuvo de golpe al escuchar una voz decir su nombre con aquella melosidad y perfidia siniestra a la que tanto temía. Miró en todas direcciones. Lo escuchaba tan cerca que sentía que le hablaba al oído.
—La mataré.
Ese aliento caliente y desagradable tan cerca de su cuello, esas manos sujetando sus hombros con fingida dulzura... le recordaban lo que ocurriría si hablaba sobre aquello. Quiso gritarle que no debía hacerla pagar por algo que ni siquiera sabía, pero estaba tan paralizado que no podía hablar. Lo observaba durante las noches, lo seguía durante el día, sus pisadas se escuchaban a la distancia acercándose.
No lo mataría. Su objetivo nunca fue matarlo. Lo torturaría hasta que tomara la decisión de quitarse la vida él mismo, le arrebataría cada una de las cosas que le importaban hasta que no le quedara otro remedio que hacer su voluntad.
—¿Elliot? ¡¿Qué haces afuera sin tu ropa térmica?! Te congelarás con este frío.
Elliot llevó sus ojos en la dirección en la que Halina se acercaba a toda prisa con una bolsa en la mano y la bufanda que acababa de retirarse en la otra. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verla viva y bien. Quiso preguntarle dónde estaba, porque no le avisó a Elena que saldría y si alguien extraño se le acercó cuando estaba sola, pero no pudo decir nada. Solo dejó que envolviera su cuello con la bufanda y lo animara a volver a la casa para resguardarse del clima helado.
Halina elevó la mirada hacia Elliot, con la esperanza de hallar algún rastro de los sonrojos que asomaban en su faz cuando caminaban uno junto al otro; pero no quedaba nada de eso. No quedaba ni una sola pizca de aquello que parecía ir a convertirse en una de las mayores dichas de sus vidas, y se esfumó tan de repente que le hacía preguntarse si existió alguna vez.
La gabardina gris, salpicada de los copos de nieve que caían del cielo aquella helada tarde de invierno, parecía ser un reflejo del estado de ánimo que acompañaba a Elliot desde la semana anterior. Su cada vez más evidente delgadez y las sombras bajo sus párpados, del mismo color de sus ojos, eran un eco de la ardua batalla que llevaba contra lo que deseaba intensamente, y los demonios del pasado que lo perseguían.
Halina frotó sus guantes violetas para evitar que sus dedos se congelaran. Sonrió con melancolía al recordar cuando él la tomó de la mano con la excusa de hacerla entrar en calor. Elliot parecía tan feliz por ello entonces. El nudo en su garganta se hizo tan grande que no podía respirar.
¿Todo estaba relacionado? ¿Estaba bien que le preguntara al respecto? Era cierto que le prometió que esperaría a que estuviera preparado para contárselo, pero no podía ser paciente cuando lo veía caerse a pedazos sin que ella pudiera hacer nada al respecto.
Elliot se detuvo en la intersección, haciendo que Halina impactara contra su amplia espalda. Llevó la mirada en la dirección en la que él veía con los labios apretados: sombras furiosas se enfrentaban tras las cortinas de aquella casa de paredes amarillas. Los padres de William tenían una de sus acostumbradas peleas.
Elliot intentó animar a Halina a que se adelantara, y así evitar que se involucrara en una situación que le traería tan amargos recuerdos, pero ella ya había corrido en esa dirección como se lo permitieron sus piernas agarrotadas por el frío y el terror.
William. William no estaba delante de la casa como la vez anterior. Seguro se hallaba allí, llorando de terror mientras escuchaba a su padre insultar a su mamá. Debía socorrerlo, debía sacarlo de esa situación. No podía dejar que sus propios temores la hicieran dejarlo solo en un momento como ese.
Elliot intentó detenerla, pero los gritos de la madre y hermana de William les convencieron de que no tenía caso discutir entre ellos cuando la situación se estaba saliendo de control dentro.
Solo bastó un empujón contra la puerta y pudieron entrar. Se encontraron con una lámpara rota en pedazos en la sala, la madre de William abrazaba a su hija contra un rincón, y William, el niño de un tamaño dos veces menor que el hombre lleno de una furia asesina a quien cogía de la pierna, aferrándose a su padre para que no avanzara hacia ellas.
Halina tomó el primer objeto que encontró por simple reflejo, dispuesta a atacar al hombre que intentaba liberarse del niño usando la fuerza, pero el brazo extendido de Elliot le impidió avanzar y hacer algo de lo que pudiera arrepentirse. El niño soltó la extremidad de su padre y se quedó impasible cuando este lo tomó de las ropas para levantarlo. No lloraba. Su temple era sobrecogedor.
—¿La defiendes a ella que me traiciona? ¿Quieres más a la puta de tu madre que a mí?
—No es que la quiera más, sino que sé que lo que haces está mal. —El niño estaba tan concentrado en su padre que parecía no haberse dado cuenta de los dos adultos nuevos en la sala—. Si mi madre es una mujer tan mala como dices, si te hace tanto daño como aseguras, entonces sepárense de una vez y deja de hacerle daño tú también. ¿Por qué pierdes tu tiempo con alguien como ella si según tú no tiene ningún valor?
Todos en la habitación se quedaron helados ante los argumentos del niño. Esas palabras, esa serenidad, esa lógica aplastante, ¿un pequeño de diez años podía llegar solo a una conclusión como esa?
Halina se dejó caer sobre sus piernas, incapaz de controlar más el temblor en ellas, y Elliot, luego de asegurarse de que no haría nada si la dejaba sola, avanzó hacia el niño. Cuando se posicionó como un muro entre el hombre y los demás miembros de su familia, el niño empezó a llorar tras su espalda.
—Tiene dos opciones, señor Clark: me acompaña voluntariamente o llamaré a la policía para que lo sometan e internen. ¿No ve el daño que le hace a su familia? Tiene que buscar ayuda profesional cuanto antes.
—¿Profesional? ¿Cuántas veces tengo que decirle que no estoy loco? Esa mujer... y ahora también ese niño...
—Llame a la policía, doctor Elliot. Yo... no quiero que mis hijos sigan sufriendo por esta situación —solicitó de repente la mujer que permanecía llorando en un rincón. Elliot asintió, Halina lloró aliviada y William abrazó a su madre con fuerza, como si quisiera asegurarle que la apoyaría en lo que pudiera en lo adelante.
La policía no tardó en llegar. El padre de William no opuso resistencia mientras se lo llevaban. Tal vez había comprendido que destruyó su propia familia por negarse a tratar su enfermedad.
—Hablaste con William antes de que ocurriera esto, ¿verdad?
Halina se detuvo justo antes de introducir la llave en la cerradura. Los tres escalones que llevaban hacia el porche de la casa de Elena los separaban. ¿Alivio? ¿Tristeza? ¿Culpa? Si alguien le hubiera preguntado lo que sentía en esos momentos, no sabría qué responder.
—Hace unos días, le pregunté cómo seguían las cosas con sus padres —explicó con la mirada gacha—. Él me contó que parecían contentos de nuevo, pero que como temía que en cualquier momento su papá enfureciera y les gritara, se estaba portando muy bien.
Halina pensó en la expresión del rostro del niño mientras le hablaba de aquello, y experimentó la misma impotencia que la embargó en esos momentos.
—Creo que escucharlo me hizo recordar cómo pensaba yo a esa edad. Todo lo que hacía entonces para mejorar el ánimo de mi padre... y lo inútil que fue —prosiguió ahogada en lágrimas—. Le dije que algún día, cuando fuera mayor y recordara esas cosas, entendería que ese amor que sentía por su padre era solo miedo, miedo a que perdiera el control y los lastimara. Que dejar que su madre sufra por su bienestar no vale la pena.
Halina guardó silencio por el tiempo suficiente para suponer que Elliot decidiría irse y dar el tema por terminado. Sintió unas manos que la sostenían de los hombros para hacerla girar; ahogó un sollozo en su pecho al sentir cómo la abrazaba.
—William es un niño muy valiente, jamás creí que al final se le enfrentaría. Si solo yo... si tan solo hubiera tenido el valor de hacer lo mismo.
—Eras una niña, Halina. No podías hacer nada. A veces... no puedes hacer nada, aunque quieras —replicó Elliot con la voz temblorosa. Sus palabras destilaban tanto dolor. Últimamente, sus palabras estaban tan llenas de dolor.
A Halina se le daba muy bien percatarse de lo que sentía la gente, también percibir cuando escuchar en silencio era el mejor regalo que podías brindarle a alguien. En el caso de Elliot, había aprendido que la mejor forma de acercarse a él era dejarle su espacio, no hacer preguntas, fingir que no notabas que se quemaba por dentro y asegurarte de que sintiera que su trabajo no era en vano.
—Decidí que iré a ver a mi padre este fin de semana —anunció mientras se separaba de él, rompiendo el abrazo. Elliot la miró desconcertado. No esperaba que adoptara esa resolución luego de lo ocurrido.
—¿Estás segura?
—Sí. He cargado con cosas muy pesadas y dolorosas por mucho tiempo, así que... es hora de dejarlas ir. Gracias de nuevo por escucharme y por el abrazo. Supongo que tendré que comenzar a pagarte las sesiones de terapia.
—¿Quieres compañía? —Halina se detuvo antes de cruzar la puerta. Elliot frotaba su mano contra su brazo izquierdo, más por nerviosismo que por la baja temperatura—. No me gustaría que te encuentres con tu abuelo y te cause problemas; pero si prefieres ir sola...
—Me encantaría que vinieras. Muchas gracias, Elliot.
Ella sonrió con tanta congoja que él quiso caminar en su dirección y abrazarla una vez más, pero tal y como temía, no podía dejar tener contacto físico con ella sin que aquellos recuerdos volvieran a su memoria.
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