Capítulo 19: Tenue
La primera nevada del año tiñó con su perlado color los árboles, el suelo y el tejado de las casas. Incluso el desnudo cerezo de la entrada estaba lleno de heladas estelas albinas. Para alguien con tan baja resistencia al frío como Halina, la llegada del invierno representaba una gélida pesadilla de dimensiones cósmicas, pero aquel año, bajo la agradable calidez de aquella casa, las bajas temperaturas eran mucho menos aterradoras.
—¡Ven rápido, Halina! Elliot tiene fiebre. —Salió a toda prisa escaleras abajo al escuchar el llamado de Elena, descendiendo los peldaños de dos en dos. Èl se hallaba sentado en el sofá cerca de la chimenea, con la expresión más tranquila del mundo. Suspiró al leer la preocupación en el rostro de ambas mujeres.
—Ya le dije que estoy bien, Elena. Es solo un pequeño resfriado. Nada que no se pueda arreglar con algunos medicamentos.
Halina caminó hacia él a pesar de sus réplicas. Colocó la mano contra su frente bañada por los mechones de su cabello pardo. Debía estar a unos treinta y ocho grados.
—Llame por favor un taxi que nos lleve al hospital, Elena —pidió a la nerviosa señora a su lado, al tiempo que iba hacia el armario junto a la puerta. Tomó un abrigo para ella y unas cosas de Nathaniel, el hijo de su casera, para él.
—Es solo un resfriado, Halina. No hay necesidad de ir al hospital.
—Creeré que lo es cuando Noah lo diga —replicó ya de vuelta, ordenándole que se pusiera de pie.
Los ojos de Elliot se posaron en sus labios violáceos mientras ella se encargaba de colocarle una bufanda azul alrededor del cuello. Su boca estaba estirada en una adorable mueca, mezcla de enfado y preocupación. Desvió la mirada al darse cuenta de que Halina era consciente de su escrutinio. No era la primera vez que sentía aquel examen visual de su parte.
—Te dije que solo era un resfriado. Fue inútil que perdieras la tarde para esto.
—No fue inútil en lo absoluto, ¿cuándo pensabas decirnos que has estado perdiendo peso? —Elliot soltó una risa baja al tiempo que la seguía a través de su departamento. Se retiró el abrigo, el gorro, la bufanda y las botas en el proceso. Le parecía divertido verla refunfuñar—. Tendremos que hacer algunos ajustes en tu dieta. Supongo que con incluir más carbohidratos y cereales bastará.
—Noah también dijo que he mejorado mucho desde mi última visita, ¿lo recuerdas?
Su sonrisa despreocupada solo hizo que Halina se enojara más. Elliot exhaló un suspiro.
—No tiene nada de malo lo que cocinas. Solo me descuidé durante un par de días. Estaba... algo triste, y por eso no dormía ni comía lo suficiente.
Halina se dio cuenta de que ese periodo de tristeza "por casualidad" correspondía a los días que estuvo alejado de ella y enrojeció. Intentó hacer pasar desapercibido el rubor de sus mejillas metiendo sus cosas y las de Elliot en el armario destinado para ello, aunque a juzgar por la forma tan boba en la que él la miraba, apoyado contra el marco de la puerta, falló cabalmente en su objetivo.
—P-pues tienes que huir de la tristeza. No puedes darte el lujo de descuidarte —replicó arrugando el entrecejo para parecer molesta, aunque apenas recordaba por qué le hacía reproches.
Durante la revisión, descubrió que Elliot era estadounidense. Aprendió a hablar francés gracias a las lecciones de su madre, que sí lera oriunda de Canadà. Sus demás respuestas acerca del bienestar de sus padres y hermana, residentes en su natal Pensilvania, fueron muy ambiguas, así que no pudo recabar más información sobre su pasado.
Aquellas cicatrices... decir que no la perseguían incluso en sus sueños era una mentira. Y es que aquellas no eran marcas de simples peleas, caídas o algún tipo de accidente. Eran de violencia extrema, crueldad inhumana y tal vez... tortura.
Alguien golpeó, rasgó, perforó e incluso quemó su piel en algún momento de su vida. No existía otra explicación para esas marcas que iban desde cicatrices queloides —agrupaciones gruesas, redondas e irregulares, de color rojo— como las que tenía en la espalda y el pecho; hipertróficas, que si bien eran muy parecidas a las últimas, crecían en el borde de los que parecían ser las heridas originales, y contractura, que evidenciaban perdidas de grandes cantidades de piel.
Recordar el "lo sé" que Elliot le dijo cuando le contó por qué odiaba a su padre, la hizo sacar las demás conclusiones. Parecía que su familia tenía que ver con esas heridas. Eso explicaría por qué tenía tantas reservas a la hora de hablar sobre ellos.
—Ya tomaste tus medicamentos, ¿verdad? Creo que Noah dijo...
—Halina... —Las manos de Elliot se posaron en su rostro al notar como su voz se tornaba gangosa. Elliot unió sus frentes mientras ella lloraba.
—Saldré de esta con rapidez, no te preocupes. ¿Te sentirías mejor si me acuesto hasta que ceda la fiebre? Estás demasiado nerviosa.
Ella asintió con los ojos cerrados. Elliot le dedicó una breve sonrisa antes de caminar hacia lo que parecía ser su habitación. Halina se sentía incapaz de confesarle que lo que la hacía sentir tan desolada no era su condición actual, sino los detalles de ese pasado tan tortuoso que parecía haber tenido.
Le dio la espalda a la puerta, tan pronto lo vio meterse bajo las cobijas, y dio un vistazo a su alrededor buscando algo en lo que ocuparse. Inspeccionar el mobiliario la distrajo un rato. Pese a que estuvo en aquel sótano en una ocasión, esta era la primera vez que podía detallarlo con calma.
El departamento de Elliot era un espacio exiguo, con una cocina pequeña junto a un diminuto comedor redondo con un tope de vidrio y cuatro sillas, dónde descansaban algunos documentos en un extraño orden que prefirió no alterar. Un sofá en negro de tres plazas ocupaba casi todo el espacio destinado a la sala, unos coloridos cojines en rojo que intuyó le regaló alguien, porque dudaba que Elliot hubiera elegido algo tan llamativo cuando sus propias ropas solo eran de tonos opacos, atraían de inmediato la atención.
Pensó en que le obsequiaría una camisa o una corbata que combinara con sus ojos algún día. Ningún hombre de su edad debía tener un closet tan neutral.
A la derecha del comedor, junto a la pared gris claro, con un reloj redondo como único adorno, yacía un chispeante sillón en tonos azules (otro obsequio sin duda) colocado frente a una televisión que daba la impresión de querer que la encendieran alguna vez. Luego estaba la habitación de Elliot, otra que permanecía cerrada, y el baño, cada espacio con el tamaño justo para que una, tal vez dos, personas vivieran a sus anchas. Elliot llevaba allí los cinco años que tenía en Greenfield, y no parecía tener intención de mudarse algún día.
Halina volvió su vista a la cocina, abrió la nevera, buscó entre los escasos alimentos lo que necesitaba para iniciar con la cena y lo demás lo trajo de la casa de Elena. Bien podría haber cocinado en la casa principal y luego llevarle su porción cómo en decenas de ocasiones, pero tenía el presentimiento de que no debía dejarlo solo por demasiado tiempo.
Sabía que las fiebres eran una respuesta inmune normal a las infecciones virales, una señal de que el sistema inmunitario de Elliot todavía funcionaba relativamente bien, pero también era consciente de que podía haber sido afectado por alguna infección oportunista o peor aún, su enfermedad ya estuviera en la tercera etapa y, por tanto, tenía el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Sabía eso porque leyó hasta el cansancio al respecto. Se hallaba aterrada con la cantidad y facilidad de enfermedades que podrían afectar a Elliot y llevarlo a la muerte.
Terminó con la cena, llevó su porción a Elena, quien no tardaría en regresar de su visita a esa pariente que frecuentaba cada vez más, y llevó la de Elliot hasta su habitación en una bandeja, dispuesta a verificar si estaba de humor para comer algo caliente. Estaba dormido.
Halina colocó la bandeja sobre el pequeño buró cerca de la cama, y posó la mano en su frente en busca de fiebre. Se veía y sentía muchísimo mejor.
Desde aquella posición, continuó buscando más cicatrices en su rostro, pero solo halló una pequeña en su labio superior y otra en la parte derecha de su barbilla. En sus manos fue diferente. Sus dedos... casi todos ellos tenían marcas que se confundían con el color natural de su piel, y sus muñecas... ver tantas marcas concentradas en el mismo sitio hizo que sus ojos se cristalizaran de nuevo. Aquellas se las había hecho él mismo.
—¿No te da miedo tocarme? —La voz de Elliot, baja y soñolienta, la hizo soltar su brazo y limpiar discretamente sus ojos.
—Pensé que estabas dormido.
—Lo estaba, pero tengo el sueño muy ligero.
—Ya... ya veo. —Halina tragó en seco poniéndose de pie. No le parecía correcto seguir sentada en el borde de la cama.
—Muchas personas suponen que pueden contagiarse al entrar en contacto —prosiguió Elliot incorporándose—, pero tú, por alguna razón, nunca has tenido ese tipo de reservas.
—Eso es porque sé que tu enfermedad no se contagia de esa manera —dijo con voz aguda—. Si no tengo contacto con tu sangre o... —Decidió obviar lo evidente—, tampoco se contagia a través de los alimentos, el agua ni los utensilios de cocina, mucho menos al tocar, abrazar o darle la mano al enfermo. Así que no es necesario evitar el contacto corporal con una persona seropositiva, ni siquiera en su última etapa.
—Parece que hiciste tu tarea—. El sonrojo la atacó otra vez. Elliot parecía complacido con sus reacciones—. ¿Y los besos? ¿Los besos sí son contagiosos?
No sabía si se debió a la simple mención de ello o lo que la hizo sentir tan abrumada era la forma en la que él le sonreía. Su sonrojo subió un nuevo tono, tal vez tres. Halina desvió la mirada y reconoció en voz baja:
—C-creo que no. No leí nada de que se contagiara con otros fluidos corporales como la saliva. Así que... si no hay llagas ni ningún otro sangrado, supongo que los besos... son seguros.
Halina se vio en la necesidad de tragar en seco al sentirlo gatear sobre la cama para acercársele. Elliot se sentó a su lado, apartó los mechones que rozaban su mejilla derecha con el borde de los dedos, y si bien Halina sabía que llevar sus ojos en su dirección sería demasiado para su corazón, lo miró al tiempo en que él posaba su mano justo en el espacio entre su oreja y su barbilla.
El cabello de Halina era más largo que antes. Debía tener unos diez centímetros más que cuando Elliot la conoció. Pensó en que se veía veinte veces más bonita con el cabello largo. No se sentía en el derecho de pedírselo, pero esperaba que no decidiera cortárselo otra vez.
Llevó los ojos hacia los de ella de nuevo y la escuchó dejar ir un pequeño resuello, al intentar soltar el oxígeno que contenía. Aquel sonido tan adorable le hizo sentir más deseos de besarla. Remojó sus labios inconscientemente ante la expectativa, pero cuando se halló a unos centímetros de ellos, cuando rozó aquella pequeña boca que lo tentaba todos los días... recostó la cabeza en su regazo, dándole las gracias por cuidar de él.
Halina se sintió decepcionada, pero no protestó. Elliot se odiaba por no poder ser más impulsivo.
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