Capítulo 17: En medio
Elliot permaneció frente al espejo más tiempo de lo normal. Era la primera vez que reparaba en la cantidad de canas que sobresalían entre sus cabellos, ¿era normal tener tantas a los veintiséis o era otro signo del envejecimiento prematuro que conllevaba su enfermedad?
La prediabetes y la pérdida ósea de sus manos era parte de esa senescencia acelerada, y la razón por la que la idea de llegar a una edad similar a la de Elena nunca le pasó por la cabeza... hasta hacía un par de semanas. La muerte se había convertido en parte de su vida y eso hasta llegó a parecerle bien. Ahora tenía miedo de, un día, solo dejar de respirar.
Era muy injusto. Estaba cansado. Si no fuera porque Olivia era flexible y le permitía tomar más días de enfermedad de lo regular, ni siquiera podría conservar un empleo. Sobrevivir debía ser su norma, ansiar algo más aparte de eso era egoísta e ilusorio. No sería justo para ella, pero...
—Buen día, doc... Elliot. —Al encontrarse frente a la casa de Elena como cada mañana, Halina intentaba esconder su mirada de él. Ni siquiera al principio de conocerse se comportaba de manera tan tímida.
Lucía muy incómoda en su presencia, pero le llamó por su nombre, tal y como le pidió. ¿Eso era bueno o malo? ¿Debía seguir o retroceder?
Halina avanzó con parsimonia a través del pasillo de la escuela. Bufaba por el peso que llevaba sobre el cuerpo, tras haberse colocado de vuelta las varias capas de ropa que requería salir a las calles a inicios de noviembre. El invierno aún no llegaba en su mayor esplendor, pero la algidez en el ambiente anunciaba que ese sería uno de los más duros de la década.
Se suponía que, habiendo vivido tantas nevadas, Halina debía estar acostumbrada a que su ropa pesara más que su cuerpo, pero estaba demasiado delgada para tolerar ese clima. Ni siquiera hallarse al abrigo de la calefacción de la escuela lo hacía más tolerable. La brisa helada silbaba a través de los niños y padres que abandonaban en manadas la primaria, y mientras más se acercaba a la salida, más convencida estaba de que no sobreviviría al invierno de aquella isla.
—¡Doctor Stewart! —el grito de uno de los niños la hizo levantar la mirada. La preocupación de morir pareciendo una paleta helada, se esfumó al encontrarse con aquel perfil risueño tras el cuello alto de una gabardina marrón. El brillo plateado de esos ojos le robaron el aliento en cuanto se encontraron con los suyos.
Elliot, con una bufanda tan oscura como el resto de su atuendo, y aquella postura tan desenfadada que parecía que el frío pasaba de él, la esperaba en la entrada. Halina bajó la mirada, abrumada por el fulgor de esos luceros que se iluminaron al verla. Cuando al fin se halló a su lado, solo alcanzó a saludarlo con un ligero movimiento de cabeza.
Las heladas gotas de agua y hielo estrellándose contra el suelo hicieron que los estudiantes, aún presentes, emprendieran la huida. El noticiario había acertado en sus predicciones.
—¿No trajiste paraguas, sustituta?
—No creí que llovería —mintió mientras lo veía rebuscar en el interior de su maletín.
En realidad, estaba tan distraída viéndolo prestar cuidadosa atención a sus plantas a través de la ventana de la buhardilla, que se olvidó de cogerlo. Escucharlo hablar con tanto cariño al cerezo de la entrada, a quien incluso le prometió que le compraría un abono especial en cuanto pasara el invierno, hizo que aquella adoración que sentía por él creciera todavía más, si acaso aquello era posible.
Lo vio sacar un paraguas negro y desplegarlo al tiempo que daba un paso fuera de la escuela. Se quedó de pie allí, en espera de que ella se colocara a su lado y pudieran irse a casa. Halina apenas consiguió obligar a su cuerpo a moverse en su dirección y avanzar.
Los sonidos del chaparrón y los pasos apresurados de las personas que, al igual que ella, pecaron de incrédulas y ahora se veían obligadas a buscar dónde guarecerse, enmudecieron ante el sonido estridente de sus corazones.
Pese a que no le dio una respuesta, Elliot seguía esperándola en la entrada de la escuela, pero algo había cambiado. Incluso la forma en la que le decía sustituta era más dulce, más tenue, pero ella, él no recordaba la última vez en que Halina inició una conversación entre ellos. A veces pensaba que jamás debió soltar esas palabras. Que jamás debió insinuar... que sus razones para ser amable con ella podían ser tan profundas como los sentimientos que ella tuviera por él.
Halina llevó la vista en su dirección y se dio cuenta de que uno de los extremos de la sombrilla goteaba sobre su gabardina. Intentó sujetarla en su lugar, pero él se lo impidió.
—Me estoy mojando porque cada vez estás más lejos de mí. Si te sostienes de mi brazo y caminas cerca me evitarás un resfriado.
Halina sintió su cara arder: durante todo el camino él había intentado cubrirla a pesar de cómo sus pasos zigzagueaban para mantener distancias. Elliot intentó soltar una disculpa que no se materializó, y Halina, sujetando su brazo, intentó mantenerse lo más cerca posible para que ambos estuvieran a salvo bajo el paraguas. Sus manos temblaban al unísono.
Comenzaron a caminar más lento, abrumados por la proximidad de sus cuerpos. La ligera neblina blanquecina que provocaban sus alientos se volatilizaba al entrar en contacto.
Aquello era lo más cerca que habían estado jamás. Era cierto que, ya sea por impulso o porque de verdad necesitaba un abrazo, Halina tomó la iniciativa en aferrarse a él dos veces en el parque, pero él nunca, ni una sola vez, intentó tocarla a propósito más que cuando tomó sus tobillos para poder sentarse a su lado. Con cada instante que pasaba, la tensión invisible entre ellos era más evidente. El latido de sus corazones retumbaba en los oídos del otro.
Los ojos de Halina se posaron en la cafetería a solo unos metros de la escuela. Se sintió tentada a invitarlo a tomar un café hasta que parara la precipitación, pero desistió al darse cuenta de que aquello parecería una cita.
Sintió que las gotas de aguanieve caían sobre ella en cada vez mayor cantidad. Elliot se había soltado de su débil agarre y corría hacia la acera. Cuando pudo reaccionar y correr en su dirección, se percató del niño sentado en las escaleras de una casa, con la ropa mojada y las manos cubriendo sus oídos. Era uno de sus alumnos. Aquel que se sentaba junto a la ventana. El más alegre y parlanchín del grupo.
—¿Estás bien, William?
El niño asintió ante la pregunta de Elliot, quien permanecía de cuclillas frente a él, resguardándolo con la sombrilla. La manera como temblaba ante los gritos e insultos que venían desde la casa a sus espaldas, dejó claro que no lo estaba.
Elliot se puso de pie y dio un par de pasos en dirección a la vivienda. Pareció cambiar de idea, así que le preguntó al niño si quería dar un paseo. Esta vez dejó que Halina sostuviera la sombrilla para cargar al pequeño en su espalda. La dejó en el pórtico de la casa de Elena antes de regresar a casa de William.
—Todo estará bien. Me aseguraré de que no pase nada malo —garantizó empujando su mano con delicadeza. Halina no se había dado cuenta, pero agarraba el borde de su gabardina desde que lo vio intentar entrar a esa casa. Por eso, Elliot decidió ponerla a salvo antes de intervenir.
Halina lo observó alejarse con la sombrilla y el niño a cuestas, y si bien quiso decirle algo como "mantente a salvo" o "dejemos a William aquí hasta que todo pase", nada salió de su garganta. Temblaba de puro terror.
Elliot regresó dos horas más tarde, pero Halina no pudo conciliar el sueño. Durante la clase del día siguiente, sus ojos se deslizaban hacia el pequeño que, en condiciones normales, contagiaba a los demás con su entusiasmo. Ese día miraba abstraído a través de la ventana, tan silencioso y sollozante que le partía el corazón.
Halina había perdido la cuenta de las veces que llegó a la escuela en las mismas condiciones. Las veces que deseó que las horas no avanzaran con tal de no volver a aquel lugar lleno de gritos, peleas e insultos sin sentido.
Ningún niño debía pasar por eso, ningún niño debería ver a sus padres pelear jamás.
—Pareces preocupada por William —comentó Elliot camino a la primaria, tres días después. Halina se quedó mirando la casa de fachada amarilla de manera inconsciente.
—Lo estoy —reconoció con la voz contrita—. No quisiste decírmelo ese día, pero... eso pasa a menudo, ¿verdad?
—Así es. —Elliot suspiró con tanta tristeza que casi pareció sollozar—. El padre de William tiene trastorno bipolar, así que sufre episodios maníacos periódicos que lo vuelven muy irascible. Le he recomendado ir a terapia en varias ocasiones, pero siempre las abandona en cuanto está mejor. Es un círculo interminable. Una vez hasta intentó... —Elliot detuvo sus palabras. Halina sabía bien hasta dónde podía llegar una persona con una condición psiquiátrica sin tratar.
A su padre le diagnosticaron un trastorno límite de la personalidad que terminó degenerándose a una esquizofrenia paranoide. Sus últimas crisis fueron tan graves, que su abuelo decidió dejarlo en un asilo psiquiátrico.
—Nunca entenderé por qué una mujer sigue con alguien que la hace sufrir de esa manera. Mamá decía que seguía con papá porque no quería que creciera sin él, pero... el miedo a que te maten debería ser más fuerte que el de enfrentarse al mundo siendo madre soltera.
—Su condición es una consecuencia directa de lo que afrontó de niño y su esposa conoce esos detalles. Supongo que ella entiende que no es culpa suya el que actúe de esa manera a veces.
—Pero estar a su lado, sufriendo sus maltratos, no es la forma correcta de ayudarlo.
—¿No crees que alguien que tenga problemas emocionales o psicológicos puede mejorar con ayuda de su pareja?
—La felicidad no depende de las cosas que te ocurran, sino de tu actitud hacia ellas —aseguró Halina con el rostro lleno de indignación—. Cada persona merece tener a su lado a alguien que le ayude a sobrellevar sus cargas, no que represente más problemas para ella.
Halina caminaba con zancadas tan furiosas que no se dio cuenta de que dejó atrás a Elliot, hasta que una intersección los separaba. Ella se detuvo para que él le diera alcance, pero Elliot permanecía de pie en la acera sin hacer ningún esfuerzo por avanzar. Sus ojos estaban cargados de una honda melancolía y decepción.
—Supongo que tienes razón. Esto no es una buena idea —murmuró cuando al fin se decidió a avanzar. No dijo nada más en todo el camino.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro