Capítulo 15: Contra la marea
Al abrir la puerta y ver a alguien durmiendo con la cabeza recostada en el escritorio de Halina, Olivia pensó que se trataba de algún vagabundo huyendo del frío exterior; escuchar aquella voz cascada y soñolienta, dentro del salón lleno de pupitres vacíos, la hizo dar un respingo. Esa melena pelirroja solo podía pertenecer a su impredecible ahijada.
—¿Qué haces aquí, Hal? ¿No me digas que te disociaste de nuevo?
—No, estoy bien. —Halina levantó la cabeza como si le pesara un par de kilos—. Solo salí de la casa antes de que saliera el sol, y le dije al vigilante que necesitaba un medicamento que olvidé en el aula, y bueno, me quedé dormida después de unos minutos.
—¿Y eso cómo por qué? Creí que te sentías cómoda en el lugar al que te mudaste.
Halina desvió la mirada sin saber qué decir. No podía reconocer que sentía que moriría si se encontraba con Elliot. ¡Ni siquiera concilió el sueño de tanto cavilar en cómo manejaría su compañía a partir de entonces! Pensar en cómo se iría a casa sin que él la viera en los pasillos, le hacía doler el estómago. Tal vez podía escapar por una de las ventanas y...
—Conque Elliot te curó la mano —dijo Olivia tomando la muñeca vendada. Halina palideció ante la posibilidad de que la verdad estuviera grabada en su cara.
—¿Cómo lo...?
—¿Ves esto? Solo conozco a dos personas que vendan las heridas de esta manera: Noah y Elliot, a quien por cierto le enseñó el exagerado de mi esposo.
El rostro de Olivia se llenó de pesar, pero Halina ni se inmutó. Estaba tan abrumada por sus temores y problemas, que no notó que ya no traía el anillo de casada. Halina trocó de colores de una forma tan violenta que Olivia entendió toda la historia sin necesidad de que le dijera nada.
Como quien manipula un objeto frágil y de incalculable valor, tomó asiento en la mesa del escritorio y acarició la cabeza de Halina como una invitación a colocarla en su regazo. Ella se resistió; si hacía eso no podría evitar romper en llanto.
—Sabes, Halina. Nunca creí que quisieras a ese tal Miles con el que salías. Cuando hablabas de él no te vi poner ni una sola vez esa cara que tienes ahora.
—¡No estoy enamorada de nadie! Yo... Te lo estás imaginando.
—¿Y cómo estás tan segura? Tal vez no reconoces los síntomas porque no has sentido algo como eso jamás.
Halina no contradijo sus palabras. Era cierto que sintió cosas por varios chicos en distintos momentos de su vida, pero nunca pudo afirmar con certeza que se tratara de amor real. Sí, le llamaban la atención físicamente, le gustaba cómo la trataban... hasta que los conocía mejor y ese sentimiento se desvanecía. De cualquier modo, tampoco era como que le interesaran mucho las relaciones.
Los primeros años, tras lo ocurrido con sus padres, no quería acercarse a ningún hombre porque les tenía miedo. Los veía como criaturas peligrosas que solo le harían daño si dejaba que traspasaran sus límites, y por eso, no les permitía ser sus amigos ni mucho menos su pareja. Condenaba a quienes se le acercaban con esa intención a ser evitados por ella, aun si se trataba de alguien que antes le llamaba la atención.
Haber salido con Miles, era el resultado de la presión que sentía cada que sus compañeros de universidad le preguntaban por qué no tenía pareja. Sus dudas sobre si podía tener una relación sin que los recuerdos de sus padres resultaran un impedimento hizo el resto. Aceptó una cita con el chico que no dejaba de coquetearle en clase a pesar de sus desplantes.
La relación no fue mala ni buena. Era agradable tener a alguien que te decía cosas bonitas la mayor parte del tiempo. Ella correspondía a su afecto permitiendo que la besara, tocara y demás.
No podía decir que en el fondo no lo disfrutaba. No tardó en descubrir que el sexo la liberaba de sus sentimientos negativos, al menos por el momento. A veces, cuando las cosas en casa de su abuelo se descontrolaban, incluso sentía la necesidad de buscar dicho desahogo fortuito con Miles. Pero nada más. En el fondo le daba lo mismo si un día solo se hartaba de ella y le terminaba.
Parecía que Miles era consciente de que no estaba comprometida con su relación, pues comenzó a desconfiar de ella y a exigirle cada vez más. Ella se sentía culpable por no corresponder a sus sentimientos, así que cedió a sus caprichos muchas veces. Al cabo de un tiempo, la situación se volvió insostenible. Miles se hizo agresivo. Los celos intentaron volverse insultos; los insultos, golpes; todo sin estar enamorada, sin ese "no puedo vivir sin él" que afectaba a tantas chicas. ¿Y si se enamoraba? ¿Y si se enamoraba de verdad? Elliot era cada vez más atento con ella. Su dulzura y amabilidad encandilaba su alma, pero solo veía problemas en el futuro.
—No puedo quererle, Olivia. No así. Esto... cuando las personas se sienten de esta manera... Estoy segura de que me arrepentiré si me enamoro de él.
Las cosas estaban tan claras que no entendía por qué su corazón se negaba a entenderlas. Su enfermedad, su cicatriz. Ese halo de misterio a su alrededor. Si seguía por donde iba, si dejaba que aquello siguiera creciendo en su interior... Estaba siguiendo los mismos pasos de su madre otra vez.
Halina se escuchaba tan desesperada. Le consternaba la idea de no ser capaz de controlar aquello que Elliot le hacía sentir.
—Solo te arrepentirás si te enamoras de la persona equivocada. Si la persona a la que quieres también te quiere, no tiene nada de malo sentirse de esa manera, mi niña. —Olivia tomó su rostro entre sus manos y enjugó sus lágrimas con los dedos. Halina temblaba de impotencia—. El que te sientas así no quiere decir que esos sentimientos nublarán tu razón. Tienes derecho a tomarte las cosas con calma y a avanzar paso a paso.
Olivia esperó a que Halina dijera algo al respecto, pero no hubo respuesta. La sintió colocar la cabeza en su regazo al fin, y solo entonces prosiguió con su monólogo:
—No tienes por qué cerrar tu corazón a la fuerza, Hal. Eso solo lo hará más doloroso. Deja que las cosas fluyan y pase lo que tenga que pasar. Te aseguro que si Elliot corresponde tus sentimientos, en el supuesto caso de que estés enamorada —aclaró al notar como ella se tensaba ante sus palabras—, él también querrá tomárselo con calma, hasta el punto de ser desesperante en ocasiones. Hay muchas cosas... hay cosas que no puedo contarte y de las que te enterarás si él decide hacerte parte de su vida, que requerirán que tengas mucha paciencia y trates de entenderlo. Por eso debes sanar primero tú para poder ayudarlo. Estoy segura de que su compañía en el proceso te hará tanto bien como lo ha hecho hasta ahora.
—¿Ayudarlo?
Halina llevó la mano a su corazón. Se dio cuenta de que, tal y como Olivia decía, aquel sentimiento no era algo dañino en sí mismo. Ni siquiera era egoísta o unilateral. Ya no quería estar encerrada y huir del mundo. Saber que alguien la necesitaba y valoraba lo que hacía, la llenaba de paz. Ahora tenía un propósito, una razón para levantarse cada mañana. Si conocer a Elliot y quererlo la había sacado del pozo de la tristeza, ¿tenía sentido tenerle tanto miedo?
Se escucharon pasos en el pasillo, pasos apresurados e inquietos, pasos que se acercaban en dirección a esa aula y que correspondían a la única persona que llegaría tan temprano a la escuela un lunes. Halina quiso volverse invisible. No estaba preparada para verlo aún.
—¿Olivia?
—¿Qué ocurre, Elliot? ¿Por qué tanta prisa?
Los ojos grises de él recorrieron el espacio tras la espalda de la directora, quien se acercó a la puerta al verlo abrirla de golpe. Contrario a lo que pensó cuando Elena le dijo que Halina ya había partido, ella no estaba en su aula.
—Si buscas a Halina, está en el hospital en este momento. Me dijo por teléfono que tenía un chequeo temprano.
—¿Qué le hace suponer que la busco a ella? Yo también trabajo aquí. —El ceño de Elliot se arrugó, y Olivia ensanchó la sonrisa al notar que la comisura de su boca temblaba con nerviosismo.
—Aquí sí, pero no trabajas en esta aula. ¿Por qué abriste la puerta si no la buscabas a ella?
—¿Por qué fue al hospital? ¿Acaso se le infectó la herida?
—¿Por qué te interesa? ¿No se supone que no la buscabas a ella?
Elliot soltó un bufido e intentó marcharse. Se vio obligado a regresar al recordar lo que traía en la mano.
—Elena le envió el desayuno, y esto es para que se cambie el apósito que le coloqué ayer. La gasa es mejor para las quemaduras, así que...
—Soy la esposa de un doctor, Elliot, sé bien eso. No obstante, eso de que tú se lo colocaste...
—Solo digale que no hay necesidad de que vaya sola al hospital si tiene que salir tan temprano. En esta época del año está muy oscuro. Podría ser peligroso para ella.
—Supongo que acompañar a las personas es tu forma de demostrarles amor, después de todo, esas zapatillas que tuviste la gentileza de comprarle... —Elliot achicó los ojos como si quisiera congelarla con la mirada, y luego se alejó del aula en medio de zancadas furiosas.
Olivia caminó hacia la ventana cuando estuvo segura de que no volvería. Llevó los ojos hacia la chica acurrucada detrás del árbol de arce. Halina estaba tan roja que no podía determinarse donde le empezaba el cabello y terminaba su cara de niña enamorada.
—No creo que venga por aquí en un rato y se arriesgue a que yo lo fastidie, así que tienes hasta las tres de la tarde para enfrentarte a él. Ahora levántate del piso. Te vas a enfermar de verdad si sigues ahí.
Halina obedeció en silencio, aunque no sentía ni un poco de frío. Estaba caliente, caliente de dentro hacia afuera. Si Halina hubiera embarrado su cara con la pintura que solían usar sus alumnos en clase de arte, hubiera tenido el rostro menos rojo que en ese momento. Su cerebro terminaría fundiéndose si seguía sonrojándose así.
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