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Capítulo 10: Sombra de día

Halina se detuvo frente a la casa de Lottie. Aferraba contra su pecho el frasco de galletas caseras que acababa de hornear. Había estado allí pocos días antes en el funeral, pero aun sin las flores, el llanto y los atuendos oscuros de los dolientes, la casa daba la impresión de guardar un luto perpetuo.

Avanzó al ver a Elliot tocar la puerta con suavidad. Fue una semana muy difícil para ambos. La muerte del señor Lee dejó a su hija y esposa sumidas en la tristeza más absoluta, y a su vez, estudiantes y maestros se volcaron en el mismo sentimiento. Al parecer, el padre de Lottie era alguien muy querido en la comunidad.

Halina también las acompañó en su dolor, recordando su propia pérdida. Su corazón se rompió cuando se enteró de que la madre de Lottie había decidido irse a vivir con su familia en Cavendish.

Sabía por experiencia lo sola que una niña podía sentirse al abandonar su hogar y sus amigos en una etapa tan dolorosa, por eso insistió en estar con Lottie hasta el último momento antes de que se fuera. Una vez dentro de la estancia, con solo imaginar su carita al ver cómo los años de felicidad vividos se convertían en migajas de melancolía, los recuerdos pudieron más que ella, y el nudo de su garganta le impidió solicitar a su madre que le permitiera verla.

—Gracias por venir a ayudarnos con la mudanza y por las galletas, señorita Moore. Seguro a Lottie le encantarán —le dijo la joven viuda en pos de plantearles conversación una vez estuvieron sentados en el sofá de la sala.

Halina asintió. Le temblaba el labio superior de tanto esbozar aquella sonrisa forzada. No podía dejar de mirar hacia las escaleras que conducían al cuarto de la niña, cuya ausencia en aquella habitación agua marina la hacía lucir gris y desolada, como un desierto sin vida.

—¿Aún no ha conseguido que baje? —preguntó Elliot interviniendo en la conversación. La madre de Lottie negó con la cabeza. Cada vez parecía menos capaz de controlar las lágrimas.

—La mayor parte del tiempo permanece encerrada en su cuarto, y cuando la llamo a comer, apenas prueba bocado. Está tan ausente y alicaída que no parece mi niña. Intenté hablar con ella y animarla, pero yo... yo no...

—Descuide, estoy seguro de que ha hecho su mejor esfuerzo. —Elliot sonrió mientras la ayudaba a levantarse del sofá. Halina lo había visto contener las lágrimas durante todo el trayecto a la casa de Lottie, así que entendía que tampoco era fácil para él—. ¿Qué le parece si la ayudo a ordenar las cosas aquí abajo hasta que llegue el camión de mudanzas? Señorita Moore, ¿puede ayudar a Lottie a empacar? Seguro le hace bien su compañía.

Halina intentó reconocer que no se sentía preparada para hacerlo, pero ya la madre de Lottie la guiaba escaleras arriba. Parecía ansiosa por encontrar a alguien que pudiera sacar a su pequeño retoño de aquel agujero de tristeza en el que ella se hallaba atrapada.

Observar la puerta rosa de la habitación de la niña agitó las emociones de Halina. La sensación se hizo peor al escuchar sus sollozos a través de las paredes. Sonaba desolada. La madre de Lottie no pudo resistirlo y bajó las escaleras corriendo, Elliot, que no las había perdido de vista, la recibió entre sus brazos. Halina respiró profundo al verlo asentir desde la sala y tocó una vez. Tuvo que hacerlo de nuevo porque no hubo respuesta.

—Pase. —El sonido de aquella voz baja y cascada se confundió con el rechinido de la puerta al abrirse.

Lottie, cabizbaja, volvió sobre sus pasos sin mirarla. La almohada tenía rastros de humedad. La niña limpió un espacio de la cama con su manita para permitir que se sentara. Halina se quedó en silencio sin saber qué decir.

—Traje galletas de avena y canela. Escuché que son tus favoritas.

—Gracias, señorita Moore, pero no tengo hambre.

Halina sabía que sí tenía hambre, pero el nudo en la garganta no la dejaba comer. La muerte súbita de un ser querido era una experiencia demasiado dolorosa para un niño pequeño. ¿Qué podía decir o hacer para aliviarla al menos un poco? Ahora entendía por qué los adultos evitaban hablar con ella cuando perdió a su mamá.

—Tienes unas fotografías muy bonitas aquí, ¿has visitado todos esos lugares? —Consiguió articular. Observaba una pared repleta de fotos de Lottie y su familia en diferentes parajes de la isla.

—Las hizo mi papá cuando aún estaba sano. Él era fotógrafo —explicó Lottie con la mirada fija en la que se hallaba sobre un pequeño buró al lado de la cama. Trató de no llorar al recordar que jamás vería la sonrisa de su padre de nuevo, pero terminó cediendo al llanto al sentir a Halina abrazarla como el día en que recibió la triste noticia.

Cuando Halina perdió a su madre, pasó meses sin decir una sola palabra. Él que sus familiares evitaran el tema, no la ayudó a deshacerse del dolor. Eran demasiado unidas hasta ese momento. Perderla fue como quedarse sin la mitad del corazón. Era un dolor inenarrable.

Cada vez que miraba a Lottie, recordaba lo que sintió en ese entonces y sufría el doble. Deseaba llorar con ella en vez de tener aquel nudo en la garganta, así al menos Lottie sabría que sentía su dolor.

—Señorita Moore, ¿qué pasa cuando una persona muere? Algunos dicen que mi papá está en el cielo, pero a él no le gustaba ir a la iglesia.

La expectación en esos ojitos hizo que Halina tuviese que llenarse de fuerzas para no seguir paralizada. Hablarle de las diferentes creencias que tenían los humanos al respecto, no sería un alivio para aquella pequeña niña. ¿De qué servía que estuviera en el cielo o en cualquier otro lugar, si no lo tenía con ella?

Halina recostó la cabeza de Lottie en su regazo y comenzó a acariciar sus coletas, con la esperanza de que si no se le ocurría nada que decir, al menos se quedara dormida y descansara un poco.

—Yo me hacía la misma pregunta cuando mi mamá murió, pero aún no sé la respuesta. Por eso decidí que en vez de enfocarme en cosas que no entendía y que tal vez nunca conseguiría entender, lo haría en las que sí sabía, en esas que me ayudarían a seguir adelante —relató empatizando con el torbellino de emociones que amenazaba con engullir a la pequeña—. Y tú, Lottie, ¿qué crees que querría tu padre que hicieras ahora que él ya no está con ustedes?

—Portarme bien y cuidar a mamá. Y no tomar las galletas del frasco sin permiso.

—Es verdad. Estoy segura de que a él le gustaría mucho. —Halina soltó una risita y besó la frente de la niña, encantada con su dulzura, y entonces prosiguió—: A la mía le gustaba mucho enseñar, de hecho, sus estudiantes se pusieron muy tristes cuando falleció. Por eso acepté ser sustituta en esta escuela a pesar de que no se me dan muy bien estas cosas.

—¿Y qué le gustaría hacer entonces? Dice que da clases porque su mamá lo hacía, pero... ¿qué le gustaría ser en realidad?

Halina abrió mucho los ojos sin saber qué responder.

Cuando tenía la edad de Lottie tenía muchos sueños. Deseaba ser tantas cosas diferentes que pensar en ello le resultaba absurdo. A esas alturas de su vida no deseaba nada. No tenía planes, anhelos o aspiraciones. Solo quería... lo único que quería en el mundo era estar en paz, quería... ya no tener que preocuparse por ella o por los demás.

—El doctor Elliot dice que las cosas hay que practicarlas mucho para que se nos den bien. Tal vez solo tenga que practicar más para ser mejor maestra —terminó la niña, no queriendo incomodarla. Halina depositó otro beso en su adorable cabecita.

—Tienes razón. Prometo practicar mucho para ser una buena maestra, si tú me prometes hacer lo que esté en tus manos para no preocupar a tu mamá. Ella también está muy triste. Le vendría bien que le digas que la quieres.

—De acuerdo. Me va a hacer mucha falta cuando nos vayamos. —Lottie le regaló un abrazo que Halina no dudó en corresponder. Se sintió tan conmovida que cedió a las lágrimas.

—Tú también me vas a hacer mucha falta, pequeña. Trataré de visitarte en tu nueva casa.

La niña sonrió. Halina sintió que su cuerpo se agitaba ante la sinceridad de ese gesto. Era increíble cuanto había llegado a quererla en unas cuantas semanas. No tenía idea de cómo iría a trabajar al día siguiente sabiendo que no encontraría en los pasillos esa pequeña traviesa de brillantes coletas.

—¿Puedo decirle un secreto, señorita Moore?

—Claro, pequeña. ¿Qué quieres contarme?

Lottie retiró la cabeza del pecho de Halina, y luego de mirar a todos lados sospechosamente, le hizo señas con la mano para que se aproximara. Halina se colocó muy cerca de ella para dejar que le hablara en una confidencia. Parecía decidida a hacerla parte de aquella buena nueva que se mantenía entre las sombras del carácter contradictorio de su amado psicólogo y amigo, a quien, en su inocencia, quería dar una pequeña ayuda.

—Creo que usted le gusta al doctor Elliot —susurró muy, muy bajito. Recordaba las ocasiones en las que lo sorprendió mirándola de soslayo o como se encendían sus mejillas cuando sus hombros se rozaban sin querer.

Halina aguantó el aliento. El que Lexie le dijera algo como eso no era importante, pero el que aquella niña tan sincera se uniera a la extraña conjetura, significaba que tal vez...

—¿Puedo pasar? —Halina saltó en su lugar al escuchar la voz de Elliot en la habitación. El calor que sentía en el rostro le hizo sentir ridícula.

Era cierto que Elliot la acompañaba a diario a la escuela y la esperaba sin falta a la salida, también declaró ante los niños su adoración por sus platillos, y a veces, cuando intentaba apartarse para no ser tacleada por los niños, o se equivocaba de dirección por andar distraída, él sonreía inconscientemente y luego se sonrojaba, rehuyendo de su mirada. Pero no, sin importar lo extraño que se comportara aquel sujeto, o como su corazón se aceleraba al sentir sobre ella su mirada inquisitiva, no podía ser cierto que él...

—Hola, doctor Elliot. Gracias por venir a visitarme también. La señorita Moore me ha traído galletas.

—¿En serio? Qué detalle tan bonito. ¿Puedo probar una? —Elliot tomó asiento en el borde de la cama y extendió la mano hacia el frasco de galletas al ver a la niña asentir. Halina se lo pasó sin mirarlo a los ojos. Él tomó tres de ellas y las introdujo en su boca a la vez.

—No sea glotón, doctor Elliot. Esas galletas son mías —protestó Lottie en medio de un puchero. Extendía las manos para que le devolviera el frasco—. Si tanto le gustan, debería pedirle a la señorita Moore que también haga para usted. Viven juntos después de todo.

—Vivimos cerca, no juntos. Hay una diferencia, Lottie —aclaró Elliot con voz firme. Trataba de ocultar su incomodidad rascándose la nuca. Al darse cuenta de que solo la hacía más evidente, cambió de tema—: Tu madre quiere que vayas a la sala. Desea preguntarte cuál de tus juguetes quieres donar a la caridad.

Lottie asintió ante su exhortación con energías renovadas. Los dejó a solas como una celestina inocente. La última neurona sana de Halina colapsó al ver a Elliot sentarse en el borde de la cama, a solo unos centímetros de ella.

Se secaba el sudor con una servilleta. Lucía tan cansado que daba la impresión de haber trabajado durante horas. Solo bastó un vistazo a la pantalla de su teléfono para que Halina se percatara de que había estado en el cuarto de Lottie más tiempo del debido. Lo miró por el rabillo del ojo y concluyó que si usara algo menos cubierto, se sentiría más cómodo. Parecía que a menos que un día se lo encontrara desnudo en su departamento, jamás sabría qué ocultaba debajo de toda aquella ropa.

—No sabía que por eso te hiciste maestra, sustituta —dijo él de repente, haciendo que Halina enrojeciera un nuevo tono. Verlo con el cabello mojado de sudor, tras acariciar la idea de contemplarlo como Dios lo trajo al mundo, no le hacía nada de bien.

Agitó la cabeza para despedir ese pensamiento tan morboso. No podía dejarse influenciar por lo dicho por una niña, ni mucho menos andar por ahí fantaseando con el vecino del sótano.

—¿Q-qué tanto oíste?

—Casi nada. Ambas hablan muy bajo. —Halina soltó el aire que retenía como un globo desinflado—. Eres la primera adulta que escucho responder un "no sé" a una niña, ¿no te preocupa que te vea como una tonta?

—Es más tonto hablar de algo que no conoces. Si le mientes a un niño, tendrás que elaborar más mentiras para sustentar tus palabras. Lottie es lo suficientemente inteligente para entender que un adulto no tiene siempre las respuestas.

—Tienes razón. Tomaste la decisión correcta.

Halina se puso de pie al verlo sonreírle. La temperatura de su cuerpo aumentó al sentir sus ojos grises puestos en ella mientras se movía. Pronto se halló colocando cosas en una caja. Sufrió un tremendo sobresalto al verlo a su lado dispuesto a ayudarla con esa tarea.

¿Qué hacía allí? ¿Por qué escuchaba la conversación que mantenía con la pequeña? ¿Acaso era un comportamiento inconsciente de hombre enamorado? Halina agitó la cabeza para despedir ese pensamiento. Quería que su corazón dejara de latir tan deprisa.

Mientras tomaba las fotos, e intentaba ignorar al hombre a su lado y a la ilusoria voz en su cabeza, Halina recordó por qué la idea de que Elliot o cualquier otro hombre sintiera atracción por ella le ponía tan nerviosa.

Miles, su antiguo novio, el único que tuvo más bien, acostumbraba a tomarle fotos en cualquier actividad. La consideraba su fuente de inspiración. Decía que la amaba con tanta efusividad, que las demás chicas de la universidad se quejaban de que sus novios no se expresaran de esa manera.

Sin duda era bueno con las palabras. Sabía cómo convencerla y hacerla sentir en deuda con él. Lástima que lo que tenía de galán lo tenía de posesivo, y tal y como Lexie auguró desde el principio de su relación, cuando las cosas parecían demasiado buenas para ser verdad, no eran más que mentiras.

—¿Cómo te atreves a ignorar mis llamadas? ¿Te parece que soy un juguete o qué? Ya verás. Te enseñaré a tomarme en serio.

Halina tomó con fuerza el portarretrato cuando aquellos recuerdos golpearon su cabeza. Casi podía sentir a Miles halarla del cabello insultándola, y a ella mirar el cuchillo sobre la mesa, atraerlo con los dedos para luego empuñarlo con fuerza y solo...

—Deberías retomarlo. Es decir, tus estudios. No creo que quieras pasarte el resto de la vida como sustituta.

La voz de Elliot consiguió que Halina relajara el agarre de contra el marco. Sudaba frío. El vidrio que resguardaba la foto se fragmentó lo suficiente para provocarle un pequeño corte en el dedo, empañando con las gotas de su sangre la feliz imagen en ella.

Trabajar en una primaria con Olivia cerca, la ayudaba a sentirse tan segura como para controlar sus emociones, pero en una universidad, con cientos de desconocidos, y los vivos recuerdos de aquel día haciendo estragos en su subconsciente, temía ser un peligro para quienes tuvieran la desdicha de conocerla.

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