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8

Recuerdos, angustia y un nuevo plan 


ESTEFANO.

Las sirenas de la ambulancia se empiezan a escuchar a lo lejos y cuando el sonido se acrecienta, Nicolás corre a abrirle la puerta a los paramédicos, que suben a la habitación en cuestión de segundos. Me coloco a un lado de la puerta, viendo cómo los profesionales le brindan la atención necesaria para luego trasladarlo a una silla de ruedas, que hará más sencillo el trabajo al momento de bajar las escaleras. Camino por detrás de ellos, siguiéndolos por el pasillo y en este instante, el corazón se me aprieta al recordar que, hace más de diez años, presencie una situación similar a la que estoy viviendo ahora.

Cómo olvidarlo, si fue la tarde más dolorosa de mi vida.

—¡Estefano, ve a tu cuarto con Nicolás! —ordenó mi padre mientras entraban los enfermeros a la habitación donde él duerme con mamá. Me la quedé mirando desde el umbral de la puerta, estaba inconsciente en su cama, dormida, tan hermosa como las princesas de los cuentos que me leía antes de dormir—. ¡Obedece, Estefano! —dijo mi padre, otra vez.

Tomé a mi pequeño hermano del brazo y lo jalé hasta la habitación que compartimos. Le di uno de sus peluches favoritos para que se distrajera y no notara lo asustado que estaba. Los murmullos se empezaron a escuchar en el pasillo y corrí hasta la puerta para ver lo que estaba sucediendo del otro lado. La abrí un poco y me asomé lo suficiente para que no me vieran.

Mis impulsos me hicieron salir hasta la mitad del pasillo, cuando vi que se llevaban a mi madre cargada en una camilla.

—¡Mamá! —grité para despertarla, pero sabía que ella no me escucharía.

Papá me oyó y volteó de inmediato.

—¡Sigrid, hazte cargo de los niños! —pidió él cuando vio que empecé a seguirlos.

Sigrid asintió, me cogió de la mano e ingresó a la habitación conmigo. Quise soltarme de su agarre e ir tras ellos para acompañar a mi mamá, sin embargo, Sigrid cerró la puerta y me invitó a sentarme con ella en el borde de la cama.

—Mi mamá se va a morir, ¿verdad? —pregunté entre sollozos.

Pude ver que apretó los labios para reprimirse las ganas de llorar. Me abrazó fuerte para que no la viera, porque sabía que yo estaba muy asustado, y si ella se quebraba delante de mí, yo me iba a echar a llorar también, porque con eso me diría que el estado de mi madre era muy crítico.

—No digas eso, mi pequeño. Amelia va a estar bien —aseguró, peinando con sus dedos el cabello que caía sobre mi frente.

Me separé de ella y volteé a ver a Nicolás, que nos miraba a los dos, abrazado a su osito de peluche que tanto le gustaba. Él era muy pequeño para que se diera cuenta de lo que ocurría en ese momento.

—¿Me lo prometes, Sigrid? —pregunté de nuevo—. ¿Prometes que mi mamá va a regresar?

Sigrid me miró con incertidumbre. Prometerle algo a un niño de ocho años no era recomendable. Más aún si se trataba de un tema delicado como su madre que, si no lograba regresar, te echaría la culpa después, por no haber cumplido tu promesa. Yo sabía perfectamente lo que estaba pasando, no hacía falta que me mintieran. Sabía que Sigrid estaba dudando en lo que tenía que responder, y eso de alguna u otra manera, disminuían mis esperanzas de que mamá estaría bien.

—Eso no lo puedo saber yo —contestó con un dulce tono de voz para transmitirme tranquilidad—, los médicos la van a revisar y harán todo lo posible para que pueda regresar a casa con nosotros. Pero para eso, debes estar tranquilo, mi niño bello. La vamos a esperar, calmados y pacientes con tu hermano, ¿sí? —Me dio un beso en la frente y asentí, limpiándome las lágrimas con el puño de mi chompa.

Esa noche me costó mucho pegar los ojos y dormir. Me sentía solo y no paraba de dar vueltas en la cama para quitarme el mal presentimiento que tenía. Por suerte, Sigrid se ofreció a dormir con nosotros para que no sintiéramos la ausencia de mamá. Los pensamientos negativos me rondaban por la cabeza y me asustaban demasiado, aún teniendo a Sigrid a mi lado. Me cubrí hasta la cabeza con las sábanas para cerrar los ojos y lograr conciliar el sueño. Entre pensamiento y pensamiento, logré quedarme dormido.

A la mañana siguiente oí que había llegado papá. No esperé más y corrí al pasillo para bajar hasta la sala. Si papá había llegado, mamá también. Lo miré mientras bajaba la escalera, él estaba de pie en la puerta principal junto al tío Gabriel y otros señores que no conocía. Lo miré de pies a cabeza. Tenía el rostro cansado y ojeroso porque había estado en vela a la espera de las noticias de mi madre en el hospital. Sin embargo, había algo distinto en él. Su ropa. No era la misma que tenía puesta ayer cuando se fue de la casa. Ahora vestía completamente de negro.

Mi ceño se frunció de inmediato y miré el alrededor de la sala. Había bajado tan presuroso, que no me di cuenta de que a un lado del salón, estaban un par de personas armando una capilla ardiente y también se encontraba un ataúd de color blanco.

El corazón me dejó de latir y mis labios se entreabrieron. Sentí que venía alguien a clavarme una daga en el pecho y los ojos empezaron a arderme mientras se me nublaba la visión por las lágrimas que empezaban a acumularse en mis ojos.

La persona que estaba dentro de ese ataúd... no... No podía ser ella.

¡No, no, no!

—¿Mamá...? —musité y miré a mi padre, que se cubría el rostro con las manos y empezaba a sollozar—. ¿Mami? —Avancé hasta donde estaba el ataúd.

Este se encontraba en unos soportes que lo mantenían a una altura baja. La parte del cristal estaba expuesta y me acerqué para ver lo que había dentro.

Me quedé perplejo, pensaba que mis ojos me estaban jugando una pesada broma. Negué con la cabeza unas cuantas veces y me empezó a faltar el aire.

Era ella.

¡Mi madre estaba dentro de ese ataúd!

—Mami, mami... —susurré a la vez que acariciaba el cristal con mi pequeña mano—. Mamá, ¿qué te pasó? Mami, despierta, por favor —Solté el primer sollozo—. ¡Mamá, por favor, levántate! Soy yo, Estefano... —La respiración se me empezó a acelerar y la voz se me debilitó en un segundo.

Papá se acercó a mí y se puso de cuclillas para igual mi altura. Me atrajo hacia él y me abrazó fuertemente, como si tuviera el temor de que viniera alguien y me alejara de sus brazos para llevarme lejos.

—Estefano... —inició diciendo, pero yo lo interrumpí.

—¡¡¡Mamá!!! —grité de manera desgarradora, golpeando los hombros de mi padre para que me soltara—. ¡¡¡Mamá, no me dejes, por favor!!! —volví a gritar, mirando el ataúd—. ¡¡¡Despierta!!!

Mi padre trató de tranquilizarme y los señores que estaban instalando las luces y el cortinaje, dejaron de hacer su trabajo y se salieron de la casa para darnos privacidad. Papá no sabía qué responder y solo se limitó a abrazarme, pero me zafé toscamente de sus brazos y me abracé al ataúd para soltar un doloroso grito que se escuchó por toda la mansión. Sentí que Sigrid bajó las escaleras, se acercó a mi lado y me acarició el cabello. Yo seguía sollozando desconsoladamente, arañando la madera del ataúd, como si quisiera romperlo porque pensaba que, al hacerlo, mi madre despertaría de su sueño como Blancanieves.

Llegamos hasta el patio donde está aparcada la ambulancia y esperamos a que suban la camilla que transporta a mi padre. Uno de los paramédicos se acerca a Sigrid y le dice algo que no logro oír desde donde estoy. Pestañeo un par de veces para salir de mi aturdimiento, aún me estoy recuperando de los recuerdos que he evocado hace un momento, y que todavía duelen a pesar de que ya pasaron más de diez años. Cierran las puertas de la ambulancia, las sirenas empiezan a sonar y el vehículo inicia su trayecto.

—Vamos en mi camioneta —les sugiero a Sigrid y a mi hermano. Ambos asienten aceptando, y me apresuro a rodear el capó y quitarle el seguro a las puertas para que puedan entrar.

Sigrid entra en el asiento del copiloto, mientras que Nicolás se ubica en los asientos traseros y yo en el asiento del conductor.

—Solo sigue a la ambulancia —indica ella. Asiento a la vez que termino de colocarme el cinturón de seguridad.

—Sigrid... —la nombro—. ¿Sabías algo sobre la cita que tenía hoy? —pregunto mientras enciendo la camioneta. Me mira con ojos culpables, tal vez, hasta me pide perdón con ellos.

—Mmm... —Baja la mirada y pongo una mano en su hombro. Sé que mi padre le ha confiado algo y nos lo ha ocultado también.

—Está bien, puedes confiar en mí —aseguro y le doy una sonrisa de boca cerrada para brindarle confianza. Asiente y suspira antes de hablar.

—Su padre está visitando al cardiólogo desde hace unas semanas.

—¿Por qué no nos lo dijo? —pregunto nuevamente con el ceño fruncido.

—Saben cómo es Antonio. —Se encoge de hombros—. Lo siento mucho, pero su padre me pidió que no les comente nada. No quería preocuparlos.

—Está bien, Sigrid, pierde cuidado, no le diremos nada. Sabemos que le eres leal cuando se trata de un tema serio. Pero prométeme que, si hay algo grave, así sea lo más mínimo, me lo contarás. —Sigrid asiente aceptando, y me quedo más tranquilo al saber que me ha dado su palabra.

Ahora nos estamos dirigiendo a la clínica donde iba a ir esta mañana a consulta. El doctor que visitaría hoy, era el mismo con quien hablaba en la llamada que escuché hace unos días. A veces odio cuando mi padre oculta las cosas, por tonterías como esta podríamos haber evitado lo de hoy.

Veo por el espejo retrovisor a Nicolás, que tiene la mirada perdida en la ventana. Y es ahora donde empiezo a sentir la maldita culpa de ser un mal hermano que solo lo lleva a meterse en problemas. Todo esto lo provoqué yo. Si no hubiésemos ido a la fiesta, no le hubiese dado ese enojo, pero como siempre yo, queriendo retar al mundo, decidí ir y ahora estoy pagando las consecuencias de mis errores. Y lo peor es que metí a mi hermano en esto. Él también se debe estar sintiendo culpable, cuando toda la responsabilidad debe caer sobre mí.

Para cuando llegamos a la clínica, estaciono en el parking que hay en la entrada. La ambulancia ha ingresado por una puerta de acceso de emergencia solo para vehículos autorizados. Salimos de mi camioneta y caminamos de prisa para entrar a la recepción.

Al ingresar, nos recibe la recepcionista con una sonrisa encantadora. Es una chica joven de cabello negro que tiene un cerquillo muy bien cortado. Está vestida con una blusa blanca que tiene bordado el logotipo de la clínica en el lado derecho del pecho. Nos indica sin ningún problema la habitación donde acaban de internar a mi padre. Agradecemos y entramos al ascensor, el cual parece que tarda una eternidad en subir. Finalmente, cuando llegamos y preguntamos por él, una de las enfermeras nos dice que esperemos a que salga el doctor que lo ha intervenido.

—Les tomará un tiempo buscar un diagnóstico. Mejor vayamos a la cafetería para que desayunen. No quiero que se me desmaye alguno de los dos —nos aconseja Sigrid con una sonrisa de boca cerrada.

—¿No nos quedaremos a esperar? —inquiero, ansioso por mis nervios.

—Hay que dejar que hagan su trabajo. Mientras esperamos, desayunemos algo —vuelve a sugerir.

—Okey —respondemos mi hermano y yo al unísono.

Acepto con un asentimiento de cabeza y buscamos la cafetería que está cerca al patio de entrada. Al llegar, veo que se encuentra casi vacía, solo hay un par de doctores y algunas enfermeras desayunando.

Una señora que lleva un mandil blanco, se acerca a nuestra mesa y nos toma la orden. Los tres pedimos sándwiches de jamón y queso, y también café. La mujer se marcha después de apuntar nuestros pedidos en su libreta y en cuestión de minutos regresa con nuestra orden en una bandeja. Antes de retirarse, nos pregunta si se nos ofrece algo más y Sigrid niega con la cabeza mientras le dice que por ahora está todo bien.

Muevo mi café luego de echarle el sobre de azúcar que vino con la taza.

—Todo es mi culpa —musito, bajando la cabeza—. Si tan solo...

—No, no digas eso —me interrumpe Sigrid, acariciando mi mano sobre la mesa—. Nadie tiene la culpa de nada. Y por ahora no hablemos de eso, mejor cuéntenme sobre la fiesta de ayer —sugiere con amabilidad.

Me tomo un segundo antes de hablar:

—Estuvo bien. Bueno, al principio algo aburrida, pero todo cambió cuando empezó la adrenalina —comento sin emoción y suelto un suspiro—. Papá llegó a la fiesta, según él, a entregarle un presente a Peter. Y para cerrar la noche, fue a buscarnos a casa de Marco para convencerse de que estábamos allí.

Sigrid levanta las cejas, sorprendida.

—Vaya. —Se limpia los labios con una servilleta luego de darle un sorbo a su taza de café—. Es por eso que llegó tarde a casa. Salió del trabajo y fue de frente a la fiesta. Muy astuto, ¿eh?

—Pues sí. Nos tomó por sorpresa, sin embargo, pudimos manejar la situación y logramos salir de la fiesta para llegar a casa de Marco antes que él. —Me llevo un sándwich a la boca y le doy un bocado.

—Fue épico. Quiero repetirlo —interviene Nicolás, mostrando sus hoyuelos en una sonrisa de boca cerrada. No puedo evitar contagiarme y elevo un poco la comisura izquierda de mis labios.

—Eso no era lo que decías anoche —me mofo—. Lo hubieras visto, Sigrid. Temblaba como perrito chihuahua y por poco se me desmaya. —Pongo los ojos en blancos y Sigrid suelta una corta carcajada.

—¿Y conocieron chicas? —inquiere ella, cambiando de tema para que deje de molestar a mi hermano.

Dejo de masticar y miro a Nicolás que se ha sonrojado. Entreabre la boca para responder, pero se da cuenta de que la situación no le favorece y lanza la pelota para el lado de mi campo:

—Estefano conoció a una chica y se le cayó el vaso de tan solo ver lo hermosa que era. Se cortó la mano con los vidrios y ella se la vendó —habla con una sonrisa de niño travieso y entrecierro los ojos.

Sigrid no pierde más el tiempo y busca mi mano con la mirada para ver de qué se trata. La tengo bajo la mesa, pero me la saca al instante.

—¿Es grave? —pregunta, preocupada.

—No, solo un pequeño corte. —Me encojo de hombros—. No es muy importante —aseguro.

—Lo revisaré cuando lleguemos a casa —informa y asiento.

Regreso la mirada hacia mi hermano y digo:

—No te hagas el loco, Nicolás. —Le doy con el codo—. Tú también bailaste ayer con una chica.

Pone los ojos en blanco y cuando está a punto de hablar, los altavoces del pasillo juegan a su favor y lo interrumpen.

"Familiares del paciente Antonio Arnez, por favor, acercarse a la habitación 132".

Nos ponemos de pie mientras vuelven a hacer el llamado. Me acerco a la ventanilla y pago el desayuno de los tres. Volvemos de inmediato a donde está internado mi padre, para ver si hay noticias de él. En la puerta de la habitación, espera el doctor que se está haciendo cargo de su tratamiento como lo comentó Sigrid. Es una persona mayor. Probablemente tenga unos años más que papá.

Nos mira atento cuando nos acercamos.

—¿Ustedes son la familia del señor Arnez? —Nos mira a todos. Asentimos al mismo tiempo.

—¿Cómo está mi padre? —pregunto.

El doctor nos da una sonrisa confiable.

—El paciente está fuera de peligro —garantiza y suspiramos de alivio al oír esas palabras—. Por suerte, los paramédicos lo auxiliaron rápido en la ambulancia. Tuvo un preinfarto —explica.

—Gracias, doctor —dice Nicolás con una sonrisa en el rostro—. Se está tratando con usted desde hace semanas, ¿verdad?

—Así es, su padre ha estado teniendo momentos de estrés en su trabajo, pero lo demás es información confidencial que el paciente ha decidido reservar. —Los tres asentimos—. Deberá quedarse unos días aquí para monitorearlo, por ahora no podrá tener visitas y eviten darle emociones fuertes y discusiones en los próximos días.

—Muchas gracias, doctor —interviene Sigrid. El doctor asiente y sigue su camino hacia otra habitación—. Será mejor ir a casa y dejar que su padre descanse por hoy —aconseja ella, poniendo una mano en nuestros hombros.

Nicolás y yo aceptamos. Caminamos de regreso al ascensor y Sigrid nos promete que mañana volveremos para informarnos sobre su tratamiento. Me pregunto a mí mismo si mañana podremos verlo. Pero... ¿Él querrá verme? No sé por qué, pero tengo la sensación de que mi presencia no va a ser de su agrado, y como dijo el doctor: no debemos darle emociones fuertes.

Durante el camino a la mansión, la tensión empieza a desaparecer. Seguimos hablando de la fiesta y Nicolás nos cuenta sobre la chica que conoció allí. También nos dice lo emocionado que está por ir a ayudar mañana al refugio de animales.

Volvemos a retomar el tema de papá y su inesperada aparición en la fiesta. La verdad, ahora que ya pasó todo y puedo reflexionar mejor, me doy cuenta de que no me sorprende. Él es capaz de buscarnos por mar, cielo y tierra si es posible. Finalmente, nos queda como lección —especialmente a mí —, que la mentira siempre tiene patas cortas y que a veces es mejor obedecer.

Aunque... siendo sincero, no me arrepiento de haber ido a la fiesta.

No me arrepiento absolutamente de nada. No hice nada malo. Solo fue una pequeña mentira. Pero de lo que sí me arrepiento, es de haber generado toda una discusión con mi padre. Eso no estuvo bien. Y me siento más culpable al recordar que estuve a punto de marcharme de la casa. Tendré que desempacar mis maletas en cuanto llegue. Por ahora, esa decisión queda en stop hasta que papá se mejore.

Me es un poco complicado usar el freno de manos porque tengo la muñeca vendada.

¡Oh, Dios! De nuevo vuelvo pensar en esa chica. En sus ojos, su tacto, su voz... Me pregunto qué estará haciendo en estos momentos. ¿Será familiar de Peter?

Mmm... debería preguntarle a él disimuladamente.

Sí, sería una buena opción para saber más sobre aquella chica y no quedarme con esta incertidumbre. No sé por qué, pero me agrada bastante la idea de volver a verla. Necesito agradecerle por el gesto que tuvo conmigo anoche. No cualquiera se toma un tiempo para curar y vendar la mano cortada de un desconocido.

El pequeño Estefano que se encuentra en los controles de mi cabeza, me guiña un ojo y me da el visto bueno para iniciar el nuevo plan que tengo en mente. Para eso, Peter será mi fuente de información. Por supuesto que él no debe darse cuenta. No quiero que malinterprete las cosas después.

Nuevo plan: Encontrar a la chica de la fiesta.  


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