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7

¡Maldita cotilla!


ESTEFANO.

A la mañana siguiente nos levantamos muy temprano para regresar a la mansión. El padre de Marco nos ofrece quedarnos a desayunar, pero educadamente nos negamos. Tampoco queremos abusar de la confianza de Marco, que ya bastante nos ha ayudado con cubrir nuestras mentiras para asistir a la fiesta de Peter anoche. Además, habíamos quedado con Sigrid en llegar a casa para el desayuno. Dijo que nos esperaría con unos ricos panqueques recién hechos.

Durante el camino a casa, Nicolás y yo platicamos sobre todo lo que pasó en la fiesta, pero esta vez con mayor detalles y privacidad para mi hermano, pues bien sé que, Marco no es de su agrado y por eso evita contarme cosas cuando mi mejor amigo está presente. Sin embargo, trata de llevarse bien con él cuando coinciden o cuando me viene a visitar a casa. Eso me alegra, pues no me gustaría que mi hermano y mi mejor amigo se lancen miradas fulminantes e indirectas delante de mí.

Bueno, él me cuenta que también conoció a una chica llamada Romina en el lapso de tiempo que estuve socializando con Bella y sus amigos. Asimismo, comenta que bailaron juntos una canción.

Río interiormente al imaginarlos tomados de la mano, bailando como dos niños en una fiesta infantil. Seguramente se vieron muy graciosos y tiernos.

El móvil de Nicolás empieza a sonar y decido bajar el volumen de la radio —en la cual suena un éxito de Calvin Harris— para que pueda responder.

—Hola —contesta mientras mira por la ventana—. Hola, Paul, estoy bien, gracias. —Si no me equivoco, Paul es el encargado del refugio de perros donde ayuda Nicolás por las tardes—. Está bien, mañana estoy libre...

Dejo de prestar atención a la llamada de mi hermano y me centro en el camino por el cual estoy conduciendo. Se me hace algo incómodo manejar con la venda en la mano, ya que no puedo coger bien el volante, pero trato de ayudarme con la otra.

Al mirar la venda, la imagen de la chica se recrea nuevamente en mi memoria. Se veía tan linda con ese vestido floreado y ese perfecto cabello castaño con rizos, que es mi debilidad cuando las chicas lo llevan así. Me doy cuenta de que estoy riendo como tonto porque no puedo olvidar lo bien que manejó la situación cuando me hice el corte. Tal vez, debió haber tomado algún curso de primeros auxilios.

Chica precavida, ¿eh?

—Estefano... —me nombra Nicolás, sacándome de mis pensamientos.

—Dime —respondo de inmediato.

—Estás muy pensativo hoy —expresa, levantando una ceja. Espera, espera... Ese gesto pícaro lo conozco a kilómetros de distancia. Es típico de él—. Estás pensando en ella, ¿verdad?

Y ahí está.

Nicolás puede parecer tímido y tranquilo, pero cuando de molestarme se trata, se vuelve como el niño del Oxxo.

—¿En quién? —finjo no saber, pero sé muy bien a quién se refiere.

—En la chica de la fiesta —continúa, haciendo un gesto obvio—. La que te curó la mano —agrega y suelta una risita traviesa.

—No.

Me da una mirada de aburrimiento.

—¡Ay! Eres un aguafiestas. —Bufa, fastidiado y luego su expresión cambia a una de relajo, acompañada con una sonrisa emotiva—. Paul me llamó para que mañana vaya a ayudar al refugio de animales —comenta, emocionado.

—Bien por ti —lo felicito. La verdad no es algo que me emocione en lo absoluto—. No le veo la gracia de ir a mirar perros abandonados... —pienso, pero me doy cuenta de que lo he dicho en un susurro. Me muerdo los labios, apenado por mis palabras.

Nicolás forma una línea recta con los labios y luego los entreabre para decirme:

—¡No hables así! —Me da una mirada de indignación—. Son mascotas que no han tenido la misma suerte que otros y han sido desamparados por sus dueños. Paul tiene la gran voluntad de buscarles un buen lugar en donde puedan pasar sus días hasta que alguien llegue a adoptarlos. Y a mí me hace muy feliz ser partícipe de ese cuidado que les están brindando. —Regresa la mirada al frente y se cruza de brazos.

Lo lamento, Nico.

—Discúlpame, ¿sí? —digo tratando de no meter más la pata y evitar que siga sintiéndose mal por mis desatinados comentarios.

A veces envidio el gran corazón y la laboriosidad que tiene Nicolás. Es un chico que, a pesar de sus problemas, siempre busca estar bien con él mismo y con los demás. Eso hace de él una gran persona, y a mí me hace muy orgulloso de que sea mi hermano. En ocasiones, me pregunto qué sería de mi vida si mi madre hubiese muerto antes de concebir a Nicolás. Me haría mucha falta. No me imagino mi vida sin mi pequeño.

Debo confesar que Sigrid tiene mejor relación con él, ya que ambos tienen personalidades parecidas y se llevan muy bien. En cambio, yo soy más frío y quizá no demuestre el amor que siento por mi hermano, sin embargo, él sabe y le he demostrado que contaremos siempre el uno con el otro.

Para las que sea.

Estaciono la camioneta en el patio delantero de la mansión y me quito el cinturón de seguridad para bajar. Sigrid nos recibe a cada uno con un beso y un afectuoso abrazo al entrar por la puerta que da a la cocina. Le digo que iré a mi habitación a dejar mis cosas y que bajaré en un momento para desayunar como lo habíamos acordado.

Ya en mi habitación, dejo mi mochila sobre la cama y camino hasta mi clóset para buscar ropa limpia antes de darme una ducha e iniciar bien la mañana. Me desvisto rápido porque sé que Sigrid ya no tarda en servir el desayuno y no quiero hacerla esperar. Abro la llave de la ducha y espero a que el agua se entibie. Meto una mano para comprobar que se encuentre a la temperatura que deseo e ingreso, dejándome golpear suavemente por las gotas de agua que caen de la regadera. Al terminar, cierro la llave, deslizo la puerta de cristal para salir y secarme con una toalla limpia.

Cojo la bata blanca que está doblada en la repisa y me la pongo para salir a mi habitación y vestirme.

Sigrid nos ofrece una taza de café a cada uno mientras sirve las tostadas en platos pequeños y coge la cafetera para llevársela de vuelta a la cocina. Mi cara cambia de expresión al ver a mi padre bajar las escaleras sin su traje de trabajo. Solo lleva puesta una camisa azul —del mismo tono que usé ayer en la fiesta— y un pantalón formal de color gris.

Mi ceño se frunce automáticamente y miro a Nicolás que también se ha dado cuenta de ese detalle. ¿Acaso no irá hoy a la empresa?

—Buenos días, padre —decimos mi hermano y yo al unísono.

—Buenos días —responde con un asentimiento de cabeza—. Sigrid, por favor, mi desayuno —ordena con un tono de voz afable.

—Enseguida. —Sigrid asiente y regresa a la cocina en busca de la cafetera.

El timbre suena en el salón principal y nuestra querida ama de llaves regresa apresurada a abrir la puerta. Me pregunto quién será a estas horas. Son las ocho de la mañana y no acostumbramos a recibir visitas tan temprano, pero cabe la posibilidad de que busquen a papá para algo que tenga que ver con su trabajo.

¡Qué madrugadores estos señores!

Me llevo la taza de café a la boca y tomo un sorbo mientras escucho el sonido de la puerta al abrirse. Aprovecho el silencio que hay ahora en el comedor para concentrarme en oír y averiguar quién es nuestro visitante. El pequeño Estefano que se encuentra en los controles de mi cabeza, enciende la alarma de "peligro" cuando oye la voz chillona de Julieta entrando a la sala.

Sin darme cuenta, me atraganto con el café y empiezo a toser fuerte. Dejo la taza sobre el plato mientras Nicolás me ayuda dándome golpes en la espalda para no morir asfixiado.

¡No!

¡Ella no puede estar aquí! No, no puede.

Me pongo de pie y camino hasta un servilletero que hay cerca de la puerta para coger una toalla de papel y disimuladamente miro hacia la sala. Pestañeo un par de veces para asegurarme de que estoy viendo bien. Quizá la estoy confundiendo con otra rubia que trabaja para papá.

—Hola, Sigrid, vengo a buscar al señor Antonio —informa con una sonrisa y se coloca un mechón de cabello suelto por detrás de la oreja para parecer adorable.

¡Joder! ¡Estamos acabados!

Mi padre la escucha y sin decir nada, se pone de pie para dirigirse a la sala a recibirla. Nicolás me observa de la misma manera que lo hago yo: aterrado.

—Señor Antonio, buen día —saluda y mi padre le devuelve el saludo con un estrechón de manos—. Rogelio le manda este documento para que lo firme. Es la relación de los trabajadores que han entrado en los últimos tres meses a laborar a la hacienda.

Necesito llegar ahí como sea para evitar que Julieta diga algo sobre la fiesta de ayer. Sin embargo, esa conversación no me incumbe y mi padre me lo puede decir delante de ella a modo de reproche. Pienso en algo rápido para poder unirme a ellos y evitar que Julieta abra la boca, pero no se me ocurre ninguna idea.

—¿Está Estefano? —pregunta de repente, y sé que esta es mi oportunidad para intervenir.

—Hola, Julieta —saludo, apareciendo en la sala con una ancha sonrisa como el gato de "Alicia en el País de las Maravillas" y cuando me doy cuenta, la tengo colgada de mi cuello—. ¿Qué te trae por acá? —inquiero a la vez que la separo de mí.

—Vine trayendo unos documentos para que tu padre los firme. —Le da una sonrisa cómplice a mi padre. Él la mira sin ningún tipo de expresión.

Ahora que la tengo cerca puedo analizar mejor su cara. Se encuentra algo ojerosa, pero el maquillaje lo disimula. No ha dormido bien, me imagino. También noto que tiene bonitas pecas difuminadas por sus mejillas, que le dan un toque tierno, como personaje ilustrado digitalmente.

—Ah.

El chofer personal de mi padre aparece detrás de Julieta y se detiene en el umbral de la puerta.

—Está todo listo para ir a su cita médica, señor Antonio —avisa educadamente.

¿Cita médica?

Mi padre asiente algo incómodo por sus palabras. Sé muy bien que no quiere que yo me entere, y Lorenzo no ha sido muy discreto que digamos.

Gracias, Lorencito, te debo una.

—Gracias, Lorenzo. Voy enseguida —contesta papá y el tipo asiente, antes de marcharse por donde vino. Espero que Julieta también lo haga pronto.

Quisiera preguntarle a mi padre sobre su cita médica, pero dudo que quiera contármelo a detalle y mucho menos querrá hablar delante de la visita. Entonces, empiezo a atar cabos y recuerdo la llamada telefónica de anteayer, donde él le agradecía a un doctor. Tal vez de eso se trataba. Igual seguiré con mi investigación luego, cuando papá se haya ido a la cita médica. Lo importante ahora, es correr a Julieta de aquí.

—Estefano, ayer no te vi irte de la fiesta —menciona Julieta.

Cierro los ojos, imaginándola con una sonrisa victoriosa, mientras me apuñala con una daga en la espalda.

¡Joder, maldita cotilla!

Me ha traicionado como Judas a Jesús.

Miro a mi padre y veo que tiene los ojos muy abiertos, que amenazan con salirse de su órbita. Miro a Sigrid que se ha unido a la sala y tiene la mirada aterrada. Lo ha oído también. Me vuelvo hacia Julieta con una mirada asesina, con la sangre removiéndose en mi interior como la lava dentro de un volcán a punto de hacer erupción.

—¡Ja! —Finjo no entender nada de lo que ha dicho—. ¿De qué fiesta hablas? —pregunto, arrugando las cejas.

Mi padre se cruza de brazos, esperando una respuesta de parte de ella.

—De la fiesta de Peter —dice obvia.

—Creo que me has confundido con otro chico, Julieta. —Trato de estar lo más calmado que puedo, pero no, no lo estoy. Quiero ahorcarla con mis propias manos, sin embargo, no quiero ir a prisión tan joven—. Me contaron que ayer estabas ebria. Quizá eso hizo que te pareciera verme.

Noto que Julieta empieza a perder la paciencia.

—¡No! No te confundí con nadie y me emborraché por ti. Me dejaste por irte con esa pelirroja desgreñada. —Me señala y veo por el rabillo del ojo, que mi padre se lleva la mano al entrecejo para sobárselo y tratar calmarse—. Quería bailar contigo, sin embargo, me dejaste sola con Nicolás. Él es testigo.

Todos volteamos a ver al aludido. El pobre se encuentra pálido y perplejo por las palabras de la rubia. Ha sido acusado y delatado, también es cómplice de mis fechorías.

—Julieta, gracias. Trataré de mandarte los documentos lo más pronto posible. Que tengas buen día —habla mi padre, haciéndole un gesto para que se retire y prácticamente, le cierra la puerta en la cara.

Nicolás se cubre el rostro con las manos para que no lo vean avergonzarse. Mi padre tiene una mirada de decepción, esa que, con tan solo ver sus ojos, puedes interpretar el mensaje que te da de manera clara: "¡Lo hicieron!", "¡No puedo creer que lo hicieron!".

Escucho los latidos de mi corazón que van a mil por hora. Todo en mi exterior se vuelve silencio, solo oigo mi respiración acelerada y el pulso que me resuena en los oídos, como golpes que le das a un micrófono para saber si está encendido.

Ahora sí estamos castigados hasta el año 3000.

—¡Puedo explicarlo! —sugiero mientras mi padre sube a grandes zancadas la escalera.

Y siento cómo todo lo que construí se empieza a derrumbar. El plan y la mentira que había diseñado para ir a la fiesta y pasar un buen rato, han sido descubiertos.

Jamás pensé que mi padre se llegara a enterar de todo y mucho menos de esta manera tan inesperada. ¿Quién iba a pensar que Julieta sería la que nos iba a delatar? Ahora comprendo que es cierto lo que dice la frase: "Te traiciona el que menos esperas". Ella no tenía ningún derecho de abrir la boca. No tenía derecho de hablar sobre la fiesta.

Solo sé que odio a Julieta a partir de ahora y no quiero que me vuelva a hablar otra vez en su puta vida.

Mi padre entra rápidamente a mi habitación y el pánico se apodera de mí. Me detengo en el umbral de la puerta y veo que coge la maleta que está en mi cama, abre el cierre plateado y saca primero la ropa que usé como pijama.

—Estefano, pensé... —dice Nicolás poniéndose a mi lado en la puerta, pero se calla al ver a nuestro padre dentro de mi habitación.

Papá me mira otra vez con decepción antes de sacar la ropa de la fiesta y mostrárnosla como prueba de nuestra desobediencia. Camina hacia la puerta y nosotros nos hacemos a un lado para abrirle paso.

—Padre, por favor, déjame explicarte —le ruego cuando llegamos a su habitación.

—¡Basta! —grita y se lleva las manos a la cadera—. ¿Qué me van a explicar? ¡Me han desobedecido! ¡Fueron a esa fiesta a pesar de que les dije que no!

—Okey, lo hicimos. —Asiento aceptando todo mientras trato de estar tranquilo—. Pero no es como tú crees. Nosotros antes de ir a la casa de Marco, pasamos por casa de Peter para saludarlo y darle unos presentes y cuando nos estábamos regresando a la camioneta una chica pelirroja me invitó a bailar.

—¿Creen que soy imbécil? —pregunta.

—No padre, no digas... —interviene Nicolás, pero lo interrumpe.

—¡Silencio! —Empieza a aplaudir, sarcástico, con una sonrisa fingida en el rostro—. Han ganado y para que sepan, estoy muy decepcionado de ustedes y más de ti, Nicolás.

Oír esas palabras hace que mis pensamientos cambien por completo. Mi vulnerabilidad y culpa se extinguen, se me tensa el rostro y hundo las cejas. No puedo reprimirme las ganas de soltar mi réplica:

—¿En serio? ¿Decepcionarte solo porque fuimos a una fiesta? —Bufo y río negando con la cabeza a modo de desaprobación—. ¿No crees que estás exagerando?

—¡Retírense de mi habitación! —ordena sin siquiera abrirse al diálogo. Nicolás y yo nos miramos.

—Ya no somos unos niños, papá. Tengo veintitrés años y Nicolás pronto cumplirá la mayoría de edad. Hemos crecido y cambiado en este tiempo por si no te has dado cuenta —manifiesto mientras camino hacia la puerta, seguido de mi hermano.

Sin más que decir, salimos de la habitación para dejarlo tranquilo, pues sabemos que de nada servirá darle explicaciones si se resiste a oírnos. Nicolás me vuelve a mirar apenado en el pasillo y entra a su habitación, cerrando la puerta a su paso. Me encierro en mi habitación también.

"Han ganado y para que sepan, estoy muy decepcionado de ustedes y más de ti, Nicolás".

Sus palabras se reproducen en mi mente una y otra vez cuando me quedo de pie, frente al espejo de mi cómoda, mirándome frustrado y desilusionado por haber fallado en mi intento de ser independiente y de querer salir de su sobreprotección...

¿Gané?

No. Claro que no gané.

Él fue quien ganó.

Otra vez.

Siempre gana.

Pero esto se termina aquí. Ya no puedo seguir tolerando las limitaciones que tengo en esta casa. Solo hacen que me siga sintiendo más inútil e impotente cada día que pasa. No puedo trabajar. No puedo ejercer mi carrera. No puedo hacer nada sin antes pedir permiso para hacerlo. No puedo contradecir a papá. No puedo desobedecerlo...

No puedo ser yo.

Lamentablemente, la situación no va a cambiar si sigo viviendo bajo el mismo techo que mi padre. Está claro que, al ser su casa, tendré que seguir todas sus reglas, y no digo que eso esté mal, solo que... hay un límite para todo y ese "límite" lo acaba de cruzar, cuando le dijo a Nicolás que se había decepcionado más de él, que de mí. Sentí que a mi hermano se le cayó el alma a los pies cuando vi su carita y sus ojos entristecidos.

Pues, ya no tendrá motivo para que se siga decepcionando de mí.

Porque me voy.

Camino hasta mi clóset y busco mi maleta de viaje para empezar a guardar mi ropa dentro. Tengo demasiada, pero decido llevar solo lo esencial: unos cuantos polos, un par de camisas, pantalones jeans, medias, ropa interior... Lo suficiente como para vestir por un par de semanas, hasta que papá haya asimilado y aceptado mi decisión, y no intente retenerme cuando vuelva por mis demás cosas. Por ahora, planeo quedarme en un hotel hasta que encuentre un departamento que me guste y me mude por completo. Sé que será difícil, pero nadie dijo que empezar de cero era sencillo.

Meto en la maleta mi laptop y dinero en efectivo que tengo guardado para cualquier emergencia. Después iré a retirar todo lo que tengo depositado en mis tarjetas, porque presiento que papá puede llamar al banco y pedir que las bloqueen. Por último, guardo entre mi ropa el portarretrato de mamá que tengo en mi cómoda.

Ella me acompañará en este nuevo comienzo.

Doy una última chequeada a todo. Miro las demás cosas que se quedan aquí. Miro mi habitación como si fuera la última vez que estaré en ella, aunque sé que solo será un hasta pronto. Suelto un largo suspiro, doy media vuelta para abrir la puerta y la cierro sin mirar atrás porque me duele dejar todo lo que he tenido hasta hoy.

Cierro una puerta, y a la vez cierro una etapa de mi vida que será para mejor.

Sin hacer mucho ruido, camino hasta la escalera y levanto mi maleta para bajar en silencio, con pisadas discretas y aceleradas, pues no tengo mucho tiempo y no quiero arriesgarme a que alguien me vea salir.

Ya en la puerta principal, sin pensarlo, tomo la manija con mi mano y me dispongo a girarla, pero el grito desgarrador de Sigrid, hace que me quede helado e inmóvil.

Miro por encima de mi hombro hacia la escalera.

—¿Qué pasa? —escucho que pregunta Nicolás desde el pasillo.

No pierdas tiempo, Estefano. Sal de una vez. ¡Vamos, sal de la casa! ¡Te pueden ver y será peor!

—¡Tu padre está teniendo dificultades para respirar! —responde Sigrid—. ¡¡¡Llama a una ambulancia!!! ¡¿Dónde está Estefano?!

Dejo las maletas en la puerta y corro escaleras arriba para llegar a la habitación de mi padre. Todo sucede en cámara lenta: los estridentes latidos de mi corazón que palpitan en mis oídos, mis pisadas al subir la escalera, los gritos desgarradores de Sigrid y Nicolás perplejo en la puerta de la habitación de papá.

Entonces llego y lo veo...

Mi padre está desplomado en el suelo, con las manos en el pecho, como si tratara de aliviar un dolor que no lo deja respirar. Sigrid arrodillada a su lado, haciéndole un gesto a Nicolás para que se apresure en marcar a la clínica.

Se lleva el móvil al oído. 

—... necesito que envíen una ambulancia a esta dirección, por favor —habla mi hermano con la voz entrecortada.

No puedo evitar cerrar los ojos al sentir el peso de toda la culpa, invadiéndome con esa extraña y angustiante sensación que te aprieta el pecho para que te arrepientas de tus actos.

No quiero que papá nos deje como lo hizo mamá.

Todo es mi culpa.

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