6
¿Querías jugar a la fiestita?
ESTEFANO.
Vuelvo a recobrar la noción del tiempo, luego del fuerte shock que me acaba de pegar mi hermano. Dejo escapar una larga bocanada de aire y me masajeo el entrecejo con los dedos para relajarme antes de que me dé un infarto aquí mismo.
El pequeño Estefano de los controles de mi cabeza, que se había desmayado hace unos minutos, se vuelve a poner de pie, se acomoda la gorrita y se cruje las articulaciones de los dedos antes de sentarse y darme el visto bueno para poner en marcha el nuevo plan: el escape.
Pero primero debo cerciorarme de que lo que ha visto Nicolás sea cierto. No vaya a ser que sus nervios le hayan jugado una mala pasada y solo le pareció ver a alguien que se parece a papá, y el susto y drama que me he pegado, hayan sido en vano.
—Ya, Nicolás, tranquilízate, ¿sí? —le pido para que deje de respirar fuerte como si quisiera escupir el pulmón por la boca—. ¿Estás seguro de que papá está aquí?
No sé de dónde saca la valentía suficiente para tomarme del brazo y jalarme hasta una de las puertas laterales, que casualmente se encuentran abiertas. Esta entrada conduce a un pasillo por el cual recuerdo haber pasado luego de regresar de la cocina, tras el incidente que tuve con el vaso y los cristales rotos.
—¿A dónde vamos? —inquiero, siguiéndole.
Sin decir nada, abre la puerta de una habitación que está completamente oscura, se da vuelta y me hace un gesto con la mano para que entre rápido. Le obedezco. Ingreso y espero a que mis ojos se adapten a la oscuridad del lugar, luego me doy cuenta de que hay una ventana oculta, detrás de unas largas cortinas de color guinda. Me hace otro gesto con la mano para que nos acerquemos a la ventana y corre un poco la cortina para que pueda mirar a través del vidrio. Es una vista estupenda de la parte principal del jardín.
Y todas mis dudas se disipan cuando mis ojos enfocan a papá entre los invitados que se encuentran ahí. Le hago un gesto a mi hermano para que cierre la cortina mientras me alejo de la ventana y maldigo para mí mismo.
Mier-da.
¿Quién iba a pensar que se tomaría un tiempo para venir a inspeccionar? Porque es obvio que ha venido a eso, a convencerse él mismo de que no estamos acá. Mi corazón no deja de latir rápido por toda la adrenalina que estamos viviendo. Y a pesar de que, estamos a un pelo de que mi padre nos atrape, no me arrepiento de nada. No quería perderme esta fiesta porque sé que es algo muy especial para Peter.
Nicolás me exaspera con su nerviosismo, y como no, si nuestro padre ha llegado a la fiesta que nos prohibió venir. Por un momento, pasé por alto esa idea, ya que él siempre regresa cansado de su trabajo y se encierra en su habitación a leer, o a hacer qué sé yo.
Recorro con la mirada la habitación en la que nos encontramos escondidos como prófugos de la justicia. Es como un almacén con cajas que guardan adornos y objetos viejos que ya no usan en esta casa.
—¿Ahora qué hacemos? —pregunta mi hermano con la poca voz que le queda. Está angustiado y yo también, pero él lo demuestra más.
Okey, ahora solo tenemos dos opciones para salir victoriosos de aquí y llegar a nuestro destino que es la casa de Marco.
Opción 1: Salir de esta casa por algún lugar que no sea el patio principal.
Opción 2: Esperar hasta que papá se vaya.
Pero es obvio que se quedará un poco más de tiempo, hasta encontrarnos o por lo menos convencerse al cien porciento de que no estamos en la fiesta.
Es un viejo muy necio.
—Ya le dije a Peter que mi padre no sabe que estamos acá. —Alza su móvil indicando que el aviso se dio por mensaje. Asiento, pensando que nos hemos quitado una carga de encima con ese mensaje.
—Bien pensado —lo felicito mientras me asomo para mirar por la ventana—. ¡Julieta! ¡Ella se quedó afuera! ¡Papá la puede ver! —exclamo, desesperado como loco psicópata que ganas no le faltan para ir a matar a Julieta y esconder su cadáver.
Nicolás niega con la cabeza.
—Creo que se fue. Yo la perdí de vista hace poco. —Se encoge de hombros.
Suelto un suspiro.
—Eso espero. De lo contrario, estaremos perdidos —le recuerdo.
Mi móvil empieza a vibrar y aparece el nombre de Marco en la pantalla. Lo rechazo porque no es momento de complacer sus ganas de saber cómo nos está yendo. Lo importante ahora, es seguir pensando en alguna salida de este lugar. Mientras más pronto nos vayamos y lleguemos a la casa de Marco, mejor será para nosotros.
El móvil vuelve a vibrar con la llamada de Marco por segunda vez y Nicolás me mira con el ceño fruncido.
—¿No piensas atender? Puede ser importante —aconseja mi hermano, animándome a contestar la llamada.
Asiento con un gesto de fastidio en el rostro y respondo.
—Marco... ¿Qué pasa? —bufo—. En estos momentos no puedo... —me interrumpe.
—¡Estefano, tu padre está viniendo a mi casa! —avisa con total desesperación.
—¡¿Qué?! —contesto mientras me asomo de nuevo por la ventana. Precisamente, mi padre ya no está—. Iremos enseguida —respondo más que alarmado por su flash informativo de último minuto y cuelgo.
—¿Pasa algo? —pregunta mi hermano.
—¡Nicolás, vámonos! —grito a pesar de que él está a mi lado, pero no puedo controlarme. ¡Estoy muy asustado!
"¿Querías jugar a la fiestita? Ahora pues...", se mofa el Estefano de mi subconsciente, aplaudiendo y dando saltitos de burla en su mismo sitio.
Ahora sí, mi plan está siendo manipulado por mi padre.
Salimos rápidamente hasta el pasillo y nos encontramos a Peter con unas cajas de regalos en sus manos. Nos mira con el ceño fruncido al vernos salir tan deprisa de la habitación.
—Su padre se acaba de ir —dice señalando hacia la puerta de entrada de la casa—. ¿Todo bien?
—Sí, Peter, no te preocupes. Nos divertimos mucho, pero hemos tenido un imprevisto y debemos irnos —comento, tratando de no darle muchos detalles. El tiempo es oro en estos momentos. Peter asiente de manera comprensible—. ¿Habrá una salida cerca?
Mira por detrás de nosotros.
—Van de frente y giran a la izquierda —indica, señalando con su dedo índice—. Ahí encontrarán la puerta del jardín trasero.
—¡Gracias! —decimos Nicolás y yo al unísono, y sin dejarlo responder, corremos buscando la salida que nos ha facilitado.
Cuando encontramos la puerta —que por suerte está sin llave—, salimos rápidamente al jardín. Le indico a mi hermano que hay que volver para pedir la llave de la cerca de madera, pero no puedo evitar soltar una risa al verlo trepando y saltándola. Él no es mucho de hacer este tipo de desafíos.
—Es más rápido —me responde cuando ya está del otro lado.
Hago lo mismo, trepo la cerca y salto para la calle. Me sorprende ver a Nicolás haciendo eso, ya que él es el primero en regañarme y decirme que no debemos romper las reglas. Pero en vista de que nuestras vidas están en riesgo, salir trepando la cerca de una casa, como si fuéramos dos ladrones escapando después de haber cometido nuestras fechorías, vale todo o nada. Quizá suene algo dramático, sin embargo, estamos a un paso del castigo.
A la hora de voltear la cuadra, vemos que la camioneta de la mansión en la que se traslada mi padre, desaparece por las calles del vecindario. Entramos rápidamente al coche de Marco, que dejamos estacionado cerca de la vereda. Me pregunto si papá se habrá dado cuenta de eso. Espero que no. Hay muchos autos, no podría haber revisado uno por uno. Creo.
Pongo en marcha el vehículo, mientras Nicolás busca en el GPS un atajo que nos haga llegar más rápido a la casa de Marco, antes que papá. Durante el camino, todo es silencio, supongo que ambos estamos consumiéndonos de miedo y nervios por dentro.
Sinceramente, ¿quién iba a pensar que mi padre llegaría a supervisar a la fiesta? Pero como siempre él, usando en el juego sus cartas bajo la manga. Seguramente no le creyó a Sigrid y vino a cerciorarse él mismo de que no estábamos allí. Ahora, para poner la cereza al pastel de esta noche, y para asegurarse de que todo está bien, irá a casa de Marco en nuestra búsqueda.
Hablando de pastel, ni siquiera pudimos quedarnos hasta que lo partieran.
¡Rayos!
Regreso la mirada a Nicolás, que no ha dicho ni una sola palabra los últimos cinco minutos. Solo se dedica a mirar por la ventana, con la cabeza apoyada en el vidrio.
—¿Ya estás más tranquilo? —le pregunto a mi hermano, con un tono de voz sereno para no terminar con su quietud.
—Al menos ya salimos de la fiesta —responde tratando de ocultar su miedo, pero sus dedos empezando a tamborilear en la ventana, lo delatan.
—No te preocupes, llegaremos antes que él —aseguro y me muestra una sonrisa de boca cerrada. Eso me reconforta.
Me alegra que aún confíe en mí a pesar de que esta noche no salió como pensábamos.
Luego de unos minutos, diviso la casa de Marco desde la entrada del vecindario y estaciono su camioneta a un lado de la vereda. Aún no hay señales del vehículo en el que viene papá. Suelto un largo suspiro, antes de decirme a mí mismo que todo está bien y que estamos a un paso de completar el plan. No obstante, sé que no tenemos mucho tiempo hasta que nuestro padre llegue.
Guardo la camioneta de mi amigo en el garaje y entramos rápido a la casa. Marco ya está en pijama, esperándonos en la sala.
—¡Hasta que por fin! —exclama, levantando los brazos en señal de impaciencia—. Suban rápido y cámbiense.
Levanto los pulgares, junto a una sonrisa victoriosa y subimos a su habitación, seguidos de él. Cojo mi maleta y saco mi ropa que uso de pijama. Me cambio a la velocidad de la luz, poniéndome un polo blanco algo suelto y un pantalón gris de franela que, según Nicolás, me marca el trasero.
Para cuando terminamos de cambiarnos, escondemos las mochilas dentro del armario de Marco y justo en ese momento, el timbre de la casa suena y la voz de mi padre hace eco en el salón principal del primer piso.
—Ha llegado —informa Marco, asomándose por la puerta.
—Estás conmigo, estás con Dios —le digo a Nicolás cuando lo oigo suspirar de alivio. Me mira con la nariz arrugada, en un gesto de "cállate, maldito loco". Levanto una de mis cejas en advertencia y rueda los ojos, ignorándome—. ¡Hey, a mí no me vas a hacer esas muecas! —Empiezo a hacerle cosquillas.
—¡Basta, basta! —pide entre carcajadas, levantando los brazos en señal de rendición. Lo dejo tranquilo y toma la almohada que hay sobre la cama para defenderse por si vuelvo a atacar.
Me felicito a mí mismo por haber cumplido el plan a la perfección, aunque con algo de dificultad y contratiempos, pero ya estamos en casa de Marco y eso es lo importante. Todo ha acabado y estoy orgulloso de haber pisado esa fiesta por lo menos unos minutos.
¡Joder, me siento como un Avenger!
La puerta se abre de golpe y nos hace dar a los tres un respingo. Papá aparece en el umbral y se lleva las manos a la cadera. De pronto, recuerdo que una de mis manos está vendada y la escondo para que no la vea.
—Entonces era verdad lo que decía Sigrid —habla, sorprendido.
—Sería mejor si tocaras antes de entrar —menciono con incomodidad. Quiero desafiarlo por haber querido arruinar mi plan—. Podrías haber encontrado desnudo a alguno de los tres. —Mi hermano y Marco se reprimen las ganas de reír mientras papá me mira serio, y como si no hubiese dicho nada, ignora todo lo anterior.
—Pensé que los encontraría en la fiesta de Peter —confiesa. Por el tono en que lo dice, no sé si es de sorpresa o sarcasmo.
—¿Fuiste? —pregunto, fingiendo no saber.
—Pasé a saludarlo y darle un presente —comenta sin darle mucha importancia.
—Ah —me limito a decir.
— ¿Y qué tal la fiesta? — interviene Nicolás y papá hace un mohín.
—Supongo que bien. —Se encoge de hombros y hace un gesto de desagrado—. Me pareció ver a Julieta muy ebria, llorando con una botella de licor en la mano. —Todos soltamos una carcajada y Nicolás abre los ojos, sorprendido. Yo también.
"El culpable de eso tiene nombre y apellido", comenta mi subconsciente, divertido.
—¿Julieta? —pregunta Marco y me da una mirada discreta. Mi padre asiente y volvemos a reír para disimular.
Pobre Julieta, no la culpo; debe sentirse fatal ver al chico que te gusta rechazarte y bailar con otra chica. Eso hizo que buscara consuelo en el alcohol.
—Iré a hablar con tu padre —le dice a Marco y se despide de todos con un asentimiento de cabeza. Cierra la puerta y todas las miradas se clavan en mí.
—¿Qué le hiciste a Julieta? —preguntan Nicolás y Marco al unísono.
Me encojo de hombros.
—¿Yo? Nada.
—Más te vale. Recuerda que ella está loquita —advierte Marco con una mirada sombría que me causa escalofríos, y más si hablamos de Julieta.
—Debió ser divertido verla borracha —se mofa Nicolás.
En realidad, me da un poco de curiosidad querer ver a Julieta ebria. Aunque pueda ser que se ponga más pesada que cuando está sana. Trato de imaginarla tambaleándose por todo el lugar, sosteniéndose de las paredes para no caer como saco de arroz del supermercado, pero a la vez siento algo de pena, porque lamentablemente no puedo hacer nada para corresponderle. No tengo sentimientos por ella.
—¿Qué te sucedió? —pregunta Marco, mirando mi mano que está vendada.
Y de pronto me viene a la memoria la imagen de aquella chica, cuyo nombre no sé. Los recuerdos invaden mi mente: sus ojos, su cabello, sus delicadas manos cuando vendaba la mía suavemente y lo dulce que era su voz.
Les cuento detalladamente todo lo que sucedió. Desde que la vi pasar en el jardín, hasta que se fue con esa bandeja de alfajores en la mano. Marco y Nicolás escuchan atentos todo el relato, como si se tratase de una historia de amor, de esas que solo suceden en las telenovelas que ve Sigrid en sus ratos libres. Lástima que no puedo decir lo mismo por lo ocurrido. Hasta en esas telenovelas el primer encuentro de los dos protagonistas siempre es satisfactorio y sentimental. Lo mío más se parece a esas escenas cómicas de los personajes secundarios que tienen la finalidad de hacer reír al televidente.
Debo admitir que me siento nostálgico. Soy de esas personas que cuando conoce a alguien y logra impactarme en el primer encuentro, se quedará siempre en mis pensamientos. Me refiero a que, la chica me ayudó con el corte que me hice, y sí, claro que me gustaría volver a coincidir con ella en algún otro momento para agradecerle por lo que hizo hoy.
—Ah, por eso traes esa cara —habla Marco con un gesto pícaro, señalando mi rostro.
—¿Cuál cara? —pregunto, serio.
—Esa cara de tonto. —Me da unas palmadas en la mejilla y me aparto rápido—. Te gusta ella, es obvio.
—¡¿Qué?! ¡No! No puede gustarme alguien que solo vi unos minutos —contesto con un gesto obvio.
—¡El príncipe está enamorado! —comienza a gritar.
—¡No vuelvas a decir eso! Sabes lo mucho que me cabrea cuando lo haces. —Le doy una mirada de enfado para que se calme.
—¿Príncipe? —pregunta.
—Sí, eso. —Pongo los ojos en blanco.
—¡Príncipe, príncipe, príncipe, príncipe! —grita como loco y le lanzo una almohada para que se calle. A veces Marco puede llegar a ser muy molesto e inmaduro—. Es obvio, Estefano, por la forma en que lo narraste. Se ve que te gustó la chica.
—Solo estoy contando algo que me sucedió hoy. —Me encojo de hombros nuevamente—. Marco, es solo una chica. Había muchas en la fiesta.
—Sí, pero de todas las chicas que había en la fiesta, ella fue la única que te ayudó con lo de tu mano, y por lo visto, te ha dejado más tonto de lo que ya estabas —agrega, burlón.
—Porque ella era la única que se encontraba ahí a la hora que me hice el corte —aclaro otra vez y empiezo a perder la paciencia como ya es costumbre cuando estoy con Marco.
—¿No le preguntaste su nombre? —sigue con su interrogatorio.
Suspiro.
—Sí, pero una tía la vino a buscar y la interrumpió. —Hago un mohín—. Bueno, ya está. No creo que la vuelva a ver tampoco...
Marco rueda los ojos y niega con la cabeza.
—¿Cómo sabes que no la volverás a ver? —Bufa—. Nunca sabes si te puedes volver a encontrar a alguien. Ya sabes, la vida es una caja de sorpresas. Yo que tú no descarto las posibilidades. Además, debe tener algún parentesco o relación con Peter, ¿no crees? —Me regala una mirada viperina antes de levantarse de la cama—. Deberías preguntarle por ella mañana.
No estoy tan seguro de querer preguntarle a Peter por ella. No quiero parecer interesado.
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