38
Siempre buscaré o trataré de hacer que te sientas mejor
ESTEFANO.
Hoy es sábado y por fin veré a Narel luego de casi una semana. La verdad, estos días en el trabajo me dejaron muy cansado y al salir de la empresa por las tardes, tenía muchas ganas de llegar a casa y dormir. Sin embargo, he mantenido comunicación con ella y sé que se ha vuelto a incorporar a la clínica después del descanso que le dieron por duelo, tras la muerte de Alicia.
Me pone algo triste saber que no puedo pasar mucho tiempo con ella, acaba de perder a su madre y quiero acompañarla, alegrar sus momentos de nostalgia, pero tampoco quería desaprovechar la oportunidad de trabajo que recibí para ser el gerente de la empresa. Quizá sea algo egoísta, sin embargo, desde hace mucho quería sobresalir por mí mismo, que todos me conozcan por mis acciones, no por ser el hijo del millonario Antonio Arnez y esta propuesta por parte de él, es la mejor opción para salir de la típica vida de chico millonario.
Ahora soy el nuevo gerente general de la empresa familiar y estoy ejerciendo mi carrera, tal como yo quería. Narel está muy contenta por mí y esa es una de mis motivaciones, que ella comparta mi felicidad y me vea cumpliendo el sueño que siempre anhelé desde que terminé la escuela.
Camino hacia mi clóset y escojo mi outfit para el día de hoy: unos pantalones y zapatillas negras, una camisa color azul oscuro y una casaca negra también. La primavera ya está presente en Portland y el clima es totalmente impredecible en estas épocas. Aunque aún se siente un poco de frío, debo estar preparado para una temperatura caliente o una lluvia de media tarde.
Peino mi cabello frente al espejo y rocío perfume sobre la casaca antes de buscar mi móvil y salir.
Por unos segundos, me quedo de pie en el pasillo, mirando la puerta de la habitación de Nicolás, preguntándome a mí mismo si será buena idea tocar para preguntar cómo se encuentra o alejarme para darle su espacio. Al menos ya baja a comer, pero luego sube y se encierra en su habitación todo el santo día. Termino tocando y a diferencia de las veces anteriores ya responde y me dice del otro lado que pase.
Ingreso y me apoyo en el umbral de la puerta mientras veo cómo se sostiene sobre sus codos para incorporarse, está aún metido en la cama a pesar de que ya son las diez de la mañana.
Noto que su cabello está despeinado, tiene los ojos entornados y luego de analizar mejor su aspecto, caigo en la cuenta de que lo he despertado.
—Iré donde Narel... ¿Deseas ir? —pregunto, dándole una sonrisa de boca cerrada para que no reaccione de forma violenta, cosa que no es común en él, pero sé que cuando alguien está con los ánimos de Nicolás, lo más probable es que reaccione violento. Niega con la cabeza y se vuelve a meter debajo de las sábanas—. Vale. Le daré tus saludos —continúo, tratando de contagiarle mis buenos ánimos, pero no recibo respuesta y salgo de su habitación, cerrando la puerta.
Bajo las escaleras y saludo a Sigrid que se encuentra poniendo la mesa para servirme el desayuno. Mi padre está leyendo el periódico mientras ella le sirve la taza de café para calentar su mañana.
—¿Saldrás? —inquiere él con curiosidad.
—Así es —respondo, tomando asiento a su lado—. Iré donde Narel.
Una sonrisa de boca cerrada se forma en sus labios.
—La saludas de mi parte, por favor —me pide y asiento, dándole un bocado al sándwich de jamón que está en uno de los platos de la mesa.
—Llévale unos sándwiches también —interviene Sigrid, dejando a mi lado una caja de cartón como esas donde vienen las pizzas.
—¡Uy! A ella le encantan tus sándwiches —confieso y no puedo evitar soltar otra sonrisa—. ¿Les parece si se los llevo antes de que se enfríen?
Los veo asentir a ambos y me pongo de pie, cogiendo la caja entre mis manos.
—Está bien, ve con cuidado —habla mi padre sin quitar los ojos del periódico.
Debo aceptar que usé los sándwiches como excusa para salir más rápido de ahí, pues los desayunos con mi padre me parecen algo aburridos. Prefiero sentarme a la mesa con Nicolás, bueno con el otro, no con el de ahora, y molestarlo con sus decepciones amorosas y sus gustos raros de todo. Es gracioso ver cómo se avergüenza de sí mismo, claro sin hacerle sentir mal y bajarle la autoestima.
Conduzco con dirección hacia la casa de Narel y por suerte no hay mucho tráfico a estas horas, hoy la mayoría de personas en la ciudad descansan, no trabajan y agradezco a Dios y al universo que Narel también. Estoy ansioso por pasar el día con ella y contarle todo lo que hice esta semana.
Estaciono frente a su casa y me paso la mano por el cabello para arreglarlo antes de bajar y tocar a su puerta. El aire matutino me golpea suavemente la piel del rostro y subo más el cierre de mi casaca para amortiguar el frío de la mañana.
—Te extrañé, eh —digo mientras le doy a Narel un beso en la frente.
—Yo también —responde, mirándome tierna.
Cierra la puerta después de que hayamos ingresado y su perro me da la bienvenida como lo hace habitualmente: acercándose y moviendo su colita. Lo acaricio en la cabeza, tal como le gusta y después me siento en el sofá y Narel hace lo mismo a mi lado. Aún tiene puesta su pijama y le doy una mirada rápida.
—Te queda mejor mi ropa como pijama —bromeo y mira su polo de Piolín algo decepcionada. Le regalo una risita corta para que sepa que todo está bien—. ¿Qué quieres hacer luego? —pregunto, jugando con un mechón de su cabello, enredándolo en mi dedo—. Pensé que podríamos ir a comer algo después. —Me encojo de hombros.
Asiente, satisfecha.
—Me parece bien —contesta, dejando su cabeza sobre mi hombro—. Así recuperamos el tiempo que no nos vimos esta semana.
—¿Qué te parece si lo recuperamos ahora? —Bajo la cabeza hasta su cuello y dejo unos cuantos besitos en él, haciendo que su cuerpo se estremezca entre mis brazos.
Narel se incorpora, coge uno de los cojines del sofá y me golpea en el hombro. La tomo rápidamente de la cintura y la apego hacia mí para darle un beso corto en la boca. Con eso la detengo.
—¿Deseas que te traiga un té? —pregunta, poniéndose de pie y asiento varias veces.
Camina hacia la cocina y voy detrás de ella para no quedarme solo en la sala. La idea de estar en la misma casa donde descansan los restos de Alicia en un cofre con sus cenizas, me da un poco de pavor. No vaya a ser que me jale las patas...
Saca una taza del estante y pone la bolsita de té filtrante dentro de ella.
—¿Ysabel? —pregunto, desinteresado.
Toma la tetera y sirve el agua caliente, haciendo que la bolsita pinte el interior de la taza de un color café oscuro.
—Salió temprano a dejar algunos diseños a la empresa donde trabaja.
Recibo la taza sobre un plato del mismo tamaño.
—Gracias —expreso y caminamos de vuelta hacia el sofá—. ¿Sabes? Marco ha estado preguntando por ella.
Veo cómo hace un gesto de asco y rueda los ojos.
—No creo que mi amiga caiga tan bajo como para salir con él —responde.
—¡Hey! Marco es mi amigo —le recuerdo y pone los ojos en blanco.
—Pero, amor... —protesta, colocando su cabeza sobre mi hombro otra vez—. Tú sabes que Marco es un mujeriego. Solo la lastimaría.
En eso tiene razón, Marco tiene mala fama de ser mujeriego e infiel, pero de lo mucho que conozco a mi amigo, sé que tiene su corazoncito bien al fondo. Aunque entiendo que Narel quiere proteger y buscar algo mejor para su amiga.
—Ahora que estamos aquí, solo los dos... ¿Sabes si Nicolás tiene malas juntas o has observado algo inusual en él? —inquiero, tomando un sorbo de té.
Su ceño se frunce y retoma su postura erguida a mi lado.
—¿Por qué lo dices? —me devuelve la pregunta.
—Ha estado raro en estos días —comento, entornando mis ojos hacia un lugar de la casa, tratando de recordar—. Es como si estuviera pasando un momento de depresión. Un par de días no bajó a comer. Ahora sí ya lo hace, aunque se la pasa todo el día encerrado en su habitación.
Niega con la cabeza.
—No, la verdad no —asegura, mirándome confundida—. Se me hace muy extraño lo que me cuentas.
Asiento.
—Me preocupa, pero creo que será cuestión de días para que se le pase —declaro, esperando que así sea.
Puedo observar en su rostro la repentina preocupación que le he generado con mi pregunta sobre Nico. Ambos han entablado una buena relación como para que se cuenten todas sus cosas.
—¿Crees que pueda hablar con él? —pregunta, inquieta y me encojo de hombros.
—Conmigo no quiso, pero nada se pierde con intentar, ¿no?
Narel suelta una sonrisa motivadora mientras asiente aceptando, quizá Nicolás sí desee hablar con ella. Nada mejor que hablar con una buena amiga cuando uno se siente mal.
La puerta se abre y aparece Ysabel, estremeciéndose por el frío. Me regala una sonrisa encantadora al verme y se acerca a saludar luego de dejar su bolso sobre el sofá que está cerca a la puerta.
—Hola, Estefano —dice.
Me pongo de pie para devolverle el saludo con un beso en la mejilla.
—¿Qué tal? —pregunto, tratando de ser amable.
—Bien, adaptándome a mi nuevo hogar. —Le da una mirada cómplice a Narel—. Me comentaron lo de tu nuevo trabajo. ¡Felicitaciones!
—Me alegro mucho de que estén viviendo juntas y gracias por tus buenos deseos. —Asiento antes de volver al lado de Narel—. Me la voy a llevar a mi casa un momento. —Paso mi brazo por detrás de los hombros de mi novia—. ¿Por qué no vienes con nosotros? —la invito.
Ysabel niega, apenada.
—No quiero molestarlos, me quedaré aquí a ver una serie —responde.
Hago un ademán para restarle importancia.
—No molestas, al contrario, acompáñanos —insisto.
Lo piensa unos segundos, mirando a Narel que asiente para que acceda a venir con nosotros y alzo las cejas, insistiéndole más.
—Vale, acepto.
***
—Okey, tranquila, si no quiere hablar lo dejas y sales —le susurro a Narel como un detective en una misión secreta.
Estamos frente a la puerta de la habitación de Nicolás, me acerco un poco y coloco el oído para escuchar.
—¿Qué haces? —pregunta, mirándome confundida y le hago una señal con mi dedo índice sobre mis labios para que guarde silencio.
—Trato de saber si está dormido o despierto para no interrumpirlo —indico.
—O podemos tocar para saberlo —dice obvia, dando tres toques en la puerta.
Se escucha un "adelante" ahogado del otro lado de la puerta y Narel asiente para luego ingresar a la habitación, dejando la puerta entreabierta.
Asomo un ojo en la abertura que ha dejado y veo cómo Narel avanza hasta la cama donde la espera Nicolás con la mirada más triste que he visto en él durante todos estos años. Se unen en un abrazo y el castaño empieza a sollozar en su hombro. Se me parte el alma al verlo así tan destrozado por lo que sea que está pasando ahora. Las lágrimas han enrojecido sus ojos.
Me aparto de la puerta y camino por el pasillo para luego bajar hacia la sala donde se encuentra Ysabel conversando con Sigrid.
—Ya están hablando —informo más aliviado, sentándome en uno de los sofás.
—Gracias a Dios —responde Sigrid, juntando las manos en señal de gratitud.
—Al menos tendrá alguien con quien desfogarse —interviene la blanquita de ojos grandes—. Créanme hablar con ella le hará sentirse más tranquilo.
La miro y asiento.
—Eso espero.
Sigrid da un pequeño salto.
—¡Ay, perdón! ¡Qué descortés soy! ¿Deseas algo de beber? —le pregunta a nuestra invitada.
Ysabel le regala una pequeña sonrisita.
—Solo agua, por favor —sugiere y Sigrid asiente, saliendo con dirección a la cocina a traerle la cortesía a Ysabel mientras yo me quedo con ella en la sala—. Y cuéntame, Estefano, ¿qué tal tu semana de trabajo?
—Complicada, pero tengo la esperanza de que la que viene será mejor —aseguro, haciendo un mohín.
—Me imagino, en la empresa para la que trabajo es igual, sin embargo, uno se adapta a esa rutina. Y ya me acostumbré, aunque sigue siendo algo ajustado mi tiempo —explica.
Suelto un corto suspiro.
—Lo más probable es que vea a Narel solo una vez por semana o quizá solo los sábados y domingos —le comento no tan seguro.
Me da una sonrisa triste y asiente.
—Por eso no tengo una relación, a las justas tengo tiempo para respirar —contesta, rodando los ojos de manera graciosa.
Río unos segundos por lo último que acaba de decir.
—Ya llegará alguien a quien le dediques cinco minutos de tu apretada agenda —menciono.
Veo sus labios arquearse en forma de media luna mientras niega con la cabeza.
—La verdad no. Soy muy difícil de enamorar, no creo en palabreos —manifiesta con una mueca de descontento.
Sigrid nos interrumpe, trayendo el vaso de agua para mi acompañante y ella agradece cuando se lo entrega.
—Bueno, los dejo para que platiquen —nos dice antes de volver por donde vino.
Miro con atención cómo da un sorbo al vaso con agua y lo deja en la mesita de centro. Mi móvil vibra, anunciándome la llegada de un mensaje y lo deslizo por mi bolsillo para revisar.
Marco: ¿Estás libre mañana, principito?
Estoy a punto de responderle, pero su llamada entrante aparece en la pantalla.
Miro a Ysabel que también me mira, atenta.
—Dame un segundo, por favor —pido y la veo asentir. Me pongo de pie para atender la llamada de Marco—. Dime —respondo con el móvil en el oído.
—Príncipe —inicia diciendo del otro lado de la línea—. ¿Mañana crees que me puedas acompañar a Seattle? Tengo que ver a un paciente allí —agrega con tono obvio—. Vamos, di que sí para no aburrirme en el viaje.
—Okey, está bien. No me vendría nada mal un relajo —comento, sobándome el entrecejo con los dedos.
—Vale, principito. —Ríe, jocoso—. Entonces, ¿paso por ti a primera hora?
—Si me dices príncipe una vez más, no te acompaño —advierto con voz seria.
—Okey, okey, no diré nada. Nos vemos mañana.
—Vale. —Cuelgo y regreso hacia donde está la amiga de Narel. Me mira curiosa mientras bloquea su móvil y lo deja en la mesita para retomar la plática—. Era mi mejor amigo Marco —informo sin interés.
Asiente, pensativa.
—¿El chico que estaba contigo en el velatorio de Alicia? —menciona con un gesto obvio.
Mi ceño se frunce.
—¿Lo recuerdas? —le pregunto.
—Sí, se presentó ese día —informa.
Ruedo los ojos, recordando aquella noche.
—Oh, sí... Digamos que es algo confianzudo —manifiesto con una sonrisa porque me causa gracia la actitud de mi amigo—. Quiere que lo acompañe mañana a Seattle. Él es pediatra.
Me mira con sorpresa.
—No lo sabía. Pensé que era uno más de esos riquillos que no trabajan y solo buscan chicas para pasar el momento y mantenerlas como un Sugar Daddy, aunque para ser sinceros, se veía elegante, presentable y muy joven para ser un Sugar —declara y se encoge de hombros.
Alzo una ceja.
—Eres muy observadora —le comento—. Y no, Marco no es un Sugar Daddy. —Hago comillas con mis dedos, haciendo énfasis en la última palabra y ambos reímos.
Los pasos de dos personas nos hacen guardar silencio. Narel baja la escalera con Nicolás, abrazándolo de lado y siento un gran alivio al ver a mi hermano con una mirada de ilusión en sus ojos. Está peinado y ya no viste su pijama de puntos verdes. Sus ojos están algo rojos y ojerosos, pero eso no le quita lo agraciado que es su rostro.
—¿Todo bien? —pregunto y ambos asienten.
Aunque Nicolás no haya dejado por completo toda la tristeza, creo que salir de su habitación para algo más que comer es un gran avance. Espero que en los próximos días vuelva a ser el Nicolás que todos conocemos.
—¡Oh! Así que él es el famoso Nicolás —dice Ysabel, acercándose—. Sí que es tan tierno como dijeron.
Le da un abrazo y él lo corresponde en silencio.
—¿Por qué no lo llevas a dar un paseo? —le sugiere Narel a su amiga, dándole unas palmadas a Nicolás en la espalda—. Nosotros los esperamos acá.
Ysabel toma del brazo a Nicolás.
—Sí, eso te hará distraerte y sentirte mejor —expresa ella con emoción. Veo que le agrada mucho la idea de salir con Nicolás.
Mi hermano asiente en silencio y empiezan a caminar hacia la puerta.
—¡Que se diviertan! —se despide Narel.
Me giro para verla y la tomo de las manos.
—De verdad muchas gracias, amor.
Niega con la cabeza.
—Sabes lo mucho que los quiero a los dos y puedo hacer lo que sea por ustedes. —Me da una sonrisa de boca cerrada.
Aprovechamos que los demás están en sus habitaciones para ir a la sala de películas a pasar la tarde en lo que esperamos a que Nicolás e Ysabel vuelvan.
Seguramente se preguntarán: ¿También hay una sala de películas en la mansión? Pues sí, la hay. Se encuentra en uno de los pasillos del primer piso, un lugar poco concurrido, pero que se utiliza en tiempos libres. Es una sala oscura y tiene tres sofás frente a un televisor de pantalla gigante.
Nos sentamos y tomo el control para buscar una película en Netflix.
—Te mentiría si te digo que ya me vi todas esas películas —admite ella y le hago un puchero como niño pequeño.
Finalmente, terminamos viendo "La Bella Durmiente" de Disney. Ella está sentada y yo acostado a lo largo del sofá. Mi cabeza descansa sobre su regazo mientras juega con mi cabello, enredándolo en sus dedos.
—Ya me aburrí de ver eso —le digo, apoyándome sobre mis codos para esconder mi rostro en su cuello, haciendo que se estremezca cuando mi cabello cosquillea su piel—. ¿Por qué no hacemos algo más interesante?
Succiono su piel con mis labios para luego subir hasta sus labios, atrapándolos con un beso. Ella acepta los míos y empieza una batalla entre ambas bocas, mis manos bajan, tocando su cuerpo hasta llegar al botón de su pantalón.
***
Muevo las caderas en forma circular y aumento la velocidad de mis embestidas cuando siento que voy a llegar al clímax y termino corriéndome dentro de ella.
—Luego te compraré unas píldoras —le digo con la respiración agitada mientras ella asiente—. Es una locura haberlo hecho aquí —menciono, mordiéndome el labio inferior.
Retiro mi miembro y busco mi ropa que está tirada en el suelo.
—Podíamos haber corrido el riesgo de que alguien entre y nos atrape —responde en tono de reproche.
Me encojo de hombros.
—Valió la pena la adrenalina —bromeo y le doy un beso corto para ayudarla a vestirse rápido.
Abrocho el botón de mis jeans y me pongo el polo, le doy una peinada improvisada a mi cabello con mis dedos y acomodo el sofá, dejando los cojines sobre este.
Salimos por el pasillo que conecta esta habitación con el salón principal de la casa y llegamos a la sala donde, para nuestra sorpresa, ya nos esperan Nicolás e Ysabel en el sofá, hablando amenamente como si se conocieran de mucho tiempo.
—Llegaron más pronto de lo que esperaba —expresa Narel cuando estamos a unos metros de ellos.
Ysabel asiente.
—Sí, Nicolás sentía frío y empezó a estornudar —responde, sobándole el brazo y ahora entiendo por qué él tiene puesta una polera. Como lo dije antes, la primavera es impredecible.
—Las llevaré a casa —ofrezco amablemente y ellas asienten, aceptando.
Cogen sus bolsos del sofá y salimos hacia donde está estacionada mi camioneta. Para mi absoluta sorpresa, Nicolás se anima a acompañarnos y me parece bien porque no quiero que se sienta solo y vuelva a caer en esa depresión o al menos mi idea es intentar que salga un poco más. Sé que la tristeza no se le irá de un día para otro, pero estoy seguro de que con amistades cerca, ayudándolo, lo podrá superar poco a poco.
Dentro del vehículo nos sentamos como siempre: Narel a mi lado y Nicolás con su nueva amiga atrás. Me abrocho el cinturón de seguridad y pongo en marcha la camioneta hacia la casa de mis dos acompañantes.
Le cuento a Narel sobre el viaje que haré mañana para acompañar a Marco a Seattle.
—Estoy pensando mañana llevar a Nicolás a Seattle conmigo —le susurro a Narel cuando pasamos cerca de la catedral—. Quizá le diga a Christhoper para que también nos acompañe. Él y Nico son buenos amigos. Además, ya no nos visita muy seguido.
Me mira con los ojos bien abiertos, haciendo de inmediato un gesto de desaprobación.
—No, no lo lleves a Seattle, ni tampoco llames a Christhoper. —Bufa—. No preguntes el porqué, no te responderé.
¿Okey?
¿Christhoper tiene algo que ver en esto?
Esperen... ya me perdí.
¡Rayos!
—No te preocupes —respondo, volviendo a concentrarme en manejar—, no lo haré.
Cuando pasamos por una farmacia que está cerca de la casa de Narel, estaciono y salgo para comprarle la píldora anticonceptiva. Ella me mira desde la ventana y trato de ser lo menos obvio posible cuando la farmacéutica me entrega el pedido. Regreso a la camioneta y guardo la bolsa en uno de los compartimientos del volante.
Finalmente, luego de un par de calles llegamos a nuestro destino. Salimos de la camioneta y acompañamos a las chicas hasta la puerta de su casa. Le doy a Narel la bolsita con la píldora cuando Nicolás e Ysabel están despistados y le hago una señal para que la guarde. La esconde en la manga de su polera.
—Mañana te escribo a la hora que estoy viajando con Marco —aseguro, dándole un beso corto antes de que entren a casa.
—Vale, espero que la pases bien y te diviertas —responde.
Asiento acariciando su mejilla con el dorso de mi mano.
Me alegra que a pesar de que Marco no es de su agrado, me tenga la confianza suficiente para dejarme salir con él. Al fin y al cabo, es mi mejor amigo y sabe que no me puede prohibir cosas, siempre y cuando le dé su lugar.
Me despido de Ysabel con un beso en la mejilla y le hago un gesto Nicolás para irnos. Él se despide de ellas también.
—Ya sabes, cualquier cosa me escribes y aquí estoy para sacarte a distraerte —le recuerda Ysabel desde el umbral de la puerta. Nicolás asiente y le da una sonrisa de agradecimiento.
Volvemos a la camioneta y Nicolás está con más humor que esta mañana. Enciendo el vehículo y me tomo un momento para dedicárselo a mi hermano, quien ha tomado ahora el asiento del copiloto. Revisa su móvil y responde una conversación, haciendo un gesto de fastidio. Luego baja el vidrio de la ventana hasta la mitad.
—Hey, está haciendo frío —aviso.
Me mira algo tímido.
—Solo será por un momento —indica, quitando la mirada y asiento para mí mismo.
—¿Te sientes mejor? —pregunto sin mirarlo. Intimidarlo no es mi intención.
Veo por el rabillo del ojo que le da otra revisada a su móvil.
—Me siento más tranquilo, gracias —contesta.
Suspiro, asintiendo otra vez y quito las manos del volante.
—Nicolás —lo nombro y me mira rápidamente—. Quizá no seamos tan unidos ni tenemos la confianza para contarnos lo más íntimo que nos pasa, pero, ¿te digo algo?... Siempre buscaré o trataré de hacer que te sientas mejor. Estaré para ti, aunque no sepa lo que te ocurre y me puedes buscar si deseas algo, bueno, ahora que estoy trabajando no estaré mucho en casa, sin embargo, si es algo grave me puedes llamar. No sé si me dejo entender, la verdad no soy bueno para decir estas cosas.
Asiente con una pizca de diversión en su rostro.
—Tranquilo, sí entendí. Gracias.
Le doy una sonrisa de boca cerrada y me acerco a él para besar su frente. Con eso le digo lo mucho que lo quiero y lo importante que es para mí.
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