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Gerente general


ESTEFANO.

—¡Joder! —refunfuño cuando el semáforo se pone en rojo y tengo que esperar los setenta segundos para que cambie de color.

Estoy de vuelta a casa luego de pasar tarde con Narel en la suya, pues quiso acompañar a su amiga Ysabel que se sentía deprimida por haber sido corrida de su apartamento. También la llevé a recoger las cenizas de su madre al crematorio y luego le armaron una especie de altar en la sala para colocar la urna de cerámica donde ahora descansan los restos de Alicia.

Cuando el semáforo cambia de color, piso el acelerador para continuar el camino que todavía me falta recorrer para llegar a la mansión. El cielo empieza a ponerse de color violeta y para cuando cruzo la reja de patio principal, ya está completamente de azul oscuro.

Rodeo el pequeño jardín que hay en el medio y doblo hacia donde está el garaje para guardar mi camioneta. No quiero dejarlo a la intemperie, el clima en estas fechas es algo impredecible.

Ingreso por la puerta que da a la cocina y siento que el ambiente huele al exquisito Omelet que prepara Sigrid para la cena a veces. Ella no se encuentra aquí, eso quiere decir que ya sirvieron la cena.

—Hola —saludo, ingresando al comedor donde están todos y ocupo mi lugar en la mesa—. Padre, buenas noches.

Papá me mira y me da una sonrisa curiosa. Muy inquietante.

—Qué bueno que llegas, Estefano. Quiero darles una noticia, especialmente a ti —anuncia.

—¿De qué se trata? —pregunto mientras descubro mi plato.

Él se limpia los labios con una servilleta y se incorpora, juntando las manos en la mesa.

—Luego del preinfarto que tuve hace un tiempo, he tenido otros signos de volver a sufrirlo. No se preocupen que está todo controlado. Acudo a consultas médicas dentro de mi horario de trabajo y a raíz de la muerte de la madre de Narel, he reflexionado y pensado en muchas cosas. Hoy estuve platicando con mi equipo de trabajo y junto a ellos, he tomado a la decisión de dejar mi cargo en la empresa —comenta con una sonrisa triste en el rostro.

Sigrid, Nicolás y yo nos miramos como si no creyéramos lo que acabamos de escuchar.

—O sea, ¿tiene que pasar lo de la muerte de Alicia para que nos valores? —inquiero, fingiendo estar desconcertado.

Hace un gesto de disgusto, pero parece hacer caso omiso a mi fallida broma.

—Narel es muy joven y Alicia le debe hacer mucha falta ahora. —Todos asentimos, pensando en lo difícil que debe ser para ella—. Y yo no quiero que pase lo mismo con ustedes. Es por eso que he decidido que, Estefano va a ocupar mi lugar en la empresa.

Lo último me deja pasmado.

¿Acaso dijo lo que nunca pensé que diría?

Veo en mi mente cómo el anhelo que tengo desde que terminé la universidad se hace realidad. Recreo una escena mía, entrando al edificio con un terno plomo y mi maletín en mano para luego sentarme en mi sillón giratorio detrás de mi escritorio.

—¿En serio? —pregunto aún con los pensamientos en mi cabeza.

—Pues sí —afirma, dándome una mirada obvia—. Quiero que empieces desde mañana. ¿Te parece? —propone y asiento rápido con una sonrisa de oreja a oreja—. Gracias, Sigrid. —Se limpia con la servilleta de nuevo y pide permiso para retirarse.

Sigrid me toma la mano y me muestra una sonrisa asombrada, igual a la mía. Se pone de pie y me abraza, está feliz al igual que yo, porque iré por mis sueños.

Volteo a ver a mi hermano que termina su cena lentamente y tiene la mirada perdida en su plato. Frunzo el ceño, tratando de comprender si algo que ha dicho mi padre le ha molestado tanto como para que no diga ni una sola palabra. ¿Acaso no está feliz por mí?

Le doy una mirada cómplice a Sigrid que se encoge de hombros al no saber qué le pasa.

—Nicolás —lo nombro, pero sigue en sus pensamientos—. ¡Nicolás! —vuelvo a decir, levantando un poco la voz. Oye mi llamado y me mira confundido—. ¿Te pasa algo? Estás callado... ¿Es por lo que dijo papá?

Se queda pensando unos segundos como si tratara de buscar la respuesta en algún lugar de la mesa y niega con la cabeza mientras se pone de pie.

—Lo siento, es solo que no he dormido bien —asegura, dando unos pasos, pero recuerda algo y se gira para decirlo—: Gracias, Sigrid, por la cena.

Y se marcha así de repente.

Vale, eso fue raro y es más que obvio que aquí pasa algo con él.

Tengo que averiguar qué es.


***


A la mañana siguiente me levanto temprano para hacerme el aseo respectivo e irme a mi primer día de trabajo.

Ahora soy el nuevo gerente general de la empresa familiar.

Salgo del baño y busco en mi clóset el traje que quise usar siempre para este día. Consta de un saco y pantalón de color plomo, la corbata del mismo color y camisa negra.

Me cambio y me pongo frente al espejo de cuerpo completo para ver cómo me queda. Se ajusta muy bien a mi cuerpo. Vuelvo hasta donde está la cómoda en mi habitación, rocío perfume en la camisa y me doy una última revisada antes de salir hacia el comedor. Bajo las escaleras más que emocionado por el día que está por iniciar y camino hasta la cocina donde Sigrid me espera con mi desayuno listo en la mesa. Me lo entrega en un pequeño táper sandwichero y el café en un envase parecido al que dan en Starbucks.

Le agradezco mientras me da un abrazo de suerte para que me vaya bien y salgo hacia donde está la camioneta con Peter esperando dentro de ella.

El vehículo se pone en marcha, y a pesar de la experiencia que tengo desde que ocupé el lugar de mi padre la vez anterior, tengo los clásicos nervios del primer día.

Esta vez llego para quedarme.

—Felicitaciones por su nuevo puesto, joven Estefano —dice Peter, mirándome a través del espejo retrovisor.

—Gracias —respondo, dándole una sonrisa—. Peter ya te dije muchas veces que no me llames joven. Dime solo Estefano. —Me encojo de hombros—. Tenemos casi la misma edad. Es como la tercera vez que te lo pido —suelto una corta risa y me doy cuenta de que tengo el buen humor, elevado al cien porciento.

—Eso es cierto —concuerda él.

—¿Vendrás por mí a la hora de salida? —le pregunto.

—Sí, a la misma hora —confirma con un asentimiento de cabeza.

—Vale.

El sonido de notificación de mi móvil, me avisa que tengo un nuevo mensaje. Lo deslizo por mi bolsillo y desbloqueo la pantalla.

Narel: Suerte en tu primer día, amor.

Sonrío al verlo y no tardo ni un minuto en responder.

Yo: Gracias, tú también ten un buen día. Pasaré a verte a la salida.

Ayer estaba tan emocionado que llamé rápidamente a Narel para contarle todo. Por supuesto ella se alegró, pues ambos conversamos sobre esto cuando tocamos el tema sobre lo que queríamos para nuestro futuro o el futuro de cada uno, independientemente de la relación.

Por ser temprano no hay exceso de tráfico en el centro de la ciudad, pues siempre a primera hora todos van camino al trabajo, a la escuela y a hacer compras. Gracias a ello, llegamos en un dos por tres al edificio de la empresa. Peter estaciona cerca de la entrada, le agradezco y me quito el cinturón de seguridad antes de salir.

Cuando cruzo la puerta de vidrio que es la principal del edificio, todas las miradas caen sobre mí, algunas de confusión, otras de asombro y, para evitar que me reprenda delante de todos, saludo a la amargada de Mónica que está en la recepción con el móvil en la mano. Me mira, desconcertada a la vez que le guiño un ojo y continúo mi camino.

Entro al ascensor y juego con mi dedo en las luces de los botones mientras voy subiendo al último piso que es donde está mi oficina. El ascensor se detiene y las puertas se abren, dejando a la vista la recepción. Noto que Daniela aún no ha llegado, lo cual se me hace raro porque es una de las personas más puntuales que conozco. Avanzo y veo que la puerta está abierta, la venezolana se encuentra acomodando unas carpetas en el escritorio.

Camino despacio, entrando a la oficina.

—¡Hola! —saludo y da un pequeño respingo al escucharme.

—¡Ay, Estefano! ¡Me asustaste! —Cierra los ojos y suspira para dejar pasar el susto que le he dado—. Llegó el nuevo jefe —Me da una sonrisa divertida.

—Nuevo jefe, misma secretaria —comento, haciendo un gesto de negación, bromeando.

Se cruza de brazos y alza las cejas.

—Entonces haré una solicitud para cambiar de puesto con Mónica —me propone y de seguro mi expresión debe ser de total desagrado porque se está riendo a carcajadas.

De hecho, antes Mónica era la secretaria de mi padre, pero a raíz de los cambios de humor que tenía ella, él decidió darle el puesto de recepcionista y a Daniela el de secretaria y asistente de gerencia, a lo que yo me pregunto: ¿Por qué una malhumorada estaría a cargo de recepción? Se supone que tiene que recibir bien a los asistentes, ¿no?

—Ni lo pienses —respondo, acercándome para saludarla con un abrazo y camino a mi escritorio para sentarme y dar una vuelta en la silla, tal como me lo imaginé en mi subconsciente ayer.

—En lugar de estar dándote vueltas como carrusel, deberías estar preparándote para lo que se te viene —me anticipa ella.

La miro extrañado.

—Ya estuve aquí antes —contesto, haciendo un ademán para restarle importancia.

—De reemplazo. —Se lleva las manos a la cadera como modelo de televisión.

—Lo sé. —Hago un mohín y ella niega con la cabeza.

—Dentro de cuarenta y cinco minutos tienes una presentación en el auditorio —informa, revisando su reloj de pulsera.

—¿Qué? —pregunto, poniéndome de pie, sorprendido.

Me mira divertida a la vez que se dirige hacia la puerta.

—Bienvenido, nuevo jefe —dice sarcástica y la cierra al retirarse.

Mi padre no me comentó nada acerca de una actividad en el auditorio. Tengo exactamente cuarenta minutos para comer mi sándwich y tomar el café que preparó Sigrid. Lo busco por todas partes y recuerdo que llegué con las manos vacías aquí.

¡Carajo!

Dejé todo en la camioneta.

Me llevo las manos a la cabeza, comenzando a pensar que he iniciado mi día con el pie izquierdo. Mi estómago empieza a sonar de hambre, haciendo que entre en modo de supervivencia y piense en pedirle ayuda a Daniela para que me ordene algo de desayunar.

Los repentinos toques en la puerta hacen que me preocupe por un instante, creyendo que han venido por mí para llevarme al auditorio, pero suspiro, aliviado cuando veo a Peter entrar con mi táper de desayuno en la mano.

Me pongo de pie para que me lo entregue y dejo todo sobre el escritorio.

—Te debo una —le agradezco y me da una sonrisa mientras se despide con un movimiento de mano para luego salir por la puerta.

Aprovecho el tiempo que me queda para comer y cepillarme los dientes antes de salir en dirección a mi primera actividad oficial como gerente de esta empresa.

Me arreglo el saco cuando estoy saliendo a la recepción. Daniela ya me está esperando para ir hacia el auditorio, tomamos el ascensor y en el camino le pregunto de qué trata lo que se llevará a cabo allí.

—Solo te van a presentar como el nuevo gerente ante todos los trabajadores —responde, revisando la agenda que trae en las manos—. Ah, luego de eso, el resto del día tienes reuniones con los socios para presentarte y dialogar sobre los proyectos que hay en marcha.

Asiento algo nervioso, no he preparado un discurso o algo parecido, sin embargo, espero que no sea importante hacerlo. Al llegar, entramos por la mitad de una puerta que me hace recordar la entrada del cine, los asientos están igual, de menor a mayor altura.

Saludo a Gabriel quien me presenta a Eduardo, el maestro de ceremonias de los eventos que siempre se realizan aquí. En los próximos veinte minutos, esperamos a que lleguen la mayoría de trabajadores; el auditorio se llena hasta la mitad y me doy cuenta de que mi padre está sentado en primera fila. Daniela se mantiene a mi lado y saluda a mi padre con la mano, él le responde de la misma manera, acompañado de una sonrisa.

El pequeño Estefano de mi subconsciente tiene ganas de asfixiarlo ahora mismo por no haberme avisado sobre esto.

—Muy buenos días con todos —saluda el maestro de ceremonias, dando unos toquecitos en el micrófono para cerciorarse de que funciona perfectamente—. Hoy se ha reunido a todo el personal administrativo de esta empresa para dar a conocer sobre un cambio muy importante. Por favor, quiero invitar a este podio al señor Antonio Arnez, nuestro gerente general.

Los aplausos retumban por el pequeño auditorio y mi padre sube al escenario desde donde vemos a todo el público. Me saluda con un estrechón de manos, al igual que al presentador y toma la palabra desde el podio que tiene tallado el logo de la empresa en la parte delantera.

—Muy buenos días con todos los presentes. Hoy es un día muy especial para mí, pues he decidido culminar mi etapa como gerente general de la empresa. Cargo importante que me llevó a permanecer muchos años en este lugar, que se ha convertido en mi segundo hogar y que ahora, por motivos personales y de salud, estoy dejando. Quiero agradecer en primer lugar y de forma general a todos ustedes, que han crecido laboral y profesionalmente en estos años. Juntos hemos aprendido muchas cosas en el camino. Gracias por poner su entera confianza en mí y me voy, llevándome una bonita experiencia y muchos recuerdos gratos. Estaré visitándolos por aquí muy seguido... —Los aplausos se hacen presente de nuevo y papá se gira para mirarme—. Quiero presentarles a quien ocupará mi lugar en la gerencia, pues en el tiempo que me reemplazó tuvo muy buenos comentarios y la aceptación de los demás. Es por eso que he decidido cederle mi puesto a mi hijo mayor Estefano. —Me hace una señal para que me acerque y avanzo en medio de los aplausos para ponerme a su lado.

Nos damos un abrazo como si estuviéramos en una entrega de premios de televisión y me concede el micrófono para dar algunas palabras.

¡Rayos! ¿Ahora qué digo?

No soy bueno para dar discursos en público, sin embargo, no sé de dónde saco el valor para hablar y empiezo a presentarme:

—Hola —inicio diciendo con una sonrisa tímida—. En primer lugar, agradecer a mi padre por esta oportunidad que me ha otorgado, estar aquí ha sido uno de mis más grandes anhelos desde que estaba en la universidad y hoy puedo decir con toda seguridad que lo he logrado. —Veo por el rabillo del ojo que Daniela le susurra algo a mi padre e inmediatamente, se acerca a mí, tomando la palabra.

—Mil disculpas por la interrupción, Estefano. Está prevista una reunión dentro de diez minutos con una corporación y el tiempo se nos ha ido mientras esperábamos a que lleguen todos ustedes —explica apenado, dirigiéndose a los trabajadores.

Asiento y les doy una sonrisa de boca cerrada a todo el público.

—Bueno, ya habrá otra oportunidad —aseguro, despidiéndome con un movimiento de mano.

Sigo a Daniela a paso apurado, mientras volteo a ver a papá que sigue hablando con su gente y al salir por la puerta, su voz se extingue y solo queda un murmullo.

—Me salvaron de una —confieso, suspirando de alivio—. La verdad no había preparado nada.

—Lo imaginé —responde Daniela con la mirada puesta en su agenda.

—¿A dónde nos dirigimos ahora? —inquiero.

—Tienes la presentación con los Reyes, son unos empresarios argentinos y te están esperando en la sala catorce. Luego dentro de una hora y media tienes una charla con los médicos españoles que quieren apoyar en la mejora de la clínica que compró tu padre hace poco. —Lo último me hace recordar a Narel—. Y así sucesivamente hasta la hora del receso que es al mediodía.

Asiento mientras subimos al ascensor que nos llevará hasta el piso donde está la sala de reuniones.


***


La hora de salida llega, el primer día sí que me ha dejado agotado. Me despido de Daniela con un beso en la mejilla cuando bajamos a la recepción y nos separamos en pasillo que da a la entrada principal. A lo lejos veo la camioneta estacionada, con Peter dentro, revisando su móvil.

Camino hacia donde está y me da una sonrisa de boca cerrada cuando me ve llegar.

—¿Qué tal tu primer día? —pregunta mientras guarda su móvil en el bolsillo de su saco.

—Al menos ya me tuteas —expreso, soltando una risa breve e ingreso al asiento del copiloto—. Y el primer día estuvo bueno, creo que solo es cuestión de adaptarme.

—Me imagino. Te llevo donde Narel, ¿no? —pregunta.

Ay, me había olvidado que iría a ver a Narel a la hora de salida.

—La llamaré luego, estoy muy cansado —respondo a la vez que suelto un suspiro.

—Vale.

La verdad que sí, estoy demasiado agotado como para ir a otro lugar que no sea mi casa. He pasado el día entero de reunión en reunión, solo tuve un pequeño receso de una hora para almorzar y de ahí otras reuniones, todas para presentarme con los socios de papá y acordar las próximas juntas para los proyectos que se realizarán en unos meses. Peter enciende la radio y empiezan a sonar baladas que al instante relajan mi cuerpo, haciendo que caiga como un bebé en un profundo sueño.

Despierto cuando el vehículo se detiene en el patio principal de la mansión. Pestañeo un par de veces mientras recobro la noción del tiempo y veo a Peter rodear el capó para abrirme la puerta.

—Gracias, Peter. —Me despido, dándole unas palmaditas en su hombro al salir.

El olor a cena recién preparada me recibe al ingresar por la puerta principal, pero para ser sincero, solo quiero mi cama. Noto que mi padre está en uno de los sofás, leyendo un libro que al parecer es de superación personal.

Me mira y lo cierra a la vez que se pone de pie.

—Bienvenido, hijo. —Se acerca para darme un abrazo—. ¿Qué tal el primer día?

Le correspondo el abrazo con una sonrisa de boca cerrada.

—Algo cansado —admito, encogiéndome de hombros.

—Ya te acostumbrarás. Mi primer día fue así, pero a medida que pasa el tiempo te adaptas y ya tienes menos reuniones y juntas. Habrá días en que la pasarás solo en oficina como a veces en las obras, pero no te preocupes porque ahí estarán Gabriel y Daniela para guiarte. —Me palmea el hombro como lo hice con Peter hace unos minutos.

—Gracias, iré a descansar —aviso, dando unos pasos, pero su voz me detiene.

—¡Espera! —Dejo de caminar y giro—. ¿Sabes qué le pasa a tu hermano? Está medio raro y no ha salido de su habitación hoy.

Mi ceño se frunce y niego con la cabeza.

—No sé nada —confieso a la vez que recuerdo que, ayer en la noche estaba medio ensimismado—. Iré a ver qué pasa.

—Me informas cualquier cosa, por favor —pide, preocupado.

No respondo a lo último e inicio mi ascenso hacia el segundo piso.

A paso apurado, llego al pasillo e inhalo hondo, colocándome frente a la puerta de la habitación de mi hermano. Espero que quiera recibirme. Doy un par de toques y espero paciente una respuesta, pero al no tenerla, vuelvo a tocar. Mi paciencia se acaba y termino abriendo la puerta de a poco.

Me asomo por el umbral y recibo una mirada de desagrado por parte de mi hermano.

—¿Puedo pasar? —pregunto algo tímido, pero él no responde. Solo me mira sin decir nada—. Tomaré eso como un sí. —Le doy una sonrisa de boca cerrada y cierro la puerta a mi paso.

Está echado en su cama, su aspecto es depresivo, tiene el cabello desordenado, los ojos rojos y llorosos, debajo de ellos unas enormes ojeras. Camino hacia su cama y me siento a un lado mientras quita la mirada y se cubre con su sábana hasta la cabeza.

—No me pasa nada si eso es lo que te han mandado a preguntar —habla con la voz ahogada, proveniente de debajo de las sábanas.

—No me han mandado —miento—. Pero entonces, ¿por qué estás así?

—Solo no estoy de humor hoy —refunfuña.

—¿Seguro? —insisto.

—¡Vete, por favor! —grita, haciendo que me sorprenda su reacción.

Me pongo de pie antes de irritarlo más.

—Si necesitas algo solo dímelo y te ayudaré —aseguro y me quedo mirando el bulto que forma su cuerpo que se encuentra debajo de las sábanas y como es de esperar, no recibo ninguna respuesta.

Resignado por no haber ayudado en nada, me dispongo a salir de su habitación.

Ahora sí estoy realmente preocupado por mi hermano, no es común verlo así, aunque sé que como todo ser humano tiene tristezas y angustias, pero no para que se encierre todo el día en su habitación. Ha tenido que ser algo muy grave. De alguna u otra manera tendré que averiguar qué pasa con él, porque a pesar de que no seamos tan cercanos, quiero que mi hermano tenga la suficiente confianza para contarme lo que le pasa.

Trataré de ayudar hasta donde pueda. No dejaré que algo malo le pase.  

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