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36

Los tengo a ellos


NAREL.

Durante la semana, mi madre empezó sus quimioterapias en la clínica donde trabajo. El señor Antonio habló con el director para que el tratamiento fuera gratis, cosa a la que nos negamos, pero no aceptó el rechazo por parte de nosotras y terminamos aceptando su cortesía. Mamá le agradeció, preparándole unos deliciosos alfajores de manjar que fueron muy bien recibidos por los miembros de la mansión.

El señor nos devolvió la invitación a pasar el día en su casa, con un gran bufé preparado por Sigrid y el personal que labora ahí. Mi madre quedó impresionada tan solo con ver la mansión desde afuera y por dentro creyó que estaba un palacio. Fue un fin de semana agradable, pasamos casi todo el día en casa de los Arnez y nos llevaron a conocer la hacienda. Mamá y yo montamos a caballo por primera vez, fue hermoso verla cómo sonreía, tímida y nerviosa cuando estaba sentada sobre el lomo del animal.

Regresamos a la mansión y Sigrid nos esperó con la cena servida. Nos sentamos todos a la mesa para compartirla. Me di cuenta de que el señor se sentía más cómodo para hablar sobre su pasado y sobre la madre de Estefano, ya que su hijo mencionó que hablar del tema ponía a su padre nostálgico. Luego pasamos a la sala y Sigrid sacó un álbum de fotos para mostrarle a mamá recuerdos de la infancia de los hermanos y fotos de los momentos especiales de la familia.

Nos unimos al sofá con ellos cuando los chicos oyeron que había recuerdos de su madre que nunca les fueron mostrados. Había una fotografía de ella, arrodillada al lado de Estefano con su mano alrededor de su cintura, fue el día de su bautizo, el pequeño tenía puesto un trajecito blanco.

Él apoyó su cabeza en mi hombro y lo abracé para darle cariño, sabía que estaba sensible. Jugué con su cabello, enredándolo en mis dedos mientras él seguía mirando atento las fotografías.

Siguieron pasando las páginas y había más fotos de los niños en su primer día de clases, en Navidad con sus regalos bajo el árbol, en Año Nuevo con sus chispas en la mano, luego fotos de su madre cuando estaba embarazada de Nicolás y Estefano besando su vientre. En la siguiente cara, había una foto de un bebé Estefano, desnudo. Él volteó y me otorgó una mirada pervertida, le di una palmada suave en la nuca e hizo como que no pasó nada. Regresó la mirada al álbum mientras acomodaba nuevamente su cabeza en mi hombro.

Los demás días pasaron igual, mi madre siguió asistiendo fielmente a sus quimioterapias. Aunque su esperanza de vida era escasa, sabía que debía prepararme mentalmente para dejarla ir en cualquier momento. Estefano y Nicolás estaban conmigo casi siempre, llegaban a diario a saludar a mi madre y a hacerme las tardes más entretenidas en casa porque trabajaba solo medio tiempo para dedicarme a ella. Mi madre había dejado de ir a trabajar, pero realizaba sus trabajos desde nuestro hogar y la jefa del taller llegaba a recogerlos en la tarde. Las quimioterapias hicieron que su cabello se cayera y empezó a utilizar un turbante de color azul oscuro que le quedaba muy bien. El tratamiento la dejaba tan cansada, que venía de la clínica directo a dormir, mientras yo pasaba la tarde con Nicolás y Estefano, mirando películas o videos raros de YouTube.

El señor Antonio llegaba a visitarla algunos días, después de salir de la empresa. Sigrid también llegaba en algunas ocasiones y mantenían largas conversaciones de diversos temas.

Nos llegamos a enterar de que Estefano fue el que pidió a su padre comprar la clínica para que no perdamos nuestro trabajo, pero ya desde antes era uno de los planes del señor, porque ahí nacieron Estefano y Nicolás. Por un momento, pensé en disculparme por haber hecho que su hijo lo llevara a hacer ese gran gasto por mí, sin embargo, creí que era mejor no ser malagradecida y se lo agradecí bastante.

Mi padre también se enteró sobre el estado de mamá y nos visitaba una vez a la semana. Cuando estaba a solas con él, me decía que podía irme a vivir a su casa cuando muera mi madre, pero yo aún no quería hablar sobre esos planes, eso implicaba cambiarme de ciudad y dejar a Estefano atrás, al igual que mi trabajo. No estaba lista para comenzar una nueva vida.

Seguí disfrutando cada día junto a mi madre hasta que una tarde, haciendo la limpieza del hogar, ella resbaló y cayó del banco que la sostenía. Esa dura caída la dejó en cama por días. Mamá pasó de ser solo una mujer con cáncer a tener varias dolencias por todo el cuerpo. Empezaron a brotar enfermedades por todos lados y eso hacía que sus ganas de vivir disminuyeran y comenzara la gran lucha que se venía a partir de aquel día.

Con el paso de las semanas, su peso y masa corporal empezaron a disminuir, haciendo que se le noten los huesos y su rostro quedara literalmente cadavérico. Pasaron noches en las que el insoportable dolor no le dejaban conciliar el sueño y por las mañanas se quedaba dormida. Le llevaba la comida a su habitación, pero cuando la ayudaba a dársela en la boca, se negaba. No quería alimentarse y eso me preocupaba cada vez más.

Pasaba todo el día en su habitación, ya no se le veía por otras habitaciones de la casa. Llegaban a visitarla, sin embargo, me pedía amablemente que les dijera que se retiren, no quería recibirlos y entendí que mi madre había caído en una horrible depresión. Estefano seguía a mi lado dándome aliento para poder esperar con paciencia los peores días que se aproximaban y eso me hacía sentir que no estaba sola.

Finalmente, su blanca piel cambió y se tornó de un tono oscuro y pálido. En las últimas semanas ya no quería verme a mí también y eso me dolía mucho. Nunca pensé que esa maldita enfermedad acabaría así, pero solo me quedaba comprender y agradecer a Dios y a la vida que no estaba completamente sola, aún tenía a mi padre, a Estefano y a los Arnez que me querían como una hija más. Mi madre seguiría viviendo en mi corazón, su recuerdo y los buenos momentos que pasamos, me acompañarán a lo largo de mi vida.

Hoy me he despertado con buenos ánimos. Intenté darle el desayuno a mi madre y se negó nuevamente. Ahora me encuentro camino a su habitación para llevarle una comida de media mañana.

Toco su puerta y entro sin recibir reclamo alguno.

—Te dejo agua y algunas frutas para que te alimentes —le aviso, mirándola y noto que tiene los ojos cerrados.

Me acerco a ella y la contemplo aprovechando que está dormida. Su rostro se encuentra muy demacrado y oscuro, veo algo raro en ella y pongo mi mano en la entrada de sus fosas nasales. No respira.

—Mamá... —digo tomando su muñeca para ver si tiene pulso—. Mamá, despierta. —Mi voz se convierte en sollozos, no recibo respuesta de su parte. La tomo de sus hombros y la sacudo, pero su cabeza cae hacia adelante y sé que solo queda resignarme—. ¡Mamá!

Mi llanto se debe escuchar por toda la casa, mis rodillas se doblan y termino colocando mi cabeza en su regazo. Mi brazo rodea su cuerpo mientras las lágrimas empañan mis ojos. Tomo su mano y la acaricio delicadamente.

Mi madre ya había partido.


***


Estefano pasa su brazo por detrás de mis hombros y da un beso en mi cabello. Acaricia mi brazo para darme fuerzas y descanso mi cabeza en sobre su hombro. Mario, mi compañero de la clínica se acerca hacia donde estamos.

—Hola, Narel. De parte de los chicos y mía sentimos mucho lo de tu madre —declara con pesar y me da un abrazo sincero.

A pesar de las diferencias que tenemos a veces, significa mucho para mí que esté aquí presente.

El velatorio se está llevando a cabo en una pequeña capilla, en la parte trasera de la clínica. Hasta aquí han venido mis amistades cercanas, la familia de Estefano, algunos compañeros del trabajo al igual que personas del taller donde laboró ella y, por último, pero no menos importante, mi padre, quien llega en horas de la noche y abre los ojos como búho cuando ve que Estefano me tiene agarrada de la cintura.

Lo termino presentando como mi enamorado.

Al principio mostró un poco de resentimiento y celos, pero en un descuido mío, observo que los dos están sentados, conversando como si fueran mejores amigos de la universidad.

—Bueno, parece que ya se conocen demasiado bien —comento y me acerco curiosa.

—Hija, estaba hablando con mi yerno. —Se encoge de hombros—. También tengo que hablar contigo —dice obvio—. Tú sabes, son jóvenes y tienen las hormonas...

Le interrumpo antes de que termine la oración.

—¡Papá! —lo reprendo, abriendo los ojos con las mejillas ruborizadas—. Ahora no es momento, ¿sí?

Asiente inconforme.

—Pero igual tendremos la conversación —aclara y Estefano me mira divertido. Solo pido internamente que no haga ningún comentario pervertido.

Y hablando de pervertido, llegan al velatorio, Marco y su padre Gabriel. El trigueño está vestido con una camisa y un saco negro que se amoldan muy bien a su delgado cuerpo. Saluda a Estefano y a la familia Arnez, luego busca con la mirada entre los presentes y muestra una expresión de alivio cuando me ve. Se acerca caminando con una seguridad y elegancia que lo caracteriza.

—Hola, Narel —me saluda, dándome un beso en la mejilla y su fino perfume golpean mis fosas nasales—. Mis más sentidas condolencias —expresa con una sonrisa triste.

Su padre hace lo propio después de él.

—Muchas gracias por venir —respondo, asintiendo con gratitud y muy escasa de ánimos por el doloroso momento que estoy pasando.

Se unen con los Arnez mientras yo converso con mi padre y le cuento sobre los últimos meses de mamá. Se sensibiliza y hasta llega a echarse la culpa de todo esto por haberle sido infiel, pero yo lo tranquilizo, diciéndole que no, porque son cosas que escapan de las manos de alguien más que no sea mamá. Ella decidió dejarlo pasar para no darle la preocupación a otros. Eso lo respeto y lo acepto, sin embargo, no voy a dejar que él se culpe por algo que pasó hace mucho y que está perdonado de mi parte. No tengo resentimientos con él.

Ysabel llega también al velatorio. Ingresa algo tímida, mirando a las personas que están presentes. Está vestida con un saco negro, una blusa muy bonita y un pantalón del mismo color, algo ancho. Tiene su precioso cabello oscuro cayendo hasta sus hombros, su piel blanca hace contraste con el labial que está usando. Sus hermosos y grandes ojos se posan sobre mí y avanza a paso seguro hasta donde estoy, mostrándome una triste sonrisa.

La recibo con un abrazo que me reconforta en un segundo. Coloco mi cabeza sobre su hombro, intentando no llorar por su presencia, la cual aprecio demasiado porque ha venido desde Seattle apenas se enteró de lo sucedido.

Suelto unos sollozos y veo por encima del hombro de mi amiga que, Marco está analizándola de pies a cabeza.

Que ni lo piense.

Se sienta a un lado conmigo y nos ponemos al día de todo lo que ha pasado durante el tiempo que hemos dejado de vernos. Ella me cuenta de que decidió quedarse con su familia unos meses más porque su padre enfermó y quería permanecer a su lado hasta que se recupere.

Por otro lado, le cuento sobre mi trabajo, también sobre Estefano y nuestra muy curiosa odisea para llegar a estar juntos. Me mira, divertida y aprovecho en llamarlo para presentarlo. Estefano se acerca cuando le hago un gesto con la mano, ambos se saludan educadamente y Marco se pone al lado de su amigo con la excusa de enseñarle algo en su celular, pero sé que lo hace para unirse a nosotros.

¡Qué irritante!

El chico de piel canela se inclina y le da un beso en la mejilla a mi amiga mientras la toma de la cintura. Luego de eso, la conduzco hacia donde estábamos sentadas, no quiero que esté cerca de él. Me siento más aliviada por ella, pero noto que Marco la mira desde su lugar como un depredador mira a su presa desde su escondrijo. Al parecer, ha quedado admirado por la belleza y presencia que tiene mi amiga. Aunque, creo que no es el único que ha quedado admirado.

—¿Quién era el otro? —pregunta Ysabel, intrigada.

Niego con la cabeza.

—Es Marco, el mejor amigo de Estefano —respondo, haciendo un gesto de desagrado—. Es un casanova

—Está... interesante —comenta sin dejar de mirarlo—. Y lindo.

—Ni lo pienses —le advierto, observándola con una expresión seria.

Estefano se acerca a preguntarme si pasaré la noche en su casa y le contesto que no, mi padre se quedará en casa porque no quiero que viaje a estas horas, sería exponerlo a los peligros de la noche. Acepta y me dice que cualquier cosa que necesite, lo llame. Asiento, agradeciéndole con una sonrisa sincera.

El personal de servicio llega y el velatorio termina. Llevan el ataúd hacia donde será la cremación —pues decidí que quería tener sus cenizas conmigo— y me dicen que mañana a primera hora puedo venir a recoger la urna en la que se depositará sus cenizas.

Los chicos me acompañan a casa, ha sido un día muy largo, triste y diferente para mí. Voy a extrañar mucho a mi madre, pero sé que ella ya no sufre y está mejor descansando.

Me despido de todos, de Estefano quien me da un beso en la frente y me desea las buenas noches en medio de un abrazo reconfortante. Nicolás también se despide de mí y ahora que lo noto, lo he sentido ausente durante todo el día. Me pregunto si le habrá pasado algo en la escuela, pero eso ya lo averiguaré mañana porque ahora no tengo cabeza para nadie más que no sea yo. Le muestro una sonrisa de boca cerrada a mi peque y luego me acerco a Ysabel para abrazarla antes de que se vaya. Me promete una salida en esta semana y acepto sin problema.

No puedo evitar sentir la nostalgia al entrar a la sala. Me detengo un momento y la contemplo: está tan callada y Tito no ha venido a recibirnos como siempre lo hace.

—¡Mamá! Ya llegué.

Mi mente recuerda esas palabras como flashback cuando llegaba del trabajo y la llamaba en voz alta para saber si ya estaba en casa. Sigo evocando más recuerdos de ella hasta que termino rompiendo en llanto. Papá me consuela con un abrazo que hace de soporte ante esta demolición dentro de mí. He estado tratando de no llorar en todo el día y ya no puedo reprimirme más las ganas de hacerlo.

Acompaño a mi padre a la habitación de visitas que mi mamá había acondicionado para cuando llegaban mis tíos en sus vacaciones. Le saco unas mantas para que se cubra y proteja del frío. Me pide que esté tranquila y trate de descansar porque mañana hablará conmigo sobre mi estadía en esta ciudad. Suspiro y asiento para luego salir e ir hacia mi habitación.

Permanezco echada sobre mi cama, mirando el techo durante unos minutos, tratando de asimilar todo lo que ha ocurrido y lo que vendrá para mi vida luego de la partida de mamá. Sé que no será nada fácil, pero tendré que adaptarme y seguir siendo feliz con las personas que siguen brindándome su cariño y compañía.

Mi celular vibra sobre la mesita de noche y me saca de mis pensamientos. La lámpara está encendida, iluminando mi habitación en esta noche triste. Papá ya se ha quedado dormido porque no siento el ruido del televisor en su cuarto provisional. Todo está sumergido en un absoluto silencio.

Me incorporo para tomar mi celular y revisarlo antes de apagarlo.

Estefano: Te quiero mucho, amor.

Descansa.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro a leer su mensaje. Estefano siempre logra ser esa chispa que me hace sonreír en medio de la tristeza.

Los Arnez se han convertido en mi segunda familia, ellos no me han abandonado ni un solo momento desde que nos enteramos de la enfermedad de mi madre y les estoy muy agradecida porque me han hecho sentir como una más de su familia. Es por eso que estoy tranquila, porque sé que no me he quedado sola.

Los tengo a ellos.


***


Despierto por la humedad que mi piel detecta a la altura de mi mejilla. Me muevo un poco y abro un ojo para ver qué es lo que hace que sienta mojada la mitad de la cara.

Unos ojitos tiernos y una nariz húmeda aparecen a mi lado.

—¡Tito! ¿Qué haces aquí? —digo incorporándome sobre mis piernas para bajarlo de la cama con unas palmaditas.

—Cariño, qué bueno que despertaste —habla mi padre, de pie en el umbral de la puerta—. Estefano está abajo. Cámbiate, tenemos que hablar.

¿Estefano aquí tan temprano? Me pregunto a mí misma y cojo el celular que está en la mesita de noche. Son las ocho de la mañana y con los ojos aún cerrados, me pongo de pie, dejando el dispositivo a un lado de la cama.

Ingreso al baño y abro la llave de la ducha para bañarme. Me quito la ropa, dejándola sobre el retrete y me adentro hacia las gotas de agua tibia que caen hacia mi cuerpo. Logro quitarme el sueño que tenía hasta hace un par de minutos y salgo a mi habitación para cambiarme a la velocidad de la luz.

Busco en mi armario unos pantalones jeans y una chompa rosada al igual que las zapatillas. Peinarme es más fácil, ya que mi cabello está mojado. Me miro por última vez en el espejo para comprobar si estoy presentable y me doy un pulgar arriba a mí misma.

Empezamos la mañana con positividad porque en estos momentos la negatividad es lo último que necesito en mi vida.

Salgo de mi habitación y desde el pasillo puedo escuchar los murmullos de mi padre y Estefano. Cuando llego a la sala, ambos están sentados, esperándome con inquietud. Estefano se acerca para saludarme con un beso mientras su mano recorre mi cintura.

—Buenos días, amor —expresa, dándome una sonrisa de boca cerrada.

—¿Qué es eso tan importante que tengo que saber? —pregunto algo cortante con los dos porque me pongo de mal humor cuando me despiertan.

—Saber no —interviene mi padre con las manos en la cadera, en un tono serio—. Elegir.

Mi ceño se frunce y mi enamorado se pone a la par mía.

—¿Elegir qué? —vuelvo a preguntar.

Hace un gesto impaciente y mira su reloj de pulsera con prisa. Paseo la mirada por mi alrededor y noto que su mochila está a un lado del sofá.

—¿Dónde piensas vivir ahora? —inquiere con prisa y entorno los ojos, procesando su pregunta—. ¿Te quedas en esta ciudad o te vas a vivir conmigo a Seattle?

—¿Qué? —musito y mi ceño se vuelve a fruncir—. Papá, no han pasado ni siquiera veinticuatro horas desde que falleció mamá, ¿y tú me estás pidiendo que me vaya a vivir contigo? —Me pongo la mano en la frente, tratando de calmarme. No estamos empezando bien el día después de todo—. Respeta mi dolor, por favor, no estoy lista para empezar desde cero y mucho menos en otra ciudad.

—Pero, ¿qué vas a hacer aquí sola? —cuestiona, caminando hacia mí y me toma de ambas manos—. Quiero que estés segura conmigo.

Niego y suspiro algo más aliviada.

—Ya soy mayor de edad, papá, trabajo y puedo mantenerme sola. —La seguridad en mis palabras me sorprende a mí misma—. Quiero independizarme y necesito tiempo para mí, para asimilar todo lo que ha ocurrido con mamá.

Asiente, comprendiendo y eso es lo que esperaba.

Compresión.

—Okey, se me hace tarde para tomar el bus —indica, cogiendo su mochila para colgársela al hombro—. Vendré a verte seguido, ¿sí? —Besa mi frente.

Le doy un abrazo y lo acompaño hasta la puerta.

—Qué tengas un buen viaje —le deseo.

Se vuelve hacia Estefano con una mirada fulminante y lo señala con su dedo índice.

—Cuídala si no quieres que venga a demolerte los huesos —bromea para luego despedirse de él con un abrazo—. Cuídate tú también, hijo.

Ruedo los ojos ante su broma, la cual me ha parecido aburrida y lo acompañamos a esperar un taxi para que lo lleve a la estación de buses. Nos quedamos de pie a su lado, esperando en la vereda y cuando se aproxima un taxi, levanta la mano para detenerlo. Entra al vehículo y le indica al conductor su destino mientras nos despedimos de él con un movimiento de manos. Hace lo mismo del otro lado de la ventana de vidrio.

Siento que me quito una gran presión de encima cuando veo que el taxi desaparece al final de la calle. Es mi padre, lo quiero mucho y todo, pero ahora que ha fallecido mi madre, no quiero que pretenda ocupar el lugar que no ocupó en su momento y mucho menos el de ella.

Ingresamos a la casa y cierro la puerta después de que entra Estefano.

—¿Hoy no trabajas? —pregunta.

Niego sentándome en uno de los sofás.

—No, recuerda que me dan licencia por duelo —contesto.

—Cierto. —Se sienta a mi lado y me atrae con su brazo hacia su cuerpo—. ¿De verdad vivirás aquí sola? —inquiere, mirándome no tan convencido.

Me encojo de hombros.

—Claro, sería como independizarme. —Lo miro orgullosa como si eso fuera un logro más para mí.

—Amor... —susurra y descansa su cabeza sobre la mía—. No te quiero dejar sola. Hablé con mi padre y puedes venir a vivir con nosotros.

Lo miro algo incómoda, soy muy consciente de que irme a vivir con los Arnez es una decisión que no está en mis planes por ahora.

—No, Estefano. Necesito tener mi privacidad y espacio para mí. Espero me comprendas —le pido, haciendo un mohín.

Asiente poniendo los ojos en blanco, convenciéndose de que no cambiaré de opinión.

—Bueno, pero me avisas si necesitas algo. Sabes que siempre estoy para ti —me recuerda, dejando un besito en mi cabello—. ¿Qué te parece si hoy pasamos la tarde allá?

—Está bien —acepto.

Mi plan para hoy eran estar sola, viendo películas, pero me acabo de dar cuenta de que necesito tener la compañía de alguien para no sentir grande la casa. Estefano me acompaña toda la mañana mientras la pasamos viendo películas en el sofá, luego pedimos comida china y almorzamos juntos en casa porque no tengo muchas ganas de salir a un restaurante o lugar público.

Tito se acerca hacia dónde estamos y como niño engreído se sube al sofá para que le demos cariño. Acaricio su cabeza cuando la pone sobre mi pierna. Tiene los ojitos tristes y comienza a lloriquear cuando le hablo. Sé que extraña a mamá, es normal en los perros extrañar a sus dueños cuando fallecen o se van a otro lugar por un buen tiempo y empiezo a preocuparme de que vaya a morir de tristeza.

Pobre, tendré que buscar ayuda de alguien más para que eso no suceda.

Mi celular vibra, avisándome la llegada de un nuevo mensaje. Lo reviso de inmediato.

Ysabel: Narel, necesito hablar contigo, en media hora llego a tu casa.

Yo: Está bien, ¿pasó algo?

No recibo respuesta en los próximos minutos y me preocupo de que le haya pasado algo a mi amiga. Estefano me ayuda a limpiar los restos de comida que hemos dejado sobre la mesita de centro y a recoger las bolsas en las que vino el pedido.

En exactamente media hora como lo anunció, Ysabel está tocando el timbre de la casa. Le hago una señal a Estefano para que se quede sentado en el sofá y asiente. Abro la puerta y me encuentro a Ysabel de pie al otro lado con dos maletas, una a cada lado. Tiene los ojos y la nariz roja. Ha llorado.

—¿Qué pasó? —pregunto, haciéndole un gesto para que ingrese mientras le ayudo con una de sus maletas.

—Por error rompí la llave del lavadero de mi apartamento —explica cuando entra a la sala—. Empezó una fuga de agua y se inundó medio apartamento. La dueña se enojó muchísimo y me corrió de una manera muy déspota.

—¡Ay, Ysa! Si quieres puedes quedarte aquí el tiempo que necesites —aseguro, dándole una sonrisa de boca cerrada para que no se sienta mal—. Además, así me haces compañía.

Me abraza muy agradecida.

Estefano se une a nosotras y saluda a Ysabel con un beso en la mejilla.

—Gracias, solo será hasta que encuentre otro apartamento. Por suerte, me dejó sacar las cosas que necesito —comenta, señalando sus maletas.

Ysabel llega en el momento perfecto para acompañarme y no tener que vivir sola en casa, aunque creo que la idea de vivir con ella me agrada en lo absoluto. Lo pensaré luego y se lo diré.

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