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35

Amor


NAREL.

Me limpio las lágrimas que se han acumulado en mis ojos y le doy una sonrisa de boca cerrada a Estefano para que sepa que estoy tranquila, aunque por dentro tenga muchas interrogantes. ¿Qué pasará ahora? ¿Mi madre morirá? ¿Cómo va a afrontarlo? Miles de dudas rodean mis pensamientos mientras la puerta de la habitación se abre y aparece ella, caminando, como si fueran la mujer más sana del mundo y no tuviera en su cuerpo una enfermedad terminal que pronto la alejará de mi lado.

Me regala una sonrisa tímida, avanzo hacia ella y le doy un abrazo como saludo, aunque mi cuerpo amenace con derrumbarse entre sus brazos, pero mi corazón y mi mente lo mantienen firme para no hacerla sentir mal. Sé que no le gustará verme llorar.

—Hola, Estefano —saluda ella, mirando detrás de mí.

—Hola, Alicia. —Él se acerca para saludarla con un beso en la mejilla.

—¿Lista para ir a casa? —le pregunto—. Voy a hablar con mi jefe para que me dé el día libre, solo por hoy. Estefano nos llevará en su camioneta.

—No, hija. No es necesario que pidas el día libre —sugiere, apenada y niego con la cabeza, avisando que no cambiaré mi decisión.

Les digo que vayan avanzando hasta el aparcamiento mientras que yo voy a hablar con el doctor Ricardo para que me dé el día libre, pues quiero pasarlo hoy con mamá. Ya mañana me reintegro de nuevo al trabajo.

Cuando llego a su oficina, él está metiendo unos papeles en un sobre y me hace una señal para que me acerque.

—Buenos días, Narel... ¿Pasa algo? —pregunta a la vez que busca algo en los cajones de su escritorio.

—Buenos días. Sí, quería pedirle un favor —respondo algo tímida. Por suerte, tengo una buena relación laboral con él y estoy segura de que cederá. Me mira atento y asiente—. Podría darme el día libre, acaban de dar de alta a mi mamá y quiero pasar el día con ella y arreglar unas cosas también.

Su mirada es compasiva.

—Me enteré de que estuvo aquí toda la noche. —Saca un lapicero del bolsillo de su bata y firma los documentos que tiene en manos—. Por mí no hay problema, ve y mañana los quiero a todos a primera hora porque les voy a comunicar algo.

Asiento con una sonrisa de gratitud.

—Se lo agradezco demasiado —contesto, despidiéndome de él con un movimiento de mano y salgo apresurada hasta el aparcamiento.

La clínica está algo desierta, no han llegado aún mis compañeros. Entonces, recuerdo lo que dijo mi jefe hace unos minutos:

"Mañana los quiero a todos a primera hora porque les voy a comunicar algo".

¿Será que ya vendió la clínica?

No, no me puedo quedar sin trabajo, más aún sabiendo que mi madre está con una enfermedad y necesitaré dinero para costear su tratamiento.

Cuando cruzo la puerta principal del edificio y llego al estacionamiento, veo la camioneta de Estefano con mamá y él dentro de ella. La rodeo por detrás y abro la puerta del asiento del copiloto, entro y enseguida me abrocho el cinturón de seguridad.

Partimos a casa, la cual no está muy lejos, pero para que mi madre no se canse caminando, Estefano se ofreció a llevarnos. Miro por el retrovisor y noto que ella se ha quedado dormida. Le doy una mirada rápida a mi novio, que tiene los ojos fijos en la autopista por la que conduce y no puedo evitar darle una sonrisa de boca cerrada cuando voltea a verme. La verdad, lo quiero mucho y me alegra que las cosas con él se hayan solucionado, aunque por momentos me frustro por no haberle hecho saber antes sobre mis sentimientos y así hubiésemos evitado todo el papelón que armó Ximena en su casa.

La calle donde vivo nos da la bienvenida y respiro hondo cuando veo mi casa desde la ventana de la camioneta. Estefano estaciona a un lado de la vereda, salgo con cuidado para abrir la puerta y despertar a mi madre, quien duerme plácidamente como bebé en su cuna.

Me imagino que no habrá pasado una buena noche en la clínica.

Tito nos recibe, moviendo su colita y poniendo su cabeza para que mamá la acaricie con su mano. Cierro la puerta cuando todos estamos dentro y dejo mi mochila sobre el sofá.

—Te traeré un té caliente —le digo a Estefano mientras lo invito a sentarse.

Mi madre se queda con él y yo camino hacia la cocina para servirle una taza de té a los dos, pues a Estefano lo hice salir temprano de su casa para que me ayude y quiero recompensarle ofreciéndole algo. Disuelvo la bolsita de té filtrante en el agua caliente, le hecho tres cucharaditas de azúcar y lo muevo antes de salir hacia la sala con una taza en cada mano.

—Gracias. —Me sonríe él, recibiendo la taza.

—Gracias, cariño —agradece mi madre también, tomando la taza entre sus manos. Me siento al lado de ella y la veo dar el primer sorbo—. Gracias por cuidar a mi hija, recibirla en tu casa anoche y ayudarnos hoy. De verdad te lo agradezco mucho, Estefano.

Estefano me da una mirada cómplice y cambio de lugar, sentándome ahora al lado de él. Paso mi brazo por detrás de sus hombros y le doy un beso en la mejilla.

—Mamá, tengo una noticia que darte —comunico, nerviosa y ella me da una mirada atenta, parece darse cuenta de por dónde va la cosa—. Estefano y yo estamos en una relación —confieso y suelto una risita cuando abre los ojos, emocionada. Su rostro pasa de expresar cansancio a mostrar felicidad.

—¡Me alegro mucho por ustedes! —asegura, alternando la vista entre él y yo. Sé que quiere decir algo más, pero no tiene muchos ánimos de platicar.

Tito se une a nosotros en la sala y se sienta en el suelo, al lado de Estefano. Lo huele para finalmente sobar su cabeza en su pierna. Muero de ternura al ver eso.

—Parece que le agradas —informo, divertida y pienso que, si Nicolás estuviera aquí, estaría ahorcando a mi perro en un abrazo.

—Tienen todo mi apoyo y aprobación —dice mamá, levantando el dedo pulgar—. Estefano me agradas mucho y se ve que quieres demasiado a mi hija. Solo te voy a pedir eso, que la quieras, la protejas y la cuides siempre. Además, estás muy guapo, eh —ríe, tímida y miro a Estefano que se ha sonrojado.

—Gracias, Alicia —responde a su cumplido—. Y tenlo por seguro que así será —agrega, dándome un beso en la mejilla.

—Me gustaría invitarte a cenar con tu familia —propone mamá, dejando la taza de té sobre la mesita de centro—. Conocer a tu padre, bueno a tu hermano lo conozco más porque es el mejor amigo de Narel —explica.

—Encantado de aceptar su invitación. Se lo comunicaré a mi padre en cuanto llegue a casa —manifiesta él, asintiendo con seguridad.

—Entonces, ¿los espero mañana para la cena? —pregunta con timidez.

—Está bien —contesta Estefano, regalándole una sonrisa.

Ya quiero que llegue la cena de mañana, será algo divertida, pero a la vez incómoda porque sé que mamá le hará su respectivo interrogatorio al señor Antonio y a Sigrid, aunque le diré que evite cuestionarlos de manera innecesaria.


***


Cuando Estefano se ha ido, acompaño a mi madre hasta la cocina y le ayudo a preparar el almuerzo, sé que tenemos una charla pendiente, pero tampoco quiero hacerle sentir mal. Suficiente tiene con llevar esa enfermedad, sabiendo que algún día ya no estará físicamente con su hija para cuidarla, seguir motivándola a ser mejor y a luchar por sus sueños.

La idea de que mamá algún día fallezca me pone algo triste, sin embargo, sé que más triste me pondría no haber disfrutado al máximo el tiempo que aún me queda con ella.

—Tú lo sabías, ¿verdad? —pregunto tranquila y me mira algo apenada mientras corta algunas verduras para el almuerzo. La veo asentir—. ¿Por qué no dijiste nada?

Deja el cuchillo a un lado de la isla y suelta un largo suspiro antes de hablar:

—Fue cuando aún eras pequeña, me di cuenta una noche que salía de bañarme. Miré mi cuerpo en el espejo y vi que en mi seno se había formado un bulto pequeño. Lo dejé pasar, pensando que era una bolita de grasa o algo similar, luego pasó lo de tu padre y me descuidé. Me olvidé de ese detalle, pero un día ya no pude ocultarlo y empezaron los dolores. Intenté soportarlos tomando pastillas y durante este tiempo me he medicado para no padecerlos. Sin embargo, creo que ya llegó el punto en el que ni las pastillas te alivian el dolor. —Las lágrimas empiezan a acumularse en mis ojos al escuchar su relato—. Perdóname, cariño, por ocultarlo, no quería darte más preocupaciones de las que ya tenías. Tú te sacrificas trabajando para costear algunos gastos de la casa y yo también aporto con lo poco que puedo ganar en el taller de costura...

Ya no es momento de reprocharle nada, solo quiero abrazarla y decirle que cuenta conmigo, que la voy a apoyar con su tratamiento y juntas saldremos adelante y vencerá esta maldita enfermedad si ella así se lo propone.

—No tengo nada que perdonarte —contesto, encogiéndome de hombros—. Te amo mucho, mamá. —Busco sus brazos para unirnos en un afectuoso abrazo.

Durante todo el día la acompaño, le ayudo a cocinar y a lavar los platos. Pasamos la tarde juntas en su cama, viendo películas de Netflix y pedimos pizza para la cena.

Es un día solo entre madre e hija.

Reviso mi celular y tengo un mensaje de Estefano.

Estefano: Mi padre aceptó la invitación para la cena. Mañana irá Peter por ti a recogerte a la clínica mientras yo llevaré a los demás.

Yo: Está bien, los esperamos mañana.

Te quiero.

No tarda en responderme.

Estefano: Yo más.

A la mañana siguiente me levanto temprano para ayudar a hacer el desayuno. Cuando llego al comedor, mamá ya se encuentra poniendo la mesa. Ha preparado panqueques, de esos que me encantan desde que era niña. Por un momento, me niego a que vaya a trabajar, pero sé que esta discusión no llegará muy lejos, porque de todas maneras irá.

Si en algo se parece al padre de Estefano, es que ambos son muy necios.

—Si sientes algún dolor me llamas y no olvides llevar tus pastillas —indico, buscándolas en la mesa, pero ya no están, así que deduzco que ya las guardó. Asiente, alzando su bolso para informarme de que las tiene ahí.

—Estaré bien, Narel. —Me da una sonrisa de boca cerrada—. Ahora come tus panqueques que se enfrían.

Se sienta conmigo a degustar su desayuno y entonces recuerdo que hoy es la cena con la familia de Estefano. Eso me pone nerviosa. No obstante, al saber que ya he convivido con ellos, me tranquiliza.

—Los Arnez vendrán a la hora que vuelva del trabajo —menciono para que mamá nos espere lista.

—Está bien —responde, dándole un sorbo a su café—. Pondré a hornear el pollo temprano. Por suerte, el taller hoy cierra horas antes.

Le levanto un pulgar.

—Solo trata de no hacerle un interrogatorio al señor Antonio —le pido, poniendo los ojos en blanco.

Hace un gesto, fingiendo estar ofendida.

—Hay, por favor, Narel. Ni que fuera una chismosa —se queja.

—Eso espero —comento y me da una mirada seria.

Me pongo de pie y agradezco mientras me retiro a mi habitación para cambiarme. Me quito el pijama y al ver mi ropa interior, me ruborizo, recordando la mancha de sangre que dejé en la sábana de la cama de Estefano. El dolor casi se ha ido y ya puedo sentarme con más facilidad. Me pongo mi uniforme, rocío un poco de perfume y salgo a la sala para despedirme de mamá antes de irme.

—Vendré rápido para la cena —prometo, poniéndome una casaca blanca para amortiguar el frío—. Ya sabes, me avisas cualquier cosa —le digo, señalando mi celular que tengo en la mano.

—Okey, Narel.

Le doy un beso y salgo de la casa.

La calle está helada como todas las mañanas y el aire sopla muy fuerte haciendo que las hojas de los árboles vuelen y caigan sobre el camino. Disfruto de la caminata hasta llegar a la parada del bus y espero que llegue el primero de la mañana. Cuando estaciona cerca de la vereda, ingreso y tomo asiento al lado de un anciano que lee el periódico junto a la ventana.

No hay mucha gente, pero igual demora un poco para que llegue al centro de la ciudad. Bajo cerca de la catedral y camino unas cuadras hasta llegar a la clínica. Subo el cierre de mi casaca y me pongo la capucha porque está haciendo frío y siento que mis piernas se congelan en unos minutos.

Cuando llego al parking del edificio, veo una camioneta parecida a la que maneja Peter. Me acerco a la puerta y escucho unos gritos muy fuertes en el interior.

Ingreso y veo que están reunidos todos los trabajadores en la recepción, haciendo como una especie de protesta hacia algo.

—¿Qué ha pasado? —le pregunto a una de las trabajadoras de limpieza que está mirando muy atenta.

—Ya vendieron la clínica, el nuevo propietario está dentro de la oficina del doctor Ricardo —comenta sin mirarme.

La intriga por verlo salir me invade, pero los gritos y murmullos me desconcentran. Luego de un par de minutos, la puerta se abre y aparece el doctor Ricardo, seguido de...

¿El señor Antonio?

Mi rostro toma una expresión de confusión y los gritos de los demás empiezan a aumentar. El ex dueño de la clínica hace un gesto, moviendo las manos para que se callen y el clamor disminuye hasta escucharse como susurro.

—¿Qué pasa con ustedes? ¿Por qué tantos gritos? —inquiere él, cruzándose de brazos.

—¡Nos vamos a quedar sin trabajo! ¡Debió avisar que vendería la clínica! —hablan algunos.

El señor Antonio observa uno a uno a todos los presentes y cuando sus ojos se posan sobre mí, me saluda con un movimiento de mano, seguido de una ancha sonrisa. A continuación, todas las personas voltean a verme e inmediatamente bajo la cabeza para no intimidarme.

—¡A ver! —interviene el patriarca de los Arnez—. Me presento, soy Antonio Arnez y sí, soy el nuevo propietario de la clínica. —Los silbidos en tono de rechazo se hacen presentes nuevamente—. ¡Por favor, más respeto! Creo que estoy tratando con trabajadores de una institución médica, no con mercaderes.

—Pues sí —dice una voz entre las personas.

—Si bien es cierto, soy el dueño ahora, pero todos van a conservar su trabajo, inclusive Ricardo, quien va a seguir en el cargo de director —explica, señalando al médico con la palma de su mano.

Los aplausos se empiezan a oír como si un candidato presidencial hubiese dado su discurso, y empiezan a gritar "Antonio" al unísono. Una sonrisa se dibuja en mi rostro cuando veo que lo quieren levantar en brazos, pero el personal de seguridad lo evita.

Me integro con mis compañeros quienes están comentando sobre el nuevo dueño de la clínica. Dejo mis cosas en el casillero y me siento al lado de Mario para unirme al chisme.

—Al parecer aquí conocen al dueño... ¿Verdad, Narel? —Mario me alza las cejas, curioso, mientras hace un mohín.

Ruedo los ojos.

—Es el papá de mi enamorado —digo y al instante me arrepiento de haberlo hecho. Mario y todos los demás tienen los ojos bien abiertos.

—¿Es el chico de ayer? —pregunta de nuevo.

—Sí —respondo algo intimidada por la mirada de los demás.

—¡Vaya! —habla él en representación de todo el grupo—. Qué rápido dejaste al hijo del doctor Morgan. ¿Cuánto duraron? ¿Un mes?

Le doy una mirada seria.

—Alan y yo ya no nos entendíamos muy bien que digamos. Es por eso que elegí a otra persona y me estoy dando la oportunidad —explico sin tratar de darle muchos detalles.

—Tardaste, pero elegiste bien. —Me guiña el ojo—. Está guapísimo el chico y se ve que tiene una buena fortuna como el padre.

La mayoría aquí sabemos que Mario es gay y está enamorado de Alan. Una vez casi lo despiden cuando mi exnovio denunció tocamientos indebidos por parte de Mario, cuando este le ayudó en sus tratamientos a causa de una lesión que sufrió, jugando un partido de fútbol en su universidad.

Por otro lado, no me ha agradado en lo absoluto el comentario que acaba de hacer. No voy a permitir que me tomen como una interesada, yo no estoy con Estefano por su dinero. Lo quiero por cómo es conmigo, por lo mucho que me quiere y está en los momentos que más lo necesito. Quizá desde un comienzo nuestra relación amical tuvo altos y bajos, pero eso no significa que me haya enamorado de él solo por interés.

—El verdadero amor no nace por dinero ni fortunas —me defiendo y su expresión cambia—. El que de verdad te ama se queda contigo en las buenas y las malas sin importar tu posición económica.

Deja escapar una corta carcajada.

—Cursilerías —se burla.

Me encojo de hombros.

—Espero que encuentres a alguien que de verdad te quiera por lo que eres —agrego eso y me retiro mientras él piensa en qué responder, pero es tarde, ya he abandonado el lugar.

El día se pasa de la manera más habitual. Luego de atender a los pacientes que se encuentran internados y darle sus alimentos y medicamentos, me retiro a almorzar en la cafetería con mis compañeros de piso. Ordeno un sándwich de pavo con jugo de lúcuma y espero a que me traigan la orden mientras contesto los mensajes de Estefano y de mi madre que al parecer ya está en casa haciendo los preparativos para la cena.

Cuando el reloj del pasillo marca las seis, cojo mi mochila del casillero y me despido de algunos compañeros que se están alistando para salir también. Mi celular vibra y lo saco de mi bolsillo para revisar el mensaje de Peter que me ha llegado.

Peter: Estoy afuera.

Yo: Gracias, ahí salgo.

Guardo mi celular y camino hasta la entrada principal. Desde aquí puedo observar a Peter que me espera en el estacionamiento para llevarme a casa. Cuando llego hasta donde está él, lo saludo con un beso en la mejilla y me abre la puerta caballerosamente para sentarme en el lugar del copiloto.

Durante el camino a casa, juego con mis dedos en la ventana mientras Peter tararea la música que suena en la radio. Estoy nerviosa, lo sé, pero debo calmarme porque no puedo echar a perder todo por mi nerviosismo. En menos de diez minutos, llegamos y aparca en la vereda de enfrente, le agradezco antes de quitarme el cinturón y salir corriendo hacia mi casa.

—¡Mamá, ya llegué! —grito desde la sala mientras acaricio a mi perro.

Mi madre se asoma desde el umbral de la puerta de la cocina.

—Bien, ahora guarda a Tito en el patio de atrás —me ordena.

—Lo haré. —Guío a Tito hacia la puerta de vidrio que da al pequeño jardín trasero—. De ahí Nicolás vendrá a jugar contigo —le digo y me mira tierno. Sus ojitos me acongojan el corazón, sin embargo, debe quedarse aquí por órdenes de mamá.


***


El sonido del timbre resuena por toda la casa.

—¡Yo voy! ¡Yo voy! —aviso literalmente corriendo por el pasadizo hasta llegar a la sala. Me acomodo el cabello y la blusa de gasa que llevo puesta y abro la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.

La imagen de Nicolás, su padre y Sigrid aparecen del otro lado del umbral.

—Bienvenidos, adelante —los invito a pasar mientras saludo a cada uno. Estefano aparece en último lugar, me saluda con un beso tierno y cierro la puerta detrás de él.

Mamá sale de la cocina y se reúne con nosotros en la sala.

—Bienvenidos —saluda, emocionada.

Me acerco a su lado para hacer el respectivo protocolo y presentarlos.

—Mamá, te presento al señor Antonio, el padre de Estefano —menciono y ambos se saludan, estrechando sus manos educadamente.

El señor es muy elegante y sabe cómo dirigirse a una mujer que recién conoce.

—Mucho gusto... —Le da una mirada curiosa para que le diga su nombre.

—Alicia —completa ella.

—Mucho gusto, Alicia. Gracias por la invitación —manifiesta el señor Arnez.

Se dedican una sonrisa agradable.

—Bueno a Nicolás ya lo conoces —intervengo, continuando con el protocolo que he creado mientras se abrazan—. Y también te presento a Sigrid.

—Encantada de conocerla, mi hija me ha hablado mucho de usted —declara mi madre y ambas se saludan con un beso en la mejilla e intercambian sonrisas. Estoy segura de que se llevarán bien.

—Muchas gracias. Narel se ha ganado todo mi cariño —responde Sigrid muy encantada de estar en mi hogar. No puedo evitar sonreírle.

Mi madre los invita pasar a la mesa y veo que Nicolás busca con la mirada a alguien.

—Lo que buscas está en el patio, luego podrás verlo cuando termine la cena —aseguro, palmeando su hombro y la expresión en su rostro me indica que le he alegrado la noche.

Tomamos asiento en este orden: a los extremos principales de la mesa mi madre y el señor Antonio, en uno de los lados Estefano y yo, del otro, Sigrid y Nicolás.

—Traje esto para amenizar la cena —dice Antonio y le entrega a mi madre una bolsita muy elegante con un vino de mesa dentro.

—Muchas gracias, lo repartiré —asegura ella.

—Déjeme ayudarla a abrirlo —ofrece él y mamá asiente, aceptando la cortesía del señor. Ambos se ponen de pie al mismo tiempo.

Miro a Estefano que posa su mano sobre la mía por debajo de la mesa y la acaricia con su pulgar. Decido dedicarle una sonrisa de boca cerrada, la cual me responde con un beso sobre mi cabello.

Mi madre sirve su delicioso pollo al horno, es una receta similar a la de la cena de Navidad, acompañada de una ensalada de manzana, queso y pecanas, untadas con yogur natural. Sigrid observa la cena y parece deleitarse solo con mirarla. Nicolás le da una sonrisa al plato mientras mira el de los demás.

El señor Antonio pide la atención de todos nosotros y toma la copa de vino entre sus dedos para hacer un brindis.

—Quiero brindar por nuestros hijos, por su felicidad —dice, levantando su copa. Todos hacen lo propio y empiezan a chocar las copas delicadamente.

Me llevo la copa hacia los labios y el dulce trago recorre mi garganta al pasarlo, me encanta su sabor y decido darle otro sorbo. Debe ser un vino muy fino porque se siente una textura muy especial a diferencia de los otros que he probado en mi vida.

—Espero que la cena sea de su agrado —expresa mi madre con una sonrisa tímida y asentimos.

Comenzamos a comer y las primeras impresiones son buenas.

—Está delicioso —comenta Sigrid con una cara de placer.

—Demasiado —continúa Nicolás con un gesto obvio.

—Muy agradable —finaliza Antonio, tomando un sorbo de vino y se limpia los labios con la servilleta.

La satisfacción en el rostro de mamá al escuchar los elogios hacia su cena es reconfortante, todos están tan concentrados en sus platos, que no logran decir ni una sola palabra. Para mi absoluta sorpresa, todo está saliendo de manera normal y terminan más rápido de lo que pienso.

—Muchas gracias, Alicia, por esta deliciosa cena —manifiesta el señor, terminando el poco vino que queda en su copa.

—Gracias a ustedes, me alegra que les haya gustado —responde mi madre más que complacida.

El padre de Estefano toma una postura segura y se apoya en la mesa.

—Perdón por la pregunta tan curiosa, pero... ¿El padre de Narel? —inquiere, entrelazando los dedos de su mano mientras espera paciente la respuesta de mi madre.

Creo que nunca le hablé sobre mi padre a él, sobre mi madre sí muchas veces, sin embargo, de papá no.

Mamá le da una sonrisa de boca cerrada.

—Pues me separé de él hace mucho, vive en Seattle, pero viene a pasar tiempo con ella en fechas especiales como su cumpleaños, las fiestas de diciembre y el Día del Padre. —Me mira y asiento confirmando sus palabras—. A pesar de nuestra separación tenemos una relación cordial por nuestra hija.

El señor asiente y nos regala a ambas una sonrisa cómplice.

—Mi esposa falleció cuando mis hijos eran muy pequeños. Estefano era un niño y Nicolás apenas un bebé —nos cuenta y veo cómo el menor baja la mirada al oír el relato de su padre—. Sigrid es como una segunda madre para ellos, nos ayudó bastante cuando llegó a trabajar a casa.

—Lo admiro bastante, no es fácil criar a dos hijos sin su madre. —Mamá se siente identificada y sus palabras son como un premio para Antonio, por todos estos años de amor y dedicación a sus hijos—. Son unos amores, en especial el menor —asegura ella y Estefano alza las cejas, sorprendido por lo que acaba de escuchar. Nicolás le saca la lengua.

—Hey, sin pelear —advierto, divertida desde mi lugar, señalándolos con mi dedo índice.

Estefano se encoge de hombros.

—Yo soy el más guapo —le recuerda a su hermano.

—Yo soy el preferido de tu suegra. —Le da una mirada victoriosa mientras los mayores ríen por la divertida y sana pelea entre estos dos.

Luego de retirarnos de la mesa, los invitados pasan a la sala a conversar sobre cosas de adultos. Nicolás está jugando con Tito en el patio de atrás y Estefano y yo estamos en uno de los sofás viendo Netflix en su celular mientras compartimos audífonos.

Abro los ojos, ruborizada cuando veo que mi madre ha sacado el álbum de fotos de cuando era bebé.

—Uy, quiero ver eso —confiesa Estefano, mirando curioso hacia donde están ellos.

—Qué vergüenza, hay una foto donde me tienen desnuda, envuelta en una toalla a los dos años —menciono, recordando dicha foto.

Mi expresión de desconcierto debe ser épica.

—Nada que no haya visto antes. —Se encoge de hombros y me da una mirada pervertida. Lo fulmino por el comentario que ha hecho delante de los presentes. Por suerte, no lo ha dicho en voz alta—. Ya, amor. Mejor sigamos viendo la película. —Mi expresión se suaviza al oír sus palabras—. ¿Qué? —pregunta, mirándome confundido.

—Dijiste amor —repito con las comisuras de mis labios levantadas.

—¿No te gus...? —lo interrumpo, poniendo mi dedo en sus labios.

—Me encanta —admito y sonríe satisfecho. Se acerca para darme un beso en la frente—. Amor.

Aunque sé que esa palabra significa algo más entre nosotros, no me molesta que lo diga si lo usa como una manera para llamarme de cariño. Suena muy bien cuando sale de sus labios. Sin embargo, eso no quiere decir que ambos sintamos amor tan pronto y él es consciente de eso.

Queremos ir poco a poco.

Vuelvo a colocar mi cabeza sobre su pecho para retomar nuestra película.

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