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33

La casita del jardín


NAREL.

Estefano sale del despacho de su padre y se nos une en la puerta, seguido de una preocupada Sigrid, detrás de él. El señor Monroe nos pide que lo acompañemos a la patrulla que está estacionada frente a las gradillas del porche, porque quiere decirnos algo muy importante.

Me encuentro totalmente sorprendida, no tengo ni la menor idea de por qué ha venido a buscar a Estefano. En realidad, nos está buscando a los dos, pero coincidentemente me ha encontrado aquí.

Ingresamos a los asientos traseros de la patrulla de policía y el señor Monroe se sienta a nuestro lado, con una laptop en mano. Por suerte, deja la puerta abierta y eso me da un poco de alivio. Estar dentro de una patrulla no es nada bonito, me da una sensación angustiante, como si sintiera que varias personas que ahora están tras las rejas de una carceleta, se han sentado en el lugar en el que me encuentro yo.

—Los he traído aquí conmigo porque mi hija ha intentado cortarse las venas esta tarde. Por suerte, mi esposa la descubrió cuando estaba en el baño y pudo evitar que lo haga. Solo alcanzó a rasguñarse con el filo de la hoja —dice con una expresión de pesar. Estefano y yo nos compartimos una mirada de temor—. Como ya saben, ella no se encuentra bien mentalmente y quería preguntarles si ustedes tenían alguna amistad cercana con mi hija.

Estefano y yo negamos con la cabeza al mismo tiempo.

—No llegué a tener una amistad completa con ella. Solo me visitó unas cuantas veces, pero de ahí dejamos de hablarnos —asegura él, tomándome la mano para darme tranquilidad.

—Yo con ella no tenía comunicación desde que pasó lo de Alexander, solo me preocupé por llevarla a casa aquella vez y de ahí no la volví a ver —menciono.

El padre de Bella se incorpora y saca del bolsillo de su camisa un papel, el cual empieza a desdoblar hasta que logro ver un texto escrito en ambas caras de la hoja. Estefano me mira nuevamente y yo me encojo de hombros. Ambos estamos muy nerviosos y la situación se está poniendo de lo más rara.

—Antes de encerrarse en el baño, escribió esta carta, la cual dejó sobre su cama y me gustaría que la leyeran para que pudieran responderme unas preguntas —pide con amabilidad.

Nos pasa la carta y también nos presta una linterna para iluminarla. La ubico entre Estefano y yo para que así ambos podamos leerla. No sería buena idea que alguien la leyera en voz alta porque no queremos hacer sentir mal al señor Monroe, repitiendo las palabras de despedida de su hija.

La carta dice lo siguiente:

Papá y mamá:

Sé que no he sido la hija perfecta que siempre quisieron tener y tampoco soy la persona que yo quise ser para ustedes. Lamentablemente la vida no fue como yo esperaba y ustedes lo saben. Saben la mierda que soy en este mundo y lo mucho que los decepciono cada día que pasa. Es por eso que hoy escribo esta carta para despedirme de ustedes y agradecerles lo mucho que me brindaron durante los años que viví. Y perdónenme por lo poco que yo les retribuí como hija.

No debieron tenerme. No merecí nacer y estoy segura de que hubiesen sido completamente felices si yo no hubiese existido.

Aunque yo ya estaba muerta desde hace mucho. Cuando murió mi bebé. Yo morí con él.

Alexander me lo arrebató de la manera más cruel y desgarradora posible. Ese bebé iba a ser mi prioridad y mi vida entera, pero todo fue mi culpa. Yo lo maté. Yo permití que Alexander lo matara, ¿y todo por culpa de quién? De Narel.

Él me mintió, diciéndome que, si yo abortaba a mi bebé, seguiría a mi lado. Y no fue así, Alexander me abandonó, pero antes de hacerlo, me confesó que aún seguía queriendo a Narel y por eso me estaba dejando, para tratar de buscar una oportunidad más con ella. No le importé, nunca le importamos ni yo, ni mi hijo. Toda su atención estaba puesta en ella. En esa maldita perra que alguna vez llamé mejor amiga.

No lo volví a ver nunca más, tampoco me dediqué a buscarlo porque desapareció del mapa, como si se lo hubiese tragado la tierra. Solo pasé mis días llorando por aquel angelito que venía a visitarme todas las noches. Sí, mi hijito venía a verme a mi habitación cuando dormía. Siempre lo veía aquí, a los pies de mi cama, con algunas manchas de sangre en su ropita blanca. Se acercaba a mí y me abrazaba. Pero luego empezaba a gritarme que era una mala madre, que por mi culpa él estaba en un lugar horrible con unos niños malos que le pegaban y lo insultaban. Yo me cubría las orejas y gritaba para no oírlo. Sin embargo, él seguía mirándome mientras se desangraba desde la parte del ombligo.

Es por eso que planee esa venganza en contra de Narel. Porque quería verla sufrir, así como yo sufrí por mi pequeño.

Empecé a investigarla en redes y me di con la sorpresa de que tenía un nuevo novio. Al paso de unos días, asistí a una fiesta a la que me invitaron unos amigos y coincidentemente Narel estaba allí y su novio también. No perdí el tiempo y lo junté con otros amigos en el grupo que había formado. La noche siguió transcurriendo y ellos tuvieron una discusión en la cocina. Alan abandonó la fiesta, muy enojado y lo seguí hasta su camioneta para seducirlo, el muy tonto cayó con unos besos y me llevó a su apartamento. Logré sacarle toda la información que quería sobre Narel, y nuevamente por coincidencia del destino, ella estaba trabajando en la misma mansión en donde vive un chico que conocí en la fiesta también. Él se llama Estefano.

Todo estaba marchando a la perfección y pude ver la cara de estúpida que puso Narel al encontrarme con su novio. Fue demasiado fácil atraparlo, el pobre estaba muy descuidado y aburrido, ya que la muy santa aún sigue siendo virgen y con Alan nunca pasó a más que no sean besos y caricias.

A los pocos días me enteré de que Alexander había regresado a Portland y no había vuelto solo, estaba acompañado de su pareja. Me cree una cuenta falsa de Facebook para agregarlo y él me aceptó. Fue ahí donde me enteré de que sería padre por primera vez y justamente había venido a la ciudad para que su familia sea testigo del nacimiento de su hijo. Un hijo que sí deseó tener.

Él empezó a subir a sus historias cada momento, desde las primeras horas en que ella entró en labor de parto, hasta que su hijo dio su primer llanto al salir. Quise verlo todo con mis propios ojos y fui a la clínica. Ahí lo encontré en el pasillo, con el bebé en sus brazos. No se imaginan lo mucho que me dolió ver que él tenía en el rostro esa felicidad que me quitó a mí. En ese momento supe que la vida me estaba volviendo a matar por segunda vez. Me sepultó.

Y ya no aguanto más todo este dolor. Es por eso que me despido de ustedes a través de esta carta que estoy escribiendo con las lágrimas saliendo de mis ojos. Cuando me encuentren yo ya estaré muerta. Estaré muy lejos. Me reencontraré con mi bebé y ya nada ni nadie nos podrá separar otra vez.

Antes de terminar, quisiera pedirles un último favor.

Aunque me hubiese gustado haberlo hecho en vida, díganle a Narel que a pesar de todo el odio que siento por ella, hay una pequeña parte de mi corazón que la sigue y seguirá queriendo siempre. Me di cuenta demasiado tarde que, planear esta estúpida venganza fue en vano. El verdadero motivo porque lo hice, fue porque quería acercarme a ella de nuevo y verla. Había una simple razón: extrañaba a mi mejor amiga y solo quise llamar su atención. Ahora tengan por seguro que la cuidaré todos los días desde el cielo, tanto a ella como a ustedes.

Muchas gracias, mamá, por todo el amor que me diste. Muchas gracias, papá, siempre serás mi orgullo y el hombre de mi vida.

Los quiero mucho a ambos, nunca lo olviden.

Bella.

Silencio.

De repente se me ha puesto la piel como de gallina. Escucho que Estefano suelta un profundo suspiro y yo solo trago saliva para aliviar esa angustiante sensación que tengo en el pecho.

Quisiera decir que tengo ganas de llorar, pero no es así. Siento demasiada pena por los padres de Bella, ellos son tan buenos como para que estén pasando por esto ahora. Definitivamente su hija no está bien mentalmente.

—Gracias —susurro, devolviéndole la carta al señor—. De verdad lo siento mucho por ella. ¿Qué piensan hacer ahora? —pregunto.

Él guarda la hoja de papel en el bolsillo de su camisa. Abre la laptop y escribe una contraseña en la pantalla para desbloquearla.

—Con mi esposa hemos decido internarla en un hospital psiquiátrico el tiempo que sea necesario. Queremos que ella vuelva a hacer la Bella de antes y sabemos que ninguna rehabilitación cambiará el pasado, pero sí la ayudará a superar todos esos traumas que le dejó la perdida de esa inocente criatura —comenta mientras abre una página de Facebook en el navegador de la laptop—. A veces los padres no estamos pendientes de nuestros hijos por el trabajo y ni imaginamos en lo que pueden estar metidos. Al ser muy jóvenes no saben tomar decisiones con responsabilidad y se dejan influenciar y manipular por terceras personas. Una de ellas es mi hija, quien tomó una decisión incorrecta que terminó dañándola y arruinando su vida. Miren... esta es su laptop y le pedí ayuda a un colega para desbloquearla y poder revisar las redes.

El señor Monroe ingresa al buscador de Facebook y por un momento me recorre un escalofrío en el cuerpo al ver que, en el historial aparecen los perfiles de Alexander, Estefano y yo. Esas tres cuentas son las únicas que llenan el historial en diferentes fechas y horas.

Y es ahora donde agradezco no estar tan activa en esa red social. Además, no acepto solicitudes de personas que no conozco y todas mis publicaciones son visibles solo para mis amistades.

Luego ingresa a la galería y Estefano se tensa al ver sus fotos en ella.

—Al menos tenía buen gusto —afirma él, guiñándome un ojo y le hago una mueca para que se calle. No es el momento para hacer bromas ahora.

No voy a negar que eso le ha quitado un poco de tensión al momento. Pero a la vez me da un poco de celos pensar que a ella le gustaba Estefano. Por suerte, a él no parece importarle eso. Más bien, le causa gracia.

Sigue bajando la galería y observo muchas fotos de Alexander y su pareja, luego de su bebé y también de su familia cuando celebraron el 4 de julio. El resto son fotos de ella y Christhoper junto a otro chico que no conozco.

—Solo quería preguntarles si lo que está escrito en la carta es verdad —menciona el padre de Bella y asiento—. Entiendo... De parte de mi esposa y de parte mía, queremos pedirte disculpas, Narel. No estábamos enterados de lo que Bella estaba haciendo. Cuando salía, mentía diciendo que iría donde unos amigos y nosotros le creíamos. De verdad lo sentimos por lo que causó en tu relación.

Le muestro una sonrisa de boca cerrada.

—No se preocupe —respondo, haciendo un ademán para restarle importancia—. Espero que Bella se pueda mejorar pronto. Ustedes son unas personas maravillosas, las cuales nunca olvidaré.

—Gracias, Narel —contesta, tratando de fingir una sonrisa en medio de la preocupación que está viviendo—. Bueno, no les quito más tiempo. Tengo que regresar con mi esposa y nuevamente perdón por haber interrumpido en tu casa a estas horas, Estefano.

—Pierda cuidado, señor —expresa él, despidiéndose del oficial Monroe con un estrechón de manos—. También le doy mis buenos deseos para la recuperación de su hija.


***


—Te prestaré ropa para que duermas —sugiere Estefano, mirándome desde el umbral de la puerta. Asiento y me hace una señal para que lo siga.

Cruzamos el pasillo y entramos a su habitación. Un aroma a fragancia masculina me recibe y penetra mis fosas nasales, haciendo que este momento sea placentero. Lo sigo hasta su clóset y saca la misma ropa que me ofreció la vez pasada: el polo blanco y el pantalón plomo que usa para entrenar.

—Iré a cambiarme —aviso mientras camino hacia la puerta, pero me toma del brazo, deteniéndome.

—Hey, no tan rápido —dice, rodeándome la cintura con sus manos—. Necesito que me acompañes a buscar algo a la casita del jardín.

—¿La casita del jardín? —pregunto con el ceño fruncido y él asiente.

—Tú solo sígueme —responde, robándome un beso corto y me toma de la mano para guiarme hacia la puerta.

Salimos de su habitación y bajamos hasta una puerta trasera que da acceso al jardín lateral de la mansión. El cielo azulado nos recibe con una brisa fría que me escarapela el cuerpo, avisándonos que el otoño ya está haciendo acto de presencia en esta ciudad.

Acompaño a Estefano, caminando por un sendero empedrado de este lado del jardín y por primera vez, visualizo una pequeña fuente de mármol. En todo el tiempo que llevo viniendo a esta casa, nunca la vi y debo confesar que me parece muy bonita y artística con esos querubines tallados que adornan parte superior. Arriba de ella, hay un farol que ilumina el camino y al acercarnos más, me doy cuenta de que no ha sido utilizada en mucho tiempo, pues se encuentra seca, al igual que el césped que la rodea.

Dirijo mi atención hacia la pequeña casita que se levanta al final del jardín, entre los arbustos y algunos árboles. No sé por qué, pero me da la sensación de que por dentro es más grande de lo que parece. Y sí, cuando Estefano abre la puerta, ingresamos y puedo percibir de inmediato un ambiente cálido y agradable.

Prende las luces y puedo ver que es muy curiosa, como si fuera una casita de muñecas a escala natural.

—Aquí solíamos jugar Nicolás y yo cuando éramos más pequeños. Papá la mandó a construir para nosotros —me cuenta él, tomándome de la mano luego de cerrar la puerta.

—Me encanta, es muy bonita —comento, mirando hacia todos los lados.

Tiene un aspecto algo infantil, pero no mucho. Hay estantes con algunos muñecos y carros, otros con juegos de mesa como ajedrez y ludo. Casi al final, hay una mesa de futbolito y un estante con un televisor, debajo de él un reproductor de DVD y un par de cojines puff donde imagino se sentaban los chicos.

Sigo a Estefano hasta otra habitación donde hay un par de camas, un sofá y un pequeño armario. Este parece ser el último cuarto de la casa porque no veo otra puerta más que guie hacia otro compartimiento. Solo es una pequeña sala y una habitación para dos. En definitiva, sí era más grande de lo que creí.

—Bien, ¿qué se supone que vamos a buscar? —inquiero, mirando la decoración del cuarto.

—Unas toallas —informa él, señalando unas cajas que están apiladas al lado del armario—. Están en la primera caja.

Asiento y camino hacia donde me ha indicado.

No sé por qué, pero su actitud se ha vuelto rara. Sin embargo, respondo yo misma a mi pregunta cuando noto que el peso de la caja está ligero y se puede mover con facilidad, lo que indica que no hay toallas aquí dentro. Frunzo el ceño y saco la tapa de la caja e inmediatamente unos globos con forma de corazón salen del interior y suben, flotando hasta que el techo los detiene.

Volteo a mirar a Estefano, confundida y no sé en qué momento lo hizo, pero él ya se encuentra detrás de mí con un ramo de rosas rojas en la mano, mirándome, sonriente y expectante a lo que yo voy a decir.

—Estefano, ¿qué...?

Me interrumpe.

—Mira el interior de la caja —indica, haciéndome una señal con los ojos y me vuelvo hacia la caja para mirar lo que contiene.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro cuando veo que, en los lados de la caja, hay fotos nuestras que nos hemos tomado en varias ocasiones: en su camioneta, en el almuerzo del 4 de julio, el día de la cena con mi madre y frente a la fogata en el campamento. Y lo más importante, en el fondo hay una tarjeta roja doblada en dos, la cual abro y me sonrojo al instante cuando la leo.

¿Quieres ser mi novia?

Me reprimo una sonrisa, mordiéndome los labios y giro hacia él, que se arrodilla sobre una rodilla como si fuera a pedirme matrimonio.

—Narel... ¿Quieres ser mi novia? —pregunta, tierno y siento que las mejillas se me sonrojan más. Miro hacia un lado, haciendo un mohín como si tratara de pensar mi respuesta y él alza las cejas, esperando, impaciente.

Y no tengo nada que pensar. Ya no hay nada ni nadie que impida esto que los dos sentimos. Todos mis miedos se han ido y estoy completamente segura de que quiero intentarlo con Estefano.

—Sí. —Asiento, sonriendo—. Sí quiero ser tu novia, Estefano —acepto, haciéndole un gesto con la mano para que se ponga de pie.

Se forma en su rostro una sonrisa de oreja a oreja y sus ojos brillan de felicidad. Mis pies no sienten el suelo porque me carga y automáticamente mis piernas rodean su cintura. Lo abrazo con fuerza a la vez que escondo mi rostro en su cuello, él me corresponde el abrazo con sus manos en mi espalda y siento que su corazón late tan rápido como el mío.

—Ahora sí, respóndeme —expresa cuando me baja. Sus ojos toman un brillo especial—. ¿Soy tu chico? —pregunta y ruedo los ojos soltando una risa.

—Creí haberlo respondido en el estacionamiento de la clínica —aseguro, haciendo un mohín.

Niega con la cabeza.

—Yo lo respondí por ti —aclara, colocando un mechón de cabello detrás de mi oreja y me mira curioso—. Y quiero que me respondas de la manera en que me gusta. —Acaricia mi mejilla con su pulgar mientras sus ojos esperan una respuesta de mi parte.

No extiendo más el tiempo y me pongo de puntillas para tomar los lados de su cabeza con mis manos y besarlo. Él me toma de la cintura y me apega más a su cuerpo, dándole profundidad a nuestro primer beso como novios.

Continuamos besándonos y retrocedemos hasta que chocamos con una de las camas y caigo de espaldas en ella. Estefano se acomoda cuidadosamente sobre mí y me rodea con sus brazos mientras sigue dando lo mejor de él en este beso.

Sus labios bajan por mi cuello, dejando pequeños besos húmedos que empiezan a provocar diversas sensaciones en mi cuerpo. Cierro los ojos y me dejo llevar por él, que toma una de mis manos y la entrelaza con la suya mientras sube para volver a atacar mis labios con los suyos.

—Joder, te deseo, Narel —susurra sobre mis labios y no me deja responder porque continúa el beso de manera descontrolada.

Entonces las palabras de Bella escritas en esa carta regresan a mi mente:

...el pobre estaba muy descuidado y aburrido, ya que la muy santa aún sigue siendo virgen y con Alan nunca pasó a más que no sean besos y caricias.

Me invade una absoluta decepción al caer en la cuenta de que imbécil de Alan le contó todo a Bella. Sí, aún no he tenido mi primera vez con ningún chico. Llámenme como quieran: Santa, Virgen María o monja. Pero nunca llegué a hacerlo porque tenía miedo y cuando estuve con Alexander era demasiado joven, aún estaba en la escuela y los embarazos adolescentes estaban a la orden del día.

Con Alan fue diferente, nunca me inspiró confianza, parecía un chico tosco e irresponsable y cuando me lo pedía o insinuaba, yo me negaba porque tenía miedo de que todo saliera mal. Él terminaba molestándose conmigo. Nunca me entendió y se limitó a ignorar ese punto.

Es por eso que ahora estoy dejándome llevar por Estefano. Él parece ser más comprensible y si en algún momento quiero que se detenga, estoy segura de que lo entenderá y sabrá esperarme hasta cuando me sienta preparada.

Por suerte no tengo que esperar para usar dichas palabras porque alguien llama a la puerta con un par de toques y Estefano se separa de golpe. Me extiende la mano para ayudarme a levantarmme de la cama.

—Estefano, ¿estás ahí? —pregunta Nicolás del otro lado de la puerta y su hermano dice algo entre dientes que no logro escuchar bien.

Me reprimo una risita graciosa cuando abre la puerta y le da al menor una mirada de "te mataré en cuanto pueda, Nicolás". Mi mejor amigo solo se sonroja al darse cuenta de que interrumpió el momento entre Estefano y yo.

"El momento".  


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