32
Labios de fresa
NAREL.
Cuando llega la ambulancia, trasladan cuidadosamente a mi madre a una camilla y salen por todo el pasillo con dirección al vehículo. Busco a Estefano con la mirada y lo encuentro abriendo la puerta de su camioneta.
—¡Narel! —me llama, haciendo un gesto con la mano para que vaya con él. Lo hago. Una vez dentro de la camioneta, la pone en marcha, siguiendo la ambulancia hacia la clínica—. Dijeron que no podías ir con ellos en la ambulancia —explica.
—Sí, lo sé —es lo único que se me ocurre responder, estoy con los nervios de punta.
Estefano me da una mirada inspectora para ver si estoy tranquila, pero no, no lo estoy. Quisiera ir con mi madre, sin embargo, la ambulancia es algo pequeña, vinieron como tres enfermeros para llevarla y por temas de espacio, pidieron que yo vaya en otro vehículo.
Suspiro cuando llegamos al parking de la clínica y salgo corriendo hacia la sala de emergencias, dejando a Estefano detrás. Mis compañeros enfermeros me ven sorprendidos cuando entro a paso apurado al pasillo, pero no me detengo porque no estoy en condiciones de darles explicaciones.
—Narel, por favor, espera aquí —me pide una enfermera, deteniéndome con sus manos en mis hombros—. Tu mamá ya reaccionó, pero el doctor debe revisarla. —Asiento tranquilizándome al saber que mi madre ha despertado, pero quiero saber lo que ocurrió. Me siento en una de las sillas de espera que hay aquí.
Los murmullos de mis compañeros que se encuentran al inicio del pasillo aumentan y miro hacia esa dirección para entender el porqué: Estefano acaba de pasar por su lado y ellos no dejan de analizarlo de pies a cabeza.
—¿Todo bien? —pregunta cuando llega y toma asiento junto a mí.
—Ya reaccionó, pero el doctor debe examinarla —le informo, descansando mi cabeza sobre su hombro y me da un abrazo de costado.
Deposita un beso en mi frente.
—Ya verás que todo estará bien. Estoy aquí contigo. —Su voz parece casi un susurro débil, pero emana tranquilidad y gran apoyo hacia mí.
De repente, sale el doctor del consultorio y nos ponemos de pie. Tiene una mirada de lo más tranquilo y eso de alguna u otra manera me reconforta.
—Narel —me nombra mientras busca algunos datos en su carpeta—. Tu madre ha reaccionado. Al parecer sufrió un desmayo y vamos a hacerle varios exámenes para identificar qué fue lo que provocó dicho desmayo.
—¿Puedo verla? —pregunto y veo por el rabillo del ojo que Estefano se aparta para responder una llamada.
El doctor duda antes de hablar:
—Ahora la estamos preparando para los exámenes. Ella ha accedido a quedarse esta noche para que pueda ser examinada. Por ahora, recomiendo que vayas a casa tranquila y regreses mañana a primera hora para que sepas los resultados.
—Está bien, doctor. Muchas gracias —contesto y él me da una sonrisa de boca cerrada antes de perderse dentro del consultorio.
Exhalo todo el aire que he contenido mientras proceso las palabras del doctor y me vuelvo hacia Estefano, que termina su llamada y guarda el celular en el bolsillo de su pantalón.
—¿No te dejaron verla? —pregunta con el ceño fruncido y niego con la cabeza.
—No porque empezarán con los exámenes —aviso, haciendo un mohín y Estefano se acerca más a mí.
—Escucha —inicia diciendo con sus manos en mi mejilla—, quiero que estés tranquila, pasarás la noche en mi casa, ¿vale? Acabo de decirle a Sigrid que irás conmigo. —Sus ojos tienen un destello de emoción al pedirme que me quede con él.
—Pero puedo quedarme en la mía —sugiero con una mirada apenada.
No quiero encontrarme con Sergio y Ximena en la mansión. Ya bastante tengo con lo de mi madre para poder soportar a ese par.
Rueda los ojos y niega con la cabeza.
—No te voy a dejar sola, Narel —asegura con una expresión seria. Sé que no se va a dar por vencido.
Termino aceptando después de tanta insistencia. Caminamos y me toma de la cintura cuando pasamos por donde están mis compañeros. Mario tiene los ojos bien abiertos y si fuera físicamente posible, la boca se le caería hasta el suelo, al mismo estilo de las caricaturas.
Los saludo con un movimiento de mano, pero ninguno dice una sola palabra. Se han quedado estupefactos, mirando la mano de Estefano que se encuentra en mi cintura y estoy segura de que mañana estaré en boca de todos. Especialmente en la de Mario.
—¿Los conoces? —pregunta él, curioso, cuando cruzamos la puerta de salida.
—Sí, son mis compañeros. —Hago un gesto obvio y frunce los labios.
—Parece que hubieran visto una pareja de fantasmas —ríe mientras busca las llaves de su camioneta.
—Digamos que no están acostumbrados a verme al lado de un chico —explico, encogiéndome de hombros.
Me da una mirada divertida.
—¿De tu chico? —Su cara toma una expresión coqueta. No puedo evitar soltar una risita y sacarle la lengua. Alza las cejas y se acerca, tomándome de la cintura para pegarme a él—. Respóndeme, Narel, ¿tu chico?
—¿Tú qué piensas? —le devuelvo la pregunta, divertida.
Hace un mohín y entorna los ojos como si estuviera pensando en algo.
—Que solo tu chico puede hacer esto —responde y rápidamente me roba un beso, dejándome sorprendida en medio del estacionamiento.
Me muestra una sonrisa victoriosa y retrocede unos pasos para abrir la puerta de su camioneta.
***
El concurrido centro de la ciudad, nos recibe mientras en la radio suena "Fresa" de Tini Stoessel y Lalo Ebratt.
Cuando tú me tocas, toca, toca, toca.
Cómo me provoca, voca, voca, voca.
Cuando tú me besas, de pies a cabeza.
Sé que a ti te gustan mis labios de fresa.
Canto tratando de imitar la coreografía que hace Tini en el video. La verdad estar con este chico me hace bien, se ha encargado de distraerme del tema de mamá, aunque estoy preocupada, pero trato de darle mi mejor ánimo para agradecerle su compañía. Si no estuviera yendo con él a pasar la noche en su casa, ya estuviera sola en la mía.
Y es ahora donde me doy cuenta de cuán importante es tener a alguien como Estefano a mi lado. Eso solo hace que mis sentimientos hacia él crezcan más de lo que me imagino.
Lo quiero bastante, de verdad estoy enamorada de él.
—¿A ti te gustan mis labios de fresa? —pregunta, juguetón.
Hace que suelte una risa y me hunda más en el asiento.
—¡Parece que estás feliz hoy! —comento, mirándolo sorprendida.
Por un momento, la idea de que está excitado se me pasa por la mente, pero su diversión se extingue cuando sus ojos se quedan atrapados en el espejo retrovisor. Rápidamente volteo y veo una camioneta de lunas polarizadas detrás de nosotros.
—La camioneta que viene detrás, ¿es la de Sergio? —inquiero, volviéndome hacia él y noto que tiene un gesto de incomodidad en el rostro.
Entorna los ojos y bufa, fastidiado.
—Así parece —responde y me vuelvo a hundir en el asiento mientras me cruzo de brazos—. No te quise decir nada para no preocuparte, pero esa camioneta me ha estado siguiendo desde que salí de casa.
Niego con la cabeza y retomo mi posición erguida cuando ingresamos al patio de la mansión. Estefano estaciona a un lado de las gradas que dan a la puerta principal.
—Guardaré mi camioneta en el garaje. Ve entrando —ordena, entregándome las llaves antes de salir de su vehículo.
Subo las gradas e introduzco la llave en la cerradura, la puerta se abre y el cálido ambiente hogareño, característico de la mansión, me da la bienvenida.
Ya extrañaba demasiado este lugar.
—¡Narel! —exclama Nicolás cuando me ve desde el sofá y corre a abrazarme.
—Mi peque, pasaré la noche aquí —le comento, aceptando su abrazo.
Me emociona demasiado saber que, al llegar a esta casa, siempre habran personas que me reciban de la mejor manera y una de esas personas es Nicolás.
La puerta se cierra detrás de mí y supongo que es Estefano quien acaba de entrar, pero al girarme veo que no es él. Ximena camina hacia nosotros, dándome una mirada asesina.
—Contigo quiero hablar —masculla, señalándome con su dedo índice y luego voltea a ver al menor de la familia—. ¡Tú, desaparece! —Le hace un gesto a Nicolás para que se vaya.
—Te recuerdo que estás en mi casa y no puedes darme órdenes, Ximena —responde él, defendiéndose.
Ella rueda los ojos, ignorando las palabras de Nicolás y empieza a aplaudir de manera sarcástica.
—¡Felicidades! Eres más astuta de lo que creí —me dice.
Mi ceño se frunce instantáneamente.
—¿Qué? —contesto, confundida.
—¡No te hagas la estúpida! —grita, tirando su bolso a un lado—. Te hiciste pasar por la enfermera tonta para trabajar aquí y seducir al hijo de tu jefe.
Puedo jurar que su voz se oye por toda la casa.
—Yo no... —trato de defenderme también, pero me interrumpe.
—¡Cállate! —vuelve a gritar.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta el señor Antonio, saliendo de su despacho con unos papeles en mano.
—Que esta... esta... —Me señala, temblando por lo tensa y furiosa que está—. Esta perra se anda revolcando con su hijo mayor —Sus palabras me caen como balde de agua fría y miro al señor, negando con la cabeza rápidamente, pero él no me mira.
Toma una postura erguida y avanza hacia nosotros.
—Mide tus palabras, Ximena. Estás en mi casa —le recuerda el patriarca de la familia, quitándose sus lentes y dejándolos junto a las hojas de papel sobre el sofá.
—¡Dígale!... ¡Dígale cuál es su lugar! —continúa ella, su rostro se tensa y sus mejillas toman un color rojo. La figura de Estefano aparece en el umbral de la puerta—. Que no es más que una simple empleada en esta casa, como Sigrid. —Miro hacia la cocina donde se encuentra la aludida, cerrando los ojos, ofendida por el comentario que acaba de oír por parte de Ximena.
—¡Ya basta! —interviene Estefano, poniéndose delante de ella.
—Yo no me he acostado con él —aseguro mientras un sollozo sale de mí y Nicolás me abraza.
—¡No! No me he acostado con nadie —agrega Estefano con voz firme, mirándonos a todos—. Empecé una relación contigo, Ximena —se vuelve hacia ella—, pero te pedí tiempo hace días porque quería pensar bien las cosas. Y ya lo tengo claro. Se acabó, Ximena. Lo lamento, pero no puedo seguir engañando a todos con algo que no siento.
—¡No, no! —suplica ella con las lágrimas saliendo de sus ojos.
—De verdad, lo lamento, pero no eres la chica que quiero —confiesa él.
—¿Y esta sí lo es? —Me mira con desprecio y asco.
—Estoy enamorado de ella desde antes de conocerte a ti. —Se acerca para abrazarme y seca mis lágrimas con sus dedos, finalmente me da un beso en la frente—. Y creo que todos aquí conocen lo maravillosa que es esta chica. Imposible no quererla.
—Cómo te quedó eso, ¿eh? —interviene Nicolás con un notable tono de burla.
—Nicolás... —Estefano lo reprende de manera dulce.
—Okey... —acepta él entre dientes, rodando los ojos.
El señor Antonio se soba la frente en señal de frustración.
—Ya pasó, por favor, no más escándalos. —Nos mira a todos—. Mi casa no es un mercado, ni mucho menos un teatro para hacer ese tipo de escenas aquí. —Asentimos en silencio mientras coge sus documentos y sus lentes para retirarse, subiendo las escaleras—. Ah... Estefano y Narel, los espero en mi habitación —avisa sin mirarnos.
Trago saliva y miro asustada a Estefano, que me devuelve la misma mirada. Ximena corre escaleras arriba, sollozando desconsoladamente y termina perdiéndose en el pasillo.
—Tranquila —me dice Estefano, abrazándome y no puedo dejar de temblar por los nervios después el bochornoso momento que acabamos de pasar. Me coge de la mano y me invita a caminar a su lado—. Vamos juntos.
El camino hacia el dormitorio del señor se me hace demasiado largo y a la vez corto. En cuanto menos imagino, estamos en el pasillo frente a la puerta de la habitación. Ambos suspiramos antes de que Estefano toque y se escuche un "adelante" del otro lado. La entrada es como en una película de suspenso. A cámara lenta.
El padre de Estefano está sentado en un sofá de cuero, al lado de la mesita de noche. La expresión que tiene es relajada, sus ojos miran nuestras manos entrelazadas y ambos nos soltamos al mismo tiempo.
—Por favor, tomen asiento —dice, señalando su cama. Nos sentamos en el borde de esta—. Y bien... ¿Tienen algo que decir? —Coge una jarra y un vaso de vidrio que tiene sobre la mesita de noche y se sirve agua hasta la mitad.
—Lamento mucho lo que acaba de suceder —me disculpo y bajo la mirada. Estoy avergonzada.
—Yo igual, papá —habla Estefano con el mismo tono de voz que yo: arrepentido. El señor nos mira, dándole un sorbo a su vaso de agua—. Todo esto fue mi culpa —añade.
Asiente y deja el vaso a medio terminar sobre la mesa. Su expresión intimidante cambia a una sonrisa de boca cerrada luego de soltar una risita contagiosa.
—¿En serio van a disculparse por no haber hecho algo malo? —pregunta y Estefano me mira, confundido. Yo le devuelvo la misma mirada por segunda vez en la noche—. Que yo sepa amar no es pecado.
—O sea, ¿no estás molesto? —pregunta su hijo no tan convencido.
—¿Por qué lo estaría? —Frunce su ceño.
—No lo sé. —Se encoge de hombros y su padre lo mira atento.
—Pues son tan evidentes que me di cuenta el día que se hicieron esa escena de celos delante de todos, cuando Sergio confesó estar interesado en ella. —Me alude, haciendo un breve gesto con la cabeza y entorno los ojos. Recuerdo aquella cena.
El señor es más listo que los dos juntos.
—¿Y por qué no dijiste nada? —vuelve a preguntar Estefano, cambiando su expresión de confusión a asombro.
El señor vuelve a coger su vaso de agua y le da otro sorbo.
—Quería ver hasta dónde llegaba su inmadurez —admite, alternando la mirada entre los dos—. Aunque, lamentablemente Ximena salió perdiendo. En eso si no estoy de acuerdo y pienso que le deben unas disculpas a ella.
—Entonces... —Las palabras de su hijo suenan tímidas—. ¿Estarías de acuerdo que yo salga con Narel?
Me observa, atento, como si me conociera de otras vidas.
—Tú mismo lo dijiste, imposible no quererla. Narel se ganó toda mi confianza en poco tiempo, quedé satisfecho con su trabajo y lo vuelvo a repetir: las puertas de esta casa siempre estarán abiertas para ella. —Me da una sonrisa de boca cerrada—. Además, me recuerda mucho a mi Amelia —vuelve a decir mientras se pone de pie y se acerca—. De verdad, estoy muy feliz por ustedes. Y ya estaba empezando a pensar que eras gay, Estefano.
Suelta una risa contagiosa y le palmea el hombro a su hijo.
Siento que me he quitado un peso de encima al haber hablado con el señor Antonio y saber que está feliz de que salga con su hijo, pero a la vez tengo la preocupación de mi madre. No sé por qué tengo un mal presentimiento sobre eso, mi madre es una mujer sana y no paso mucho tiempo con ella para saber si hay algo más que perjudique su salud en estos momentos. Siempre que llego a casa solo es para cenar y dormir. Los fines de semana aprovecho en dormir hasta tarde, pero trato de disfrutar con ella el máximo de tiempo que puedo tener a su lado.
Salimos de la habitación del padre de Estefano y bajamos a la sala donde está Nicolás, leyendo un libro que tiene una portada de color negro. Cuando nos ve, pregunta con un movimiento de cabeza sobre lo que ha dicho su padre. Le respondemos al mismo tiempo, levantando nuestros pulgares, afirmando que todo está bien y nos regala una ancha sonrisa.
—Iré a hablar con papá sobre unos temas personales —me avisa Estefano, soltando mi mano y asiento—. Ve a la cocina a saludar a Sigrid.
Dicho eso, desaparece en dirección al despacho de su padre y yo emprendo mi camino hacia la cocina. Un delicioso olor inunda el ambiente cuando llego y detecto el incomparable aroma de la comida de Sigrid. Me asomo por la puerta y veo que está moviendo la sopa con una cuchara de madera. Me mira, divertida y yo entro como una niña tímida hasta que nos reímos a carcajadas envueltas en un abrazo.
—¿Cómo has estado? —me pregunta a la vez que tomo asiento en un banco de la isla, junto a la cocina.
Le cuento todo lo que he pasado durante el último mes. Lo de Sergio, lo de Estefano y sobre mi madre. Sigrid es como una segunda mamá, mi confianza en ella está puesta desde que llegué aquí la primera vez.
Deja de mover la sopa y toma asiento a mi lado para aconsejarme y darme un poco de tranquilidad. Me dice que estuvo mal haber jugado con los sentimientos de Ximena y de Sergio, lo acepto, pero yo no jugué con él. Solo salíamos y decidí no iniciar nada porque sabía que no estaba preparada. No podía negar que aún seguía queriendo a Estefano, pero ahora estoy aquí, asumiendo las consecuencias de mis actos, al igual que él.
—Estoy segura de que ese par de chicos agarran sus maletas mañana mismo y se van. —Me da una mirada preocupada, pero luego llegamos a la conclusión de que estará bien si regresan a su país. Siento un poco de pena por Ximena, aunque a la vez me frustra todo el escándalo que hizo.
Acaso, ¿yo lo hubiese hecho?
No.
Recuerdo cuando descubrí que Alexander me fue infiel con Bella, no dije nada, solo me fui y guardé mi luto en casa, pero fue algo que me chocó demasiado y me llevó a una corta fase de depresión, que claramente ya está superada.
Luego de la cena, Sigrid me prepara la misma habitación de siempre para pasar mi noche aquí, y al parecer será la última de Ximena y Sergio en esta casa, pues anunciaron en plena cena que mañana mismo regresan a México.
Quisiera intentar pedirle disculpas a Ximena, pero se encuentra muy sensible por lo que pasó y no me apetece recibir un mal trato de su parte. Ya bastante me ha dado por hoy al ponerse a gritar como loca y a humillarme en la sala.
El sonido del timbre me saca de mis pensamientos, veo a Sigrid salir de la cocina y caminar hasta la puerta para abrirla.
—¿Le doy play al siguiente capítulo? —pregunta Nicolás, dándome una mirada rápida y asiento. Estamos viendo una serie de Netflix.
A los pocos segundos Sigrid vuelve con una expresión de desconcierto en el rostro y me pregunta:
—¿Has visto a Estefano? ¿Un oficial de policía lo está buscando?
Mi cara adopta la misma expresión que ella y entrecierro los ojos haciendo memoria para recordar.
—Creo que estaba hablando con su padre —le contesto y ella se dirige al despacho del señor Antonio mientras yo camino hasta el salón principal para darle un vistazo a la puerta.
Y mi confusión se acrecienta más cuando veo a un oficial de policía bajo el umbral. Frunzo el ceño cuando noto que su figura me parece conocida, hasta que levanta la mirada, dándome acceso a su rostro y sus ojos caen sobre los míos.
—Buenas noches, Narel —me saluda.
Es el padre de Bella, el oficial Monroe.
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