31
La verdad
NAREL.
Las enormes pestañas de Estefano son lo primero que veo al despertar. Está profundamente dormido que no quiero moverme para seguir contemplando lo guapo que se ve así. Miro nuestros cuerpos, estamos en la misma posición que adoptamos ayer. Hago un silencio, deteniendo mi respiración por un instante para oír el canto de los pájaros del bosque.
Cierro mis ojos y sigo disfrutando de este momento especial antes de regresar a la ruidosa ciudad. De pronto, se oyen unas pisadas que se acercan a la tienda y me pongo alerta hasta que la sombra de una figura humana se refleja en la tela. Poco a poco bajan el cierre y veo que se asoma un ojo. Quito rápidamente el brazo de Estefano que está sobre mi cintura y bajo todo el cierre en un impulso repentino, sin darme cuenta de que puedo estar poniendo en peligro mi vida. Esa persona pudo haber sido un ladrón o un sujeto de mal vivir.
Suelto un profundo suspiro cuando lo veo.
—Sergio, ¿qué haces aquí? —pregunto, nerviosa.
Lo vio todo.
Cojo mi casaca y me la pongo para salir de la tienda. Él se encuentra de espaldas, con una mano en la cintura y otra en el entrecejo, tratando de calmarse. Da un par de pasos y voltea en cámara lenta como en las telenovelas mexicanas que veía mi mamá.
Se muerde el labio, asintiendo con la cabeza inclinada.
—Es por él, ¿no? —pregunta, decepcionado y me quedo fría un instante sin saber qué responder.
—¿Qué? —es lo único que sale de mí porque tengo la culpa invadiendo toda mi cabeza ahora. Me he convertido en lo que no quería.
—Estás enamorada de él. —Señala con dirección a la tienda, refiriéndose a Estefano que duerme en el interior de esta.
No soy valiente como para mirarlo directamente a los ojos. Solo miro el monte Hood mientras pienso en qué responder. Sabía que este día llegaría, pero no de esta manera, y sé que ya es tarde para darle explicaciones.
El momento de ser sincera con este chico es ahora.
—Sí. —No lo pienso y agrego—: Pensé que, al dejar de trabajar en su casa me olvidaría de todo lo que ambos sentimos, pero no, ayer hablamos y aclaramos cosas que, por más que yo quise cerrar, no pude, aún sabiendo que su padre no nos va a aceptar. De verdad me hubiese gustado darte una oportunidad, pero si bien es cierto tú tienes una vida hecha en México y yo la mía aquí en Portland. No está en mis planes irme a vivir a otro lado y tampoco puedo dejar a mi madre sola en esta ciudad. No quise iniciar algo contigo porque no quiero lastimarte a ti y mucho menos a mí.
—¿No querías lastimarme? —ríe, sarcástico—. Lo que más odio es la mentira. Y estoy decepcionado porque no me dijiste todo desde un principio.
Siento una mano rodear mi cintura y veo a Estefano ponerse a la par mía con una actitud de defensa.
—¿Qué pasa? —pregunta muy confundido.
La cara de Sergio cambia radicalmente.
—Contigo quería hablar. —Su rostro está tan tenso, que una vena se marca en su cuello. Se lleva las manos a la cadera, adoptando una posición segura—. Si no amas a mi hermana, ¿por qué no le dices la verdad? Que te gusta Narel.
—Creo que eso no es asunto tuyo, Sergio —responde rápido el mayor de los Arnez.
El mexicano lo fulmina con la mirada y da unos pasos hacia nosotros.
—Sí que lo es. Es mi hermana la que está siendo engañada por un patán como tú —ataca, señalándolo con el dedo índice.
Estefano avanza y coge a Sergio del cuello de su polo.
—A ver, dímelo de nuevo —le pide, perdiendo la paciencia.
Corro y jalo a Estefano para que lo suelte. Me pongo en medio de los dos para así evitar que se agarren a golpes.
—Ya, por favor, ¡basta! —Me cubro el rostro con las manos—. ¿Pueden arreglar esto como personas maduras? Ya no son adolescentes inmaduros para llegar a las manos.
Sergio bufa y lo señala, amenazante.
—¡O hablas tú con ella o se lo digo yo! —le advierte a Estefano con las mejillas rojas de ira.
—Lo haré en cuanto regrese. Solo mantente en tu lugar y no te metas en donde no perteneces —contesta el mayor de los Arnez.
Eso parece provocar de nuevo a Sergio, que da un paso con los puños cerrados y lo detengo antes de que se inicie una pelea.
—Estefano, quiero irme a casa —pido con el hilo de voz que me queda.
—¡Ya ves lo que provocas! —continúa, reprochándolo por lo que acabo de decir.
—¡No! —grito y Nicolás sale asustado de su tienda—. ¡Solo quiero irme de aquí! Es todo.
Sergio camina furioso hacia su camioneta y Nicolás se une a nosotros, confundido por lo que acaba de ocurrir. Veo cómo la camioneta del mexicano desaparece entre los árboles del bosque, mientras le explico a Nicolás. Finalmente, ayudo a desarmar las tiendas y a recoger todas las cosas para colocarlas en la maletera.
Sé que es una situación muy distinta, pero me siento como si fuera la nueva versión de Bella. Me he metido en la relación de Ximena y Estefano, sin embargo, ese es otro detalle: la relación solo es de ella porque Estefano no siente nada. La verdad que todo esto me parece muy complicado. No quiero que Ximena salga dañada al enterarse, pero será peor si Estefano sigue mintiéndole de esa forma. No obstante, lo que más me desagrada es que Sergio me ve ahora como una cualquiera, como la amante del novio de su hermana.
Sacudo mi cabeza para eliminar ese último pensamiento, pues en mi defensa puedo decir que todo lo que hay entre Estefano y yo, empezó antes de que ellos llegaran de México, pero igual estuvo mal dejarme llevar por mis sentimientos sin ponerme a pensar en los de Sergio y Ximena.
Soy una egoísta.
El campo verde nos recibe luego de una hora de viaje. Durante todo el camino nadie ha dicho una sola palabra, Nicolás está dormido mientras Tito saca la cabeza por la ventana. Estefano está enojado por las palabras de Sergio y solo se centra en manejar. Mi mente está en otro lugar, menos en mi cabeza y no tengo ganas de hablar; quizá de llorar sí, pero no quiero quedar como la víctima porque no lo soy.
Soy tan culpable como Estefano.
Sé que el señor Antonio y Sigrid se van a decepcionar de mí cuando se enteren. ¿En qué momento pasé de ser la chica que no tenía problemas con nadie, a ser la amante de un chico millonario de veintitrés años?
—¡Narel, Narel! —Estefano me toca el hombro para hacerme volver a la realidad—. Ya llegamos a tu casa.
Miro por la ventana y mi madre está en la entrada, esperando a que salga de la camioneta. Me quito el cinturón de seguridad y me percato de que Estefano ya está del otro lado, abriéndome la puerta. Le agradezco y corro a abrazar a mamá. Es un abrazo que necesitaba, el abrazo que me reconforta después de todo el mal momento que he pasado.
Tito la saluda también, moviendo su colita mientras los chicos ponen mis cosas en la entrada de casa.
—¿Cómo la pasaron? —pregunta más emocionada que los tres.
Estaba segura de que al regresar a casa sería yo quién cuente con mucha emoción los pormenores de mi fin de semana.
—La verdad que bien —miento, fingiendo una sonrisa de boca cerrada.
—Me alegra que se hayan divertido —manifiesta ella. Tiene una sonrisa de oreja a oreja y desearía estar igual.
Solo quiero ir a mi habitación y estar sola, necesito dejar de pensar en lo que acaba de suceder en la mañana. Tengo la cabeza llena de pensamientos negativos que quiero eliminar o tratar de justificar para sentirme mejor conmigo misma.
***
El ruido de la alarma de mi celular me hace dar un respingo en la cama. Lo primero que veo al despertar es el techo y parte de la ventana. Me tomo mi tiempo para reflexionar y pensar en el día que me espera. Es lunes y una nueva semana comienza.
Me pongo mis pantuflas de conejito y salgo hacia al baño que hay en el pasillo para asearme. Mi madre ha dejado mi uniforme planchado en uno de los colgadores de mi armario.
Una vez cambiada, me dispongo a ir a la cocina para buscar el desayuno que mi madre ya me ha dejado preparado. Consta de unos sándwiches de jamón y queso que tanto me gustan. Tomo asiento en una de las sillas de la barra y disfruto de esta delicia mientras veo que mi perro me mira atento desde la puerta, porque sabe que a mamá no le gusta que entre a la cocina.
Cuando termino de cepillarme los dientes, me cercioro de tener todo lo necesario en la mochila y la cierro para luego colgármela al hombro. Me despido de Tito antes de salir de casa y para sorpresa mía, cuando abro la puerta hay una camioneta estacionada afuera.
Ay no, por favor.
En cuanto me acerco, veo que es Sergio. Suspiro, aliviada, pero no tranquila. Por un momento pensé que era Estefano. Aún no tengo clara la decisión que voy a tomar con él tras lo ocurrido ayer y tampoco me siento preparada para darle la cara a los Arnez. Ya seguro se deben haber enterado de todo.
—Sergio, ¿qué haces aquí? —pregunto, confundida cuando sale del vehículo y se acerca a mí.
—Llevarte al trabajo, supongo —responde, encogiéndose de hombros.
¿Acaso este chico no entiende?
—No es necesario. Puedo tomar el autobús —aseguro, tratando de ser amable.
—Claro que no, te voy a llevar.
Entre varios "sí" y "no", termino aceptando porque se me hace tarde para estar discutiendo y haciéndome de rogar.
El camino es más rápido y llego antes de lo previsto. Si hubiese tomado el autobús, tendría que esperar a que haga paradas en otros lugares y eso me quita un poco de tiempo. Todavía no puedo creer que Sergio haya venido después de lo de ayer.
Decido ser sincera con él, no quiero que me siga frecuentando.
—Eh, Sergio... gracias por traerme, pero como te dije: no es necesario que lo hagas. Puedo tomar el autobús o un taxi. Por favor, espero que puedas entenderme, no quiero que vengas a recogerme —digo tratando de sonar lo más amable que puedo para que no se sienta mal. Más claro que el agua, imposible.
—Okey, solo quería hacerlo... ya sabes, como amigos. —Extiende su mano hacia mí—. ¿Amigos?
Lo miro no tan convencida y asiento para luego estrechar su mano.
—Amigos —acepto.
—Okey, amiga —vuelve a decir, sonriendo mientras nuestras manos aún siguen estrechándose.
—Pero ya sabes, nada de venir por mí, ni nada que pueda salir fuera de una amistad recién entablada —recalco, haciendo comillas con los dedos en la palabra "amistad"—. Ahora si me permites, amigo, me tengo que ir a trabajar.
Asiente dándome una risa inocente.
Me despido con un movimiento de mano mientras camino hacia la entrada de la clínica. Tenía que ser sincera con él, no me apetece tenerlo cerca por ahora, me hace sentir un poco incómoda su presencia. Por otro lado, me siento más tranquila al saber que le dejé las cosas claras y me he liberado de algo que no quería. Debo confesar que, cuando lo vi afuera de mi casa, pensé que venía a rogarme otra oportunidad, pero felizmente no lo hizo.
Cruzo el pasillo del primer piso y llego al consultorio donde se encuentra mi grupo de compañeros, platicando un tema en particular.
—Buenos días, se ve que están muy entretenidos —saludo al ingresar.
Todos ponen su mirada sobre mí.
—Buenos días, Narel. ¿Ya te enteraste sobre el nuevo chisme que corre por aquí? —pregunta Mario, el enfermero más chismoso que pueden encontrar en esta clínica.
Mi grupo de compañeros de turno siempre se reúnen antes de empezar las labores para comentar y hablar sobre las noticias de la ciudad, y en especial los chismes de las personas más conocidas que trabajan en esta clínica. Mario es el que lidera este grupo y quien tiene los chismes a la orden del día.
Niego con la cabeza mientras dejo mi mochila dentro del casillero que me corresponde.
—No estoy pendiente de la vida de los demás, Mario —contesto, mandándole una pequeña indirecta.
Pone los ojos en blanco, pero hace caso omiso a lo que acabo de decir.
—Como sea. Resulta que los rumores sobre que el doctor Ricardo venderá la clínica, están cada vez más fuertes. —Pone la mano en su frente—. Lo más probable, es que nos quedemos sin trabajo si ocurre eso.
Mi ceño se frunce.
—Pero, ¿por qué la vendería? —inquiero.
La clínica es como mi segundo hogar, he trabajo aquí desde mis prácticas de la universidad. Sería muy conmovedor que la cierren luego de venderla.
—No lo sé. —Él se encoge de hombros—. Pero parece que Ricardo está en deudas y con el dinero que le pagarán por la clínica, le alcanza hasta para irse a Dubái —comenta y todos reímos.
—La única opción sería que venda la clínica y pague sus deudas. De lo contrario, podría ir a prisión —agrega Olivia, otra compañera del grupo.
—Esperemos que no sea así, porque no podemos quedarnos sin empleo —intervengo, tratando de calmar a los demás. No podemos adelantarnos a algo que no sabemos.
—¡Aguas, aguas! —salta Mario desde el umbral de la puerta—. Viene el jefe.
El resto se pone de pie y salimos hacia el pasillo.
—Buenos días, chicos —saluda el doctor Ricardo, uniéndose al grupo—. Luego los reuniré a todos para comunicarles algo. Que tengan buen día. —Le palmea el hombro a Mario y avanza hacia su oficina.
—¡Ya vieron! —empiezan a murmurar—. ¡Va a vender la clínica! ¡Nos vamos a quedar sin trabajo!
—Cálmense, por favor —vuelvo a interrumpirlos—. Esperemos a que nos llame. Hasta entonces, sigamos trabajando con normalidad —recomiendo y todos asienten.
Y dicho eso, me retiro hacia el consultorio en el que me toca ayudar.
***
ESTEFANO.
—¡Buen partido, Marquito! —felicito, sarcástico a mi amigo cuando ingresamos a su camioneta.
—Lo dices porque sabes que soy mejor que tú —responde mientras se coloca el cinturón de seguridad.
Pongo los ojos en blanco.
—Debo aceptar que has mejorado, pero no estoy dando mi cien porciento —aseguro, encogiéndome de hombros.
Marco me mira incrédulo.
—¿Qué pasa? ¿El principito no sirve para el amor? —pregunta y lo miro serio por decir esa palabra que no me agrada—. Relájate, Estefano. ¿Qué ha pasado ahora?
Bufo.
—Estoy buscando la manera de terminar con Ximena —confieso y él me mira confundido—. No siento lo mismo, nunca lo sentí y no puedo seguir mintiéndole. No soy feliz, Marco.
—¡¿Estás loco?! —chilla en su asiento y pongo los ojos en blanco de nuevo—. Es una belleza mexicana, un angelito caído del cielo, que tan solo con mirarte te pide a gritos que la folles.
Lo miro extraño.
—¿Qué? ¿Acaso tienes fantasías con ella? —pregunto con un poco de desconcierto.
Se lame los labios con deseo.
—¿Y quién no? —admite y niego con la cabeza.
—Marco... el Bro Code —le recuerdo y él parece volver a la realidad. Me pide perdón con la mirada—. Entonces, ¿qué me aconsejas?
—Fóllatela.
—¡Marco! —lo reprendo.
Alza las manos en señal de inocencia.
—Okey, ya, perdón. —Regresa los ojos al frente—. Pues si no eres feliz, no sigas con esa relación. Recuerda que tú mismo eres el que buscas tu felicidad, Estefano. Si esa chica no te hace sentir nada especial, termínala.
Al fin dijo algo coherente y tiene razón.
—Hoy mismo cortaré con todo esto —aseguro, dándole una mirada rápida.
—Mejor. Coños hay por todos lados —contesta y ruedo los ojos antes de darle un golpe en el brazo.
Ay, estos muchachos de ahora tienen las hormonas hasta por las nubes.
Marco y yo hemos pasamos la tarde en el club al que pertenecen nuestras familias. Como siempre y ya por costumbre, jugamos un partido de tenis, pero perdí contra él. No puedo lograr concentrarme desde ayer. Sé que, si no soluciono esto rápido, no podré vivir en paz. El corazón me dice a gritos que vaya por el camino correcto, y el camino correcto no es estar al lado de Ximena.
Cuando llego a casa, le digo a Peter que aliste mi camioneta porque saldré. Subo apresurado a mi habitación y busco ropa limpia antes de entrar a ducharme. Mientras el agua cae por mis músculos, intento relajarme, pues a veces cuando salgo con Marco, él logra sacarme de mis casillas con sus comentarios desatinados. Cierro la llave y seco mi cuerpo con una toalla para salir a mi clóset y ponerme la ropa que elegí.
Antes de salir de mi habitación, me doy una revisada al espejo y acomodo mi cabello, aunque siendo sinceros se ve mucho mejor desordenado. Cojo "K" de Dolce & Gabbana y rocío un poco sobre mi ropa. Hay personas que rocían el perfume en su piel, pero a mí me saca pecas.
—¿Vas a salir? —pregunta Ximena desde la puerta.
—Así es. —Dejo la botella de perfume en su lugar y salgo de mi habitación, ignorando su presencia.
Bajo la gran escalera tan rápido como puedo y salgo de casa, apresurado. Una vez dentro de mi camioneta, manejo con dirección al centro de la ciudad. La tarde está más gris que de costumbre y parece que va a llover. Mis pensamientos sobre el clima hace que me distraiga y termina ganándome la luz roja en una de las calles. De pronto, miro por el espejo retrovisor mientras espero a que cambie de color y noto que detrás de otros autos, hay una camioneta parecida a la que usa Sergio.
El semáforo cambia a verde y sigo mi camino, pasando por la catedral y la Península Park. Giro una calle a la izquierda y paso otra de frente. Finalmente, llego al edificio donde voy a estacionar.
La clínica.
Miro de nuevo por el espejo retrovisor y la misma camioneta se estaciona metros más allá, fuera del parking de la clínica.
Okey, esto empieza a parecerme raro.
Espero hasta que sean las seis y cuando veo que Narel abandona el edificio, salgo de mi camioneta, haciéndole una señal con la mano para que note mi presencia. Me mira extraña y divertida a la vez.
—¿Qué haces aquí? —pregunta mientras se acerca.
—¡Sorpresa! —exclamo, agitando las manos y ríe—. Vine por ti para llevarte a casa.
—No era necesario, pero gracias por venir —responde con una sonrisa de boca cerrada.
Tomo su mano, entrelazando nuestros dedos y la guío hasta mi camioneta para abrirle la puerta. Ya dentro, prendo la radio y busco una emisora de música metal. Le doy una mirada rápida y la mantengo en ella cuando me doy cuenta de que está con la mente perdida en algún lugar menos aquí.
—¿Pasa algo? —pregunto al ver que se dedica a mirar por la ventana. Es raro, ella siempre tiene algo que decir, pero ahora solo permanece en silencio—. Te noto preocupada —añado.
Se vuelve hacia mí para darme una sonrisa de boca cerrada.
—La verdad que sí. —Asiente y se soba la frente con la mano—. El doctor Ricardo, mi jefe, tiene muchas deudas y está pensando vender la clínica.
¿Qué?
—¿Y qué pasaría si sucede eso? —inquiero, preocupado también.
—Lo más probable es que todos perdamos nuestro trabajo. La decisión la tomará en estos días, nos lo acaba de informar —comenta con una expresión tímida al darse cuenta de que el futuro de su trabajo es incierto.
—Entiendo... Solo trata de no pensar negativo, quizá todo tiene una solución. —No sé qué más decirle, me ha tomado frío la noticia y sé que a ella también. Decido poner mi mano sobre la suya para mostrarle apoyo—. Sabes que puedes contar conmigo siempre.
Voltea a mirarme. Sus ojos brillan por las luces de los otros autos que pasan por nuestro lado. Me agradece con una sonrisa triste.
—Gracias.
Miro por el espejo retrovisor y la misma camioneta viene unos metros más atrás. No le digo nada a Narel porque no quiero darle más preocupaciones de las que ya tiene, pero presiento que Sergio me está siguiendo desde que salí de casa.
Cuando llegamos a casa de Narel, ya ha caído la noche y los hermosos faroles de su calle están encendidos. Se saca el cinturón de seguridad y sale antes de que yo pueda abrirle la puerta. Me da una sonrisa victoriosa y le hago un puchero, el cual hace que suelte una risita tierna. Me encanta verla feliz y más cuando sonríe.
Entramos a su casa y Tito se acerca a nosotros, moviendo la cola como saludo. Narel lo acaricia mientras él ladra inquieto como si quisiera avisar algo.
—¡Mamá, ya llegué! —dice Narel, buscando a su madre por la cocina y luego por el comedor. No recibe respuesta alguna, así que va a buscarla en las otras habitaciones.
Me siento en el sofá para revisar mi móvil y recuerdo la camioneta que me ha estado siguiendo, así que me pongo de pie y camino hacia la puerta dispuesto a averiguar si está estacionada cerca, pero los gritos de Narel me hacen correr rápido a buscarla entre los pasillos de su casa.
Vuelvo a escuchar otro grito en el camino:
—¡¡¡Estefano!!!
La encuentro en el baño, de pie junto a su madre que está inconsciente en el suelo. Busca en su móvil el número telefónico de la clínica para que envíen una ambulancia. Y yo no sé qué hacer, me doy cuenta de que estoy parado como estúpido sin ayudar en nada, pero no sé cómo reaccionar ante una situación como esta. Me he puesto muy nervioso.
—Pero podemos llevarla en mi camioneta —sugiero para no perder tiempo y niega, cogiéndole el brazo.
—No hay que moverla. Aún tiene pulso —indica ella con la voz entrecortada.
Se lleva el móvil al oído y pide que envíen una ambulancia a la dirección que está proporcionando.
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