30
El campamento
NAREL.
—¡Ya salgo! —grito desde mi habitación para que me escuchen.
Ha llegado el fin de semana y mi madre acaba de anunciar la llegada de los Arnez y los hijos de Manuel a la casa porque hoy iremos de campamento con ellos. En un principio, solo hicimos planes con Nicolás y Sergio, sin embargo, el señor Antonio le concedió el permiso a Nico con la condición de que vayan también Estefano y Ximena.
Es un campamento que ha organizado Nicolás, ya que en unos días es su cumpleaños. Debo confesar que cuando me enteré de que su hermano también iba a venir con nosotros, quise negarme. No obstante, es una ocasión especial para él y sería muy egoísta de mi parte que no vaya solo porque no quiero ver a Estefano. Nico es mi mejor amigo y a veces se tiene que hacer sacrificios por las personas que queremos, ¿no?
Reviso toda mi habitación rápidamente por si olvido algo esencial. Sé que solo será una noche fuera de casa, pero en medio de la nada, todo sirve para sobrevivir.
—¡Narel! —me llama mi mamá desde el pasillo.
—¡Voy! —digo cerrando la puerta de mi habitación.
Tito viene a mi encuentro y aprovecho en ponerle su correa. Lo sigo por el pasillo y salimos a la sala donde están...
Lo primero que enfocan mis ojos es la figura esbelta del mayor de los Arnez.
Estefano.
Nicolás corre a saludarme y lo abrazo mientras veo por encima de su hombro cómo Estefano me clava su mirada penetrante. Esa mirada que hace aproximadamente un mes no veía. Esa mirada que, con tan solo sentirla sobre mí, hace que se me pongan los nervios de punta.
Y acabo de darme cuenta de que, aún no lo supero. Aún lo quiero y el corazón me ha empezado a latir de manera descontrolada cuando nuestros ojos hicieron contacto visual. No sé si acercarme a saludarlo cuando termina el abrazo con Nicolás, pero sé que mi educación y mis valores son primero, así que lo hago.
—Hola, Estefano. —Mi voz adopta un tono neutral cuando me acerco a saludarlo con un beso en la mejilla.
—Hola —responde, poniendo su mano en mi cintura, haciendo que mi cuerpo se estremezca ante su tacto.
Estoy segura de que él sintió eso.
Nos separamos y evito mirarlo. Me despido de mamá con un abrazo antes de salir de la casa y le paso la correa de Tito a Nicolás. Tomo mi maleta con mi equipaje para dormir y salimos de la casa. Afuera están las dos camionetas estacionadas en la entrada, a un lado de la vereda.
Dentro de la camioneta de Estefano está Ximena en el asiento del copiloto y dentro de otra camioneta está Sergio, ocupando el lugar del conductor. Él me ve y sale del vehículo para saludarme, se acerca y deposita un beso en mi mejilla mientras los chicos se ponen a mi lado.
—¿El perro también irá? —pregunta Sergio, mirando a Tito como si le causara gracia que vaya con nosotros.
—Sí, Nicolás se va a encargar de él —respondo con una sonrisa de boca cerrada.
Hace un gesto de incomodidad.
—Lo lamento, pero el perro no podrá ir con nosotros —asegura, negando con la cabeza—. La camioneta me la rentaron y no quiero que rasguñe los asientos.
Asiento comprendiendo sus palabras, quizá llevar a Tito es una locura. Se puede perder en medio del bosque, pero pensamos que le iba a hacer bien salir con nosotros, ya que siempre pasa el día encerrado en casa o en el patio porque mamá y yo trabajamos. Solo los fines de semana puedo sacarlo al parque unas horas.
—No hay problema, Tito puede venir en mi camioneta —interviene Estefano, salvando el momento.
—¡Sí! —exclama Nicolás, emocionado—. Ximena y tú pueden ir en tu camioneta mientras que nosotros en la de mi hermano —le dice a Sergio.
¿Okey?
Pues parece que tendré que compartir un viaje de casi una hora junto a Estefano y la verdad, no estaba preparada para eso. Me había idealizado ir en la camioneta de Sergio.
—Me parece bien —responde el mayor de los Arnez ante la proposición de su hermano.
Nos ubicamos de la siguiente manera: Estefano conduce, Nicolás y Tito en los asientos traseros, y yo como siempre en el asiento del copiloto. Sergio y su hermana en la camioneta de atrás.
El camino transcurre normal, poco a poco salimos de la ciudad, hasta que llegamos a una carretera rodeada por un campo verde. Me coloco los audífonos para acabar con el silencio del viaje. Miro por la ventana el verdoso paisaje mientras recorremos la enorme carretera.
Regreso la mirada a mi celular para cambiar de canción y puedo ver por el rabillo del ojo que Estefano me observa disimuladamente. Me reprimo una sonrisa al sentirme bien cuando lo hace y recuerdo que siempre ha sido así su manera de espiarme.
Después de casi una hora de camino, nos vamos llenando de árboles, y Estefano estaciona la camioneta en un parking que hay dentro del bosque nacional. Me quito el cinturón de seguridad y salgo para apreciar mejor el paisaje. Hemos llegado temprano y por suerte, no hay muchas personas.
Pagamos diez dólares por cada camioneta y sacamos nuestras cosas de la maletera para luego caminar hasta el lago. Es casi un kilómetro de distancia que tenemos que recorrer hasta el lago Trillium. Me uno al lado de Nicolás y le doy una mirada rápida a Tito, él camina contento por todo el sendero.
Luego de veinte minutos, el gran lago Trillium se presenta ante nosotros. Está rodeado de árboles y de fondo, se impone el monte Hood, un volcán con glaciares que se refleja en las puras aguas del lago como si este fuera un espejo.
Es hermoso.
Nicolás saca su celular para tomarse fotos y le pido que me tome algunas con el lago de fondo, mientras sonrío para la cámara. Las miradas atentas de los demás no demoran en posarse sobre mí.
Veo que también hay canoas para poder entrar y remar en el lago. Le pido a Nicolás que rentemos una y se niega. Le pide a Estefano que me acompañe porque él tiene miedo de que la canoa se voltee y caigamos al agua. Entonces, le digo que mejor no, porque de repente a mí también me ha entrado un temor, pero no de caerme al agua, sino de estar a solas con su hermano.
Luego de permanecer un tiempo considerable en la orilla del lago, caminamos de regreso al parking donde están las camionetas y entramos en ellas, distribuidos de la misma manera en que vinimos. Estefano conduce hacia el bosque para buscar un lugar donde acampar y armar las tiendas. Finalmente, encontramos un área acogedora donde no hay muchos árboles y cuenta con espacio de sobra para aparcar las camionetas.
Salimos y me reúno con los chicos para ayudar a bajar las cosas de la maletera y empezamos a armar las tiendas de acampar. Mi tienda es de color rojo, no demoro ni diez minutos en armarla y coloco dentro las bolsas de dormir. Es solo cuestión de práctica. Durante mi etapa de escuela, acampábamos con mis amigas en el patio trasero de mi casa.
Ximena mira cómo todos arman sus tiendas mientras ella se limita a revisar su celular, sentada sobre un tronco de árbol caído. A los pocos minutos, los mosquitos empiezan a molestarla. Se golpea el brazo, tratando de matarlos.
—¡Ay! —se queja, rascándose el brazo que ya se le ha puesto rojo de tantos golpes—. ¡Saben qué! —Todos nos volvemos para mirarla. Nicolás y yo nos reprimimos las ganas de reír—. Si hubiese sabido que nos quedaríamos aquí, no habría venido.
—Pues nadie te invitó —ataca Nicolás, encogiéndose de hombros y Sergio le lanza una mirada de desaprobación.
—Solo miren, no hay nada aquí. —Hace un gesto de desagrado—. ¡Estefano! ¡Quiero que me lleves de vuelta a casa, por favor! —le pide.
Dirijo mis ojos hacia él.
—Ya estamos aquí, no pienso regresar —responde sin mirarla. Está desempacando su bolsa de dormir.
Ximena bufa y se lleva las manos al rostro.
—¡Sáquenme de este lugar! —se queja nuevamente, alzando los brazos de manera dramática.
—Iré por leña —aviso, colgándome mi mochila sobre el hombro.
—Te ayudo —se ofrece Estefano amablemente.
Quiero negarme, pero antes de responder, Nicolás dice que también nos quiere acompañar y Estefano accede mientras hace un gesto con la cabeza para que nos apresuremos. Entramos a su camioneta e iniciamos el camino por una carretera que cruza el bosque.
Después de varios minutos, empieza a parecerme extraño el hecho de que nos estamos alejando del lugar donde armamos las tiendas y le doy una mirada a Estefano, que parece estar de lo más tranquilo.
Decido preguntarle a su hermano.
—Nicolás. —Lo miro por el espejo retrovisor—. ¿Por qué nos estamos alejando?
—Aquí cerca venden leña cortada —me asegura mientras acaricia a mi perro.
Luego de media hora llegamos a un llamativo campo de color morado. Me quito el cinturón de seguridad para salir de la camioneta y apreciar mejor el bonito paisaje que se ha formado. Frunzo el ceño cuando no veo ninguna tienda o lugar en el que puedan vender leña.
¿Pero... qué?
Estefano rodea el capó de su camioneta y me hace un gesto con las manos para que lo siga. No tan segura, camino detrás de él y regreso la mirada hacia la camioneta mientras paga la entrada al lugar. Me doy cuenta de que Nicolás no ha venido con nosotros, se ha quedado dentro de la camioneta.
Es un hermoso campo de lavanda en Hood River. Al fondo se encuentra muy imponente el monte Hood, que hemos visto también desde el lago. Me uno al lado de Estefano para recorrer los caminos que se encuentran entre las plantaciones de lavanda, que le dan el color morado al lugar. Es un paisaje que recuerdo haber visto en las portadas de postales, en fondos de pantallas de algunas computadoras y sesiones de fotos.
—Es muy bonito —inicio una conversación con él, cortando el silencio sepulcral que se formó desde que salimos de su camioneta.
Asiente y me mira, curioso.
—¿Sabes? Ya extrañaba escuchar esa voz tan peculiar —confiesa, tímido y respondo a su cumplido con una sonrisa de boca cerrada—. ¿Cómo has estado? —pregunta, interesado.
Paso las manos por la lavanda para luego llevármelas a la nariz y sentir su delicioso aroma.
—Muy bien —contesto, asintiendo sin mirarlo.
Se acerca más a mí y detiene el paso. Decido detenerme también. Me regala una sonrisa de lado y sus ojos se tornan tristes. Conozco esa mirada. Es la misma de aquella dolorosa noche en la que le rompí el corazón. La misma noche en la que se acercó a mi oído y me susurró que me seguiría queriendo, así hayan cambiado las cosas entre los dos.
—Me extrañaste al igual que yo, ¿verdad? —Su voz suena como un susurro en medio del silencio del campo.
Sí, te extrañé mucho.
—Estuve enfocada en mi trabajo —respondo, bajando la cabeza y tratando de no intimidarme con su mirada.
—Mírame a los ojos cuando te hablo, Narel —me ordena suavemente y toma mi barbilla con sus dedos, obligándome a mirarlo.
Por un momento me quedo atrapada en sus hermosos ojos, pero logro reaccionar a tiempo para ponerme fuerte. Tomo su mano y la quito.
—Por favor, no quiero que retomes algo que ya se habló y se cerró hace tiempo —ruego con la voz entrecortada.
Da una sonrisa incrédula.
—Yo no cerré nada. —Se encoge de hombros y esquivo su mirada. Me inclino para recoger las ramas de lavanda que encuentro caídas sobre la tierra—. ¿Sabes? Quiero un campamento a solas contigo —confiesa de lo más normal.
—¿A qué te refieres? —inquiero con el ceño fruncido, volviendo mis ojos hacia él.
Se lleva la mano a la barbilla.
—Seré creativo. Cierra los ojos —me pide.
—No lo haré. —Niego con la cabeza.
—Solo hazlo. —Se acerca y me toma de las manos—. Confía en mí.
Sin estar tan segura de lo que va a hacer, decido obedecerle y empiezo a escuchar los pasos que da, alrededor de mí.
Él vuelve a hablar:
—Quiero pasar contigo un fin de semana, solos tú y yo. Nadie más. —El crujido del césped y de algunas ramas delatan sus pasos, está detrás de mí ahora—. Ver juntos el atardecer, frente al mar, sentados en la arena, mi mano entrelazada con la tuya y cuando aún quede el último rayo de sol... —Su voz se detiene, posa sus manos en mi cintura y su respiración se combina con la mía cuando junta nuestras frentes—. Decirte lo mucho que te quiero y pienso en ti siempre —pronuncia a pocos centímetros de mi boca y abro los ojos inmediatamente.
Toma con sus dos manos mis mejillas y se posiciona frente a mis labios. No puedo moverme, porque sé que un paso en falso y podemos rozarnos. Sé también que si me muevo le demostraré nerviosismo —el cual tengo—, pero no quiero demostrarlo por orgullo.
Tengo miedo de que Nicolás llegue y nos vea, pero recuerdo que estamos lo suficientemente lejos de la entrada y hay un silencio capaz de detectar cualquier paso que den a nuestro alrededor.
Sus ojos me penetran hasta el alma y su delicioso perfume me embriaga lo suficiente para poder decir que estoy a punto de bajar la guardia y ser yo quien termine pidiéndole que me bese.
—¿Puedo? —pregunta y su voz adopta un tono más grave. Cierro los ojos y lo miro una vez más antes de asentir suavemente.
Ya es tarde para reaccionar y retomar el orgullo.
He caído redondita a sus encantos.
Me muestra una sonrisa victoriosa y no dilata más el tiempo. Une nuestros labios con delicadeza, con dulzura y ternura. Su boca se mueve lentamente junto a la mía y mi corazón amenaza con salirse pronto de mi pecho por lo fuerte que late. Mi mente imagina a Cupido, lanzándonos flechas a ambos para que podamos quedar eternamente enamorados el uno del otro.
El aire amenaza con acabarse y Estefano se separa lentamente. Me mira satisfecho y acaricia mi piel con el pulgar de su mano que tiene en mi mejilla. Una sonrisa tímida sale de él cuando vuelve a juntar nuestras frentes en un gesto dulce.
—Te quiero mucho —agrega y bajo la cabeza con una sonrisa de boca cerrada—. Y acabo de comprobar que tú también me quieres. Es todo lo que necesitaba saber.
Me toma de las manos y lo miro una vez más. Tiene una sonrisa de oreja a oreja y las mejillas sonrojadas.
—Sí, también te quiero —confieso, tímida.
No me da tiempo de seguir hablando porque inmediatamente me abraza fuerte. Por un momento, no sé qué hacer, pero termino correspondiendo a su abrazo, pasando mis brazos por su cintura y escondiendo la cabeza en su pecho. Besa mi frente y descansa su cabeza suavemente sobre la mía.
—Ahora que ya no trabajas con nosotros... —Su voz es calmada y simula a la de un niño curioso—. ¿Quieres intentarlo?
Me separo y niego con la cabeza.
—Tú tienes una relación con Ximena. Sergio me lo contó —confieso, apartando la mirada al sentir que no soy nadie para reclamarle sobre eso.
—¿También te contó que no siento nada por ella? —Se encoge de hombros y se acerca para abrazarme de nuevo—. Solo hay una chica en mi corazón, Narel. Y esa chica eres tú.
Deja un beso en mi mejilla y me abraza más fuerte.
—Bueno, eso lo hablaremos después, ¿okey? —propongo, saliendo de su abrazo y lo veo asentir, impaciente—. Ahora volvamos porque ya está por atardecer.
—Yo quería seguir aquí contigo —me dice, haciendo un puchero y niego, divertida.
—¿Y la leña? —pregunto, cambiando de tema.
—En realidad, compramos la leña ayer. Está en la maletera. —Se encoge de hombros y me guiña un ojo. Suelto una risita y le hago un gesto con la cabeza para irnos.
Me toma de la mano y caminamos de regreso a la camioneta. Al llegar, Nicolás nos espera con una sonrisa curiosa. Entiendo entonces que él ha sido cómplice de este plan.
Estefano y yo hemos roto el hielo, nuestras risas no cesan durante todo el camino de regreso hacia el bosque. El cielo y la carretera se empiezan a oscurecer cuando el sol se va escondiendo. Hacemos algunas bromas fuera del contexto y debo aceptar que una parte de mí se alegra porque hemos vuelto a retomar el diálogo.
Lo extrañaba mucho.
Para cuando llegamos a donde están nuestras tiendas, nos damos con la sorpresa de que solo hay dos tiendas armadas y Sergio explica muy apenado que volvió a empacar todo porque va a llevar a Ximena de regreso a la mansión. Ella se encuentra esperando dentro de la camioneta de su hermano.
Le doy una mirada a Nicolás, que se encoge de hombros al escuchar que Sergio no volverá. Estefano me mira, divertido, pero a la vez hace un gesto extraño, mirando a los hermanos.
—Creo que estaremos bien los tres sin ellos —dice él cuando la camioneta de Sergio desaparece entre los árboles.
La verdad sí, viéndolo bien será algo más íntimo entre los tres. Nos conocemos hace un buen tiempo y hasta ahora no habíamos planeado nada juntos.
El sol empieza a esconderse de este lado del bosque y el cielo se torna de un color violeta. Una nube gris cubre la cima del monte Hood y empezamos a prender la fogata con la leña que han traído antes de que nos quedemos en tinieblas.
Me sorprende la facilidad con la que Estefano enciende la fogata.
Nicolás saca de su equipaje una bolsa enorme de malvaviscos y los empieza a poner en el fuego con una rama puntiaguda. Por mi parte, yo traje unos sándwiches y Estefano unos snacks. Él va a buscar a la maletera de la camioneta unas bebidas de durazno mientras yo ingreso en la tienda y busco unos chocolates para el postre.
Rebusco dentro de mi mochila y saco la bolsa de chocolates. Me dispongo a salir de la tienda, pero el sonido ahogado de un celular capta mi atención, haciendo que me detenga. Vuelve a sonar y lo encuentro entre las bolsas de dormir.
Parece que la señal aquí es débil y las notificaciones empiezan a cargar cuando desbloqueo la pantalla. No sé de quién será este celular, por lo que decido entrar a Instagram y confirmo que es de Nicolás. Como toda buena amiga, me gana curiosidad por saber con quién habla y reviso los nombres de los chats. Uno en particular llama mi atención.
Christhoper.
¿Christhoper?
Me llevo una mano a la boca mientras me reprimo una risita pícara. Entro en razón y me siento mal por revisar algo que no es mío. Salgo hacia la fogata con el sentimiento de culpa en mi conciencia. Nicolás me mira mientras me acerco y baja sus ojos hasta mis manos. Al instante golpea sus bolsillos para sentir si su celular está ahí.
—Encontré este celular adentro de la tienda. Creo que es tuyo —le cuento.
Me muestra una sonrisa de boca cerrada.
—Sí, es mío. Debió caerse cuando jugaba con Tito adentro —explica. Toma su teléfono y le echa un vistazo a la barra de notificaciones.
La voz de Estefano me interrumpe cuando estoy a punto de formularle una pregunta sobre Christhoper. Se vuelve a unir a nosotros en la fogata y decido cambiar de tema. Nos entrega una botella de jugo de durazno y se sienta a mi lado.
—Iré a mi tienda —dice Nicolás, poniéndose de pie—. ¿Puedo dormir con Tito? —me pregunta con ojitos tiernos y asiento—. Vale, buenas noches —se despide antes de correr a buscar a mi perro.
—Buenas noches —respondemos Estefano y yo al unísono.
Nos quedamos solos nuevamente. Otro momento para poder disfrutar y recuperar todo el tiempo que hemos perdido. La luz de la luna ilumina nuestros rostros mientras sentimos el calor de la fogata.
—¿Crees que haga frío esta noche? —hablo, mirando el monte que está al fondo.
—No si aceptas dormir conmigo y te abrazo —responde, juguetón.
Suelto una risita tímida y asiento aceptando su propuesta.
Pasa su brazo por mis hombros y me acerca a él, dándome un beso en la mejilla. Siento como si estuviera en una escena de una película romántica: Estefano y yo, sentados frente una fogata, calentando nuestros cuerpos gracias a ella.
Levanto la mirada para contemplar a este hermoso chico que tengo a mi lado y pienso en todo lo que ha pasado. Estamos solos y desearía poder tenerlo siempre así, abrazándome. Apagamos la fogata para evitar un incendio e ingresamos a la tienda de acampar donde pasaremos juntos la noche.
Una vez dentro, la cierro y me arropo en mi bolsa de dormir mientras Estefano se acerca y pasa su brazo por mi cintura. Acepto su abrazo y juega con su nariz en mi cuello. Suelto una risa cuando me hace cosquillas con sus manos en mi vientre y me apega más a él para juntar nuestras frentes. Me es imposible decirle que no a este chico. Solo él despierta en mí esas emociones que en algún momento creí que no volvería a vivirlas durante un buen tiempo.
La melodía del tono de llamadas de mi celular, anuncia una llamada entrante que interrumpe nuestras muestras de afecto y recuerdo que lo dejé del otro lado de la tienda.
—Estefano, podrías pasármelo, por favor —le pido.
—Solo si me das un beso. —Hace trompita con sus labios.
Le doy un pico rápido para que busque mi celular que está dentro de mi mochila. Lo coge y mira la pantalla para luego poner los ojos en blanco.
—Es Sergio —me informa con un gesto de desagrado y responde la llamada por mí—. ¿Hola? —Me incorporo inmediatamente.
Ay, no.
Trato de quitarle mi celular, pero lo evita, deteniéndome con sus manos.
—Acaba de quedarse dormida, soy Estefano. —Me guiña un ojo y hace muecas, imitando a Sergio mientras él le dice algo del otro lado de la línea. Frunce el ceño y revisa el celular, sorprendido—. Cortó. —Bufa molesto y me lo entrega.
Le doy una mirada asesina.
—La próxima que respondas una llamada que es para mí, despídete de tu mano —lo amenazo, evitando las ganas de reírme mientras reviso mi celular.
—Si supieras las cosas que pueden hacer estas manos, créeme que vas a descartar esa idea —me comenta, mordiéndose el labio inferior. Le doy una palmada en la mano y hace un gesto de dolor mientras la soba.
—¿Decías? —pregunto, burlona y él niega con la cabeza, arrepentido por sus palabras.
—¿Quién se cree él para cortarme? —protesta con un gesto de enfado en el rostro, fingiendo estar indignado.
Le devuelvo la llamada a Sergio, pero no me responde. Cancelo y dejo mi celular dentro de mi mochila. Mañana tendré que darle una buena explicación a Sergio.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro