3
¿Me estás retando, Estefano?
ESTEFANO.
50 horas para la fiesta.
—Te llamaré luego —digo despidiéndome de Marco cuando lo veo entrar en su camioneta.
Él asiente y me muestra un pulgar arriba mientras sube el vidrio de la ventana. Me doy vuelta y entro nuevamente a casa.
Al pasar por la sala, puedo ver la luz prendida del despacho de papá. A un lado de la sala, se encuentra una pequeña habitación con libros, documentos y un escritorio, que mi padre utiliza como oficina y pasa el mayor tiempo de la tarde ahí, revisando sus papeles y proyectos de la empresa.
Camino en silencio hasta llegar a la puerta y le doy un pequeño vistazo, asomándome por el umbral. Él está sentado en su escritorio, con el móvil en el oído, atendiendo una llamada. Me acerco un poco más para oír lo que está hablando, aunque sé que es de mala educación hacerlo, pero ya que él se entromete en mis cosas, también puedo hacerlo yo, ¿no?
—Está bien, doctor, muchas gracias —habla jugando con su bolígrafo, golpeándolo suavemente contra una carpeta. Mi ceño se frunce al oír la palabra "doctor", y no oigo más porque cuelga la llamada.
¿Por qué ha llamado a un doctor?
Mi padre siempre ha gustado reservar toda información acerca de su salud, hace mucho que no padece alguna enfermedad y ahora que lo pienso bien, nunca oí que tuviera una. Siempre ha sido una persona sana y fuerte desde que tengo uso de razón. ¿De qué pudo haber enfermado ahora?
Trato de buscar alguna respuesta, pero se me hace imposible saber qué es lo que le sucede porque es tan discreto. Quizá Sigrid esté al tanto de aquello, ella es una de las personas de su entera confianza y estoy pensando preguntarle luego sobre esto. No obstante, primero buscaré esa información por mis propios medios.
Me doy vuelta y doy un respingo al ver a Sigrid parada detrás de mí, con una taza de té sobre un plato. Su ceño se frunce y le hago una señal para que haga silencio y continúe con lo que iba a hacer. Asiente no tan segura e ingresa al despacho mientras desaparezco rápido antes de que alguien más me vea.
—Aquí está su té, Antonio —la escucho decir a la vez que subo las escaleras para ir a mi habitación.
Me paso el resto de la tarde revisando mis redes sociales en el móvil, hasta que veo a través de la ventana abierta, que el cielo se ha empezado a oscurecer. Entonces, decido bajar para ver si Sigrid ya preparó la cena. Guardo el móvil en el bolsillo de mi pantalón y salgo al pasillo para bajar al primer piso y entrar a la cocina, pero me detengo antes, cuando oigo las voces de Nicolás y Sigrid dentro.
—Cenaremos en un momento, cariño —le comunica Sigrid amablemente a mi hermano—. En cuanto Antonio regrese de la hacienda.
Nicolás asiente, toma asiento en una de las bancas de la barra y coge una pera del frutero que hay encima.
—¿No está? —pregunto desde el umbral.
—No. Ha salido a la hacienda, regresa en unos veinte minutos, quizá —responde Sigrid, terminando de cortar unos tomates.
—Vale —añado.
No pierdo más el tiempo y corro escaleras arriba, hacia la habitación de papá. Esta es la oportunidad perfecta para averiguar sobre la llamada al doctor, que oí hace unas horas. Llego al pasillo y giro la manija despacio para entrar a su cuarto y buscar las llaves de su despacho. Como un agente secreto en una misión especial, escaneo cada centímetro de la habitación, pasando mis ojos por cada superficie en donde creo que pudo haber dejado el manojo de llaves, sin embargo, no encuentro nada.
Okey, piensa, Estefano. Si tú fueras un viejo aburrido y amargado, ¿dónde dejarías las llaves? ¿Debajo del colchón de la cama? No, no, ni que fueran las llaves del Vaticano.
Tengo que dejar de ver muchas películas de acción.
Avanzo despacio, buscando por encima de su mesita de noche, en los cajones, en las estanterías, pero solo encuentro libros de filosofía y perfumes europeos que ha traído de sus viajes. Me llevo la mano a la nuca y empiezo a rascármela mientras pienso en dónde podría estar las llaves que descansan sobre la...
Oh, vaya, ahí están las llaves. Sobre la cómoda.
Las tomo, rápido y con la misma cautela que ingresé a la habitación, salgo de ella cerrando la puerta despacio para caminar hacia la escalera a paso apurado. Bajo los escalones sin hacer ruido para no llamar la atención de Sigrid y Nicolás que se encuentran en la cocina. Luego me posiciono frente a la puerta del despacho y pruebo con las llaves que hay en este manojo y ninguna parece abrirla.
Vamos...
Para mi buena suerte, la puerta se abre cuando intento con una de las últimas que quedan y que tiene una pequeña etiqueta amarilla en la que dice... "Despacho".
Mentalmente me doy un golpe por haber perdido el tiempo en buscar la llave indicada, cuando ha estado mirándome desde el principio, con un letrero que dice: "Aquí estoy, imbécil".
¡No me juzguen! Suelo volverme tonto cuando estoy nervioso.
"Sí, sí, ya lo hemos comprobado. Ahora entra de una puta vez", espeta mi subconsciente, jalándose los cabellos.
Ingreso al despacho y cierro la puerta antes de encender la luz. Vale, aquí si debo ser lo más atento posible porque no me queda mucho tiempo hasta que papá llegue de la hacienda. Me dispongo a revisar primero todo lo que hay sobre el escritorio. Encuentro carpetas ordenadas con papeles de la empresa, algunos contratos y expedientes, pero ningún documento que tenga como remitente a un doctor o la clínica.
Vuelvo a dejar todo en su sitio, tal como lo encontré para que no parezca que alguien haya entrado a husmear y luego de cerciorarme otra vez de que todo esté ordenado, paso a revisar los cajones del escritorio. Tampoco encuentro nada, solo materiales de oficina como lapiceros, engrapadoras, perforadoras, algunos recibos y más carpetas.
Empiezo a entrar en pánico cuando ya no encuentro más opciones de búsqueda en este lugar y mi decepción se acrecienta a medida que pasan los minutos. Apago la luz antes de salir y asomo la cabeza por el umbral de la puerta para asegurarme de que nadie me vea.
¡Joder! ¿Ahora que hago?
"Solo devuelve las llaves y ya", aconseja el Estefano de mi subconsciente.
¿Y quedarme de brazos cruzados? No. Ni de coña...
No me voy a quedar tranquilo hasta encontrar la respuesta que tanto busco. Soy Estefano Arnez y nunca me quedo tranquilo hasta conseguir algo que de verdad quiero. Pero eso ya lo irán descubriendo después, porque ahora, no satisfecho con haber revisado el despacho de mi padre, estoy camino a su habitación a continuar mi búsqueda ahí.
Si no encuentro nada, tendré que pasar directamente a la siguiente opción: preguntárselo a Sigrid.
Ya dentro de la habitación de papá, cierro la puerta y comienzo mi misión. Recorro el espacio considerable que encierran las cuatro paredes, buscando entre la cómoda, los cajones y los estantes, pero tampoco encuentro ni una señal de que pudiera estar recibiendo tratamiento para alguna enfermedad.
Pienso en que, si debería buscar también en el clóset, pero dudo que él esconda cosas ahí. No sería muy inteligente de su parte guardar cosas entre la ropa. Abro uno de los cajones de la cómoda que me falta revisar y el corazón me da un brinco cuando encuentro varios papeles y entre ellos... un documento en el que se describe los resultados de unos análisis.
¡Eureka!
Inicio leyendo el membrete con los datos de la clínica y reviso la fecha para asegurarme de que sea un documento actual. Omito el resto y leo el nombre del paciente: Antonio Arnez, mi padre. ¡Perfecto! Ya tengo la información en mis manos. Sin embargo, no logro leer la especialidad ni el diagnóstico, porque unos murmullos se hacen presentes en el pasillo.
¡Joder, joder!
Vuelvo a meter todo en el cajón y me quedo petrificado cuando los pasos se oyen al otro lado de la puerta. ¡Reacciona, Estefano! Mi subconsciente me da otro de sus golpes mentales, cuando se da cuenta de que mis neuronas han dejado de hacer sinapsis y mi cerebro se ha quedado en blanco. Pienso rápido dónde me puedo esconder, el baño no es una buena opción, el clóset menos. Desearía ser hechicero para abrir un hueco en el suelo y meterme en él.
Veo que la manija de la puerta está siendo girada y entro en pánico. El corazón deja de latirme y la sangre se me congela como la mismísima Antártida. De inmediato, me tumbo al suelo y gateo hasta debajo de la cama para esconderme ahí. En el intento de entrar, me golpeo la frente con la madera y me muerdo los labios para evitar soltar un quejido, pero logro esconderme debajo antes de que papá entre y cierre la puerta.
Ahora, la pregunta del millón es: ¿Cómo salgo de aquí?
—Okey —lo oigo decir, pero no sé a quién—. Está bien, Rogelio, me lo mandas a más tardar en un par de días, por favor.
Ah, está en una llamada.
Creo que cuelga porque no dice más, solo escucho mi respiración agitada y descontrolada por la adrenalina que se ha apoderado de mi cuerpo. ¡Eso fue de locos! Casi me atrapan infraganti, como ladrón sin experiencia, sin embargo, reaccioné a tiempo. Ahora solo estoy esperando a que se vaya para poder salir de aquí porque la verdad estoy todo encogido e incómodo.
—Antonio, la cena ya está servida —avisa Sigrid dando los respectivos toques en la puerta.
Percibo los pasos de papá, acercándose a la puerta para abrirla y preguntarle a Sigrid:
—¿Has visto mis llaves? Las dejé sobre mi cómoda.
Mi cerebro se recupera de inmediato y envía la orden para que mi mano palpe el bolsillo de mi pantalón y sienta el bulto que hace el manojo de llaves ahí dentro.
¡Mierda!
—No, Antonio —asegura Sigrid—. No he entrado a su habitación.
Se forma un pequeño silencio y escucho mi saliva pasar por mi tráquea.
—Creo que se me puede haber caído en el asiento de la camioneta —intuye él.
Y luego de eso, cierra la puerta. Pestañeo un par de veces y me acerco hacia el borde para levantar un poco las sábanas y ver si se han ido. Efectivamente, ya no hay nadie dentro de la habitación. Me arrastro un poco para salir, pero las voces y el sonido que hace la manija al girar me sorprende y en un acto reflejo, retrocedo metiéndome de nuevo para que no me vean.
—Bajaré en un momento, Sigrid —indica papá, dejando la puerta abierta.
—¡Estefano, la cena ya está lista! —escucho que avisa Sigrid desde el pasillo. Toca la puerta de mi habitación tres veces y al no recibir respuesta, vuelve a llamar—: ¿Estefano?
¡Rayos!
—¿Estefano no está? —pregunta mi padre, volviendo al pasillo y cerrando la puerta a su salida.
—Creo que no —oigo decir a Sigrid.
Ahora solo tengo que esperar que ambos desaparezcan del pasillo para poder salir de la habitación. Me incorporo un poco y bajo la cabeza mientras me arrastro con los codos para salir por completo de debajo de la cama.
¡Uf, eso estuvo cerca!
Me planteo la idea de volver a abrir el cajón para terminar de leer las recetas médicas, pero sería muy arriesgado, no puedo exponerme a que papá regrese y me atrape haciéndolo. Primero, tengo que solucionar lo de las llaves, así que, una vez que he esperado lo suficiente para que no haya nadie en el pasillo, escapo de la habitación y bajo las escaleras que dan al primer piso. Salgo por una puerta trasera hacia el patio de la mansión donde está la camioneta en la que ha ido papá a la hacienda.
Abro la puerta de los asientos traseros y dejo caer el manojo de llaves a un lado. Me cercioro de que se encuentren visibles para que el primero que abra la puerta, lo vea.
—¿Joven Estefano? —la voz de Peter a mis espaldas me hace dar un respingo.
Me vuelvo hacia donde está.
—Peter... me asustaste. —Finjo una sonrisa para ocultar mis nervios, aunque siendo sincero, reírme cuando estoy nervioso, es mi pasión—. Solo vine a buscar las llaves que se le cayeron a papá... ¡Oh, mira, aquí están! —Se las muestro.
Entrecierra los ojos, extrañado.
—Qué raro, acabo de revisar hace unos minutos y no las vi —comenta y se humedece los labios—. Además, su padre fue y vino en el asiento del copiloto.
¡Atrapado!
Mentalmente me imagino al payaso Pennywise corriendo hacia mí para prestarme su kit de maquillaje y pintarme la cara porque sí, he quedado como un payaso al creer que nadie me iba a descubrir.
Pienso en inventar otra mentira para tapar mis travesuras, pero no sería muy empático de mi parte meter en problemas a Peter, él no ha hecho nada y lo último que quiero es que papá sospeche de él o crea que está hurtando cosas.
—Por favor, necesito que me ayudes en algo —le pido y decido contarle, no todo, solo detalles para que sepa lo que está pasando—. Cogí las llaves de papá para averiguar algo y cuando quise regresarlas a su sitio, él regresó de la hacienda y al no encontrarlas, creyó que se le pudo haber caído en la camioneta.
—¿Y desea que yo se las entregue? —inquiere con una divertida sonrisa de complicidad.
—Así es. —Asiento, levantando una ceja—. Entonces... ¿Me ayudas? —pregunto con un tono de voz neutro.
—Okey. —Asiente también y le extiendo la mano para entregarle el manojo de llaves.
—De verdad, muchas gracias. —Le palmeo el hombro y agrego—: Te debo una.
Me da una sonrisa de boca cerrada y niega con la cabeza.
—Descuide, vaya tranquilo que yo se las entrego —asegura y asiento, soltando un suspiro de alivio.
Me despido de él con un movimiento de manos y entro rápido a la casa para ir al comedor porque me deben estar esperando para la cena.
Desde el umbral de la entrada, puedo ver la enorme mesa de cristal, en la cual ya se encuentra servida la comida. Tomo mi posición habitual: al lado de mi padre y frente a Nicolás, que tiene una sonrisa de oreja a oreja como ya es común en él.
En todo momento evito hacer contacto visual con mi papá, porque aún estoy enfadado con él por lo de la invitación a la fiesta de Peter. Me percato que se ha formado un silencio sepulcral en este lugar, cosa que nunca sucede en otras ocasiones porque la cena siempre está acompañada de relatos y comentarios sobre nuestro día, que cada uno comparte en la mesa. Sin embargo, esta vez solo se escucha el sonido del Smart Tv que está en la pared de enfrente, hasta que Nicolás decide romper el silencio.
—Mañana iré nuevamente a ayudar al refugio de animales —nos anuncia feliz a todos.
Lo miro y le muestro una sonrisa de boca cerrada como respuesta.
—¿Viste a los caballos de la hacienda? —pregunta mi padre con poca importancia a lo anterior que dijo mi hermano.
—Están hermosos y en perfecto estado —le informa y puedo verlo asentir por el rabillo del ojo.
Me llevo un trozo de pollo a la boca.
—¿Y tú, Estefano? ¿No piensas decir ni una palabra? —vuelve a preguntar papá.
—No —me limito a decir.
Da un sorbo a su manzanilla y se limpia los labios con la servilleta de tela que tiene a un lado.
—Espero que se les haya quitado la idea de ir a esa fiesta —reitera a modo de orden, haciendo que Nicolás y Sigrid se queden callados. Pero yo no. A mí no se me ha quitado esa "idea" de la cabeza.
Doy otro pequeño bocado a mi pollo.
—En realidad, pensaba ir mañana con Nicolás a comprar ropa —confieso, añadiendo el toque perfecto de sarcasmo—. En el centro comercial.
Papá abre los ojos, horrorizado y deja su taza de manzanilla sobre el plato.
—Ya hablamos sobre eso y no pienso repetirlo —agrega lo más desinteresado y autoritario posible.
—Yo tampoco.
Levanta la mirada y me observa serio.
—¿Me estás retando, Estefano? —inquiere con impaciencia.
—Te parece —niego con la cabeza y me encojo de hombros.
Se pone de pie.
—¡Ya basta! —protesta en voz alta y sale del comedor muy molesto.
Nicolás y Sigrid dirigen su mirada hacia él y esperan a que termine de subir las escaleras para luego dejar sus ojos sobre mí y hacerme sentir culpable.
—¿Qué? —pregunto, mirándolos de vuelta. Me encojo de hombros nuevamente—. Él se lo buscó.
Nicolás me da una sonrisa de boca cerrada para aliviar la tensión que se ha generado.
—Estefano, creo que no deberíamos desobedecer. —Se limpia la boca con su servilleta—. No quiero tener problemas con papá.
¡Ay, Nicolás! ¿Cuándo dejarás de ser tan miedoso?
Bufo y apoyo mi espalda contra la silla.
—De ninguna manera nos perderemos esa fiesta —aseguro, dándole una mirada de "irás conmigo y punto".
Sigrid niega con la cabeza, reprimiéndose la risa que le genera mi rebeldía y Nicolás hace un mohín. Saben que no me voy a rendir así tan fácil, porque cuando me propongo algo, me vuelvo necio. Muy necio. Hasta lograrlo.
—¿Te parece si mañana te paso a recoger al refugio de animales? —le pregunto a Nicolás, él me mira confundido y sorprendido a la vez, ladeando la cabeza como un cachorrito. Se le ve tan tierno.
—¿De verdad iremos al centro comercial? —cuestiona, con la duda aún notándose en su expresión.
Niego con la cabeza y vuelvo a colocarme en mi postura normal: apoyando los codos sobre la mesa.
—Iremos a Machus. Es una tienda de ropa para hombres cerca del centro de la ciudad, que está ubicada en Burnside Street —explico, descartando por completo la idea de ir al centro comercial.
Nicolás trata de recordar el lugar y suelta otra sonrisa cómplice cuando lo logra.
—Me parece haber pasado por ahí algunas veces —nos comenta a Sigrid y a mí—. Por fuera se ve muy buena.
Asiento, satisfecho.
—Okey, iremos mañana entonces —confirmo.
Me encargaré de que todo mi plan salga a la perfección sin que mi padre lo arruine. Pero no con eso me saco la duda sobre el doctor de la llamada de esta tarde y los resultados de análisis clínicos que encontré en su habitación y que, por desgracia, no pude leer. No puedo preguntarle ahora a Sigrid, no delante de mi hermano, sería preocuparlo a él y eso es lo último que deseo. Ya bastante nervioso se encuentra con lo de la fiesta.
Pero... ¿Qué podría salir mal?
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¡Hey! Dejo esta pequeña nota para contarles a los nuevos lectores que este capítulo trae escenas inéditas, que la versión anterior no tenía. En este tercer capítulo, en la parte final, narraba Nicolás y decidí retirar sus narraciones de este y otros capítulos, porque no me parecían tan necesarias. Sin embargo, pasarán a formar parte del libro "Solo de los dos, Cristhoper", como capítulo extra para no desecharlas, así que pueden pasarse por mi perfil y buscar esa novela que protagoniza Nicolás.
Gracias otra vez por darme su apoyo. ❤
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