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28

"Un casi algo, duele más que un ex"


NAREL.

Dos semanas después.

Han pasado ya varios días desde que Estefano y yo empezamos a aplicarnos la ley del hielo. No sé por qué, si quedamos como amigos, o al menos eso creo yo. Solo hemos intercambiado a lo mucho los "buenos días", un "gracias" y "buenas noches".

Gracias a nuestra distancia, Ximena está disfrutando todas las oportunidades que tiene de estar junto a él, y aunque Estefano no le presta mucha atención, la cercanía ha aumentado entre ellos. Por otra parte, he notado que su hermano Sergio se siente atraído por mí. No me lo ha dicho directamente, sin embargo, lo da a entender cuando me habla y me mira de una manera peculiar. Me ha invitado a salir un par de veces, pero me he negado. Lo último que quiero es crearle falsas expectativas. Es un chico muy lindo, no solo por tener belleza física, sino también es muy atento y cariñoso como Estefano, solo que... no hay eso especial que siento cuando estoy cerca al mayor de los Arnez.

Y es porque él no es Estefano.

Hoy es mi último día en esta casa, Sigrid ya se encuentra de pie, haciendo sus labores con total normalidad desde hace un par de días. Es por eso que ahora está haciéndome una rica tarta de despedida y yo me he ofrecido a ayudarla.

Estefano está pasando la tarde con Ximena, dándole un tour por la hacienda. Fue una orden que le dio el señor Antonio para que la señorita no se sienta aburrida en esta casa. Nicolás ha llegado hace poco de casa de su amigo, está sentado frente a mí, observando cómo hacemos la preparación de la masa para la tarta.

Ahora somos más cercanos, nos hemos vuelto mejores amigos e íntimos. Eso me agrada porque siento que he encontrado al amigo que esperé hace mucho y me hace muy feliz saber que voy a tener otra persona más a quien recurrir cuando necesite ayuda y también en otros aspectos.

Ay, mi peque.

Lo quiero mucho.

Le doy una mirada rápida, tiene los ojos perdidos en algún lugar de la cocina, pero a la vez, tiene una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Me parece... o estás feliz por algo? —le pregunto mientras me cruzo de brazos.

Él niega con la cabeza.

—Solo estoy feliz porque ya recogí el florero de mamá que rompí por accidente. —Sigrid le da una mirada de alivio y entonces recuerdo que me contó que ella le ayudó a tapar esa travesura.

—¡Nicolás Andrés Arnez! —lo nombro y por un momento casi se le salen los ojos. Odia que lo llamen por su segundo nombre—. Tú a mí no me mientes. Has conocido a alguien. —Lo señalo con el dedo acusador.

Inevitablemente se sonroja y se lleva las manos al rostro.

—Bueno, bueno. No he conocido a alguien exactamente, solo pasamos la tarde porque me ofreció su ayuda —admite algo avergonzado.

No puedo seguir con mi interrogatorio porque entra Sergio a la cocina, mirándome con una gran sonrisa parecida a la de Nicolás.

—¿Qué haces, preciosa? —Se pone a mi lado.

—Ayudando a Sigrid que me está haciendo una tarta para despedirme.

—¿Te vas? —pregunta, sorprendido.

Asiento.

—Hoy termina mi labor aquí —le explico.

—¡Vaya! —Hace puchero—. Quisiera verte de nuevo. —Me vuelve a mirar y le doy una sonrisa de boca cerrada.

—Quizá pronto —le aseguro.

—Te voy a extrañar —continúa y me doy cuenta de que su tono de voz empieza a cambiar.

Pone su mano sobre la mía y la acaricia delicadamente. Pienso rápido en cómo apartarla sin notarme incómoda, pero él la aparta despacio cuando una presencia se hace notar en el umbral de la puerta.

Y hablando del rey de Roma...

Estefano me mira fijamente, buscando una respuesta en mis ojos, luego de ver lo que hizo Sergio. Aparto mi mirada de la suya mientras continúo amasando la masa de la tarta.

—¡Qué bien avanzan ese pastel! —comenta, sarcástico, ingresando a la cocina. Vuelvo a mirarlo y él también lo hace.

Está celoso, lo sé.

—Sí, la verdad que saldrá muy rico —responde Nicolás, tratando de descargar el ambiente tenso que se ha formado.

—¿Qué tal la hacienda? —pregunta Sigrid siguiéndole el juego a Nicolás. Todos aquí se han dado cuenta de la situación, menos Sergio.

—Igual que siempre. —Se encoge de hombros y nos da la espalda para buscar una manzana en el frutero de porcelana que está sobre la barra.

Sigrid asiente ante su seca respuesta.

—¿Alguien puede ver si ya sirvieron la mesa, por favor? —pide encarecidamente porque tiene las manos ocupadas en la preparación del relleno.

—Yo iré —dicen Estefano y Sergio a unísono.

Un silencio incómodo invade la cocina mientras ambos se fulminan con la mirada. Espero que no inicien una discusión ahora mismo.

—Yo lo dije primero —aclara el dueño de casa.

—Iré yo —contesta, desafiante el hijo menor de Manuel, poniéndose de pie para avanzar hacia la puerta.

—¡Yo iré! —intervengo y me limpio las manos con una toalla de papel antes de salir de la cocina—. Está todo listo —le aviso a Sigrid desde el umbral, viendo que ya han colocado los individuales y los cubiertos.

Entonces, ambos salen de la cocina para sentarse en la mesa y Nicolás hace lo propio luego de lavarse las manos. La puerta de entrada de la casa se abre e ingresan el señor Antonio y su invitado. Ximena baja las escaleras y se une con nosotros a la mesa.

La cena transcurre tranquila, aunque un poco tensa por las miradas de recelo que me da Estefano cada cierto tiempo. El señor Antonio se dedica a platicar con el señor Manuel y no se percata de nada. Por mi parte, me dedico a conversar con Nicolás de rato en rato.

Estefano se limpia los labios con una servilleta, luego mira a su hermano y le pregunta:

—¿Qué tal el viaje a Seattle con Christhoper?

Uy...

El menor abre los ojos y se sonroja de inmediato.

¡Atrapado!

—Estefano... —musita entre dientes—. Recuerda que mi padre no sabe lo del florero —le reitera y se rasca la cabeza, nervioso, porque sabe que ya me he dado cuenta de lo que sucede.

Y no es sobre el florero...

Hago un mohín y le levanto las cejas de manera pícara.

Pero mi momento de diversión se termina cuando el señor Antonio toma la palabra y prestamos atención a lo que va a comunicar.

—Hoy quiero aprovechar esta cena para agradecer a Narel, porque es su último día aquí con nosotros. —Todos centran su mirada en mí y no sé dónde meter mi cabeza para que no vean que estoy empezando a sonrojarme—. Hija, muchas gracias por todo tu apoyo en este tiempo, espero algún día nos volvamos a ver. Sabes que esta es tu casa y siempre tendrás las puertas abiertas cuando necesites de nosotros. Gracias nuevamente por tu labor y espero que te lleves contigo, un grato recuerdo de toda la familia.

Asiento, emocionada con las lágrimas a punto de salir de mis ojos, pero las contengo.

—Muchas gracias por sus palabras, señor Antonio, por su cariño y su amabilidad. Los voy a recordar siempre a todos —respondo y miro a Nicolás que coge mi mano para acariciarla en señal de amistad.

—Yo también quiero aprovechar la oportunidad para decir algo —interviene Sergio, poniéndose de pie. Todos los asistentes dejan sus cubiertos a un lado y prestan atención nuevamente—. Eres una chica preciosa, no solo por fuera, sino también por dentro. —Se acerca y empiezo a ponerme nerviosa—. Quiero delante de todos pedirte que nos conozcamos más y me des la oportunidad de intentar algo contigo.

¡¿Qué?! ¡No! ¡No! Este chico debe estar bromeando.

Una risita nerviosa sale de mí y no tengo el valor suficiente para mirar a los demás.

—A ver, perdón, pero... ¿No crees que te estás pasando de confianza? —suelta Nicolás desde su lugar—. Apenas te conoce. No creo que quiera salir contigo. —Se cruza de brazos muy molesto. Sergio lo mira desafiante y el menor de los Arnez se pone de pie para enfrentarlo.

Le hago un gesto para que se calme.

—Pues yo creo que harían una bonita pareja —dice Manuel, dándole el visto bueno a su hijo.

—Pienso igual. Serías muy afortunado de tener una chica tan increíble como Narel en tu vida —lo apoya también el señor Antonio y veo cómo Estefano voltea a mirar a su padre con una cara de "¿En serio, papá?".

Irónico, ¿no?

Bajo la mirada mientras Nicolás se pone a mi lado y me abraza para calmarme porque ya se imagina cómo estoy por dentro.

En blanco.

Creo que sé cómo manejar esta situación. No puedo lastimar a alguien más. Ahora que voy a dejar de trabajar en este lugar, quiero irme tranquila sin tener más vínculos. Sé que lo mejor es ser sincera con Sergio.

Preparo en mi mente una respuesta adecuada para decirle que no, delante de todos, pero...

—¡Adelante, Narel! —habla Estefano desde su lugar en la mesa—. Se ven tan lindos juntos... He visto cómo te mira y te acaricia la mano. ¿Por qué no le dices que sí? —Su sarcasmo es evidente y me desconcierta. Mucho.

¿Qué?

—No es eso, solo que... —trato de explicar, pero me interrumpe.

—¿Qué? —continúa él—. Anda, dile que sí...

El comportamiento que ha adoptado y sus palabras terminan por frustrarme demasiado. Hacen que actúe como no debería hacerlo.

—Está bien, acepto. —Asiento mirando a Sergio, que se acerca emocionado a abrazarme.

Correspondo su abrazo y miro por encima de su hombro a Estefano, que aún no sale del trance en el que se encuentra, al igual que Nicolás. El menor tiene los ojos más abiertos que su hermano.

Él mismo se lo buscó.

Y cuando creo que todo ha acabado...

—¡Felicidades, chicos! —expresa Estefano, aplaudiendo emocionado y fingiendo una sonrisa ancha sobre sus labios—. Pues yo también quiero aprovechar. —Se pone de pie para acercarse a Ximena y me imagino por donde irá esto—. Nosotros también hay que intentarlo, Ximena.

Los padres de ambos se emocionan al escuchar las palabras de quien juró quererme siempre y se levantan a abrazarlos y llenarlos de elogios.

Me disculpo educadamente y me retiro hacia la que, hasta hoy, es mi habitación. Corro rápido antes de que salgan las lágrimas que tengo acumuladas en los ojos. ¡Es un imbécil! Por suerte es mi última noche aquí, así ya no estaré cerca de él y no lo veré con su nueva saliente.

Empiezo a empacar mientras me limpio las lágrimas que caen por mi mejilla derecha. No pensé que iba a llegar hasta esto, no siento absolutamente nada por Sergio, él tiene una vida hecha en México, y yo la mía acá. No sé si pueda lograr tener una relación a distancia cuando decida regresar con su familia allá.

Termino de colocar todo en mi mochila y me dispongo a hacer mi aseo como todas las noches. Pienso que una ducha relajante me vendrá bien en estos momentos.

Dentro de la regadera, relajo mis músculos bajo el agua tibia que cae como lluvia. Cierro los ojos mientras doy mis últimos sollozos de esta noche y me prometo que mañana ya no lo haré, porque tengo que ser fuerte y afrontar todo. Al fin y al cabo, vine a trabajar hace dos meses con un pensamiento seguro de no formar nada más que un vínculo laboral y amical con los integrantes de esta familia, y me iré de esta casa con el mismo pensamiento en mi mente. Termino cerrando la llave de la ducha y suspiro, asegurándome a mí misma de que todo está bien.

Mi mente se ha despejado, pero siento que aún no estoy del todo libre. Tendré que enfrentar mis erradas decisiones e intentar que Sergio no salga lastimado. Cierro la puerta de la habitación, la ventana y la cortina. Solo la pequeña lámpara de la mesita alumbra mi noche.

Siento mi celular vibrar sobre la mesita y reviso el mensaje que me acaba de llegar.

Sergio: Solo quería darte las buenas noches.

Decido responderle para no ser descortés.

Yo: Gracias, Sergio.

Trato de ser lo más amable que puedo con él.

Reviso las historias para matar mi aburrimiento y distraerme después de la noche que he pasado. Cuando termino de verlas, me aparece una actualización reciente de Estefano. Dudo si debería verla o no, pero termino haciéndolo. Es una foto de él con una indirecta bien directa para mí en la descripción.

"Quien de verdad quiere estar contigo, se la juega".

Tonto.

No voy a caer en el círculo vicioso de mandarme indirectas con alguien. Más aún cuando le dejé las cosas muy en claro. Mañana será un nuevo día, estoy ansiosa por ver a mamá y jugar con mi perro. Volveré a trabajar en la clínica y al final mi vida vuelve a ser la misma de antes. No cambia nada.


***


Semanas después.

—¿Todo en orden? —pregunto antes de retirarme de la habitación de Maya, la paciente que ayer dio a luz a una hermosa bebé. Asiente y me agradece antes de que salga.

Me dirijo hacia el consultorio del Dr. Ricardo (el director y dueño de la clínica) para avisarle que todo está okey y poder irme a casa. Una vez dada mi salida, me despido de algunos compañeros enfermeros que me encuentro en el camino hasta los casilleros donde guardamos nuestras cosas al llegar.

Busco mi mochila en el casillero que me corresponde y lo cierro con el candado rosado que me regaló mi madre hace unos años para la escuela.

—Te están esperando afuera —me informa una compañera cuando estoy llegando a la recepción. 

Frunzo el ceño y miro desde donde estoy. Puedo ver a través de la puerta de cristal que Sergio me espera para acompañarme a casa. Con algo de timidez, salgo del edificio hacia la calle donde está él, observándome, inquieto.

—Hola —saludo cuando llego hasta la vereda.

—Hola, preciosa. —Sonríe—. ¿Qué tal tu día? —Me hace un gesto con su mano para que le pase mi mochila y pueda llevarla él. Niego con la cabeza, deseo llevarla yo.

—Estuvo tranquilo. —Le devuelvo una sonrisa de boca cerrada y hago un gesto con la mano para que camine junto conmigo.

Solo son unas siete cuadras aproximadamente las que me separan de casa. Iremos a pie porque no me apetece tomar el autobús. Además, cuando estoy en compañía no siento si el camino es largo porque una amena conversación lo cambia todo.

Lamentablemente no es así, Sergio guarda silencio mientras camina a mi lado y lo único que me acompaña es el ruido de los vehículos al pasar. No quiero recordarlo ni admitirlo, pero debo confesar que extraño cuando Estefano me llevaba a casa en su camioneta, el camino era más divertido con él y teníamos para platicar sobre muchos temas que nos agradaban a los dos.

Ahora que la imagen del hijo mayor del señor Antonio ha vuelto a mi mente, caigo en la cuenta de que no sé nada de Estefano desde que salí de trabajar de la mansión. Silencié sus estados de WhatsApp, y ambos dejamos de seguirnos en Instagram. Solo mantengo comunicación con Nicolás y hay veces en las que llamo a Sigrid para saludarla y preguntarle cómo se encuentra de salud.

El menor de los Arnez sale conmigo los fines de semana o a veces en mis días libres viene a visitarme a casa y aprovecha para jugar con Tito. Me ha invitado a la mansión, pero me he negado. No quiero ir. No por ahora, sabiendo que aún tengo sentimientos por su hermano.

O eso creo.

—Narel, ¿me estás escuchando? —pregunta Sergio, pasando la palma de su mano por delante de mis ojos.

Puedo ver el anillo delgado que lleva en uno de sus dedos.

—Lo siento, me distraje —me disculpo a la vez que sacudo mi cabeza para poder despejar mis pensamientos. Estefano se ha vuelto a meter en ellos.

Me da una sonrisa de boca cerrada.

—Te decía que ya llevamos saliendo casi un mes. —Se pasa la mano por la nuca en un gesto nervioso—. Creo que deberíamos dar ya el otro paso. Como mi hermana y Estefano que hace dos semanas han formalizado su relación.

Siento cómo mi corazón deja de latir en mi pecho al escuchar sus palabras, que se repiten como eco en mi cabeza.

Estefano ya tiene una relación y yo sigo pensando en él.

¡Eres una completa estúpida, Narel!

Necesito llenarme de valor y decirle a Sergio que no puedo seguir fingiendo algo que no siento. Él se merece a una chica que lo quiera de verdad, que lo haga feliz y que no trate de evitarlo cada vez que está cerca.

Y esa chica no soy yo.

No quiero adentrarme más en esta farsa, lo único que quiero es continuar con mi vida y superar todo lo que ocurrió con Estefano porque él es el único que está ocupando mi cabeza ahora mismo y aunque me duela hasta el alma, tendré que sacarlo porque sé que será para mejor.

Entonces recuerdo lo que una vez me dijo Ysabel y yo no le creí:

"Un casi algo, duele más que un ex".

Y es verdad. Estefano me está doliendo demasiado, sin embargo, trato de no darle mucha cabida para aliviar la decepción que me empieza a generar cada que lo recuerdo.

—Sergio, yo tengo que decirte algo. —Detengo el paso y suspiro mientras me doy aliento a mí misma para sacar las palabras correctas.

Me mira esperando una respuesta, pero las palabras no salen de mi boca. No quiero romperle el corazón a este chico. Es tan lindo y a pesar de no tener nada material en esta ciudad, demuestra que no necesita de eso para ser feliz, pero no puedo engañarlo y seguir engañándome a mí con algo que no me nace. Tengo que hallar la manera de decírselo y estoy convencida de que debo hacerlo.

—Mira mejor hablamos más tranquilos en tu casa. Está haciendo algo de frío y parece que quieres coger un resfriado. —Pone su mano en mi frente para sentir mi temperatura. Seguro debo estar sonrojada porque no siento el frío del que habla.

—Okey. —Asiento no tan convencida. Lo bueno es que me da la oportunidad de tener aproximadamente cinco cuadras para poder pensar mejor lo que quiero decirle.

Y eso no sucede.

Porque en esas cinco cuadras, Estefano se vuelve a meter en mi mente. 


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