27
Ya no podemos seguir así
ESTEFANO.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro cuando veo a Narel darle una mordida a la hamburguesa que le acabo de comprar. Estamos ahora en el centro de Portland, dando un paseo por los carritos de comida rápida que hay en esta parte de la ciudad. No soy de venir a comer a estos lugares, pero ella me pidió pasar por aquí antes de regresar a la mansión.
Debo aceptar que toda la comida se ve deliciosa y hemos probado la de algunos puestos. Estoy feliz de volver a tenerla conmigo y salir juntos nuevamente. Esa fue la condición, ¿verdad? Yo limpiaba mi cuarto y ella aceptaba salir conmigo. Debería agradecerle al puto de Marco por eso.
Poco a poco la tarde va cayendo y el cielo se va oscureciendo. Vaya que el tiempo se pasa rápido cuando la estás pasando de lo mejor.
—Debemos regresar —me dice Narel cuando ve que las nubes grises se asoman por encima de nosotros—. Tengo que volver para ayudar a Sigrid. —Asiento y regresamos a mi camioneta que está estacionada al otro lado de la calle.
El camino a casa es silencioso por parte de los dos, aunque la radio está encendida, nadie ha dicho una sola palabra desde que partimos. Me siento algo triste porque mis sentimientos por ella no han cambiado en dos días. Aún tengo la certeza de que ella siente lo mismo, pero por alguna razón no lo quiere confesar. Y no sé tampoco cómo tocar el tema, no sé ni siquiera cómo iniciarlo sin hacer que ella lo evite. Necesito poder sacar estas dudas que tengo y que me llenan la cabeza de muchas preguntas. Sé que Nicolás es su mejor amigo, le podría pedir a él que me ayude, pero a la vez me da un poco de vergüenza porque es mi hermano y no le he pedido nunca favores de este tipo.
Cuando llegamos a la mansión ya ha anochecido. Las luces del jardín y la fachada están encendidas. Estaciono la camioneta y corro rápidamente a abrir la puerta de mi acompañante, pero ella ya está fuera. Me da una divertida sonrisa victoriosa y una palmada al hombro mientras avanza hacia la puerta. Toco el timbre al recordar que dejé mis llaves en mi habitación y al poco tiempo abre Nicolás. Entro a la casa después de ella, y entre murmullos que provienen del salón principal, escucho la voz de mi padre.
Muy confundido, avanzo hasta llegar a la entrada de la sala y veo que él está ahí, sentado.
¿Qué hace él aquí? ¿No se supone que debe estar en México?
Se pone de pie cuando me ve.
—¡Llegó mi otro heredero! —exclama, caminando hacia mí—. Mi hijo mayor. —Pasa su brazo por mis hombros y noto que no estamos solos.
Se ponen de pie Gabriel y otro hombre de la misma edad de mi padre. Trato de hacer memoria para saber si lo he visto antes, pero no logro reconocerlo. Sigo la mirada a su lado y hay una figura femenina: una hermosa chica de piel bronceada, ojos iguales a los míos y cabello lacio color castaño, avanza para ponerse más cerca del desconocido que está frente a mí.
—Estefano, él es Manuel —nos presenta mi padre, acercándome al señor—. Es un viejo amigo de la universidad que radica en México y ahora será mi nuevo socio.
—Un gusto —digo mientras estrechamos nuestras manos.
—Igualmente —responde él y toma de la mano a la señorita que está a su lado—. Te presento a mi hija Ximena. —Asiento y me acerco a ella para también estrecharle la mano educadamente.
—Estefano, ¿qué modales son esos? —me regaña mi padre, detrás de mí—. Salúdala con un beso en la mejilla.
Volteo hacia ella y me acerco para darle un beso en la mejilla como lo pidió él.
—Perdón, soy algo tímido —me disculpo.
—Quién sabe... hasta podríamos ser familia —bromea papá y le doy una mirada seria. No me ha agradado en lo absoluto su comentario.
Entre las carcajadas y comentarios de los presentes, recuerdo a Narel, a quien busco con la mirada por todo el lugar, pero no está. Pido permiso para retirarme y voy en busca de la chica que tiene toda mi atención. La encuentro en la habitación de Sigrid, leyendo su libro.
—¿Ya regresó tu padre? —pregunta con el ceño fruncido y asiento.
—Al parecer, su nuevo socio ha decidido venir a pasar un buen tiempo aquí —explico sin interés.
Ella cierra su libro y se pone de pie.
—Bueno, iré a alistar mis cosas para irme a casa —informa e instantáneamente mi cara adopta una expresión de confusión.
—¿Tan pronto? —inquiero, alternando la mirada entre Sigrid y Narel. Solo ha pasado una noche, no puede irse ya.
Se encoge de hombros.
—Tu padre dijo que solo me quedaría a dormir mientras él esté de viaje, pero ya volvió —menciona con un gesto obvio.
Creo que tendré que conversar con él para plantearle la idea de que Narel se quede con nosotros hasta que Sigrid se mejore. ¡Joder! Ella solo ha pasado dos noches aquí y esas dos noches han sido suficientes para impulsar mis sentimientos hacia la estratosfera.
—No empaques hasta que él te diga, ¿sí? —le pido casi suplicando y ella asiente no muy segura. Sabe que la última palabra la tiene papá.
Más tarde, mi padre nos reúne a todos para disfrutar de una cena de bienvenida. Nos sentamos a la mesa en el siguiente orden: Papá y Manuel en los extremos principales, a un lado está su hija Ximena y Sigrid. Por el otro lado estamos Narel, Nicolás y yo. Noto que hay un asiento vacío con sus respectivos cubiertos sobre la mesa, en medio de Sigrid y la chica. Mi ceño se frunce mientras Ximena corre a abrir la puerta cuando el timbre resuena por toda la casa.
—Debe ser Sergio —asegura Manuel.
¿Quién es Sergio?
Una figura masculina ingresa al comedor, acompañado de la hija de Manuel. El chico es alto, de piel blanca, ojos color miel, pestañas largas, cejas gruesas y una perfecta barba muy bien recortada. Lleva puesto un gorro blanco, polo y vaqueros de color negro que combinan perfectamente con sus botines marrones. Se acerca para unirse a la mesa y lo primero que hacen sus ojos es fijarse rápidamente en Narel. No aparta su mirada y mi cuerpo se empieza a tensar.
Manuel se pone de pie y avanza hacia él. Ambos se saludan con un afectuoso abrazo y palmadas en la espalda.
—Es mi hijo Sergio —lo presenta.
—Buenas noches con todos, lamento llegar e interrumpir su cena, pero por cuestiones personales no pude viajar con mi padre y mi hermana en el mismo vuelo —explica educadamente y se sienta. Nos da una mirada rápida a todos los que nos encontramos presentes en la mesa—. Mucho gusto en conocerlos.
Tendré que tener bien vigilado a este tipo.
La cena transcurre algo tensa para mí porque el tal Sergio mira disimuladamente a Narel de vez en cuando y su hermana me coquetea sutilmente con la mirada. Por suerte, tengo a Narel a mi lado y para marcar territorio, le empiezo a preguntar si le gusta la cena o si piensa irse a casa hoy. Responde que hará caso a lo que le dije sobre esperar lo que mi padre vea conveniente. Asiento, sonriéndole y regreso la mirada a nuestro nuevo acompañante, que nos observa atento, pero quita sus ojos de nosotros cuando su padre le hace preguntas sobre cómo estuvo su viaje.
Sigo hablando con Narel y corto la conversación cuando mi papá toma la palabra y empieza a comentar con Manuel sobre el proyecto que harán. Y justo cuando siento que esta cena no podía ser más incómoda, y para poner la cereza al pastel esta noche, mi padre y Manuel empiezan a hacer bromas sobre Ximena y yo.
—Ahora que somos socios nuestros hijos deberían salir —propone mi padre y mi mirada se vuelve confusa.
—Pues harían una bonita pareja —devuelve Manuel, alternando la vista entre su hija y yo—. Ya puedo imaginarme a nuestros nietos, serían hermosos.
Empiezo a tensarme cuando la chica me lanza miradas coquetas, jugando con su cabello, enredándolo en sus dedos.
—Es cierto, tienes una hija muy guapa y...
—¡Ya basta! —interrumpo lo que está diciendo mi padre. Nicolás pone su mano sobre mi brazo para pedirme que me calme—. Si alguien elige con quién debo salir y con quién haré pareja, ese soy yo. Nadie más.
Todos me miran en silencio mientras me pongo de pie y me retiro a mi habitación. Escucho a mi hermano venir detrás de mí, no sin antes agradecer y pedir permiso.
Cuando llego a mi habitación, dejo la puerta abierta porque sé que Nicolás entrará en cualquier momento y de verdad necesito hablar con alguien. Me paso las manos por la cara, tratando de tranquilizarme y quitarme la frustración que contengo desde que abandoné la mesa.
Me siento en el borde de la cama y escucho los pasos de mi hermano acercarse a la puerta.
—Qué fuerte estuvo eso —comenta él, deteniéndose delante de mí.
—No me sorprende que él haya planeado todo esto —intuyo, sobándome el entrecejo con los dedos.
—Parece que sí, porque la chica está bien interesada. —Mi hermano frunce los labios en un gesto obvio.
—Es que Nico, él no puede controlar mi vida, no me puede elegir amistades, ni mucho menos pareja. —Me pongo de pie—. Además, no siento nada por ella, es una extraña para mí.
—¿Qué piensas hacer? —Se sienta en mi cama y yo quedo delante de él.
—Tengo que hablar con Narel, ella es la única que me interesa —confieso sin darme cuenta, pero me da igual. Él ya se debe haber dado cuenta de todo lo que ocurre entre Narel y yo.
Ya no quiero reprimirme lo que siento, tampoco voy a permitir que me invada el temor y luego termine arrepintiéndome por no haberlo intentado. Quiero mucho a Narel y estoy dispuesto a jugármela por ella.
***
Ya todos se encuentran dormidos y los invitados de papá se han quedado en las habitaciones de huéspedes. Salgo al pasillo y me posiciono frente a la puerta de la habitación de Narel. Me quedo unos segundos pensando si sería buena idea hablar sobre esto ahora o hacerlo mañana, sin embargo, termino tocando porque sé que no dormiré tranquilo esta noche si me guardo mis palabras.
—Hola —saludo cuando abre la puerta y me deja pasar.
—Déjame adivinar... —Hace un gesto pensativo con sus dedos, acariciando su barbilla—. Viniste a darme las buenas noches. —Me regala una sonrisa de boca cerrada.
Asiento riéndome.
—Eres muy lista —respondo, tocándole la punta de la nariz con ternura.
La tomo de la cintura con mis manos y apego su cuerpo al mío para dejar un suave beso sobre su frente, tal como recuerdo haberlo hecho hoy cuando llegué a esta habitación en la madrugada.
—Estefano... —Se aparta y me imagino lo que quizá va a ocurrir—. Ya no podemos seguir así.
—¿Así cómo? —pregunto, confundido.
Trago saliva y me empiezo a preocupar por las palabras que vayan a salir de sus labios.
—Tu padre desea que salgas con esa chica y no podemos seguir con este tipo de acercamientos —declara, haciendo un gesto con las manos para señalar nuestra corta distancia—. Yo solo soy... una trabajadora más.
Ruedo los ojos.
—Pero yo no la quiero a ella —admito, encogiéndome de hombros.
—Creo que lo mejor será que volvamos a tratarnos como amigos —plantea con una mirada apenada—. No quiero tener problemas con el señor Antonio.
—¿No quieres darte la oportunidad de intentarlo? —vuelvo a preguntar y ella aparta la mirada.
—Estefano... —Vuelve a dejar sus ojos sobre los míos—. Te quiero también, me gustas demasiado y no sabes lo mucho que amo estar contigo y pasar tiempo juntos, pero no puedo. No quiero que sufras, y yo tampoco. Tu padre no nos va a aceptar porque no pertenezco a tu misma clase y él desea que estés con una chica como la hija del señor Manuel.
—Me vale una completa mierda, Narel. —Pongo mis dedos en mi entrecejo y la otra mano en mi cintura, tratando de calmarme. Esta situación me está matando por completo—. Quiero que ese sufrimiento valga la pena, si mi felicidad es contigo.
Baja la mirada y una lágrima cae por su mejilla. Se me encoge el corazón tan solo verla así de frágil. Vernos así, limitados y con decisiones diferentes que no van a llegar a ningún lado si no nos podemos de acuerdo.
—Lo siento de verdad, pero no puedo intentarlo —concluye, negando con la cabeza.
La miro una vez más.
—Está bien. —Asiento convencido de que no cambiará de opinión—. Al menos déjame pasar la última noche aquí.
Niega de nuevo.
—No creo que sea buena idea —asegura.
—¿Estás segura de que quieres dejar esto aquí? —vuelvo a darle la oportunidad de que las cosas cambien.
—Sí, lo estoy —se limita a contestar.
—Okey. —Intento caminar hasta la puerta, pero me detengo y regreso para dejar un beso en su mejilla. Luego me acerco a su oído y susurro—: Te voy a seguir queriendo, Narel. Así tú me hayas olvidado y trates de ignorarme y esquivarme la mirada, yo seguiré recordando tus ojos y esos labios que fueron míos durante dos madrugadas seguidas... Madrugadas en las que dormiste entre mis brazos y yo me sentí el chico más afortunado del mundo. Eso no podrán borrarlo ni mi padre, ni ninguna otra excusa de las que estás poniendo ahora para alejarte de mí.
Oigo un sollozo de su parte e intento abrazarla, pero me detiene con sus manos en mi pecho. Me resigno y camino a la puerta para irme, pero vuelvo a darle una mirada rápida antes de salir.
Ya en mi habitación, me coge la ira y la frustración por todo lo que ha pasado. Me acuesto en mi cama y lanzo con fuerza la almohada hacia algún punto de mi habitación para luego pasarme las manos por la cara.
Las lágrimas caen en cantidad por mis mejillas. Mis ojos se humedecen y se nublan, me sobo con los nudillos para apartar las lágrimas y poder ver, pero estas no cesan.
No cesan como mis sentimientos.
Ojalá los corazones pudieran ser desechables como las pilas de un juguete o un adorno. Así podría quitármelo del pecho y ponerme uno nuevo que ya no sienta nada por Narel y me devuelva la felicidad.
Felicidad que a partir de ahora voy a buscar lejos de ella.
***
Despierto por los murmullos que hay en el pasillo. Son las voces de nuestros nuevos huéspedes. Ya ha amanecido y siento que mi cuerpo está completamente helado. No me cubrí con nada porque me quedé dormido mientras lloraba y el aire acondicionado se ha encargado de congelarme toda la noche.
Camino hacia el baño y me doy la ducha respectiva de las mañanas. Me cepillo los dientes y salgo a mi clóset para escoger mi atuendo de hoy, aunque sinceramente no tengo ganas de hacer nada, menos de vestirme. Si por mí fuera, me quedaría con el pijama todo el día. Pero no puedo andar así por la casa si tenemos visitas. Así que, me pongo un polo blanco con una casaca delgada color crema, unos pantalones jeans color cielo y unas zapatillas blancas.
Cojo el móvil y le escribo un mensaje a Nicolás para pedir su ayuda. Tampoco tengo ganas de bajar a desayunar.
Yo: Nicolás.
¿Me puedes traer el desayuno a mi habitación, por favor?
No me apetece bajar. ☹
Por suerte, él responde de inmediato.
Nicolás: ¿Qué pasó?
Suspiro antes de escribir.
Yo: Te contaré luego, ¿sí?
Nicolás: Vale.
A los pocos minutos recibo el llamado de Nicolás a mi puerta. Viene con mi desayuno en una bandeja que sostiene en manos. Agradezco y me mira inquieto para que le cuente el porqué de mi estado de ánimo.
—Se fue todo a la mierda, Nico —comento, encogiéndome de hombros.
Cierra la puerta para darnos privacidad.
—¿Por qué? —Se sienta a un lado de la cama y me entrega la bandeja con mi desayuno.
—Narel no quiere tener problemas con papá porque él quiere que salga con la hija de Manuel —explico con expresión de decepción.
Hace un gesto de frustración por la manera en como se comporta nuestro padre.
—¿Te dijo algo más? —inquiere, interesado y asiento. Se me parte el corazón cuando recuerdo las palabras de Narel.
—Siente lo mismo, pero su miedo la reprime. Dice que no pertenecemos a la misma clase social y no quiere sufrir el rechazo de papá.
—Me parece estúpido eso de las clases sociales. —Bufa y pone los ojos en blanco.
Cojo una tostada y me la llevo a la boca.
—Tienes razón. —Asiento—. La verdad no sé qué hacer. Me siento atado de manos e impotente en este lugar.
Quiero comenzar a planear mi salida de la mansión, pero no sé si sea buena idea contárselo a mi hermano. No quiero seguir viviendo bajo las órdenes de papá.
Sé que ayer dije que superaría lo que siento por Narel, pero hoy me di cuenta de que esas palabras fueron del momento. No me siento preparado para desechar mis sentimientos sin haberlo intentado del todo. Puedo proponerme muchas cosas, sin embargo, lo que de verdad importan son las acciones.
Hechos y no palabras.
Si tan solo Nicolás tuviera un plan para ayudarme a convencer a Narel de que podemos intentarlo, sería genial, pero mientras mi padre no nos acepte, estoy seguro de que será difícil hacerlo, y como dice ella, vamos a sufrir. Por ahora eso es lo que me detiene, necesito encontrar la manera de hacerle entender que podemos si ambos queremos, y lo de las clases sociales es una tontería.
El cariño va por encima de cualquier clase social.
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