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26

Solo vengo a darte las buenas noches


NAREL.

—Cuídense mucho, por favor —le dice el señor Antonio a sus hijos desde la ventana de la camioneta.

—Lo haremos —responden ellos al unísono.

—Narel, tú también cuídate. Nos vemos en unos días —avisa y se despide de todos con un movimiento de mano.

—Que tenga un buen viaje —me despido también.

Una vez dicho eso, las luces delanteras del vehículo se prenden y la camioneta empieza a avanzar hasta la salida del recinto. Nos despedimos todos moviendo las manos mientras desaparece por el sendero aledaño a la mansión. Acompaño a Sigrid, ayudándola con su silla de ruedas para llevarla a su habitación mientras los hermanos se quedan en la sala viendo la televisión.

—Gracias, Narel. Ya puedes ir a descansar si deseas —dice cuando ya está en su cama, arropada bajo las sábanas.

Asiento, mostrándole una sonrisa de boca cerrada.

—Okey, buenas noches, Sigrid —respondo, tomando su mano para acariciarle el dorso con mi dedo pulgar.

—Descansa. —Palmea mi mano.

Al salir de su habitación, cierro la puerta suavemente y me reúno en la sala con Nicolás, que aún sigue viendo una película, abrazando un cojín del sofá. Dirijo mi mirada hacia Estefano que está concentrado en su celular, pero la quita rápidamente cuando el timbre resuena por toda la sala. Él corre a abrir la puerta y a los pocos segundos, Marco ingresa apresurado e impaciente hasta la sala, donde estamos Nicolás y yo. Ambos nos damos una mirada cómplice ante la llegada de este chico, porque sabemos que no ha venido en vano.

—Me enteré de que tienes la mansión solo para ti —le comenta a Estefano, sentándose toscamente en uno de los sofás y saca de su mochila unas botellas de ron.

—¡¿Te volviste loco?! —exclama el mayor de los Arnez al verlas.

—Es una botellita inofensiva —le asegura, acariciándola con su mano—. ¿Me la vas a rechazar? —Hace puchero.

—Marco, sabes que odio tomar, ¿no? —Se cruza de brazos, muy incómodo.

—Eso dices al principio, pero después... —contesta el trigueño con una sonrisa burlona.

Quito los ojos de ese par y me vuelvo hacia Nicolás.

—Iré a descansar —le susurro. No quiero seguir oyendo esta conversación.

—Sí, yo también —manifiesta haciéndome un gesto con la cabeza para retirarnos juntos.

Asiento y caminamos hacia la escalera para ir a nuestras habitaciones.

Estoy empezando a creer que Marco es una mala influencia para Estefano. No se lo digo a Nicolás porque solo con ver la cara que puso cuando llegó Marco, me di cuenta de que el mejor amigo de su hermano no es de su agrado. Y del mío tampoco.

Me despido de Nicolás con un "buenas noches" antes de entrar a mi habitación y cerrar la puerta a mi paso. Me pongo mi pijama: un polo blanco con un dibujo de "Stitch" y un pantalón parecido al que me prestó Estefano ayer. Entonces recuerdo que debo devolverle su ropa, pero sé que ahora está muy ocupado para que me preste atención. Se la dejaré mañana temprano y de paso hablaré con él.

Termino de hacer mi aseo nocturno y salgo de frente a la cama, pero me tomo unos segundos para cerrar la ventana y las cortinas por si vuelve a haber otra tormenta esta noche.

Una vez dentro de las sábanas, me incorporo para apagar la lámpara que está en la mesita de noche. Me paso unos minutos mirando el techo, pensando en todo lo que ha pasado durante el día y en unos minutos, mis ojos se van cerrando de a poco hasta quedarme completamente dormida.

02:00 a.m.

Me encuentro desbloqueando mi celular porque olvidé apagarlo y las notificaciones no dejan de sonar. Una vez apagado mi dispositivo, lo dejo sobre la mesita nuevamente y me arropo para acostarme boca abajo. Suspiro, frustrada e intento cerrar mis ojos para volver a conciliar el sueño, pero me es imposible. Creo que la luz de la pantalla del celular me ha causado sensibilidad y me arden los ojos como si hubiera llorado a mares.

Dentro de pocos minutos, empiezo a sentir sueño nuevamente y mis ojos se van cerrando, hasta que un par de golpes en la puerta me hacen dar un respingo en la cama. Como alma que lleva el diablo, me incorporo, mirando hacia la puerta.

¿Fantasmas? No lo creo. Quizá es Nicolás que ha tenido una pesadilla y necesita hablar para que se le pase el susto. Me froto los ojos con los nudillos de las manos y me siento en el borde de la cama para ponerme las pantuflas.

Camino hasta la puerta y la entreabro un poco para ver quién es.

Sus tiernos ojos color hazel me observan desde otro lado del umbral y el corazón me empieza a palpitar como si estuviera teniendo taquicardia.

Es Estefano.

Me muerdo los labios para reprimirme una sonrisa. No sé por qué, pero me siento victoriosa al ver que ha venido a buscarme.

—¿Pu... Puedo pasar? —pregunta, tímido y asiento con una falsa expresión de desconcierto, aunque por dentro mi subconsciente grita a todo pulmón que sí.

—¿Pasó algo? —le devuelvo la pregunta, haciéndome a un lado para que ingrese.

Niega con la cabeza y me acerco a la mesita de noche para encender la lamparita.

—Solo vengo a darte las buenas noches —indica, mirándome juguetón. Su voz es gangosa y puedo sentir el olor a alcohol en su aliento.

—Has tomado con Marco, ¿no? —inquiero, alzando una ceja.

Él me mira, avergonzado.

—Un poquito. —Calcula la cantidad con sus dedos y suelta una risita como un niño pequeño.

Sí, está ebrio.

Se acerca a mí, abrazando mi cintura y depositando un beso en mi frente.

—Buenas noches, Narel.

Me quedo fría sin saber qué hacer ante su gesto tan cariñoso, pero escucho la voz de Nicolás en mi subconsciente, diciéndome que sea sincera con él. Me ha pillado en un momento en el que pueden aflorar mis emociones y estoy decidida a confesarle todo ahora mismo. No obstante, me doy cuenta de que no es el momento adecuado porque puede que Estefano no esté con sus cinco sentidos al cien porciento y quizá en la mañana no recuerde nada de lo que le diga.

Me pongo de puntillas y subo mis manos por su cuello para bajar su cabeza y hacer lo mismo: le beso la frente mientras mis dedos juegan, enredándose en su cabello.

—Buenas noches, Estefano.

Me separo y en su rostro hay una sonrisa victoriosa. Camina hacia la puerta para irse, pero se detiene y voltea a verme. Regresa de nuevo y se rasca la cabeza con una cara de timidez. Sé que me va a pedir algo.

—Marco está con una amiga suya en mi habitación y créeme que no quiero saber lo que está pasando ahí —confiesa, apenado.

Rápidamente salgo de mi habitación y voy a la de él, que está casi al frente del pasillo. La puerta está cerrada y trato de escuchar a través de ella, colocando mi oído en la madera. Me quedo unos segundos prestando atención a lo que sea que pueda oír. Al otro lado se oyen murmullos y gemidos ahogados de una chica. Hago una mueca de desagrado y regreso a mi habitación donde Estefano me espera sentado en la cama.

—Definitivamente no puedes volver ahí. —Cojo su ropa que me prestó ayer y se la doy para que se cambie—. Ponte esto.

Asiente y entra al baño, tambaleándose mientras hago un espacio al lado de la cama para que se quede conmigo hoy. Demora un poco en salir y empiezo a preocuparme y a pensar que se ha caído o se ha quedado dormido ahí dentro, sin embargo, siento el sonido de la llave del agua al abrirse y me quedo tranquila.

Cuando sale del baño, deja su ropa sobre la cómoda mientras me mira confundido, le doy un vistazo de pies a cabeza y la ropa le queda mejor que a mí, obviamente porque es de él, aunque el polo está algo ajustado y le marca algunos músculos de su cuerpo.

—¿Me quedaré a dormir contigo? —pregunta y puedo ver su mirada confusa gracias al reflejo de la luz amarilla de la lámpara.

—Claro, ayer lo hiciste —le recuerdo, encogiéndome de hombros. Me da una sonrisa de boca cerrada mientras camina hacia el pequeño espacio que le he dejado y se mete debajo de las sábanas, conmigo.

Ambos quedamos mirando al techo sin decir nada. Solo se escuchan nuestras respiraciones y aún se siente el olor a alcohol que sale de su boca. Puedo ver por el rabillo del ojo que voltea a mirarme.

—Y... ¿Si me abrazas? —pide como un niño pequeño y una sonrisa se dibuja en mi rostro.

Este Estefano ebrio es más tierno y divertido que cuando está sano.

Asiento a la vez que giro para descansar mi brazo sobre su abdomen y poner mi cabeza sobre su pecho. Se acomoda y pasa su brazo por mi cintura mientras que, nuestras miradas se buscan entre las sombras que genera la luz de la lámpara que hay un lado en la mesita de noche. Con su mano libre recoge un mechón de cabello y lo coloca detrás de mi oreja.

Sus músculos se relajan debajo de mi pecho y su respiración se vuelve cálida. Cierro mis ojos para disfrutar este momento y poder conciliar el sueño como ayer, cuando estaba de la misma manera, entre sus brazos.

—¿Narel?... —musita y levanto un poco la cabeza para mirarlo a los ojos. Él toma mi barbilla y agrega—: No puedo... Por más que intento superar esto que siento, me es difícil no pensar en ti todo el día. Por eso he tomado... para ver si así logro olvidarte, aunque sea un segundo, pero ves que no funcionó...

—No lo hagas —le interrumpo.

Él frunce el ceño.

—¿Qué cosa? —pregunta con duda.

—Olvidarme —respondo en un susurro—. No quiero que lo hagas. Me gusta estar en tu mente y que me lo digas tan sincero.

Sonríe.

—A mí también me gusta que invadas mi mente, porque así haces que te extrañe más cuando no te tengo cerca —admite, mordiéndose el labio inferior—. No sé si de verdad estoy aquí contigo o es que tengo alcohol por todo el cuerpo y estoy muy borracho y... —Le vuelvo a interrumpir, colocando mis dedos sobre sus labios y él los besa de forma tierna—. ¿En serio? ¿Dedos? Me hubiese gustado que me callaras de otra manera —añade con una mirada pícara.

—¿Ah, sí? ¿Cuál?

No me deja pestañear porque cuando me doy cuenta, tengo sus labios sobre los míos. Acepto el beso mientras sus labios se mueven contra mí, desenfrenados y ansiosos. Cierro los ojos y me dejo llevar por él, que ha tomado el control de la situación y me tiene sometida y atada a un mar de sentimientos y sensaciones que no puedo evitar sentir. No es un beso violento o salvaje, sino uno dulce, uno que no soy capaz de romper y Estefano tampoco, ya que está dando lo mejor de él en este beso.

Antes de separarse, vuelve a dejar dos picos en mis labios y se incorpora para apagar la luz de la lámpara, quedándonos en la oscuridad de la noche.

—Buenas noches —susurra, rodeando mi cintura con su brazo y apegándome a él. Descanso mi cabeza y mis manos en su pecho.

—Buenas noches —contesto.


***


A la mañana siguiente me levanto temprano para llevarle el desayuno y sus medicamentos a Sigrid. La ayudo a cambiarse, aunque ella puede hacerlo sola, pero para evitar fatigas, mejor es ayudarla. Cuando termina, dejo las bandejas en la cocina y subo rápido para ver si Estefano ha despertado.

Camino por el pasillo para abrir las cortinas de la ventana que hay aquí, y la puerta de la habitación de Estefano se abre. Sale una chica joven de piel trigueña y cabello castaño despeinado. Se acomoda el vestido corto que lleva puesto y se sostiene de la pared para poder ponerse sus tacones.

—Hola —saludo, acercándome a ella—. ¿Todo bien? —Le doy una mirada rápida.

—Hola, sí. —Se peina con los dedos y busca algo en su cartera. Saca un labial rojo—. Necesito irme ahora —me pide con prisa.

La voz de Marco se escucha dentro de la habitación.

—¡Kelin! —Aparece él en el umbral de la puerta, desnudo, cubriéndose con una almohada las partes de su cuerpo donde no llega el sol—. Voy a llevarte a casa.

Me cruzo de brazos y niego con la cabeza, dándole una mirada de desagrado.

—Mejor lo esperas adentro —le digo a la chica y los hago ingresar a la habitación mientras veo que Marco recoge su bóxer del suelo.

Cierro la puerta y sacudo mi cabeza para borrar esas imágenes de mi memoria. Este tipo es un asqueroso, debería darle vergüenza que lo vean así y más en una casa que no es la suya. Si yo fuera el señor Antonio, lo sacaría a escobazos de mi mansión.

Entro despacio a mi habitación, sin hacer ruido porque Estefano sigue aún dormido. Busco en mi mochila mi libro para poder entretenerme la mañana. No obstante, escucho un quejido y volteo a verlo rápidamente.

—Mi cabeza... —dice casi susurrando mientras se cubre el rostro con las manos.

—Buenos días —saludo y me acerco a su lado—. ¿Cómo te sientes? —pregunto, reprimiéndome las ganas de reír. Es divertido verlo así.

—Me da vueltas todo. —Cierra y abre los ojos para luego pestañear varias veces seguidas—. ¿A qué hora llegué aquí?

—Aproximadamente las dos de la madrugada —contesto.

—¿Marco dónde está?

—En tu habitación con una chica —intento no sonar asqueada—. Tienes que ver el desorden que hay ahí.

Rueda los ojos con desagrado, pensando en el desastre que ha ocasionado su amiguito.

—Me imagino... —musita y hace un gesto de dolor cuando se mueve.

—¿Deseas una pastilla? —ofrezco, ayudándole a quitarse las sábanas de encima.

Asiente con los ojos cerrados.

—Te lo agradecería bastante.

Bajo a la cocina en busca de agua y regreso con un vaso lleno. Busco en mi bolso una pastilla para el dolor de cabeza y se la doy. Le ayudo a sostener el vaso mientras toma el agua. A lo mucho puede mantenerse erguido.

—Gracias. —Se toma todo el agua y dejo el vaso sobre la mesa. No sé cómo se pone de pie por sí solo, pero suelta un jadeo cuando sus pies descalzos tocan el frío suelo—. Iré a ver mi habitación —avisa.

Asiento y lo sigo hasta el pasillo después de cerrar la puerta del cuarto. Su cabello está desordenado y parece estar todavía algo mareado porque camina despacio como si le costara mantener el equilibrio.

—Me siento fatal, no volveré a tomar en mi puta vida —dice cuando llega a la puerta de su habitación. Marco y la chica ya no están, pero lo que sí está es el gran desorden que han ocasionado—. ¡Oh, por Dios! —exclama el dueño y no puedo evitar soltar una risa al ver su cara de asco—. Llamaré a los de limpieza para que desaparezcan todo esto.

Lo detengo, tomándolo del brazo para que no avance.

—¡Hey, no! Lo harás tú. —Le señalo la puerta para que ingrese—. Tienes que hacerte responsable, Estefano. Marco fue tu invitado y tendrás que encargarte de ordenar y limpiar todo el desastre que ha dejado en tu habitación —le ordeno.

Me mira desafiante, pero luego cede.

—Lo haré. —Se acerca a mí—. Solo si aceptas salir conmigo más tarde —condiciona mientras me acaricia la mejilla con el dorso de su mano. Aunque está mareado, mantiene su picardía.

Asiento.

—Está bien —acepto y me regala una sonrisa victoriosa.

Lo hago por él mismo porque quiero que aprenda a hacerse responsable y le quede de escarmiento para que otro día no vuelva a tolerarle cosas a Marco. Asimismo, me quedo a supervisar y a cerciorarme de que quede todo en perfecto orden.

Aprovecho en observar todo cuando entro. Pareciera que se hubiese quedado a dormir un cavernícola, porque la cama está movida, las sábanas y las almohadas en el suelo al igual que las cosas mesita de noche y el escritorio.

Sacudo la cabeza cuando me imagino a Marco con la chica sobre el escritorio.

¡Narel, por favor, esa mente!

Nicolás se nos une desde el umbral de la puerta con una sonrisa pícara.

—Hermanito, ¡qué bien la pasaste anoche! —se mofa y Estefano toma las sábanas con algo de asco para apartarlas hacia un lado—. Mira nomás cómo dejaste la habitación.

El mayor le da una mirada asesina.

—No pasé la noche aquí —se limita a explicar—. Fue Marco.

—¿Y dónde pasaste tú la noche? —vuelve a preguntar Nicolás y voltea a verme, divertido. Quizá ya sabe la respuesta.

—Deja de hacer muchas preguntas —lo reprende Estefano y se arrodilla a un lado de la cama. Puedo ver cómo abre los ojos como búho cuando parece encontrar algo debajo—. ¿Alguien tiene una bolsa o algo para cubrirme la mano?

Saco un guante quirúrgico de mi bolsillo y se lo lanzo, él lo atrapa en el aire y se lo pone.

Rebusca y vuelve a ponerse de pie con un preservativo usado en la mano. No puedo evitar reír a carcajadas al ver la cara horrorizada de Nicolás. Estefano se vuelve y lo mira, curioso.

—Ni pongas esa cara, Nicolás, —le dice, señalándolo con su dedo índice—. Algún día tendrás que usar uno si no quieres ser padre tan joven.

—¿Tú usaste uno anoche? —pregunta el menor con diversión y sale corriendo cuando Estefano se acerca furioso para hacerle algo.

Regresa caminando hacia el baño y abre la puerta.

—Acá está todo limpio —me informa y tira el preservativo y el guante en el tacho de basura que hay ahí. Sale de nuevo y recoge las sábanas metiéndolas en la cesta de ropa sucia. Abre las ventanas y empieza a rociar un ambientador de lavanda por toda la habitación—. ¿Ya desayunaste? —pregunta y niego con la cabeza—. ¿Te parece si desayunamos juntos?

Asiento mientras le indico con un gesto de manos que continúe limpiando. Él me saca la lengua.

¿Quién entiende a este chico? Ayer estaba algo distante conmigo y después de una buena embriagada, parece que se le ha pasado todo. Igual, tengo que ser sincera. Aún queda pendiente una importante conversación con él que no quiero dejar pasar.


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