25
Esto es lo que provocas en mí
NAREL.
La vida a veces suele ser complicada. Muy complicada.
Siempre me la he pasado planificando cosas por más mínimas que sean, por ejemplo, mi horario de trabajado, las horas de descanso, de entretenimiento... mis ratos libres, hasta la hora en la que debo comer mis alimentos.
Sí, llevo una vida muy coordinada.
Pero...
Ay, no, ahora siento que todo se me ha salido de las manos con el tema de Estefano. No estaba en mis planes que sucediera cosas más allá de la amistad. Acabo de terminar algo con Alan, lo cual estaba deseando para poder estar tranquila y dedicarme solo a mi trabajo y a mi madre. Pero no, Estefano tenía que besarme y poner mi mundo patas arriba... porque eso es lo que ha hecho.
Y es ahora donde la canción de Yuridia empieza a tener sentido: los amigos no se besan en la boca y tampoco se deben dormir en la misma...
Lo primero que veo al despertar, es la luz que entra por la ventana, produciéndome sensibilidad en los ojos. Me cubro con el borde de la sábana e intento incorporarme para levantarme, sin embargo, al momento de palpar con mi mano a mi lado, siento una musculosa pierna cerca de mi abdomen.
Y ahí está él, durmiendo plácidamente como un bebé en su siesta de media tarde.
Mierda.
Un pensamiento pasa por mi mente y recuerdo que ayer Estefano cerró la ventana y las cortinas antes de la tormenta. ¿Por qué ahora están abiertas?
Me incorporo y encuentro a Nicolás a los pies de la cama, mirándome cruzado de brazos con una ceja levantada. Bajo la mirada y me doy cuenta de que el brazo de Estefano aún rodea mi cintura.
Este chico es tan alto que parezco un oso de peluche, abrazado a su lado.
Regreso la mirada hacia Nicolás y me llevo el dedo índice a los labios para indicarle que guarde silencio. Hace un gesto pícaro como el niño del Oxxo y camina hasta la puerta para irse, no sin antes cerrarla suavemente para no despertar a su hermano.
Sé que él no dirá nada de lo que acaba de ver y eso me deja más tranquila.
Me enfoco en mi acompañante y retiro su brazo con cuidado para moverme. Me siento en la cama y lo quedo mirando embelesada un momento más. Hasta durmiendo es guapísimo, su cabello está desordenado como nido de aves y un mechón castaño cae por su frente en un coqueto rizo.
Empieza a moverse y abre sus ojos, atrapándome con los míos sobre él.
—Buenos días —dice apoyando los codos sobre en el colchón para sentarse.
Entonces, recuerdo lo que pasó entre nosotros hace unas horas. La vergüenza, la culpa y la inseguridad me entra y crea una barrera ante cualquier tipo de sensaciones que han comenzado a aflorar en mí en la madrugada.
—Tenemos que hablar sobre lo que pasó —respondo con tono serio.
Su rostro hace un cambio radical de expresión. De somnolencia a confusión.
—¿Sobre el beso? —pregunta con un tono de voz grave como todos los hombres al levantarse.
Asiento mientras lo veo limpiarse la cara con las manos.
—Sobre todo. —Inhalo fuerte para poder decir algo, pero exactamente no sé qué. Las palabras no me salen de la boca.
Espera mi respuesta y al no tenerla, inicia él.
—Bueno, quizá no soy bueno para este tipo de confesiones, pero en vista de que tienes esa preocupación notable en el rostro, tendré que aclararlo —Se pone de pie y se acerca peligrosamente a mí.
Me toma de la mano y me guía hasta los pies de la cama para sentarnos juntos. Me da una mirada avergonzada y lleva la palma de mi mano hacia su pecho, en el punto exacto en donde está latiendo su corazón con rapidez.
—Esto es lo que provocas en mí, Narel —manifiesta con una media sonrisa en los labios—. Mi corazón se pone así de loco cada vez que te tengo cerca de mí y siento esas ganas de besarte, como las que estoy sintiendo ahora, pero no lo haré porque no quiero incomodarte... ¿Ahora entiendes el porqué de mi comportamiento de ayer? —Asiento despacio y él se humedece los labios para continuar—. No quiero salir lastimado, Narel. Tú has terminado con Alan hace unos pocos días y yo me he estado reprimiendo todo esto porque no quiero que te alejes de mí.
Coloco una mano sobre su hombro.
—No me voy a alejar de ti, Estefano —le aseguro—. No quiero hacerlo.
—¡Joder! Estoy muy enamorado de ti —declara con una sonrisa apenada—. Pero tampoco quiero presionarte a tener algo si tú no quieres.
—No, no es eso, Estefano —digo tratando de calmarme para poder expresar cómo me siento.
—¿Entonces? Puedes decírmelo, Narel. Necesito que seas sincera conmigo. —Lleva sus manos a mi barbilla para sostenerla y hacer que no baje la mirada. No soy capaz de decir algo al respecto. No puedo articular una sola palabra y eso termina con su paciencia—. Será mejor olvidar todo esto. No quiero que nos lastimemos. —Niega con una notable expresión de decepción.
—Lo lamento... —me disculpo sin mirarlo a los ojos.
Toma mi mano y soba el dorso de esta con su pulgar.
—No te preocupes, yo entiendo —responde, soltando mi mano—. Seguiremos siendo buenos amigos, como lo hemos sido hasta ahora.
Deposita un beso en mi frente y sin decir nada más, sale de la habitación.
***
La mañana transcurre de manera normal como desde el primer día que empecé a laborar aquí. Le alcanzo sus medicamentos a Sigrid y la dejo descansar mientras acompaño a Nicolás a ver la televisión. Le pedí que, por favor, no tocara el tema de Estefano y no comente a nadie sobre lo que vio en la mañana. Me promete que no dirá nada, pero con la condición de que le explique por qué su hermano pasó la noche conmigo.
Y así lo hago. Le cuento todo mientras él escucha atento cada palabra que sale de mi boca. Claro que, omito la parte de la leche chocolatada y del beso. Eso solo queda entre su hermano mayor y yo.
El timbre se oye por toda la casa y la señora del personal de servicio, anuncia la llegada de Marco, el mejor amigo de Estefano.
—Hola —nos saluda antes de sentarse en uno de los sofás de la sala. Le devuelvo el saludo con un movimiento de mano porque no tengo ánimos para hablarle.
Me mira muy atento, causándome cierta incomodidad y agradezco a Dios cuando se escuchan pasos bajar la escalera. No hace falta mirar para saber quién es, porque es obvio que lo están buscando.
—¡Vámonos! —dice Estefano cuando llega a la sala.
Trato de no mirarlo, pero lo hago. Él también lo hace y nuestras miradas se cruzan en un mismo camino. Puedo notar que ya no tiene el mismo sentimiento de antes; la mirada de él es triste y la mía culpable. Algo en mi interior se arrepiente de lo que pasó anoche y otra parte desea que se vuelva a repetir. Aparta la mirada y se marcha con Marco. Ambos usan ropa deportiva y concluyo que irán a hacer deporte al club de tenis.
—¿A dónde van? —le pregunto a Nicolás para quitarme la duda.
—Al club de tenis —responde sin dejar de mirar a la televisión.
—¿Tú no vas con ellos? —trato de no sonar interesada porque se me hace extraño que no socialice con el amigo de su hermano.
Me mira rápido y vuelve a ver la televisión.
—No me gusta el tenis. —Se encoge de hombros—. Y Marco no me agrada.
Le doy una sonrisa de boca cerrada mientras asiento.
—Entiendo —contesto, volviendo a evocar a su hermano en mis pensamientos.
No pensé llegar a esta situación. Yo solo vine a hacer mi trabajo. No obstante, por cosas del destino encontré a mi mejor amigo aquí y su hermano me pone los nervios de punta. ¿Qué me pasa con Estefano? Ni yo misma sé cómo me siento. Estefano es una gran persona, un gran chico, cuando estoy con él siento que soy la Narel que no le puede cerrar las puertas a nada, pero después, pasado el momento, siento que estoy impulsándome a algo que quizá no sea como yo espero.
Y estoy segura de que Estefano no es como Alan. Él es todo un caballero y un amor de persona. Y a mí me gusta cómo es él. Me gusta cuando sonríe, me gusta cuando cantamos en su camioneta, cuando salimos, cuando me mira, cuando me abraza, cuando... me besa...
A mí...
Me gusta Estefano.
Debo estar pensando en voz alta, porque tengo la mirada y la atención de Nicolás puesta completamente en mí.
—Narel, ¿te puedo hacer una pregunta? —Me mira con diversión y picardía.
Asiento, tomando una posición cómoda en el sofá.
—Claro, dime.
Toma aire antes de continuar.
—Sé que me pediste no hablar sobre el tema, pero solo quiero saber algo. —Su sinceridad me hace sentir en confianza. Tengo miedo de lo que pueda preguntar. Es muy listo y sabe sacar información de manera discreta—. ¿Te gusta Estefano?
No sé por qué, pero me imaginaba que iba a preguntar eso.
Suspiro y lo veo esperar paciente mi respuesta. Quiero ser sincera con él, se ha convertido en una de las personitas más especiales en mi vida y no me gustaría mentirle en algo tan mínimo.
Él es mi peque, el amigo en el que sé que puedo confiar y nunca me traicionará.
—La verdad... —inicio diciendo. Su mirada me pide que sea honesta y por un momento dudo en lo que voy a confesar porque pasan por mi cabeza diversas situaciones a las que posiblemente me voy a enfrentar al responder con la verdad, pero es ahora o nunca. Esta vez sí quiero expresarme y no reprimirme—. Sí, Nicolás. Me gusta Estefano.
Ya está, lo dije y lo admito. Me gusta el mayor de los Arnez.
Y aquí es donde ahora me arrepiento.
Él me mira inquieto como si tuviera una solución.
—¿Tienes miedo a intentar? —inquiere con total normalidad.
No lo había pensado de esa manera, pero creo que sí. Asiento y me cubro el rostro con las manos sin saber qué hacer. No puedo lograr mantener conmigo misma lo que pasó anoche y termino contándole todo a Nicolás. Él sí sabe escucharme, aconsejarme y empiezo a creer que es verdad eso que dicen algunas chicas: que tener un amigo hombre es mil veces mejor que una amiga mujer. Escucha atento mientras le digo cada escena con lujo de detalle.
Me mira sorprendido.
—Bueno, creo que deberías hablar con él. —El tono de su voz es neutral—. Porque mi hermano fue sincero contigo, en cambio tú te hiciste un mundo y no le dijiste la verdad. ¿Te doy un consejo? Suelta el pasado y apuesta por algo nuevo. Sé que hace poco terminaste con Alan, pero trata de darte un tiempo para ti y si te gusta Estefano, díselo, estoy seguro de que él te sabrá esperar el tiempo que necesites para que puedas intentarlo.
Asiento con la culpa retorciéndome la consciencia.
—¿Tú crees que quiera oírme? No sé, siento que está un poco dolido conmigo —explico.
—Eso solo te lo responderá él —contesta y proceso sus palabras unos segundos. Me doy cuenta de que Estefano es la única respuesta a mis dudas.
Le doy un abrazo como agradecimiento y vuelvo donde Sigrid para ver si todo está bien y si necesita algo.
Estefano regresa después de dos horas y yo me encuentro en la cocina, preparando un té para Sigrid. De repente, lo veo ingresar a la cocina para buscar un vaso en la alacena y servirse agua hervida.
Es ahora o nunca, Narel, tienes que hablarle y llegar a una solución.
—Hola —saludo, tímida sin mirarlo.
—Hola —responde, abriendo la llave del agua para lavar el vaso y dejarlo a un lado del lavadero.
Intento hablar con él, pero una llamada entrante en su celular hace que se vaya a su habitación a contestar. Bufo con frustración por haber perdido la oportunidad, sin embargo, no soy nadie para decirle que no atienda solo para que hable conmigo. Por otro lado, el señor Antonio llega más temprano de lo normal y se reúne con sus hijos en el comedor.
El personal de servicio sirve la cena y yo me ofrezco para llevársela a Sigrid.
—Narel, quiero hablar contigo después —dice el señor cuando paso por el comedor hacia la habitación de Sigrid. Asiento y pienso por qué querrá él hablar conmigo.
Por un momento se me pasa por la mente que se trata del tema "Estefano", pero no creo que él sea tan patán de contarle todo a su padre como venganza por no haberle correspondido. Si es así, estoy decidida a renunciar y cortar todo vínculo con él. No voy a soportar los berrinches de un hijito de papá.
Cálmate, Narel. Respira.
Cuando termino con Sigrid, me acerco al comedor donde está sentado el señor con sus dos hijos. Ya han terminado de cenar y se encuentran platicando de algo sobre su empresa, lo cual no tomo importancia.
—¿Quería hablar conmigo, señor? —pregunto educadamente.
—Así es —indica él con un tono de voz calmado, pero eso no quita el manojo de nervios que llevo dentro.
Veo que Estefano está con la mirada en su celular y no la levanta ni cuando habla su padre. Esto se está volviendo un poco incómodo.
—Hijos, voy a salir de viaje a México con Gabriel por unos días. —Ambos miran a su padre de inmediato y el señor posa sus ojos sobre mí—. Narel, sabes que eres una de las personas de mi entera confianza. Mis hijos y Sigrid te quieren bastante y no quiero que pienses que estoy abusando de tu confianza, pero me serías de mucha ayuda si te quedaras aquí durante el tiempo que dure mi viaje.
Veo por el rabillo del ojo que Estefano aprovecha la oportunidad para mirarme también.
—Señor... —intento negarme porque es una decisión un poco complicada para mí. No quiero dejar sola a mamá y a Tito.
—Si es por el pago no te preocupes, podemos llegar a un acuerdo —propone, sacando un talonario de lo que parecen ser cheques.
—No, no... —aseguro, haciendo un gesto con la mano para que se detenga—. Yo también les tengo mucho aprecio a todos. Solo necesito ir a mi casa y hablarlo con mi madre porque no quiero dejarla sola. Espero me entienda —explico y el señor Antonio asiente, dándome el visto bueno, luego agradece mi disposición ante su petición.
Estefano se ofrece delante de su padre a llevarme a casa, tal como lo prometió ayer, pero me niego y le digo que tomaré el autobús. Sé que tengo toda la disposición de hablar con él y el que me lleve a casa es la oportunidad perfecta para platicar durante el tiempo que nos tome llegar, pero necesito más tiempo para poder pensar mejor lo que quiero decirle.
Tomo mis cosas y emprendo el camino a casa, recorro todas las calles que me separan del paradero del autobús y al llegar, me siento en una de las bancas de espera hasta que veo llegar el bus que me llevará al centro de la ciudad. Espero paciente a que salgan de él las personas de las paradas anteriores.
Ingreso por la puerta delantera y me siento en el primer lugar vacío que encuentro: al lado de una mujer que tiene un niño pequeño en su regazo. Durante el camino, miro el paisaje por la ventana, las nubes están cargadas de color gris y pido internamente que esta noche no haya de nuevo una tormenta.
Cuando llego, ya ha anochecido y mi madre está preparándome la cena. Me recibe con un abrazo, el cual correspondo rápidamente. He pasado solo una noche fuera y la he extrañado un montón.
No puedo evitar conmoverme al ver su mirada triste cuando le doy la noticia de que el señor me ha pedido que me quede en la mansión durante su viaje. Sin embargo, para mi absoluta sorpresa, ella acepta.
Me empaca un poco de ropa mientras ceno su delicioso pollo al horno. No tengo mucha hambre, yo también me siento triste porque estoy acostumbrada a mi hogar, pero por motivos de trabajo tendré que adaptarme a la mansión.
Lo que más pienso es que tendré que ver a Estefano las veinticuatro horas del día, aunque viéndolo del lado positivo, tendré la oportunidad de hablar con él y claro, sé que pasaremos tiempo juntos. Eso es lo que me motiva y me emociona.
Tocan el timbre y mi madre va a abrir la puerta. Son Peter y Nicolás que han venido por mí a recogerme por órdenes del señor Antonio. Los hace ingresar mientras termino de cenar y voy a mi habitación a cepillarme los dientes. Suelto una risita cuando al regresar veo a Nicolás buscar con la mirada a Tito por toda la casa, pero mi perro está en el patio trasero porque a mi madre no le gusta que permanezca en la casa a la hora de la comida. Lo hago ingresar para que juegue con Nicolás mientras yo termino de buscar lo que me falta empacar.
Antes de irme, le doy un fuerte abrazo a mi madre y a mi perro. Le digo a ella que vendré a verla en cuanto pueda y que la llamaré muy seguido. Seguramente el señor Antonio no se quedará mucho tiempo en México.
Volteo a ver a los chicos que esperan atentos en la puerta.
—Estoy lista.
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