24
Beso dulce con sabor a leche chocolatada
NAREL.
Todos se van a sus respectivas habitaciones mientras yo me quedo platicando con Sigrid sobre lo sucedido. Ya le comuniqué a mamá que me quedaré hoy en casa de los Arnez y aceptó sin problema, lo cual me sorprendió bastante porque es difícil que mi madre me deje quedarme en casa de personas que ella no conoce, pero debe entender que es parte de mi trabajo.
Ayudo a Sigrid a acomodar la almohada en su cama mientras ella se sienta tratando de no despertar el dolor en su tobillo. Río cuando se culpa ella misma de su caída y dice haber quedado lisiada de por vida. Niego con la cabeza porque exagera, solo es una torcedura de tobillo, no ha perdido la pierna.
—¿Deseas algo de comer? —pregunta amablemente.
Niego nuevamente con la cabeza.
—Gracias, pero comimos algo en la cafetería de la clínica antes de venir. —Me siento a un lado de la cama.
Asiente con una mirada de compresión.
—Bueno, si deseas algo puedes ir a la cocina a buscarlo sin ningún problema —indica.
—Okey. —Le muestro una sonrisa en agradecimiento.
Ella también me sonríe con la boca cerrada, y da un sorbo al vaso con agua que tiene en la mesita de noche que está al lado de su cama. Miro su habitación provisional, es muy bonita. Tiene un estilo antiguo que la hace ver tan agradable para mi gusto, está muy bien diseñada. Antes debió ser una habitación de huéspedes o de algún trabajador porque no está tan implementada como las demás habitaciones de los miembros de la familia. Imagino que mañana terminarán de traerle a Sigrid lo necesario para que pase los próximos días aquí. Debo confesar también que, aunque la mansión es algo moderna, este cuarto me hace recordar a las habitaciones de las películas de terror.
—¿Dónde dormiré? —pregunto con la duda de saber si mi habitación será similar.
—En uno de los dormitorios de visitas que hay en el segundo piso —responde ella, colocando sus manos sobre sus piernas por encima de las sábanas.
—¿Hay más dormitorios en el segundo piso? —inquiero con los labios entreabiertos.
Durante todo el tiempo que he estado viniendo a esta mansión, nunca me enteré de que había más habitaciones en el segundo piso.
Asiente como una mirada obvia.
—Hay tres habitaciones volteando el pasillo —explica y no puedo evitar formar una sonrisa burlona para mí misma—. ¿De qué chiste te acordaste ahora? —Me mira divertida.
—De ninguno. Es solo que estoy algo nerviosa. Es la primera vez que duermo en una casa que no es la mía —confieso, apenada, tapándome el rostro con las manos.
—Son pocas las personas que se han quedado aquí —explica con complicidad—. Las visitas del señor Antonio, el joven Marco y amistades del joven Nicolás —cuenta cada uno con los dedos de su mano.
Dirijo mi mirada hacia la puerta, no me había dado cuenta de que Estefano nos está observando atento desde el umbral, muy entretenido con nuestra charla. Le saludo con la mano y entra.
—Ya está lista tu habitación —informa con una sonrisa afable y respondo con un asentimiento—. ¿Tienes ropa de dormir? —pregunta y me miro la ropa que llevo puesta.
—No, no traje nada —contesto, haciendo un mohín.
Retoma una postura erguida debajo del umbral.
—Sígueme... tengo polos que no uso y te los puedo prestar. —Me hace una señal con la mano para que lo siga y sale de la habitación.
Le doy las buenas noches a Sigrid antes de salir también. Me apresuro y lo alcanzo en la sala.
—¿En serio crees que me quede tu ropa? —pregunto mientras subimos las escaleras.
Me analiza el cuerpo rápidamente y no puedo evitar sonrojarme por la manera sexi en que lo hace.
—No lo sé —admite, negando con la cabeza y se vuelve hacia mí, colocando su dedo índice sobre sus labios para indicarme silencio—. Trata no hacer ruido, mi padre ya está dormido —susurra y asiento.
Caminamos por el pasillo hasta llegar a su dormitorio, la puerta está entrecerrada y da un suave empujoncito para abrirla. Su habitación sigue siendo muy bonita, tal como la recordaba. El portarretrato de su madre aún sigue sobre el tocador, me acerco y la miro de cerca esperando no incomodarlo con mi acción, pero me es imposible no apreciar su belleza.
Detiene su paso y se une a mi lado.
—No he olvidado su belleza —admito con una sonrisa honesta—. La debes extrañar mucho, ¿verdad? —pregunto, apartando la mirada para darle espacio.
Lo oigo suspirar.
—No sabes cuánto, Narel.
—Me imagino. —Regreso la mirada al portarretrato y puedo ver por el rabillo del ojo que él me está mirando.
—¿Te digo algo? —murmura y asiento, esperando sus palabras—. Me recuerdas un poco a ella —ríe, nervioso.
No es la primera persona en decirlo. Entorno los ojos, recordando que el señor Antonio me comentó lo mismo aquella vez que platicamos en su habitación.
—Me lo dijo tu padre —comento y Estefano frunce el ceño mientras piensa sobre dicha coincidencia. Me vuelve a hacer un gesto con la mano para que avancemos y lo sigo hasta otra puerta que hay en una de las esquinas de su cuarto. Por un momento, casi quedo en shock cuando la abre—. ¡Esto sí que es demasiada ropa! —digo sorprendida.
—La verdad que sí. —Asiente haciendo un mohín de suficiencia—. Tengo polos separados por colores y diseños, pantalones jeans separados también por colores, poleras que las voy a empezar a usar en este invierno, casacas, mi ropa formal, zapatillas, zapatos de vestir y accesorios como relojes, lentes y gorros. —Me hace un rápido tour dentro del clóset, hasta que escoge entre sus polos: uno de color blanco que a simple vista sé que me quedará grande, luego busca entre sus cajones y saca un pantalón polar de color gris.
—Esto me gusta —bromeo, cogiendo unas gafas de sol que descansan en un compartimiento al lado de las gorras.
—Pues, ahora son tuyas. —Se acerca y me las coloca.
—No, no... Son tuyas, Estefano —rechazo, regresando las gafas a su lugar.
—Descuida, tengo otras casi similar. Las compré durante mis vacaciones en Europa —explica, haciendo un ademán para restarle importancia.
Intento rechazarlo de nuevo, pero me lanza una mirada de "he dicho y punto", evitando que pronuncie palabra alguna.
—Okey... gracias —acepto, apenada y él asiente satisfecho con una sonrisa triunfadora. Les doy una mirada rápida y puedo reconocer que son de la marca Versace—. ¿Esto es tuyo? —pregunto, señalando el pantalón polar que trae en mano. Nunca lo he visto con un pantalón de ese tipo.
—Sí —responde asintiendo—. Lo uso para ejercitar en el gimnasio y a veces para dormir.
No puedo evitar imaginar a Estefano en el gimnasio con el torso completamente sudado y las gotas de sudor cayendo hacia este pantalón, empapándolo por completo.
Quita cualquier pensamiento pecaminoso de tu mente, Narel.
Sacudo mi cabeza para borrar dichos pensamientos.
Me deja sola para cambiarme mientras él lo hace en su baño personal. Tomo el pantalón y me lo pongo, me queda un poco largo. Lo remango un par de veces en la parte de los talones y termino mirándome en el gran espejo que tengo al lado. Asiento al ver que no me queda nada mal. Luego tomo el polo blanco y me lo pongo. Siento un olor peculiar y lo acerco a mi nariz para olfatearlo: puedo sentir el delicioso perfume de Estefano que se ha quedado impregnado en él.
Me miro de nuevo al espejo y el polo me queda grande, pero sé que la ropa holgada es muy cómoda para dormir. Literal, este polo me llega hasta los muslos.
¿Por qué tienes que ser tan alto, Estefano?
—¿Puedo pasar? —pregunta él, dando tres toques en la puerta.
—Sí.
No puedo evitar sonrojarme cuando veo su cara de asombro. Me mira de pies a cabeza y asiente con la mano en la barbilla.
—No pensé que mi ropa te quedaría demasiado bien, eh —comenta, mordiéndose el labio inferior.
—Yo tampoco —contesto, mirándome la ropa.
Salimos de su habitación y me guía hasta la que será la mía por esta noche. Es una habitación casi al final del pasillo. Es algo grande, ya que en el interior cuenta con un pequeño armario y un baño propio.
—Bienvenida, señorita Tong —dice Estefano, haciendo un gesto como si fuera el conserje de un hotel.
—Me encanta esta habitación. —Miro entusiasmada a todos lados. Hay una ventana de tamaño mediana frente a la cama.
Me acerco a ella y puedo ver las luces de las demás casas de la zona residencial desde aquí. La luna ilumina mi rostro y parte de la habitación, dándole un toque especial a este lugar. Estoy empezando a entusiasmarme y a desear que esta noche dure lo suficiente para disfrutar de esta estadía.
—En el baño tienes todos los materiales de aseo y toallas limpias —me informa y asiento mientras le doy un vistazo rápido al baño.
Regreso y me siento en la orilla de la cama, Estefano me alcanza el control remoto del Smart TV que hay en la pared y dejo descansar mi agotado cuerpo sobre el cómodo colchón de la cama. ¡Oh, Dios! Está tan suave que podría jurar que me encuentro sobre una nube.
Me siento como Katy Perry en el videoclip de "California Gurls".
—Bueno, creo que iré a mi habitación —avisa Estefano, retrocediendo unos pasos para llegar a la puerta.
Miro la hora en mi teléfono y el reloj marca la media noche.
—Sí, ya es tarde —menciono.
—Que tengas buenas noches —se despide desde el umbral—. Cualquier cosa, me avisas. Ya sabes dónde encontrarme. —Me guiña un ojo.
—Lo haré. —Lo despido con la mano mientras cierra la puerta.
Hago el aseo respectivo antes de dormir. Luego de lavarme el rostro, me seco con la toalla y la dejo en el colgador antes de salir hacia la cama. Me meto bajo las sábanas que son de una tela muy fina y de pronto, me entran las ganas de ponerme a saltar en el colchón como una adolescente en plena pijamada.
¡Compórtate, Narel!
Me cubro con las sábanas hasta la altura del hombro y cierro mis ojos. El ruido de la ciudad a lo lejos me parece tan placentero y a la vez relajante que no tardo en apagar la lámpara de la mesita de noche y caer en un profundo sueño.
Abro los ojos y por un momento entro en pánico cuando veo un techo diferente al de mi habitación. No obstante, recuerdo que estoy pasando la noche en casa de los Arnez. Aún está oscuro y cojo mi celular para revisar la hora: son las dos de la madrugada. Solo he dormido un par de horas. Me conozco y a veces me cuesta conciliar el sueño cuando estoy fuera de casa.
Me paso unos minutos mirando el techo hasta que siento mi garganta secarse y la sed que tengo me provoca un vaso de agua ahora mismo.
Genial, ¿no se te ofrece algo más, Narel?
Tengo demasiado miedo de bajar a la cocina y buscar agua, pero no hay otra opción. No podré dormir hasta que calme mi sed.
Me pongo las pantuflas que hay a un lado de la cama y abro la puerta sin hacer mucho ruido. El pasillo está oscuro, pero logro ver por la luz de una ventana pequeña que alumbra a través de las cortinas. Bajo las escaleras despacio, sosteniéndome de la baranda para no sufrir una caída como Sigrid y camino por la sala para llegar a la cocina, la cual tiene la luz prendida en el interior. Con sumo silencio, me asomo por el umbral de la puerta para ver quién está dentro.
Estefano se encuentra de espaldas, buscando algo en la alacena.
—Ay, eres tú —digo suavemente y él da un pequeño saltito de susto. Deja salir un largo suspiro de alivio al verme y río por su reacción—. ¿Qué haces aquí? —pregunto, curiosa.
Hace un gesto pensativo.
—¿Será que aquí vivo? —Levanta las cejas, juguetón.
Me cruzo de brazos.
—¡Qué gracioso! —exclamo, irónica.
Me da una mirada rápida.
—No puedo conciliar el sueño —explica, sacando una leche chocolatada de los estantes superiores—. ¿Tú? ¿Por qué estás despierta? —pregunta, colocándole el sorbete que viene pegado en la cajita.
—Tengo sed —respondo, buscando la jarra de agua. Él se me adelanta y toma un vaso de la repisa, lo llena de agua hervida y me lo alcanza—. Gracias.
Me mira inquieto y sé que tiene algo que decir. Le hago un gesto con la ceja para que hable.
—Nos conocimos cuando te pedí un vaso con agua. ¿Recuerdas? —Sonríe, nervioso.
Lo miro tratando de recordar ese momento y sí, me pidió un vaso con agua en la fiesta de cumpleaños de Peter.
—Teniendo muchas bebidas en la fiesta, el joven quería agua. —Hago un mohín y ríe.
—Tengo gustos especiales. —Se encoge de hombros y le doy una mirada divertida.
Lavo el vaso y lo dejo a un lado del lavadero para que seque. Estefano me hace un gesto con la mano para que regresemos y le apago la luz antes de que él salga de la cocina. Escucho su risa mientras camino hasta la escalera y me alcanza cuando estoy a medio camino.
—No podré dormir luego del susto que me diste —susurra, divertido cuando llegamos al pasillo.
—¿Pensaste que era un fantasma? —pregunto, haciendo un falso gesto de ofendida.
—Con el cabello suelto y vestida con ese polo blanco, sí —contesta y lo empujo suavemente.
Me acompaña hasta mi habitación y entro mientras él se queda de pie en el umbral de la puerta. Enciendo la luz de la lámpara y me siento en el borde de la cama. Regreso la mirada hacia él y veo que sigue tomando su chocolatada, mirándome atento.
No me di cuenta de que dejé la ventana abierta y esta me asusta cuando un fuerte viento sopla dentro de la habitación, moviendo las cortinas de forma tenebrosa. Estefano ríe por mi respingo y se acerca para cerrarlas. Le pone el seguro para que no vuelvan a abrirse.
El frío de la madrugada que ha entrado con el viento, hace que me estremezca y se me ponga la piel como de gallina.
—¿No tienes frío? —inquiero, mirándolo usar un short negro deportivo a estas horas de la madrugada.
Empiezo a tiritar de frío y él me mira, preocupado. Desaparece del umbral de la puerta y enseguida vuelve nuevamente con una frazada en mano. La coloca encima de las sábanas y le agradezco.
Se sienta a mi lado y me toca el brazo.
—Estás helada —confirma—. Te prepararé algo caliente. Ya vuelvo. —Se pone de pie, pero lo tomo de la mano y lo detengo—. No, no. Estoy bien. —No quiero molestarlo más, es de noche, todos están durmiendo y él también debería. Me meto debajo de las sábanas—. Ve a dormir, yo estaré bien.
Me mira por un par de segundos y luego asiente no tan convencido.
Y cuando creo que ya todo ha vuelto a la normalidad, se empieza a oír el sonido de truenos en el cielo. Estefano se vuelve hacia mí y me mira, confundido.
—¿Esos fueron... truenos? —pregunta, asombrado.
—Ay, no —digo tapándome la cara con la sábana.
—Parece que se viene una tormenta —avisa, acercándose a cerrar las cortinas. Al parecer debo estar asustada, porque nuevamente me queda mirando, preocupado—. ¿Nunca has presenciado una tormenta? —Niego con la cabeza.
No es muy común que haya tormentas en esta ciudad. No recuerdo haber vivido ninguna en toda mi vida. Ni en Portland, ni en otro lugar. Quizá hoy sea la primera vez.
La aparición de un rayo en el cielo, ilumina toda la habitación y empieza a llover como regadera. Se escucha cómo las gotas chocan contra el techo y los truenos se oyen más fuerte.
—Tranquila, ¿sí? —Se sienta a un lado de la cama y acomoda la almohada para colocarse junto a mí—. Me quedaré un momento para que no estés sola.
—Gracias —respondo, apenada mientras le cubro las piernas con las sábanas—. Abrígate, hace frío.
Cae otro rayo y me estremezco por el estridente ruido. Estefano lleva una de sus manos hacia mi brazo para ver si sigo helada. Efectivamente, aún sigo fría como si hubiese llegado de caminar por la calle.
—Estás fría como un fantasma —expresa, divertido y se acerca un poco más para darme calor con su cuerpo.
Él está caliente, su cuerpo mantiene una temperatura normal y le transmite calor a las sábanas. Me acerco a él hasta que ya no hay distancia; estamos tan cerca que puedo sentir su respiración cálida. Con algo de timidez pasa su brazo por mi cintura para abrazarme y pegarme más a él. Acepto su abrazo y coloco mi cabeza sobre su pecho.
—Cuando era niño viajamos con papá a España y una de esas tardes que estuvimos allá, empezó también una tormenta eléctrica que me asustó mucho. Recuerdo que corrí a abrazar a Sigrid para que no me pase nada. —Sus labios forman una sonrisa dichosa al recordar momentos de su infancia.
Su voz está tan cerca que hace que mi audición se sienta sensible. Le doy una sonrisa en señal de respuesta a lo que dijo. No puedo evitar imaginar a ese pequeño Estefano asustado como lo estoy yo ahora. Me pongo más cómoda mientras cierro los ojos y escucho el sonido de la lluvia caer por la ventana. Los truenos han cesado y solo queda la lluvia.
—Gracias por quedarte —susurro con una sonrisa de boca cerrada en el rostro.
—No es nada —responde también, susurrando.
Escucho que alguien sale al pasillo y cierra la venta que hay ahí. Quizá debe ser Nicolás porque el señor Antonio tiene el sueño pesado y así se esté acabando el mundo, no se despierta.
Estefano está quieto, por un momento pienso que se ha quedado dormido y levanto la mirada. Me da una sonrisa de boca cerrada, sus ojos se ven brillosos y su cabello se ha tornado de un tono castaño por la luz que emite la lámpara de la mesita de noche.
—¿Ya quieres que me vaya? —pregunta, alzando una ceja y niego con la cabeza.
—No, quédate un poco más —pido con sinceridad.
—Me quedaré un poco más —acepta y luego añade—: Pero no porque tú me lo pidas, sino porque me agrada.
—¿Qué cosa te agrada? —inquiero, mirándolo de nuevo.
—Estar así contigo. Tenerte entre mis brazos —contesta.
Me sonrojo.
No sé cómo, pero la maldita sangre ya está en mis mejillas, haciéndolas arder inmediatamente y bajo la mirada para que él no lo note. Y no sé si es por el momento o si es que en la madrugada fluyen las sensaciones, pero deseo con todas mis fuerzas quedarme así con él, que me abrace y que me digas más de esas cosas que me hacen sonrojar como tonta.
Se siente tan bonito.
—¿Ah, sí? —pregunto, devolviéndole una sonrisa de boca cerrada.
—Sí —responde, apegándome más a él para demostrarme que de verdad le gusta estar así conmigo.
Siento sus labios chocar contra mi frente con un tierno beso. Me quedo más helada de lo que estaba antes, no sé qué hacer en este momento, sentí que ese beso no solo estremeció mi cuerpo, sino también mi alma.
Me pregunto que vendrá después, no sé si mirarlo o evitar hacerlo porque siento mis mejillas quemar como el mismísimo infierno. Entonces, siento que él se incorpora para coger la cajita de leche chocolatada que había dejado en la mesita de noche.
Se lleva el sorbete a la boca y succiona el líquido.
—¿Está deliciosa? —pregunto, tratando de cambiar de tema para bajar la sangre de mis mejillas.
—No lo sé —dice, encogiéndose de hombros.
—¿No lo sabes? —vuelvo a preguntar. Él niega con la cabeza.
—Por qué no lo pruebas tú misma —propone, llevándose el sorbete a los labios para succionar otra vez. Asiento, emocionada por probar la bebida.
Me extiende la cajita y me incorporo para tomarla, sin embargo, me engaña como a una niña pequeña y con la otra mano que tiene libre me toma de la mejilla y se acerca para juntar nuestros labios. Cierro los ojos y me dejo llevar por las sensaciones que me provoca tener su boca contra la mía en una inesperada batalla de movimientos que hacemos ambos para darle profundidad al beso.
Ese beso dulce con sabor a leche chocolatada.
Me apega más a él y mi mano descansa sobre su pecho mientras las suyas se mueven en mi cintura, atrapando mi cuerpo, dejándome sin escapatoria para quedar completamente a su merced.
Nos separamos por la falta de aire y abro los ojos para mirarlo.
—¿Estaba deliciosa? —interroga, con una sonrisa divertida.
Sus labios están hinchados y se los humedece con la lengua para aliviarlos.
—Sí —contesto con un asentimiento de cabeza.
Vuelve a tomar la cajita de la leche chocolatada y le da otro sorbo mientras me guiña un ojo.
El corazón me late como loco y tengo las mejillas encendidas con un sonrojo que él ya debe haber notado. De repente, ha empezado a hacer calor en la habitación y ahora que me percato, ya ha dejado de llover.
Estefano succiona el sorbete otra vez y el sonido airoso en el interior de la caja, me indica que ya se acabó la leche chocolatada. No puedo evitar hacer un puchero triste porque de verdad quería beber un poco.
—Ya se acabó —indico con una sonrisa triste. Él alza una ceja.
—Hay más en la cocina, puedo ir por otra y seguimos probando —dice juguetón.
Le jalo suavemente un mechón de cabello para vengarme.
Nuestras miradas se encuentran, sus ojos no dejan de ver los míos y siento que en algún momento yo lo haré, bajaré la vista, haciéndome perder en esta guerra de miradas.
Apaga la luz de la lámpara y me vuelve a abrazar, rodeándome con sus manos en mi cintura y yo dejando mi cabeza sobre su pecho. Extiendo una mano y jalo las sábanas para cubrirnos. Sé que me tomará un largo rato conciliar el sueño porque él se ha vuelto a meter en mis pensamientos.
Solo que ahora hay una pequeña diferencia.
Él está a mi lado. Y eso lo complica.
—Buenas noches, Narel —susurra.
Solo la luz de la luna ilumina el marco de la ventana y las cortinas que la cubren. Todo está en un profundo silencio.
—Buenas noches, Estefano —musito, sonriendo contra su pecho.
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