23
La verdadera historia de Bella
NAREL.
Lamentablemente la reacción de Alexander es llamar a los de seguridad para que saquen a Bella de la clínica. Así que entre algunos enfermeros la cargan y la dejan sentada en la recepción, cerca de la puerta. Estefano me pide que nos vayamos a la mansión, pero le digo que mejor esperemos a que Bella despierte para asegurarnos de que no le haya pasado nada.
Es obvio que ella no se encuentra bien.
Todo esto se me hace demasiado extraño, desde la manera en cómo Alexander ha vuelto a aparecer en mi vida, hasta la inesperada aparición de Bella en la clínica.
¿Acaso nos está siguiendo?
Luego de un par de minutos, ella despierta y quiero replantearme la idea de irme, sin embargo, ese lado sensible que tengo me impide hacerlo. No sé si haya alguien esperándola para ir a casa o ha venido por su propia cuenta, pero lo que sí sé es que no puedo dejarla sola en este estado tan vulnerable.
—¿Has venido con alguien? —le pregunta uno de los enfermeros que ayudó a cargarla hasta aquí. Bella le da una mirada de recelo antes de negar con la cabeza.
—No —se limita a responder.
Estefano y yo nos damos una mirada cuando el chico nos pide que la llevemos a casa para que descanse. No obstante, Bella se niega a ir con nosotros y vuelve a romper en llanto cuando el enfermero nos deja con ella.
—No la acompañaremos a su casa. Ni de coña —protesta Estefano, negando con la cabeza.
—¿Y piensas dejarla aquí sola? —pregunto en un susurro para que ella no nos escuche.
—¿Y qué? Si vino sola, puede regresar sola —intuye, encogiéndose de hombros.
Le doy una mirada seria y me cruzo de brazos para intentar convencerlo.
—No podemos dejarla aquí. Mírala, es obvio que no se encuentra bien —indico, separándonos un poco para crear un círculo confidencial entre los dos.
—Ese no es nuestro problema, Narel. Esa chica no se portó bien con nosotros y más contigo, ¿recuerdas? —menciona, sobándose el entrecejo con los dedos.
—Lo sé, pero no quiero dejarla aquí porque sé que le puede pasar algo. Sería peligroso si se vuelve a desmayar en plena calle o quizá hasta cruzando la pista... —Regreso la mirada hacia la pelirroja, la cual ya no se encuentra en la silla en la que estaba sentada hace unos segundos—. ¿A dónde se fue?
—No lo sé, quizá ya tomó un taxi para irse a casa y nosotros aquí discutiendo si llevarla o no —refunfuña mi acompañante y le hago un gesto para que salgamos hacia el estacionamiento.
Encontramos a Bella sentada en la vereda, con la cara sobre las rodillas y los brazos alrededor de sus piernas, sollozando nuevamente. Le doy una mirada de súplica a Estefano para que acepte mi petición y luego de insistirle un par de veces más, asiente dándome el visto bueno para llevarla a casa.
—Bien, pero que sea rápido, por favor —suelta con fastidio y le doy un corto abrazo antes de acercarme Bella.
Él se mantiene a mi lado.
—Eh... te llevaremos a casa —le digo a ella, deteniéndome delante de ella.
Alza la cabeza y me mira con el ceño fruncido antes de negar.
—Lárgate, Narel... no quiero tu lástima —contesta con desprecio.
Estefano me toma del brazo y se acerca a mi oído para susurrar:
—Ya la oíste, vámonos.
Me vuelvo hacia él y le doy otra mirada de súplica para que me ayude. Sabe que no me voy a rendir hasta que hayamos subido todos a su camioneta. Rueda los ojos, y sin otra opción, se acerca para extenderle una mano a la pelirroja.
—No es lástima, solo queremos llevarte a casa con tu familia —le asegura él—. Por favor, entra a la camioneta.
Me sorprende ver cómo Bella lo mira embelesada, como si el mismísimo Shawn Mendes estuviera delante de ella y toma su mano sin dudarlo. Estefano la guía hasta su vehículo para luego abrirle la puerta de los asientos traseros. Sabía que la ayuda de Estefano iba a ser importante, ya que siento que ella tiene un gusto por él. No lo he confirmado, pero ese sexto sentido de chica me hace olfatearlo a kilómetros.
De repente me empieza a desagradar esa idea. No quiero que ella se le acerque.
Nicolás se une a nosotros y nos informa que el señor Antonio y Sigrid ya están regresando a la mansión. Formamos otro círculo confidencial entre los tres y le comentamos a Nicolás que hemos tomado la decisión de dejar a Bella en su casa.
Él alterna la vista entre Estefano y yo.
—¿Y quién irá sentado con la loca? —inquiere con una expresión de miedo. Su hermano y yo nos damos una mirada cómplice y él empieza a negar con la cabeza—. Ah, no, no... Ni crean que yo me sentaré con ella. ¿Cómo están tan seguros de que no sacará un cuchillo y nos apuñalará a todos como pavo de Navidad?
No puedo evitar soltar una risita graciosa por lo que acaba de decir.
—Porque no lleva nada. Solo su celular en el bolsillo —contesto, palmeándole el hombro.
Finalmente, y a regañadientes, Nicolás entra en los asientos traseros con Bella, que solo se dedica a mirar por la ventana. Estefano enciende la camioneta y le da una llamada a Christhoper para que le diga la dirección de la casa de Bella mientras le cuenta lo sucedido. Termina la llamada y prende la radio para acabar con el silencio sepulcral que hay en este vehículo.
De vez en cuando le doy una mirada a la pelirroja a través del espejo retrovisor que está por mi lado y veo que solo mira por la ventana a la vez que se seca las lágrimas con el dorso de la mano.
¿Cuál es la razón por la que llora?
Me vuelvo sobre mi asiento para ver si Nicolás está bien, el pobre se encuentra arrinconado contra la puerta para mantener la distancia entre Bella y él. Aprieto los labios para reprimirme una risa cuando noto que el menor de los Arnez tiene una expresión de impaciencia. Para él es como si estuviera compartiendo asiento con la mismísima muñeca Annabelle.
Por su parte, Estefano se dedica a conducir con las manos fijas en el volante y la mirada atenta en el camino. Noto por el rabillo del ojo que cada cierto tiempo me da miradas rápidas para saber si me encuentro tranquila. Sí, la verdad es que todo está marchando a la perfección y mejor de lo que pensé. Pronto estaremos en casa de Bella y regresaremos aliviados a la mansión.
No obstante, parece que todas mis expectativas de volver rápido desaparecen cuando escuchamos un golpe en los asientos traseros y Nicolás suelta un grito de niña, haciendo que Estefano frene el seco.
El corazón me late en la boca mientras me desabrocho el cinturón de seguridad para girar. Por un momento se me pasa por la cabeza la idea de que Bella, en un ataque de nervios, ha agredido a Nicolás y este se está desangrando mientras agoniza contra la puerta.
Okey, tengo que dejar de ver tantas películas de terror porque me ponen paranoica.
Estefano y yo volteamos al mismo tiempo para saber qué es lo que ha ocurrido y suelto un suspiro de alivio al cerciorarme de que mis pensamientos han sido erróneos.
Bella se ha vuelto a desmayar y su cabeza ha caído sobre el regazo de Nicolás.
***
Estefano, Nicolás, Christhoper y yo tomamos asiento en los sofás de la sala de la casa de los Monroe. El señor Henry, el padre de Bella nos ofrece cordialmente un vaso de limonada a cada uno, el cual recibo con la mano temblorosa por el nerviosismo que me ha generado toda esta situación. Me llevo el vaso a la boca para darle un sorbo a la bebida.
La madre de Bella aparece por el pasillo y se une a nosotros, sentándose al lado de su esposo.
—Acaba de quedarse dormida. Tuve que darle un calmante, estaba temblando cuando llegó —informa ella, acariciando sus rodillas—. Muchas gracias, chicos. En especial a ti, Narel. Sé que mi hija y tú ya no tienen una amistad desde hace mucho, pero aun así te has preocupado por ella.
Le ofrezco una sonrisa triste.
—No podía abandonarla así en la clínica —comento, dejando el vaso sobre la mesita de centro que hay enfrente—. Se puso muy mal cuando vio a Alexander en el pasillo y... —me callo cuando la señora frunce el ceño y mira a su esposo.
—¿Alexander? —pregunta, confundida—. ¿Qué hacían ese chico y Bella en una clínica?
Entrelazo mis dedos sobre mi regazo y me humedezco los labios antes de responder:
—Alexander acaba de ser padre. Y bueno, Bella... la verdad no sé qué hacía allí.
La señora Monroe al escuchar mis palabras empieza a sollozar y su esposo la abraza de costado para consolarla.
—Ese chico solo arruinó la vida de nuestra hija —contesta el señor, dándole un pañuelo a su mujer para que se enjugue las lágrimas.
No digo nada. En mi mente solo me pregunto si ellos saben lo que en realidad ocurrió entre Bella y Alexander. Tampoco tengo ganas de explicarles sobre eso, porque ver a la señora en esa situación me apena bastante y lo último que quiero es disgustarla más.
Ella parece calmarse y con voz entrecortada me pide:
—¿Puedo hablar contigo a solas, Narel?
Su petición me toma desprevenida. No sé si sea buena idea hablar con ella. Ha pasado mucho tiempo desde que la vi por última vez y pienso que quizá quiere ponerme al tanto de todo lo ocurrido en estos años.
Al ver que no respondo me da una sonrisa de boca cerrada para volver a insistir.
—Por favor, solo será un minuto.
Le doy una mirada rápida a Estefano, que hace un asentimiento de cabeza para decirme que está bien.
—Okey —acepto, mirándola.
—Gracias —susurra ella, levantando la comisura de sus labios.
El señor Monroe se pone de pie y le hace un gesto a los chicos para que lo acompañen. Los cuatro salen hacia la calle, dejándonos solas.
Siento un pequeño nerviosismo recorrerme por todo el cuerpo. Es como si tuviera el presentimiento de que me va a decir algo que no me agradará. Sin embargo, me mantengo tranquila y segura cuando ella se sienta a mi lado y deja salir un suave suspiro.
—Me da gusto ver que estás bien, Narel —inicia diciendo de una manera afable.
La madre de Bella es una señora muy sencilla, sensible y empática. Recuerdo que cuando su hija y yo éramos amigas, siempre me recibía contenta al llegar a su otra casa en la que solían vivir. Siendo sincera, en su momento la extrañé demasiado, pero ahora tengo una sensación un poco incómoda que me hace verla y sentirla como una persona desconocida que solo he visto un par de veces en la vida.
Su esposo Henry Monroe, trabaja como oficial de policía y hasta donde yo sabía, él siempre ha sido el héroe y orgullo de Bella. A veces cuando iba a visitarlos, sentía un poco de pena porque eran el prototipo de familia que yo siempre quise tener. Siempre eran los tres, la inseparable y amorosa familia que me recibía con los brazos abiertos después de clases, cuando Bella y yo llegábamos de la escuela y me quedaba a pasar la tarde en su casa, haciendo las tareas y mirando películas.
—Yo también me alegro de verla con buena salud, señora Monroe —contesto de manera cortés.
—Nuevamente gracias por traer a Bella a casa. Ella no lo ha pasado bien estos últimos años. Alexander le hizo mucho daño —comenta, mostrando una sonrisa triste—. Mi hija sufrió demasiado después de lo que le hizo.
Adopto una postura erguida y frunzo el ceño al no entender lo que me quiere decir. ¿Qué ocurrió entre ellos dos?
—A ver, no estoy entendiendo nada —interrumpo, haciendo un gesto con la mano para que se detenga.
—¿Tú... no sabías? —pregunta con las cejas levantadas.
—¿Saber... qué? —le devuelvo la pregunta.
—Bella se embarazó de Alexander...
Silencio en sala.
¿Qué?
Me quedo mirando a la señora como si tratara de buscar más explicaciones a lo que acabo de oír de sus propios labios. ¿Bella estuvo embarazada de él? ¿Alexander lo sabía? ¿Dónde está ese bebé ahora?
—Yo... —no soy capaz de decir nada más por el estado de aturdimiento en el que me encuentro. Ella toma mi mano y espera a que yo asimile sus palabras para que pueda continuar.
—Es un tema muy delicado que quise hablarlo contigo en privado. No tenía idea de que no lo sabías. Pensé que ese fue el motivo de tu rompimiento con Alexander, pero veo que te ha tomado por sorpresa —explica.
Niego con la cabeza mientras llevo los ojos hacia otra parte de la sala.
—Ella ahora no se encuentra bien mentalmente —continúa hablando—, en cuanto Alexander se enteró de que Bella estaba gestando, hizo de todo para que mi hija perdiera a ese bebé porque sus padres lo amenazaron con quitarle los estudios si él tomaba la decisión de que ese niño naciera. Así que la terminó convenciendo para que se realice el aborto con la condición de que seguirían juntos. Ella estaba muy enamorada de él y prefirió perder al bebé antes de perderlo a él, cosa que no fue así, ya que, al día siguiente, Alexander se fue de la ciudad y abandonó a Bella.
Una lágrima cae por la mejilla de la señora Monroe y se lleva el pañuelo de tela a sus ojos para secarlos.
—Lo siento mucho por Bella —expreso con pesar.
No me salen más palabras, todo lo que me ha dicho me resulta difícil de creer. Sin embargo, estoy segura de que ella no mentiría, no se jugaría con algo así.
—Mi hija tiene traumas a raíz de eso. Yo no lo supe hasta que ella empezó a tener pesadillas por las noches y nos despertábamos escuchando sus gritos. Terminó contándomelo todo cuando sintió que ya no podía seguir guardando ese secreto que le carcomía la memoria día y noche. No me quedó más que apoyarla. ¿Qué podía hacer? Hubiese deseado que ella tuviera la confianza suficiente para decírmelo, así le habríamos dado una solución a todo eso y el bebé estaría vivo ahora. Quizá sin un padre, pero sí con una madre y unos abuelos que lo querrían mucho.
El corazón se me aprieta en el pecho. Dios, no puedo creer lo imbécil que fue Alexander con Bella. Ella no se mereció pasar por todo eso.
—Estoy segura de que usted hubiese sido una excelente abuela —admito, acariciando el dorso de su mano con mi pulgar.
Me muestra otra sonrisa de boca cerrada y envuelve mis manos con las suyas.
—Gracias por escucharme, Narel. Lamento mucho por cómo se dieron las cosas con mi Bella, pero aun así sabes que te aprecio demasiado —concluye.
Nos despedimos de los padres de Bella y entramos a la camioneta de Estefano, ubicándonos de la misma manera en que vinimos. Christhoper se nos une en los asientos traseros, al lado de Nicolás.
Estefano enciende la radio como siempre y eso ayuda a distraerme un poco luego de haber hablado con la madre de Bella sobre lo que le hizo Alexander a su hija. La verdad siento mucha pena por ella, quizá no se comportó bien conmigo cuando éramos amigas, pero no se mereció pasar por todo eso siendo muy joven. Ahora entiendo por qué se puso así en la clínica al ver que Alexander se había convertido en padre. En padre de un hijo que él sí quiso tener.
Descanso mi cabeza contra la cabecera del asiento mientras miro por la ventana, tratando de terminar con estos pensamientos para que no sigan rondando mi cabeza durante el resto de la noche.
Regreso la mirada hacia Estefano que ha estado muy callado desde que salimos de casa de Bella y solo se dedica a mirar la autopista por la que conduce. Con todo este tema de Bella y Alexander, me había olvidado por completo de que él estaba cortante conmigo y hasta hace unas horas, me había vuelto a hablar normal a través de sus respuestas en mis historias de Instagram.
Me atrapa mirándolo un par de veces y entorna los ojos, observándome, atento.
—¿Qué? —pregunto, mirándolo de la misma manera.
—Creo que alguien me dejó en visto —insinúa, divertido haciendo alusión a que no respondí a su mensaje cuando estábamos en la cafetería porque literalmente salí huyendo hacia el baño. Niego con la cabeza y me es imposible no sonreír por su comentario.
Cuando dejamos a Christhoper en su casa y regresamos a la mansión, nos enteramos de que le han acondicionado una habitación a Sigrid en el primer piso, ya que no podrá hacer el esfuerzo de subir escaleras por unas semanas. El señor me dice que empezaré a trabajar nuevamente desde mañana y le respondo asintiendo con una enorme sonrisa de satisfacción.
Nos sentamos en el sofá mientras Sigrid explica cómo sucedieron las cosas: tuvo un mareo que le hizo perder el equilibrio cuando bajaba la escalera. Los chicos le dicen que tenga más cuidado y vuelven a recalcarle que siempre baje por el lado de la baranda para sostenerse. Volteo a ver la gran escalera desde donde cayó Sigrid y recuerdo que mi madre debe estar preocupada esperándome en casa.
—Debo irme —aviso, poniéndome de pie para despedirme de todos—. Volveré mañana a primera hora.
El señor Antonio mira su fino y elegante reloj de pulsera.
—Hija, ya casi medianoche. Es algo peligroso irte a estas horas —me dice.
¿Medianoche?
Saco mi celular del bolsillo para revisar la hora y sí, son las 11:50. No me había dado cuenta de la hora y justamente tengo un mensaje de mamá de hace tres horas preguntando si ya estoy de regreso.
—Yo puedo llevarla —se ofrece Estefano y el señor niega con un movimiento de cabeza.
—Debes estar cansado. Preferible evitar un accidente. —Se pone de pie—. Hay una habitación para huéspedes en el segundo piso. Ahí puedes descansar hoy, Narel. Llama a casa para avisarle a tu madre que te quedarás esta noche y mañana, Estefano te llevará temprano. —Asiento algo apenada y el señor parece notarlo. Me da una sonrisa sincera para que me sienta cómoda—. No te preocupes, eres bienvenida cuando gustes.
Nos da las buenas noches a todos y se retira a su habitación.
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