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22

Te vamos a necesitar nuevamente en casa, Narel


NAREL.

El mozo toma nota de nuestra orden en su libreta de apuntes, luego de haberle hecho esperar como cinco minutos mientras revisamos el menú de principio a fin. Pedimos una pizza familiar para compartir entre los tres. Él se retira luego de decirnos que la pizza estará lista en unos diez minutos, a lo que nosotros respondemos con un asentimiento. Regreso la atención a mi celular y puedo notar que los hermanos también hacen lo mismo, así que me dispongo a darle una mirada rápida a Estefano y él también lo hace coincidentemente. Algo dentro de mí se alegra cuando no la aparta, pero ese sentimiento de emoción se va cuando unas manos femeninas aparecen por detrás de su cuello.

—Hola, Estefano. —La secretaria que trabajaba en la empresa junto a él, aparece a su lado y le estampa un beso en la mejilla, dejando una difusa marca de labial.

Me da una mirada rápida para comprobar si lo he notado.

—Hola, Daniela —saluda él algo incómodo. Me mira un poco avergonzado y aparto la mirada para iniciar una conversación con Nicolás.

—Te gustan mucho los perros, ¿verdad? —le pregunto lo primero que se me viene a la mente.

—Los amo —responde, inquieto como si le hubiese alegrado el día con mi pregunta y ahora ya no sé qué más decirle. Mis ojos están puestos en Nicolás, pero mi cabeza sigue pensando en su hermano.

Regreso la mirada hacia Daniela, que me hace un análisis rápido y se despide de Estefano antes de marcharse para reunirse con el grupo del señor Antonio. Vuelvo a mirar a los hermanos: Nicolás sigue revisando su celular y Estefano se ha ruborizado. Quizá la presencia de ella lo ha intimidado un poco.

—Bueno, parece que alguien tiene una admiradora —bromeo y me arrepiento cuando la mirada aludida de Estefano recae sobre mí.

¿Por qué dije eso?

Frunce el ceño ante mis palabras.

—Solo fue una compañera del trabajo —aclara, encogiéndose de hombros y me arrepiento de haber abierto la boca. Decido no continuar hablando.

—¿Ella es la chama? —pregunta Nicolás, levantando los ojos de su celular—. ¿La ex de Marco? —Estefano asiente, dándole una mirada rápida a su hermano. Veo que no tiene muchas ganas de hablar hoy.

—¿Cómo la llamaste? —pregunto, mirándolo, divertida.

—Chama. Su familia es de Venezuela —explica el menor con un gesto obvio.

Asiento mientras busco con la mirada a Daniela, que está saludando a cada uno de los hombres que se encuentran sentados en la mesa con el señor Antonio. Es muy hermosa, tanto que parece una candidata a Miss Universo. Podría llamar la atención de todos los hombres que se encuentran en este lugar.

El ambiente cambia cuando la música italiana empieza a sonar por todo el local. El mozo llega con nuestra orden y pregunta si estamos conformes con nuestro pedido o si necesitamos algo más. Le decimos que por ahora eso es todo y pide permiso educadamente antes de retirarse. Cogemos cada uno la tajada que nos corresponde y comenzamos a degustar.

No soy amante de la pizza, pero debo aceptar que esta es la mejor pizza que he probado hasta ahora. Me acabo la primera porción en minutos y tomo una segunda. Empiezo a quedarme satisfecha al cabo de esta. Estamos tan concentrados en comer que ninguno es capaz de decir ni una sola palabra en ese lapso de tiempo. La pizza se ha robado nuestra atención.

Después de discutir sobre quién va a pagar y llegar a un acuerdo, Nicolás se acerca a la ventanilla donde entre los tres pagamos la cuenta. Me gusta pagarme sola mis cosas porque al igual que mi madre, me gusta valerme por mí misma. Damos las gracias a la recepcionista antes de salir del restaurante hacia la camioneta y ella nos entrega una tarjeta a cada uno para que regresemos pronto.

Luego de recoger a Tito en la guardería, para mi absoluta sorpresa, Estefano caballerosamente se ofrece llevarme a casa. Nicolás y Tito van en los asientos traseros mientras Estefano conduce y yo estoy en el asiento del copiloto.

—¿Puedo quedarme en tu casa a jugar con Tito? —pregunta Nicolás desde atrás.

Veo por el rabillo del ojo que Estefano me da una mirada rápida.

—Claro que sí —respondo, volteando para mostrarle pulgares arriba.

Siento que la tensión con Estefano ha disminuido en los últimos veinte minutos y aunque sigue sin hablar mucho, la manera en la que me espía de vez en cuando, habla por él. Al menos hay un avance con que quiera llevarme a casa y no dejarme tomar un taxi. Quiero decir, no es que me moleste tomar un taxi, pero me agrada mucho pasar tiempo a su lado, aunque hoy no fluya la comunicación entre nosotros.

El camino es algo silencioso, solo se escuchan las palabras aduladoras de Nicolás hacia mi perro y la música de la radio de fondo con un volumen mínimo. Cuando llegamos a casa, salimos del vehículo y Tito corre hacia la puerta. Nicolás va detrás de él mientras Estefano y yo caminamos hacia la entrada.

—Le diré a Peter que vuelva por ti —le dice Estefano a su hermano.

—Okey —responde Nicolás sin quitar los ojos de Tito.

Nuestras miradas se cruzan de nuevo y esta vez vienen acompañadas por sus palabras de despedida.

—Adiós, Narel. —Se acerca a mí y me extiende la mano. Acepto estrechándola mientras nos dedicamos una mirada de esas que te penetran hasta el alma.

Tonto.

Me quedo de pie en el umbral de la puerta y lo veo rodear el capó para luego entrar a su camioneta. Se coloca el cinturón de seguridad y la pone en marcha hasta que desaparece al final de la calle. Entro a mi casa y me uno con mi visita en el sofá.

—¿Quieres ver una película? —pregunto con el control en la mano buscando opciones en Netflix.

—Está bien —responde Nicolás mientras abraza a Tito en el sofá.

Siento que la tarde transcurre muy rápida cuando estoy en compañía de alguien. Al principio no me convencía ninguna de las películas que hay en la plataforma y termino buscando un DVD. Finalmente, elegimos "El Rey León", pero parece que yo la veo sola porque Nicolás no deja de prestarle atención a Tito y empiezo a preocuparme de que esté obsesionado con mi perro.

—Bueno, déjalo descansar un poco, ¿sí? —le sugiero en un tono amable y él asiente, soltándolo. Decido llevar al perro a la cocina para que tome agua.

Siento que la puerta de la casa se abre y por un momento pienso que Nicolás ha salido hacia la calle. Sin embargo, el sonido de los tacones de mamá me hace desechar esa idea al instante.

—Hija, ya llegué —avisa, entrando en la sala y salgo rápido de la cocina para recibirla. Se detiene al ver a Nicolás sentado en el sofá—. Hola. —Una sonrisa se le dibuja en el rostro.

—Mamá, él es Nicolás, el hijo menor del señor Antonio —explico, haciendo un gesto con la mano para presentarlos.

—Gusto en conocerla —dice él, acercándose para extenderle la mano educadamente.

—¡Qué chico tan simpático! —Mamá siempre con sus cumplidos—. El gusto es mío.

Nicolás a pesar de ser muy joven es un muchacho tan agradable porque tiene una personalidad única. Es muy tierno y su humildad se observa a primera vista.

El reloj de la sala marca las siete de la tarde y aún no llega Peter a recoger a Nicolás. Me empiezo a preocupar; es algo raro que todavía no haya venido, ya que él siempre es puntual o si tiene algún percance avisa mediante una llamada.

Nicolás parece leerme la mente y me dice:

—Creo que mejor tomo el autobús para ir a casa.

—No, claro que no. Ya va a llegar Peter —trato de tranquilizarlo para que espere y no haga venir a su chofer en vano.

Peter nos comunicó hace media hora que vendría por el menor de los Arnez. Puede que haya tenido un retraso por el tráfico que a veces se genera en el centro de la ciudad a estas horas. Para que no se preocupe más, dejo que juegue con mi perro antes de que mamá sirva la cena.

Finalmente, siento un alivio cuando una llamada entrante de Estefano hace vibrar su celular que está en el sofá y se pone de pie para responder.

—¿Ya mandaste a Peter por... ? —Las palabras de Estefano parecen interrumpirlo. Lo miro esperando su respuesta, pero no llega. Entonces deja de moverse y su rostro toma un color pálido. Se tapa la boca con una mano y empieza a hablar con la voz entrecortada—. Pero ella está bien, ¿verdad?... Okey.

En cuanto termina la llamada se sienta muy desconcertado en el sofá y hago lo mismo, poniéndome a su lado.

—¿Pasó algo? —pregunto muy preocupada por su reacción.

Me mira triste, con sus ojos humedecidos por las lágrimas que aún brotan de ellos.

—Sigrid cayó por las escaleras y no despierta —logra decir con lo que le queda de voz y me llevo la mano a la boca, sorprendida.


***


Peter llega por Nicolás y me ofrezco a acompañarlo al hospital donde está Sigrid. Nos cuenta que aún no saben la razón de su caída, pero la encontraron inconsciente en el suelo, al pie de la escalera. La llevaron inmediatamente a la clínica donde se atendió el señor Antonio y es por eso la razón de su demora.

Cuando llegamos a la clínica, buscamos al resto de la familia, pero solo está Estefano sentado en la sala de espera. Primero habla con Nicolás, le explica algo que no logro oír y luego levanta la mirada, sus ojos se encuentran con los míos. No corta para nada el contacto visual y se acerca lentamente. Siento que las piernas me empiezan a temblar como gelatina.

¿Qué rayos te pasa, Narel?

Se pone frente a mí.

—Gracias por venir. —Me da una sonrisa triste y luego se acerca hasta que ya no queda distancia entre nosotros.

Me abraza tiernamente como un niño vulnerable que se encuentra solo y perdido en una calle; comprendo cómo se debe sentir en estos momentos, Sigrid es como su madre. De pronto, me agarra el pánico y no sé cómo reaccionar ante su repentino abrazo, pero sin darme cuenta, ya le estoy correspondiendo de la misma manera y con el mismo sentimiento.

—No tienes que agradecer —respondo en un susurro.

Descansa su cabeza sobre mi hombro. Su exquisito perfume penetra mis fosas nasales y su cabello cosquillea mi oreja. Cierro los ojos, venerando el riquísimo aroma que acompaña el momento. ¿Por qué este chico tiene que oler tan bien?

Nicolás se aclara la garganta y nos separamos al instante. El menor nos mira divertido, aunque está con los ojos rojos por las lágrimas que ha derramado hace unos minutos. No sé si reírme o taparme la cara que de seguro debe estar como un tomate.

El señor Antonio sale de la habitación que tiene el número 15 en la puerta y me saluda con una sonrisa agradable.

—¡Narel! —me saluda con un abrazo que correspondo sin problema. Al separarse, se pone enfrente de nosotros para explicar—: Sigrid ya despertó, por suerte no sufrió daños ni golpes riesgosos que puedan afectar su salud, pero sí se ha lesionado el pie. Tendrá que estar en reposo y movilizarse en silla de ruedas. Así que, te vamos a necesitar nuevamente en casa, Narel. —Los tres asentimos ante las palabras del patriarca de la familia.

No puedo evitar soltar una sonrisa cuando escucho las palabras del señor Antonio. Volveré a laborar en la mansión y me dedicaré al completo cuidado de Sigrid. Decir que mi corazón está saltando de felicidad es poco. Por otro lado, me alegra saber que no le ha pasado nada grave, de verdad me había preocupado mucho por ella.

Mientras esperamos a que Sigrid salga de la clínica, Estefano, Nicolás y yo vamos a la cafetería por unos sándwiches para apaciguar el hambre. Nos sentamos en una mesa luego de ordenar y esperamos a que traigan nuestros pedidos. Estefano coge su celular y parece escribir algo con mucha diversión. A los pocos segundos vibra el mío y lo reviso. Es un mensaje de él respondiendo a mi historia de la foto que subí en el restaurante, en la que aparezco con Nicolás, aunque me marca que ya lo había visto hace horas.

Respuesta: Yo también quiero mi foto.

Aprieto los labios para evitar mostrar una sonrisa mientras escribo una respuesta.

Yo: La hubieses tenido, pero estabas raro.

Él lo ve de inmediato y contesta.

Estefano: ¿Yo?

Bloqueo la pantalla del celular y me pongo de pie para ir al baño.

—Ya regreso —aviso y ambos asienten con las miradas puestas en sus celulares.

Puedo sentir el peso de los ojos de Estefano sobre mi espalda mientras camino hacia el pasillo.

No sé por qué escapé de ahí, pero necesitaba humedecer mi rostro antes de sonrojarme más y eso es lo que estoy haciendo ahora mismo en el baño. Me siento muy cobarde por haber huido de la mesa, sin embargo, los mensajes coquetos de Estefano, fue algo que no veía venir.

¿Será que ya se le pasó su berrinche y ahora sí me va a hablar?

Me miro en el espejo y suspiro antes de salir nuevamente a enfrentar los efectos de la reconciliación con Estefano. O bueno, como sea que se pueda llamar a esto que acaba de suceder entre los dos.

Camino por el pasillo que separa los servicios higiénicos con la cafetería y me detengo cuando la puerta de unas de las habitaciones se abre y alguien dice mi nombre. Rápidamente me doy vuelta y me arrepiento de no haber seguido caminando porque encuentro a Alexander, mi exnovio de hace años, cargando un bebé entre sus brazos.

¿Es en serio? Parece que la vida se empeñara por coincidirme con él últimamente. Primero en la parada del autobús y ahora aquí. Felizmente no voy a laborar en la clínica durante unas semanas más por si se le ocurre seguir viniendo.

—Acabo de ser padre —explica, mirando al recién nacido.

Lo quedo mirando como si esto fuera una broma o castigo del universo. No sé cómo reaccionar, tampoco quiero ser descortés; así que le muestro una sonrisa de boca cerrada.

—Felicitaciones —me limito a decir.

¿Qué espera? ¿Que corra a abrazarlo con lágrimas de felicidad por su paternidad? Pues no. Lo único en lo que puedo pensar ahora es en la pobre chica con la que ha tenido a ese bebé. Solo espero que la valore y no la abandone con su hijo por querer irse con otra mujer.

—Gracias —responde, emocionado con un brillo especial en sus ojos al ver a su hijo recién nacido en sus brazos—. ¿Quieres verlo? —pregunta, haciendo un gesto para que me acerque.

Niego con la cabeza.

—En realidad estoy con algo de prisa —comento.

Siento unos pasos detrás de mí y él levanta la mirada para ver de quién se trata. Suelto un silencioso suspiro cuando veo que Estefano se pone a la par mía y Alexander lo mira con atención.

—Narel, te estamos esperando —me indica, mirando a Alexander con el ceño ligeramente fruncido.

—¡Oh! ¿Él es tu novio? —pregunta el rubio y abro los ojos involuntariamente.

—No —respondo sin darle importancia—. Solo es un amigo.

—Mucho gusto, soy Alexander —se presenta y le extiende la mano.

—Estefano —responde mi acompañante, estrechando su mano.

—Felicitaciones de nuevo. —Finjo otra sonrisa y le hago un gesto a Estefano para irnos.

Empiezo a caminar, alejándome, pero nuevamente me detengo cuando veo que alguien conocida se acerca hacia donde estamos. Un escalofrío me recorre la columna vertebral y mis manos se cierran, formando puños al ver a Bella frente a mí.

¿Qué hace aquí? 

Retrocedo unos pasos y me acerco a Estefano para buscar su protección. Él se da cuenta y al ver a la pelirroja, rodea mi cintura con sus manos, acercándome a él para que sepa que no estoy sola y que ella no podrá hacerme nada.

—Alexander... —musita ella con los labios entreabiertos.

Un par de lágrimas se deslizan por sus mejillas mientras niega con la cabeza varias veces. Empiezo a ponerme muy nerviosa cuando comienza a sollozar desconsoladamente, desconcertándonos a todos los que nos encontramos aquí presentes.

Le doy con el codo a Estefano para irnos rápido. No obstante, todo ocurre muy rápido delante de nosotros: los ojos de Bella parecen perdidos en la figura de Alexander que carga a su bebé, su cuerpo se ladea un poco hacia el lado izquierdo y de repente, se desmaya en medio del pasillo.

Una de las enfermeras que pasa por nuestro lado, suelta un grito al verla desplomarse hacia al suelo. 


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