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21

No me pasa nada


NAREL.

La respiración de Estefano se mezcla cálidamente con el delicioso aroma de su perfume cuando sus labios tocan los míos en un beso fugaz que ambos no veíamos venir. Se separa rápidamente.

—Lo siento —se disculpa, avergonzado—. Me he dejado llevar por el momento. De verdad lo lamento.

De pronto nos invade un incómodo silencio que no experimentábamos hace mucho. Quito la mirada sin saber qué decir.

—No pasa nada. Creo que ambos estábamos sensibles —es lo único que se me ocurre. No quiero sonar incómoda, ni mucho menos deseo que se sienta así. Le doy una mirada rápida; se le ve tan tierno con esos ojos que ahora tienen una mirada culpable y triste—. Nos vemos pronto —me despido y espero una respuesta de su parte, hasta que solo lo veo asentir.

Camino a casa, no sin antes voltear y despedirme con la mano. Él hace lo mismo, tratando de fingir una sonrisa, pero está muy ensimismado luego del corto beso que nos dimos.

Esta situación de pronto me ha puesto algo nerviosa. Ingreso a casa, cerrando la puerta a mi paso.

—¡Ya llegué, mamá! —anuncio desde la sala mientras acaricio a Tito, que me recibe inquieto como siempre.

—Hola, cariño —responde mi madre, saliendo de la cocina. Se acerca para llevar a mi perro al patio trasero porque vamos a cenar—. Vamos, Tito.

Dejo mi mochila en el sofá y voy al baño a lavarme las manos. Cuando vuelvo a la mesa, mi madre me espera con la comida servida. La sopa con fideo de letras es nuestro menú de hoy. Sonrío agradeciéndole porque sé que lo hizo con todo el cariño del mundo. Me devuelve la misma sonrisa mientras se sienta en su máquina de coser a terminar algunas tareas del taller.

Desde que tengo uso de razón, me gusta formar palabras en mi sopa mientras la tomo. Busco la N en el montón, luego la A y lo primero que formo es mi nombre. Sonrío satisfecha al ver la palabra "Narel" flotando en el plato. De pronto, una E se acerca lentamente, como un barco enemigo en una batalla naval y me recuerda el nombre de alguien.

Estefano.

Miro hacia la puerta de vidrio donde está Tito esperando sentado a que termine de cenar para que pueda entrar a la casa. Se ve tan tierno de la manera en cómo me mira desde el otro lado del cristal. Regreso la mirada a mi sopa y sigo jugando con las letras. Sin darme cuenta ya he formado la palabra "Estefano".

"Y espero que tú tampoco me saques de tu cabeza esta noche, Narel".

¡Ay, rayos! Sus palabras vuelven a mi mente como si ella quisiera recordármelas a propósito.

—¿Estefano? —pregunta mi madre a mi lado, dejándome una taza de té. Disimulo el respingo que me ha generado su silenciosa presencia.

¿Cómo apareció tan de repente que ni la escuché?

—¿Dónde? —finjo no darme cuenta.

—Lo formaste en tu sopa. —Indica, señalando con su dedo índice—. ¿No es el nombre del hijo de tu jefe? El chico que vino anteayer.

¿Cómo puedo ser tan descuidada?

—Pues sí. —Me encojo de hombros pensando que mi cara debe estar del color de un tomate—. Bueno, en realidad exjefe.

Frunce el ceño.

—¿Y eso?

—Ya terminé mi trabajo en la mansión Arnez —le explico.

—Cierto, lo había olvidado. —Asiente recordando mis palabras. A veces siento que el trabajo la deja tan agotada que omite algunas cosas que le cuento—. Pero hija, al menos habrás entablado una amistad con él. Ya sabes, para que salgan a veces, como amigos...

—Sí —me limito a responder. Y ahora que estoy pensando sobre cosas que mamá omite por despistada, me doy cuenta de que ella no sabe que terminé con Alan. Quizá hablar sobre eso me haga olvidar un poco a Estefano—. Mamá, tengo algo que contarte.

Asiente y retira una silla para sentarse enfrente de mí.

—Claro, dime.

Me tomo un segundo para buscar las palabras adecuadas. Tampoco quiero dejar a Alan como un maldito patán, aunque sí, lo fue conmigo, pero no deseo que mamá se enoje por algo que ya pasó. Este tema ha pasado a un segundo plano para mí, y si se lo estoy contando ahora, es porque necesito ser sincera con ella y no esperar a que me pregunte sobre él.

—Hace un par de días —inicio diciendo con calma—, decidí terminar mi relación con Alan...

—Ay, hasta que, por fin, hija. —Se pone de pie, juntando las manos en señal de alabanza al cielo—. La Virgencita de Guadalupe escuchó mis oraciones —musita con los ojos cerrados.

—¿Qué? —pregunto con desconcierto y me pongo de pie también—. ¡Mamá!

—Perdón... Es que la verdad ya no esperaba la hora en que terminaras con ese muchacho. No lo veía como para ti, Narel. Se notaba a leguas que era todo un malcriado y fingido —declara, llevándose las manos a la cadera como el meme de Cardi B.

—Pero ni siquiera te he contado la razón por la que terminamos —protesto, poniendo los ojos en blanco.

Ella suelta un suspiro y se sienta nuevamente.

—Bien... —dice mientras me hace un gesto de mano para que continúe.

—No me sentía cómoda, mamá. Empezó a tener comportamientos que me hacían recordar cuando papá vivía con nosotras, ¡ah, espera! Y eso no es todo, terminé encontrando un... —me detengo cuando veo que tiene la mirada perdida en un punto fijo de la sala—. Mamá, ¿me estás escuchando? —pregunto, pasando la mano por delante de su cara—. ¡Mamá!

Pestañea un par de veces antes de volver a mirarme.

—¿Mmm...? Ay, perdón... me distraje —admite, sacudiendo su cabeza antes de agregar—: ¿Qué color de veladora debería ponerle a la Virgen?

Niego con la cabeza y me pongo de pie con una sonrisa divertida en el rostro. Está más que claro que, Alan no era de su agrado.

—Que tengas buenas noches —me despido mientras le doy un beso en la mejilla—. Ah, y creo que la veladora blanca estaría bien. —Le palmeo la espalda.

Camino hasta mi habitación y cierro la puerta a mi paso. Me siento en la cama para meditar sobre las cosas que me acaban de pasar en la última media hora. Y por más que intento y trato de quitármelo de la cabeza, la imagen de Estefano no parece querer irse esta noche. Tal como él lo dijo.

¿Qué rayos me pasa?

Cuando estoy arropada dentro de mi cama, me es imposible pegar un solo ojo. No puedo dejar de pensar en ese beso, es que fue tan... tan... ni yo misma sé cómo explicarlo y eso que solo duró un segundo. Un segundo que pareció eterno. No quiero ni imaginarme si hubiese durado más. Pienso que tal vez, después de esto, nuestra amistad ya no sea igual o haya algún tipo de vergüenza cuando nos veamos. Por otro lado, presiento que él ha quedado avergonzado y yo... yo estoy, bueno, no sé.

No logro definir si me siento avergonzada, culpable, apenada o quizá los tres sentimientos juntos.

Ay, Estefano, al final sí te vas a quedar en mi cabeza durante toda la noche.


***


Hoy es mi día libre.

Cuando salgo de la habitación, mi madre ya se ha ido al trabajo, así que tengo que preparar mi desayuno yo sola y hacer los quehaceres del hogar. Mamá es una mujer muy pulcra, es por eso que la casa no necesita mucho de mi cuidado, aunque a veces yo ayudo a limpiarla. El resto lo hace ella cuando vuelve del trabajo o en sus días libres.

La mañana transcurre de manera lenta y me aburro viendo videoblogs en la laptop. Lo que necesito es salir a tomar aire fresco para poder ordenar mis pensamientos. Aún sigo dándole vueltas al asunto de Estefano.

—¡Tito! —llamo a mi perro que viene rápidamente hacia donde estoy y me empieza a dar lenguazos en la cara.

Me separo de él porque sé que pone así cuando quiere que lo saque a pasear. Busco su correa que se encuentra en uno de los cajones de mi cómoda y se la pongo.

Salimos de la casa y caminamos unas cuantas cuadras. Llegamos a un parque, pero no estoy segura si está permitido pasear perros aquí. Con algo de temor, dejo que Tito corra y juegue en el césped mientras me pongo los audífonos y me siento también en el césped a observarlo desde aquí. El parque está casi sólido, no hay mucha gente, aunque para mí es mejor así porque no pierdo de vista a Tito en un descuido. Es un perro muy travieso.

Luego de unos minutos, Tito empieza a ladrar desde lejos y corro rápido antes de que se escape. Cuando llego hasta dónde está mi perro, él empieza a avanzar, inquieto, y trota hasta el otro lado de la calle. Por un momento me entra el pánico, sin embargo, estoy muy cerca como para perderlo de vista. Dobla hacia la derecha y empiezo a preocuparme porque hay más gente en esta calle. Se detiene cerca de un vecindario por donde no he pasado antes. Por suerte, no nos hemos alejado mucho de casa. Rápidamente cojo la correa y la sujeto, fuerte, por si continúa. Camina lento y lo sigo hasta que finalmente, me lleva hacia la puerta de una cafetería.

¿Por qué ha querido venir hasta acá?

Tiro de la correa para regresar a casa, pero él se resiste a avanzar.

Entonces, la puerta de la tienda se abre y se escucha las voces de unos chicos que están saliendo. Me quedo mirando como boba cuando descubro que dichas voces le pertenecen a Estefano y Nicolás.

Pero, ¿qué?

—¡Narel! —Nicolás corre a abrazarme.

Recibo su abrazo con el mismo sentimiento con que me lo da.

—Hola, pequeño. —Le desordeno el cabello con la mano, me causa mucha emoción verlo de nuevo. Esboza una sonrisa de oreja a oreja cuando nos separamos, mientras Estefano mira todo en silencio—. Hola —saludo y él se acerca, pero esta vez solo se limita a estrecharme la mano.

Algo dentro de mí se quiebra al ver la manera tan distante con que lo ha hecho. Sabía que algo iba a cambiar entre nosotros después del beso de ayer y ahora me lo está confirmando. Parece que quiere mantener distancia.

—Cosita bonita —dice Nicolás, poniéndose de cuclillas para acariciar a Tito—. ¿Es tuyo? —pregunta, embelesado por mi perro.

Asiento.

—Sí, se llama Tito —contesto.

Nicolás ha quedado prácticamente enamorado de Tito, no deja de abrazarlo y darle caricias en su cabeza. Volteo y le doy una mirada rápida a Estefano, que tiene la atención puesta en la pantalla de su celular.

—¿Podemos hablar? —pregunto, tímida mientras espero su reacción. Me hace un gesto con la cabeza para ir a un lado y lo sigo. Caminamos tres pasos más allá y me mira, esperando mis palabras—. ¿Estás bien? —Me cruzo de brazos y enarco una ceja.

—¿Por qué lo dices? —me devuelve la pregunta, frunciendo el ceño.

—Pues no sé si es idea mía, pero... te noto algo distante. Conmigo. —Me encojo de hombros.

—No me pasa nada —responde, cortante, negando con la cabeza y asiento bajando la mirada. Trago saliva y regreso con Nicolás que ni se percata de nuestra ausencia por estar concentrado en mi perro.

Está demás hablar con Estefano cuando ni él mismo sabe lo que tiene. Quizá solo está avergonzado. Ya se le pasará.

Eso espero.

—¿Quieres comer con nosotros? —me invita Nicolás, retomando su posición erguida.

Niego con la cabeza.

—No quiero molestar —expreso con una sonrisa apenada. Lo último que deseo ahora es compartir la mesa con Estefano que está en su plan de chico distante.

—No, claro que no —niega, haciendo un ademán para restarle importancia—. ¿Te gusta la comida italiana? —vuelve a preguntar, entusiasmado.

—Sí —contesto, asintiendo con la cabeza.

Nicolás es muy tierno, hace demasiadas preguntas como un niño curioso por saber el porqué de todo. Termino aceptando su invitación cuando me vuelve a insistir y pone ojitos de cachorrito.

No puedo decirle que no.

Nos dirigimos a un restaurante italiano, pero antes pasamos por una guardería de mascotas para dejar a Tito durante una hora mientras volvemos. Dentro de la camioneta, Nicolás y yo nos tomamos unas selfies ante la mirada de recelo de Estefano a través del espejo retrovisor. Ignoro eso y sigo sonriéndole a la cámara del IPhone de Nicolás. Estoy disfrutando mucho este momento y nada mejor que sonrisas compartidas para demostrar felicidad.

Cuando llegamos al restaurante, Estefano aparca a un lado de la calle donde están los demás vehículos de los comensales. Elegimos una mesa para cuatro y el mozo recibe bien a los hermanos, que parecen ya haber venido antes y son clientes VIP.

Las paredes están decoradas de caña barnizada y tienen fotos de paisajes y ciudades italianas, enmarcadas en retratos blancos de alto relieve. En las mesas cerca la puerta, hay un grupo de personas reunidas y entre ellas está el señor Antonio con algunos colegas que imagino deben ser de su empresa.

¿Más casualidades en un día? Mmm...

Nos mira a los tres con el ceño fruncido y se pone de pie de inmediato.

—¡Narel! —Alza la mano y empiezo a avanzar hacia él para saludarlo. Me recibe con un fuerte abrazo.

—Qué agrado verlo nuevamente —digo con una sonrisa afable en el rostro, correspondiendo su abrazo.

—Me alegra mucho verte a ti también, ya te extrañamos en la mansión. —Me dedica una sonrisa de boca cerrada y no puedo evitar devolvérsela. Sus palabras me hacen sentir muy apreciada.

Saluda a sus hijos con un movimiento de mano y se disculpa conmigo a modo de permiso para unirse de nuevo al grupo de personas con las que se encontraba en la mesa. Me despido sonriéndole y vuelvo junto a los chicos que están sentados en otra mesa, cerca de la puerta.

El restaurante está casi lleno y los murmullos de las personas conversando, forman un pequeño ruido. Miro hacia el techo y hay una fila de candelabros iluminando el lugar. Nicolás me pasa nuestras fotos y mientras se descargan, reviso mi chat. Solo hay mensajes de compañeros de la clínica, mandando cadenas de salud y algunas curiosidades más.

Decido poner en mis historias de Instagram la foto que me tomé con Nicolás y Tito antes de dejarlo en la guardería. Le doy en publicar y mientras se sube, levanto la mirada para ver si se acerca algún mozo para que tome nuestra orden porque empiezo a sentir hambre. Mis ojos se cruzan con los de Estefano y regreso la mirada a la pantalla de mi teléfono.

Noto que hay una actualización de una historia suya y no puedo resistirme a las ganas de abrirla. Hay una foto suya con un grupo de chicos de la empresa en la que trabajaba. Río disimuladamente al ver la mueca graciosa que hacen todos en la foto, pero eso no quita lo guapo que se ve él con su traje de muñeco de torta.

Bloqueo mi pantalla cuando el mozo se acerca a tomar nuestra orden.


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