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2

Una invitación, un padre sobreprotector. 


ESTEFANO. 

Los toques en la puerta se hacen presentes e interrumpen la conversación que tengo con el patrón de hacienda. Trago saliva y espero con inquietud, la orden de mi acompañante.

—¡Pase, está abierto! —autoriza Rogelio, alzando un poco la voz.

En mi mente, aún sigo pidiéndole a Diosito para que no sea esa persona. Aunque hay un noventa porciento de probabilidad de que sea ella.

Espero que no, por favor.

Escucho que se abre la puerta del salón y la voz chillona de Julieta hace acto de presencia a mis espaldas. Por un momento, pienso que mi nerviosismo y mis sentidos me están jugando una mala broma y giro para confirmar si es cierto lo que he oído y... ¡Joder! Sí es cierto.

¡Dios, líbrame de ella!

Lo primero que ven los ojos de la rubia al entrar a la oficina de Rogelio, son los míos y se toma su tiempo para venerarme, embelesada desde la puerta.

Antivirus Modo: ON.

—¡Estefano, no sabía que habías venido! —exclama mientras corre hacia donde estoy y me abraza como fan enamorada que está conociendo a su ídolo por obra y gracia del destino.

De forma inesperada, deja un profundo beso en mi mejilla izquierda.

¡Guácala!

Rogelio mira atento y divertido desde su escritorio, la escena que se está ejecutando en este preciso momento y claro, como no va a parecerle jocosa, si conoce a Julieta más que yo. Ella es una trabajadora de este lugar, es la secretaria de Rogelio desde hace cinco años, y como ya se habrán dado cuenta... está interesada en mí. 

Es rubia, joven y de piel bronceada. Tiene un rostro muy bello y tierno. No obstante, su comportamiento es irritante cuando se obsesiona con algo que no le es fácil conseguir a la primera.

Yo, por ejemplo.

No quiero ser cruel, pero no siento nada por ella. Absolutamente nada. Ni el más mínimo interés. Además, es una pesada y siempre busca la manera de tocarme, ¡y yo odio que me toquen!

A menos que sea Scarlett Johansson, sino no.

Se separa de mi cuello para verme, cautivada y embelesada, sus curiosos ojos analizan cada centímetro de mi rostro, como si fuera el mismísimo Henry Cavill que ha venido desde el Reino Unido, a pedirle matrimonio.

—¡Qué alegría verte por aquí, Estefano! —expresa, sonriéndome emocionada.

Bien por ella, no puedo decir lo mismo de mi parte.

Muestro una sonrisa falsa y saco sus brazos de mi cuello para adoptar una posición erguida y segura.

—Gracias, solo vine un momento —explico, arreglando mi casaca de jeans que acaba de arrugarse gracias a sus inquietas manos.

Le doy una mirada suplicante a Rogelio para que me libere de este incómodo momento. Él se pone de pie y camina hasta un armario que está al lado de un estante repleto de portafolios y saca de uno de los cajones dos carpetas. Las abre para cerciorarse de que sean las correctas.

—Ya, Julieta, vuelve a tus labores —le ordena con voz amable y la rubia bufa—. Necesito que revises y archives estos documentos —le entrega la carpeta y le hace una señal con la mano para que se retire.

Ella me mira apenada y se acerca rápidamente como un imán para besarme la mejilla nuevamente.

—Espero verte por aquí muy pronto —se despide antes de caminar hacia la puerta y encontrarse con Nicolás, que se encuentra de pie en el umbral. Se detiene a su lado y le pellizca una de sus mejillas—. ¡Hola, ternurita! —chilla aún con sus dedos en el rostro de mi hermano.

Nicolás hace un gesto de dolor antes de sobarse la mejilla.

En algo Julieta tiene razón, Nicolás posee cara de niño y eso hace que aparente tener menos edad de la que realmente tiene. Aparte, mantiene una perfecta piel, tan suave y delicada como trasero de bebé. Debería dar gracias que el acné no es un problema para él, porque en toda su adolescencia no he visto aparecer ningún grano en su rostro.

No puedo evitar mirar a mi hermano con expresión divertida mientras trata de aliviar el enrojecimiento que le ha dejado aquella muestra de encanto. Rogelio suelta una carcajada y niega con la cabeza.

—Bueno, necesito que le entregue esta carpeta a su padre —agrega facilitándome la segunda carpeta que sacó y la reviso rápidamente para ver de qué se trata. Son informes mensuales que ha redactado él.

Me pongo de pie y miro a Nicolás. El pobre aún sigue sobando su mejilla.

—Nicolás, ¿terminaste de ver todo en el establo? —le pregunto y asiente con una sonrisa adolorida—. Creo que es todo, nos tenemos que ir. —Le extiendo mi mano a Rogelio para estrecharla con la suya a modo de despedida. Nicolás hace lo propio y el patrón nos acompaña cordialmente hasta la entrada de la casa.

—Salude a su padre de mi parte —expresa, con una sonrisa afable.

—Gracias, Rogelio, nos vemos pronto. —Salimos de la oficina, seguidos de él y caminamos hacia la camioneta negra, que nos espera en el camino empedrado para llevarnos a la mansión. Peter se adelanta y me abre la puerta del copiloto—. Gracias, Peter —le agradezco a nuestro chofer antes de que la cierre.

Asiente satisfecho y rodea el capó del vehículo para tomar su ubicación en el asiento del conductor. Regreso la mirada hacia Rogelio, que aún permanece de pie a un lado y me despido de él con un movimiento de mano.

Suspiro aliviado cuando la camioneta cruza las rejas de la entrada.

¡Por fin salimos de aquí!

Durante el camino a casa, reviso mi móvil. Olvidé que lo puse en silencio para no interrumpir la visita y la plática con Rogelio, porque estaba seguro de que Marco volvería a llamar para fastidiarme, pero no, no tengo ninguna llamada perdida de él. Sin embargo, para mi mala suerte tengo como diez llamadas perdidas de mi padre.

¿Acaso este anciano no puede estar tranquilo al menos una hora?

Con notable fastidio en mi rostro, marco su número y miro por la ventana mientras espero que conteste. Ojalá no esté alterado.

—Estefano —atiende luego de la tercera timbrada—, ¿dónde te metiste que no respondes mis llamadas?

Tranquilo, Estefano, solo respira... Uno, dos, tres...

Suspiro cerrando los ojos para relajarme antes de responder.

—Padre... —Mi voz se escucha más como un regaño, así que decido modularla a un tono más neutral—. Estuve en la hacienda como lo ordenaste.

Lo oigo aclararse la garganta.

—¿Rogelio te entregó un archivo? —pregunta y reviso rápidamente lo que traigo en la mano.

—Así es... —confirmo y suspiro en silencio. Por un momento pensé que había olvidado la carpeta en la oficina.

—Está bien, déjalo en mi escritorio cuando llegues, por favor —se limita a decir y cuelga.

Pestañeo un par de veces y me quedo mirando la pantalla de mi móvil.

¿Me colgó?

¡¿Me colgó?!

"Sí, sí, ya, a la chingada", responde el Estefano de mi subconsciente. El que odia mis dramas.

Al llegar a la mansión, la camioneta se detiene en la entrada a esperar que abran la reja de seguridad. Luego que ingresa al patio principal, se estaciona en el atrio, frente a la puerta. Me quito el cinturón de seguridad y Peter se anticipa, abriéndome la puerta.

Peter es un muchacho de aproximadamente la misma edad que yo. Mi padre lo contrató como su chofer hace un buen tiempo, es una gran persona y se ha ganado el cariño de todos en la mansión. Aunque él y yo no somos amigos, debo admitir que me agrada y me cae súper bien. Cuando me lleva a algún lado, la mayor parte del camino nos la pasamos platicando de cosas de chicos, como videojuegos, chicas y partidos de la NBA.

—Gracias, Peter. —Palmeo su hombro y le muestro una sonrisa confiable.

—Joven Estefano, espere... —me detiene.

Vuelvo a revisar mis manos pensando que me he olvidado la carpeta en la camioneta, pero no, la tengo conmigo. Giro sobre mis talones para ver qué es lo que sucede.

—Dime, Peter —le digo mientras levanto las cejas para que continúe.

Saca del bolsillo interno de su saco, unas tarjetas blancas con diseños dorados en alto relieve. Nicolás cierra la puerta de la camioneta y se pone a la par mía.

—Disculpen mi atrevimiento, solo quería invitarlos a mi fiesta de cumpleaños, que será pasado mañana. —Nos entrega una tarjeta a cada uno—. Me haría muy feliz verlos ahí.

Uy, una fiesta.

Miro a mi hermano que tiene elevadas las comisuras de los labios, formando una sonrisita de entusiasmo. Le echo un vistazo a la tarjeta que tengo en manos antes de hablar:

—Claro que iremos y gracias por la invitación —le respondo, asintiendo feliz.

Debo confesar que, me ha tomado por sorpresa su inesperada invitación; no me la esperaba y está claro que Nicolás tampoco. Eso demuestra el gran aprecio que nos tiene Peter y para mí significa mucho que él desee que estemos ahí presente. Me entusiasma demasiado pensar lo buena que estará esa fiesta y ya estoy empezando a contar las horas y minutos para que llegue el día.

Peter sonríe satisfecho y vuelve hacia el vehículo mientras Nicolás y yo entramos a la casa. Sigrid se encuentra bordando en uno de los sofás de la sala y cuando nos ve entrar al salón principal, se acerca educadamente para recibirnos y preguntarnos si deseamos algo de tomar. Ambos negamos con la cabeza.

—Nicolás, tu mejilla está roja —dice y se acerca preocupada para revisarle el rostro al menor.

Él nos mira apenado por tener la piel muy delicada y suelto una risita malévola antes de acercarme a él y pellizcarle la mejilla que no tocó Julieta.

—¡Es que es tan tierno! —me burlo mientras Nicolás se queja de dolor y Sigrid me da una mirada seria, reprimiéndose las ganas de reír.

—Ya, no lo molestes, Estefano —me reprende dulcemente y ruedo los ojos.

—¡Peter nos invitó a su fiesta de cumpleaños! —comenta Nicolás, emocionado como un niño pequeño que ha sido invitado a una fiesta de disfraces.

La puerta principal de la casa se cierra de forma inesperada y la figura de papá se hace presente en la sala. La sonrisa que tenían Sigrid y Nicolás se desvanece y sus rostros toman una expresión de sorpresa y temor, como si acabaran de ver al mismísimo Chupacabras llegar a la mansión.

—¿Qué acabas de decir, Nicolás? —inquiere en un tono de voz inseguro, no ha logrado oír bien.

—Peter nos invitó a su fiesta de cumpleaños, padre — confirma Nicolás, algo nervioso. Papá entrecierra los ojos y alterna la mirada entre mi hermano y yo.

¿Qué hace aquí? Se supone que trabaja hasta la tarde y es casi mediodía.

Camina para acortar el espacio que nos separa de él y nos da una mirada de desconcierto. Se quita el saco, lo dobla y lo deja descansar sobre su brazo para luego soltar un suspiro de notable cansancio. Desde la última palabra de Nicolás, se ha creado un silencio sepulcral en la sala.

—Pues, no irán —impone, decidido, sin derecho a réplica.

Cierro mis manos, formando puños y frunzo el ceño para hacerle notar mi confusión.

—¿Qué tiene de malo en ir? —pregunto, cruzándome de brazos.

Se acerca y me habla en una postura autoritaria y firme:

—Porque no voy a permitir que mis hijos vayan a fiestas del personal que labora aquí —explica y alterna la vista entre Nicolás y yo otra vez.

Río sarcástico y me humedezco los labios.

—¿Y por qué no? —vuelvo a preguntar para obtener un buen argumento de su parte. Él rueda los ojos y suelta un bufido.

—Estefano, ¿cuántas veces te lo tengo que explicar? Peter es un buen muchacho, pero nuestra relación con él, es solo laboral; no pertenece a nuestro círculo amical. La verdad no sé qué harían ustedes en esa fiesta —manifiesta con antipatía—. Además, no es un secreto para nadie que en estas fiestas los chavales consumen alcohol y drogas hasta que terminan haciendo un espectáculo en la calle. ¡Y ni crean que yo iré a sacarlos de la estación de policía al día siguiente!

—¿No crees que estás exagerando, padre? La familia de Peter pertenece a una clase social media y viven en un hogar decente, no debajo de un puente —señalo con ironía—. Y no te preocupes que no irás a la estación de policía en nuestra busca, porque estaremos regresando temprano con el pan para el desayuno.

Vuelve a rodar los ojos antes de hacer un gesto de exasperación.

—¡Suficiente! —exclama y nos señala a ambos con su dedo índice—. ¡No irán! ¡Y es mi última palabra!

—¡Padre, ya no somos unos niños! ¡Tenemos derecho a ir a donde se nos dé la gana y juntarnos con quien nosotros queramos! —levanto la voz, pero parece no oír mis palabras y a oídos sordos, se retira del salón.

Me quedo de pie, mirando hacia algún punto fijo de la sala y escuchando sus pasos subir la escalera para dirigirse a su habitación. No sé cómo no pensé antes que, tal vez él no iba a estar de acuerdo con que asistamos a la fiesta, era muy obvio que se opondría. Sin embargo, esta vez será diferente. Iremos a esa fiesta a como dé lugar, así me desherede y me deje sin nada. No puedo seguir tolerando esta sobreprotección, me parece un comportamiento muy absurdo de su parte. Definitivamente, esta situación tiene que acabar lo más pronto posible.

Y de eso me voy a encargar yo.

Miro a Sigrid y a Nicolás, quienes tienen la cabeza inclinada en forma de aceptación a las palabras de mi padre.

—Sí iremos —hablo cuando escucho que papá cierra la puerta de su habitación. Nicolás y Sigrid se miran confundidos.

—Pero, Estefano, mi padre dijo que no —responde el menor.

Nicolás tiene temor de desobedecer a papá y no lo juzgo, pues todavía sigue siendo menor de edad y necesita autorización de él para todo lo que haga, tanto en la escuela, como en lo social. Me acerco a él y pongo mi mano sobre su hombro; es hora de ser el hermano mayor que debe dar el ejemplo.

—Él no tiene derecho a prohibirnos algo, además tenemos la mayoría de edad para ir a donde queramos. Bueno... tú cumples dieciocho en unos meses, pero ya estás grande. —Le doy unas palmaditas en el hombro.

Sin dejarlo negarse, camino hacia la escalera que conduce al segundo piso donde se encuentran las habitaciones. Gracias a mi altura, puedo subir con facilidad los escalones de dos en dos. Medir 1,85 metros de estatura es una gran ventaja, más cuando uso la rapidez a mi favor. Debo aceptar que no soy amante del gimnasio, pero sí del atletismo. En el sótano de la mansión, tenemos un espacio equipado con máquinas de correr y pesas, además cuento con un entrenador que contrató mi padre hace un par de años para que me asesore con las rutinas de ejercicio.

Entro en mi habitación y me dejo caer boca abajo sobre la cama. Cierro mis ojos para aliviar esa tensión que me acaba de provocar la discusión con mi padre. De verdad quiero ir a esa fiesta, no he ido a muchas desde que ingresé y terminé la universidad. Solo me dediqué a estudiar día, tarde y noche y ya me hace falta una buena fiesta ahora que no tengo esas responsabilidades.

El timbre de la casa suena, rompiendo ese relajante momento de reflexión que he iniciado conmigo mismo. A los pocos segundos se escucha los pasos en el pasillo y cuando alguien toca la puerta de mi habitación, suelto un quejido ahogado, con mi cara estampada en la almohada.

Marco.

Me pongo de pie y me acomodo la ropa antes de abrir la puerta. Él me mira de pies a cabeza y lleva su mano hacia el mentón, como si estuviera pensando algo.

—Perdón, ¿interrumpo la siesta del príncipe? —se mofa con una falsa expresión de preocupación en el rostro. Su tono burlesco me hace darle un pequeño golpe en el brazo—. ¡Joder! —se queja, imitando mi español.


***


Mi corazón se empieza a acelerar por la adrenalina, estoy a punto de llegar al arco contrario y esta es mi última oportunidad para desempatar. Presiono el botón del mando para que mi jugador patee el balón y espero, mirando atento, el recorrido que realiza antes de caer dentro del arco.

—¡¡¡Gol!!! —grito poniéndome de pie ante la mirada fulminante de Marco.

Hago un gracioso baile de la victoria cuando el cronómetro anuncia el final del partido. Marco bufa y lanza el control por alguna parte del sofá.

—¡Fuck! —suelta y me recuerda a un niño pequeño cuando no sabe perder.

Empiezo a reír hasta que de pronto, una idea viene a mi mente. Suelo tener ideas fantásticas cuando estoy en mis mejores momentos. Y ahora, luego de haber derrotado a Marco en el videojuego, es un buen momento donde me surge la lluvia de ideas.

Apago la PlayStation y me vuelvo hacia él.

—¿Qué harás pasado mañana en la noche? —pregunto con ilusión, esperando que responda con un "nada".

Marco me queda mirando con el ceño fruncido. Mi mejor amigo me conoce muy bien para saber que estoy planeando algo que lo va a involucrar.

—¿Ahora que estás tramando? —Hace un gesto con la palma de la mano como si estuviera deteniendo algo. Suelto una risita malévola y me siento en el sofá.

—¿Por qué siempre que tengo una idea piensas que es algo malo? —inquiero y lo veo cruzarse de brazos.

Doy unas palmaditas al sofá, invitándolo a que se siente a mi lado. Me obedece.

—Porque siempre que tienes esa mirada tramas algo y luego nos metes en problemas con nuestros padres. —Me señala con su dedo índice, acusándome. Me hago el ofendido y Marco bufa para luego agregar—: Bien, ¿en qué te puedo ayudar?

Me acerco y lo abrazo fuerte, con la intención de dejarlo sin aire.

—¡Ese es mi mejor amigo! —exclamo, haciéndolo sentir alguien importante antes de lanzar el plan—. Necesito ir a una fiesta pasado mañana con Nicolás.

Entrecierra los ojos y luego se acaricia la barbilla para darle intriga al asunto. Es algo sarcástico, una característica muy común en él y es gracioso cuando lo hace, a veces.

—Déjame adivinar... —Se pone en una posición erguida, como si él dominara la situación—. Tu padre no te deja ir —dice obvio.

Este chico sí que se percata de todo.

Suelto una risa como si lo que acaba de decir fuera una broma, pero me pongo serio al recordar que no lo es.

—Así es. —Asiento, avergonzándome de mí mismo.

Bufa nuevamente y se pone de pie. Con una postura de superioridad, me mira inquisitivo, como si se tratase de una mamá que va a castigar a su hijo. Estoy listo para el sermón que vendrá a continuación.

—Estefano... ¿Hasta cuando vas a soportar que tu padre te siga diciendo lo que tienes que hacer? —me reprende.

Soy directo, no me gusta oír lo mismo varias veces y más aún cuando tengo las manos atadas en la situación. Me causa más impotencia de la que ya tengo. Harto de las mismas quejas y reproches de siempre, me pongo de pie también y lo interrumpo.

—Bueno, ¿me vas a ayudar o no? —pregunto con mi paciencia a punto de agotarse.

Marco rueda los ojos y se lleva las manos a la cadera. Estoy empezando a creer que es una mala idea meterlo en esto, pero no cuento con nadie más para armar mi plan de escape a la fiesta, porque sí, será un escape para no levantar sospechas.

Lo veo asentir y eso de alguna u otra manera me reconforta.

—¿Y cuál es tu plan? —Me mira atento mientras me preparo para explicarle lo que tengo en mente.

Le hago un gesto con las manos para que tomemos asiento y me acerco un poco a su oído para evitar que me oigan desde el pasillo.

—Es lo siguiente...


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¡Gracias por sus votos y comentarios en el capítulo anterior! La verdad no creí que esta historia tuviera tanto cariño y no saben lo feliz que me hacen con sus palabras.

Los quiero. ❤


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