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19

Quédate conmigo, por favor


NAREL.

Hago la misma rutina de todas las mañanas: me aseo, me visto y salgo hacia el trabajo con una sonrisa para iniciar mi día con positividad.

Los Arnez me han tomado bastante cariño, en especial Sigrid y el señor Antonio. Me siento muy cómoda laborando en su mansión, tanto que hasta me entra algo de tristeza cuando recuerdo que cada vez falta menos para que termine mi trabajo ahí.

Aunque suene muy precipitado, se han convertido en mi segunda familia.

Siento al señor Antonio como el abuelo que nunca tuve y a Sigrid como una segunda madre. Ella es una de las mujeres más dulces y amables que he conocido en mi vida. Por otro lado, Nicolás y yo hemos roto el hielo y la mayor parte de las tardes mientras su padre descansa, vemos películas en Netflix o jugamos videojuegos.

Y Estefano...

Creo que él será una de las personas que más extrañaré. Tenemos muchas cosas en común y cuando estoy junto a él, las risas y la diversión nunca terminan. Es uno de los mejores amigos que tengo ahora, la confianza que hemos entablado en tan poco tiempo lo hace alguien muy especial para mí. Espero que nuestra amistad continúe después de que deje la mansión.

Los extrañaré mucho.

Cuando me encuentro frente a la gran mansión Arnez, no puedo evitar soltar un suspiro mientras dirijo mi atención a unas de las ventanas que se abre. Aparece Sigrid en ella, regando las flores que cuelgan de un macetero debajo del marco. Me saluda con una sonrisa a la vez que le devuelvo el saludo con la mano y camino hacia la puerta de entrada. La señora de servicio me da la bienvenida cuando la abre y me invita a entrar.

—Buenos días, Narel —me recibe Sigrid, apareciendo en la sala.

—Buen día, Sigrid —respondo mientras la acompaño hacia el comedor.

Al llegar, tomo asiento en la mesa y espero a que Sigrid regrese con el desayuno que me ha preparado hoy.

—Gracias —digo cuando me sirve el café y vuelve a la cocina para dejar la cafetera.

La voz de Estefano se oye desde la sala y rápidamente aparece entrando al comedor con prisa. Nuestras miradas se cruzan y lo saludo con una sonrisa de boca cerrada.

—Llego tarde —me explica, apresurado, tomando una manzana de la mesa y asiento—. Ten un lindo día. —Me guiña un ojo antes de salir, pero no me da tiempo de responder, pues abandona el lugar mientras el "tú también" sale de mis labios.

Me quedo mirando la puerta por donde acaba de salir el mayor de los hermanos Arnez.

—¿Bajó Estefano? —pregunta Sigrid cuando regresa y coge un mantel de tela para secarse las manos.

Asiento dándole un sorbo a mi café.

—Hace un momento —confirmo.

Suelta un sonoro suspiro.

—Se olvidó de llevar su almuerzo. —Señala un táper de acero que se encuentra sobre la mesa.

El señor Antonio entra sonriente a la cocina y nos saluda con un movimiento de mano. Veo que hoy se ha levantado de buen humor. Sigrid y yo le damos la bienvenida de la misma manera, con una ancha sonrisa.

—Buenos días —saluda educadamente—. ¿Pasa algo, Sigrid? Te noto preocupada —pregunta, tomando asiento en la mesa, frente a mí.

—Estefano olvidó su almuerzo —le comenta ella.

Él asiente, comprendiendo.

—Ay, ese muchacho se quedó dormido de nuevo. —Niega con la cabeza—. No hay problema, Sigrid, Narel puede llevárselo. —Me mira—. Le diré a mi chofer que te lleve a la hora del almuerzo, ¿vale? —indica.

—Pero... —inicio diciendo y me interrumpe, haciendo un ademán para restar importancia.

—No te preocupes, puedes ir y luego regresas —me asegura en un tono tan comprensible que no puedo negarme—. Además, aprovecha en conocer la empresa. —Muestra una sonrisa de boca cerrada.

—Está bien —acepto, dándole otro sorbo a mi taza de café.

La mañana transcurre con tranquilidad, el señor cuenta los días para volver a trabajar a su empresa, ya que teme que su hijo la esté llevando a la quiebra. Me río al escuchar eso y le respondo que solo debe tener confianza en él. Sé que es muy aburrido estar en casa sin poder hacer nada, pero debe cumplir con los días de descanso establecidos por el doctor.

Entre tanta plática se termina quedando dormido. Lo dejo descansar y cierro la puerta de su habitación. Bajo a la sala y acompaño a Sigrid, que está terminando de bordar unas fundas de almohadas. Me acurruco en el sofá que es tan caliente y descanso un rato mientras reviso el celular. El día está caluroso, pero debo admitir que la calefacción que tiene la casa, me congela un poco.

La puerta se abre y la silueta del menor de los Arnez se hace presente en la entrada. Se escucha un portazo y ambas giramos rápidamente.

—¿Llegaste tan pronto? —le pregunta Sigrid cuando él camina de manera rápida hacia la escalera.

Su respuesta tarda en llegar.

—Sí. —El quiebre en su voz hace notar que estuvo llorando. Sube las escaleras a toda prisa con su mochila colgada sobre uno de sus hombros y desaparece tan rápido como si alguien lo estuviera persiguiendo.

Sigrid me da una mirada de preocupación. Yo estoy igual que ella, desconcertada.

¿Qué le ha ocurrido a Nico?

—Iré a hablar con él —ofrezco y ella asiente.

Quizá no sea la mejor amiga de Nicolás, pero el cariño que hemos ganado me hace preocuparme por él. Es una gran persona, nunca está de mal humor ni triste; es raro verlo así. Cuando llego a la puerta de su habitación, inhalo un poco de aire y tomo la valentía suficiente para dar dos toques en ella.

—Adelante —responde del otro lado.

Abro despacio y me asomo por el umbral de la puerta.

—Soy yo. —Le sonrío tímidamente—. ¿Puedo pasar? —Él está sentado en su cama, su mirada se ve tan débil como si le hubieran dicho algo que lo destruyó por completo.

Los bordes de sus ojos están rojos al igual que su nariz y sus labios. Asiente tiernamente y a la velocidad de la luz, se levanta de la cama mientras cierro la puerta y corre hacia mí para abrazarme.

¡Oh, Dios!

Recibo su abrazo y puedo sentir su vulnerabilidad a flor de piel.

—Okey, tranquilo, por favor. —Acaricio su cabello castaño mientras empieza a sollozar en mi hombro. Espero a que se tranquilice antes de tomar su mano y guiarlo al borde de la cama para que se siente—: ¿Fue algo que pasó en la escuela? —pregunto cuando nos separamos.

Agacha la cabeza y hace un gesto de decepción.

—Sí —musita, limpiándose las lágrimas con el dorso de su mano—. Me acaban de romper el corazón —confiesa, apretando los labios para no volver a llorar.

Oh, ya veo por dónde va esto.

Adopto una posición cómoda para entrar en modo psicóloga y así poder ayudarlo. Dar consejos en este tipo de casos es mi especialidad.



***


Me encuentro camino a la empresa, llevando el almuerzo para Estefano. Es casi mediodía y le pido a Peter que, por favor, llame a la mansión para saber cómo está Nicolás. Me quedo más tranquila cuando Sigrid nos responde al instante y asegura que está bien. Se ha quedado dormido luego de almorzar.

La camioneta pasa por el centro de la ciudad. Puedo ver por la ventana a los demás autos que recorren la autopista por la que vamos hacia la empresa. El cielo está soleado y los árboles se encargan de alegrar el paisaje con su verdor. El verano aún no parece despedirse y yo espero que lo haga pronto porque de verdad odio el sol. Prefiero el invierno, aunque me muera congelada.

Entramos a un gran estacionamiento donde hay un montón de coches y camionetas lujosas.

—Llegamos —avisa Peter, mirándome a través del espejo retrovisor.

Asiento.

—Okey, me esperas, por favor —le pido antes de salir.

—¿Te dejo dices? —bromea entre risas y se queja cuando le doy un golpecito en su hombro para que no lo haga ni de broma.

El enorme edificio que se impone frente a mí, hace que me de vértigo al mirarlo. ¿Cuántos pisos tiene? Juraría que esta construcción se puede ver desde el techo de la mansión Arnez. Camino hacia la puerta y el joven que está encargado de abrirla me da la bienvenida.

El interior de la recepción es demasiado lujoso. El tapiz de la pared es blanco y está iluminado con elegantes y grandes candelabros que cuelgan del techo. El piso es de un cerámico muy bonito, es tan brilloso que puedo ver mi reflejo en él.

Alguien se aclara la garganta a mi lado, sacándome de mi asombro.

—¿Te puedo ayudar en algo? —Una señora de cabello negro corto me mira, atenta, detrás de un elegante mostrador de mármol.

—Buenas tardes —saludo—. Estoy buscando a Estefano.

La mujer me mira, ceñuda y extrañada a la vez.

—¿Estefano... Arnez? —pregunta no muy convencida.

—Sí. —Asiento y me observa de pies a cabeza, confundida. Le devuelvo la misma mirada.

—¿Tiene alguna cita reservada? —vuelve a preguntar, dudosa, antes de coger el teléfono que tiene bajo el mostrador.

—Vengo a dejarle su almuerzo. —Le enseño la bolsa del táper que tengo en mano.

Asiente sin convencerse del todo y marca un número en el teléfono mientras me vuelve a mirar de manera rara.

—Daniela, hay una señorita vestida de enfermera que está buscando al joven Estefano. —Me da otra mirada rápida y empiezo a sentirme incómoda. Quizá piensa que la estoy engañando—. Okey, ahí la mando —Cuelga y me mira de inmediato—. Sube al piso 20. Ahí te va a recibir la secretaria del señor Arnez —me indica, señalando con su mano el ascensor.

—Gracias —digo fingiendo una sonrisa.

Entro al ascensor que está al lado del mostrador y marco el botón del piso 20. Las puertas se cierran y bufo de estrés por el momento tenso que acabo de pasar. ¿Cómo pueden tener una recepcionista así? Estoy segura de que no soy la única persona a la que esa mujer ha mirado de ese modo.

Las puertas se abren y la luz que entra por el gran ventanal que hay enfrente, me causa un poco de sensibilidad después de haber estado en la oscuridad del ascensor. Pestañeo un par de veces para adaptarme a la luz mientras una figura femenina se acerca a recibirme cuando salgo.

—Hola —la escucho decir.

—Hola —saludo, tímida con una sonrisa de boca cerrada. No sé si he llegado al piso correcto.

La chica es realmente hermosa. La quedo mirando de pies a cabeza. Es delgada, alta, de piel bronceada y su hermoso cabello negro está perfectamente planchado. Tiene rasgos latinos, así que deduzco de inmediato que no es originaria de aquí.

—¿En qué te puedo ayudar? —Ladea la cabeza mientras espera una respuesta.

—Traigo el almuerzo para Estefano. Lo olvidó en casa. —explico, señalando el táper que tengo en manos.

—Okey, dame un segundo —indica antes de tocar la puerta de la oficina que tiene una placa dorada en la que dice: Gerente general.

Ingresa y se escucha un pequeño murmullo, hasta que finalmente se hace a un lado para dejarme pasar.

Coloco mi cabello detrás de mi oreja mientras ingreso a la oficina. La cara de confusión de Estefano desaparece cuando me ve y se transforma en una sonrisa tan agradable que no sé por qué, pero me hace sentir protegida y segura luego de todas esas miradas anteriores que he recibido desde que llegué.

—¡Hey! —exclama con un brillo en sus ojos que hace notar lo sorprendido y feliz que está de verme aquí.

—Hola —saludo, acercándome hasta su escritorio a la vez que observo su oficina disimuladamente. Es toda de color blanco: las paredes, el techo y el piso.

Los muebles y estantes son muy modernos y elegantes. Sobre su escritorio hay algunas carpetas y una laptop que se encuentra encendida. Al lado derecho hay un enorme ventanal, parecido al que está afuera.

Creo que esta es la oficina más lujosa y preciosa que he visto.

Noto que la secretaria aún sigue mirando todo desde atrás. Estefano parece darse cuenta y su mirada apenada me confirma la acción.

—Gracias, Daniela, ya puedes retirarte —le dice amablemente. Ella asiente y sale, cerrando la puerta—. ¿Qué te trae por acá, Narel?

—Alguien olvidó su almuerzo en casa —bromeo, dejando la bolsa sobre su escritorio.

Él se sonroja.

—Lo sé, soy un poco distraído —declara.

—¿Un poco? —pregunto y me mira, divertido.

—Ya, vale, mucho. —Levanta los brazos, rindiéndose. Es una discusión que no iba a ganar.

—¿Ya te lavaste las manos? —pregunto nuevamente mientras abro el táper de comida.

Me mira tal cual niño hambriento.

—Me las acabo de lavar.

Llevo mis manos a la cintura.

—¿De verdad? —inquiero y lo veo asentir con temor—. Muéstralas.

Me las enseña con una mirada tímida. Están muy secas como para haberlas lavado hace poco. Le doy una mirada autoritaria para que lo haga.

—Okey, ya voy. —Se pone de pie.

No puedo evitar soltar una sonrisa triunfadora cuando lo veo entrar a su pequeño, pero lujoso baño. Abre la llave del agua y se refriega con jabón líquido que saca de una máquina de acero.

—Listo. —Sale secándose las manos con una toalla limpia de papel. Toma asiento y ahora sí le doy su comida.

—Bueno, debo irme —informo, mirando la hora en mi celular—. Espero disfrutes tu almuerzo. Nos vemos después.

—Espera —me detiene cuando empiezo a caminar con dirección a la puerta—. Quédate conmigo, por favor.

Lo miro algo extrañada, pero debo admitir que la forma en la que me lo pide me conmueve.

—¿Para...? —inquiero y su mirada se escapa de la mía, buscando una respuesta en algún punto de su oficina.

—No sé —contesta.

Mi ceño se frunce.

—¿No lo sabes?

Me mira de nuevo.

—La verdad, no —admite.

—No puedo quedarme, Peter está esperando afuera —le comento.

Lo veo coger su teléfono y marcar un número.

—¿Aló, Peter? —lo nombra cuando mi amigo contesta del otro lado. Me cruzo de brazos para oír esa conversación—. Narel se quedará un momento. Vuelve a la mansión... okey, gracias. —Cuelga.

—¿Qué? ¡No! Estefano, tengo que volver con tu padre. —Me empiezo a preocupar. No quiero que el señor piense que estoy abusando de su confianza.

—Tranquila, eso se soluciona con otra llamada. —Marca de nuevo—. ¿Hola? Sigrid...

Este chico me hace reír en silencio.

Luego del par de llamadas, acepto quedarme mientras lo veo almorzar. Me ofrece sentarme delante de él para que lo acompañe y tomo asiento en uno de los sofás que hay en la oficina. Me da miradas rápidas de vez en cuando, que puedo pillar a través del rabillo de mi ojo.

Cuando termina, se limpia los labios con una servilleta que saca de su escritorio. Me pongo de pie para ayudarlo a guardar todo en la bolsa que traje. Aprovecho cuando está distraído para darle una mirada y descubro que hay algo raro en su rostro. Entorno los ojos, analizándolo.

—Aún tienes una mancha ahí —aviso, señalando con mi dedo índice.

Me mira.

—¿Dónde?

No sé cómo ni cuándo, pero ya estoy delante de él con la servilleta en mano ayudándolo a limpiar la mancha que tiene al lado del labio superior.

—Aquí. —Paso suavemente la servilleta por encima de sus labios mientras su piel se estremece con el roce del papel.

Su piel es perfecta, sin ninguna marca de acné. Sus cejas son muy pobladas, sus ojos son de color hazel con tonos verdes, a diferencia de los míos que son de color café. Su cabello se enreda perfectamente arriba de su frente en hermosos rizos definidos que me provocan enredarlos en mi dedo.

Salgo del trance en el que me ha dejado la belleza de este chico y vuelvo a mi lugar.

—Me han dicho muchas veces que mis ojos son muy bonitos... ¿No crees? —comenta, frunciendo los labios.

—¿Ah, sí? —pregunto, disimulando no haber prestado atención.

Asiente convencido, alzando las cejas.

—Después de ese profundo escaneo que me acabas de hacer lo debes haber notado —manifiesta con una sonrisa ladina.

La sangre sube a mi cara, haciendo que me sonroje y decido cambiar de tema para hacer que desaparezca el color de mis mejillas.

—¿Qué haré toda la tarde aquí? —pregunto y se levanta de su escritorio. Camina hacia donde estoy.

—Puedo darte un tour por todo el edificio.

Me cruzo de brazos nuevamente.

—¿Tengo que reservar una cita para hacerlo? —pregunto, irónica y frunce el ceño.

—¿Cómo dijiste? —inquiere con los labios entreabiertos.

Me encojo de hombros con los brazos cruzados sobre mi pecho.

—La recepcionista del primer piso me preguntó si había reservado una cita cuando le pregunté por ti —le comento con pesar.

Suspira mientras niega con la cabeza.

—Ven, sígueme. —Me hace un gesto con la mano para que lo siga.

—¿A dónde?

—Tú solo sígueme, Narel —indica, caminando hacia la puerta. Pongo los ojos en blanco y camino detrás de él.

Salimos de su oficina y le dice en español a la chica que regresaremos en un momento, mientras ella me mira con recelo. Lo sabía, era latina. Entramos en el ascensor y las puertas se cierran, dejándonos solos en la casi oscuridad. Lo único que nos ilumina son las luces amarillas de los botones.

Puedo ver sus ojos brillar mientras el mecanismo se mueve, haciéndonos descender. En menos de un minuto estamos nuevamente en el primer piso y las puertas se abren. Salimos al mismo tiempo y me lleva hacia donde está la recepcionista que me recibió primero.

—Hola, Mónica —le saluda Estefano, deteniéndose frente al mostrador donde está la mujer, revisando su celular—. Te presento a Narel, una amiga de la familia.

Ella quita los ojos de la pantalla de su dispositivo y alterna la mirada entre los dos.

—Mucho gusto, señorita —saluda educadamente.

—Igualmente —respondo, fingiendo una sonrisa de boca cerrada.

—Cuando Narel requiera verme, la dejas pasar y Daniela la recibirá —ordena y ella asiente con una postura erguida—. No necesita reservar una cita.

Mónica se sonroja un poco por la indirecta, pero muy directa llamada de atención de Estefano.

—De acuerdo, señor Arnez. —Asiente algo avergonzada y Estefano me hace otro gesto con la mano para regresar por donde vinimos.

Luego de un pequeño tour por todo el edificio, llega la hora en la que él debe retirarse a casa. Alista sus cosas y bajamos con dirección a la entrada principal para ir al estacionamiento donde se encuentra aparcada su camioneta. Estefano me lleva a la mansión para recoger mis cosas antes de irme a casa. Le pido que me espere unos minutos y aprovecho en ir a buscar a Nicolás para ver cómo está. Se encuentra tranquilo y ya está sonriendo como antes, pero aún siente tristeza por lo ocurrido. Me despido y le digo que mañana vendré para hablar de nuevo. Él acepta y le doy un beso en la mejilla antes de salir de su habitación.

Para cuando llegamos a mi vecindario, luego de casi veinte minutos de camino, el cielo ya ha tomado un color azul oscuro y las calles nos reciben con los faroles y las lucen de los jardines, encendidas. Estefano estaciona su camioneta a un lado de la calle y sale para abrirme la puerta como todo un caballero, pero cuando llega, ya estoy fuera.

—¿Qué pensabas hacer? —pregunto, divertida, cruzándome de brazos.

Levanta las manos en señal de inocencia y hace un mohín.

—Está bien... —sonríe—. Perdone usted por querer ser caballero. —Baja la cabeza haciéndose el triste.

Pongo los ojos en blanco.

—Gracias por traerme y por el tour en la empresa. Me gustó mucho —confieso, dándole pulgares arriba.

Asiente y se acerca para despedirse con un beso en la mejilla.

Espero a que su camioneta desaparezca al final de la calle para caminar hasta la puerta e ingresar a casa. Sin embargo, me detengo en el umbral al sentir que mi celular vibra en mi bolsillo, anunciando una llamada entrante.

El nombre del señor Antonio se muestra en la pantalla y sin pensarlo, me llevo el dispositivo a la oreja para contestar.

—Buenas tardes, señor Antonio —respondo mientras ingreso a casa y cierro la puerta. Tito corre hacia mí y me pongo de cuclillas para acariciarlo.

—Hola, Narel —saluda él del otro lado de la línea telefónica—. Llamaba para decirte que ya mañana no es necesario que vengas. El doctor Morgan me acaba de dar el visto bueno para que regrese a trabajar...

Una sonrisa triste se dibuja en mi rostro y me quedo mirando a un punto fijo de la sala. Siento que una sensación de pena me atraviesa el pecho al darme cuenta de que me he encariñado mucho con los Arnez y que ahora me resulta un poco difícil este momento. Sin embargo, sabía que tenía que estar preparada desde un principio porque ese trabajo era temporal y tarde o temprano volvería a la clínica.

El señor Antonio sigue hablándome en la llamada.

—Cuídate mucho, Narel. Espero verte pronto —dice con una amable voz que me toca el corazón.

Aprieto los labios y respiro antes de responderle también:

—Hasta pronto, señor Antonio. Gracias por todo.   


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