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18

¡Qué muchacho para más guapo!


ESTEFANO.

Cuando llego a la habitación de papá, él y Narel están hablando sobre la barbacoa del 4 de julio y se separan al verme. Ella me mira y me da la bienvenida con una sonrisa de boca cerrada.

Se han hecho muy amigos y me sorprende lo amable que es papá con ella. La trata casi igual que a Sigrid, muy diferente al trato que les da a las otras trabajadoras del personal de servicio. Con ellas es más profesional y serio.

—Es hora de ir a casa —le recuerdo a Narel, haciendo un gesto con la cabeza para irnos. Asiente y se vuelve hacia mi padre.

—Fue un placer hablar con usted —confiesa con gratitud.

Papá toma una de sus manos y le sonríe.

—Gracias a ti por escuchar a este viejo —bromea y Narel niega con la cabeza.

"Oh, sí que está viejo", se burla el pequeño Estefano de mi subconsciente.

—Nos vemos mañana —se despiden moviendo las manos mientras Narel se lleva la mochila al hombro y sale de la habitación.

Se me hace muy raro que mi padre se relacione amablemente con sus trabajadores, siempre se muestra muy profesional y sin ningún tipo de confianza hacia ellos a excepción de Sigrid, pues él sabe que ella es como una madre para nosotros, pero con Narel es diferente. Ella es muy dulce que hasta mi padre se derrite de ternura y la trata como si fuera su hija.

Bajamos las escaleras y en la entrada me adelanto para abrirle la puerta. Salimos de la casa y me apresuro nuevamente a abrirle la puerta de la camioneta mientras me fulmina con una divertida mirada. Me dijo que podía abrirla por su cuenta, pero igual me gusta hacerla enojar. Se ve muy graciosa cuando lo hace.

Ya dentro del vehículo, enciendo la radio para que el trayecto no sea aburrido y mi camioneta nuevamente es un karaoke rodante. Me gusta que tengamos la música como algo en común, pues para mí la música es una de las formas más bellas de expresar nuestras emociones.

El vecindario donde vive Narel parece un pequeño paraíso. Está muy bien decorado, tiene jardines verdes llenos de flores y árboles de gran altura que me recuerdan al parque residencial que hay cerca a la mansión. Sin duda soy amante de los lugares que tienen muchas plantas y flores.

Recuerdo que en la mansión hay un pequeño huerto de árboles, en el que me gustaba jugar a las escondidas con Nicolás cuando éramos niños. No puedo evitar sentir un escalofrío recorrerme la espalda cuando también recuerdo que mi hermano decía ver una niña de vestido banco y jugar con ella en ese lugar. Lo sé, es algo creepy, pero el inocente de mi hermano a esa edad qué iba a saber que estaba socializando con el alma de una muertita. Por mi parte, yo no regresé a esa huerta luego de oír las declaraciones de Nicolás. Eso hizo que mi padre se trajera al sacerdote de la iglesia más cercana para que bendijera la huerta, pero ni con eso mi hermano dejó de ver a la niña.

Qué chiquita para más castrosa, por Dios.

Cuando estaciono al lado de la vereda, hay una mujer sentada en las gradas que dan a la puerta de la casa de Narel.

—¿Hay alguien esperando? —pregunto, mirando a través de la ventana del acompañante.

Se quita rápidamente el cinturón.

—Es mi madre. —Sale de la camioneta y me hace un gesto para que la espere, pero pienso que quizá pueden necesitar ayuda, así que me quito el cinturón y salgo del vehículo también. La señora me mira a la vez que se pone de pie y Narel se vuelve hacia mí cuando llego y me detengo a su lado—. Mamá, él es Estefano —nos presenta—. Es el hijo del señor Antonio.

Me acerco y la saludo con un beso en la mejilla mientras me regala una cordial sonrisa.

—Mucho gusto —digo educadamente.

—Soy Alicia, el gusto es todo mío. —Su tono de voz es muy agradable. Por un momento pienso en mi madre y en lo mucho que me gustaría tener momentos así con ella, presentándole amigos que llegan a visitarme a la mansión—. ¡Qué muchacho para más guapo! —me piropea y no puedo evitar sonrojarme y reír por el cumplido que me acaba de hacer la mamá de Narel.

—¡Mamá! —la reprende y noto que ahora la sonrojada es ella.

—No pasa nada. —Le muestro una sonrisa de boca cerrada a Alicia—. Usted también es hermosa —agrego, regresándole el cumplido.

—Mi madre olvidó sus llaves en casa —explica Narel a la vez que busca sus llaves dentro de su bolso.

Su mamá asiente y nos mira apenada a ambos.

—Oh, entiendo —respondo con un corto asentimiento de cabeza.

—Quédate a cenar con nosotras —me invita Alicia mientras hace un gesto para que ingresemos a la casa. 

Miro a Narel que está algo en shock por la petición que me acaba de hacer su madre. Se muerde el labio, esperando una respuesta de mi parte. Miro nuevamente a su madre que también espera mi respuesta.

—Está bien —acepto no tan seguro a la vez que la madre de Narel abre la puerta con las llaves que le acaba de prestar su hija.

Es muy amable de parte de la señora invitarme a cenar, aun cuando recién me conoce, pero no quiero que Narel se incomode. Le doy un vistazo a mi amiga, se ha cruzado de brazos.

—Lo siento, ella es así, a veces es muy amiguera —comenta.

—Está bien, tranquila. —Le toco el hombro con una mano y lo acaricio con mi pulgar—. Avisaré a Sigrid para que no me espere.

Aseguro las puertas de mi camioneta mientras Narel me espera en la entrada, haciéndose una coleta con su cabello. Pongo la alarma y regreso hacia donde está.

—Te quiero presentar a alguien. —Me guía por la entrada, se le ve contenta y por un momento pienso que tiene un hermano, pero creo saber de qué se trata cuando escucho unos ladridos dentro. Un perro labrador se nos acerca moviendo su cola a la vez que Narel se pone cuclillas para acariciarlo—. Él es Tito, nuestro engreído —El perro se acerca a mi mano y la olfatea mientras acaricio su cabeza con algo de temor.

A diferencia de mi hermano, no soy muy amigo de los animales. En especial de los perros grandes, porque tengo miedo de que me muerda o algo así. Prácticamente soy un extraño en esta casa y el perro puede estar a la defensiva.

Ingresamos y Narel me dice que irá a su habitación a cambiarse mientras yo me quedo en la sala con Tito. Me siento en uno de los sofás, no sin antes mirar si está limpio. No quiero ensuciar o llenar de pelos de perro mi traje del trabajo. Saco mi móvil para revisar mis redes y Tito se echa a un lado de mis pies. Me mira muy tierno con sus ojos oscuros, le devuelvo la mirada y no puedo evitar sonreír cuando el sonido de las notificaciones de mi móvil lo asustan.

Llamo a Sigrid y le digo que no llegaré a cenar. Me dice que me cuide y que maneje con cuidado al regresar. Le agradezco por su preocupación antes de colgar. Narel regresa a la sala con nosotros, se ha cambiado su traje de trabajo por un polo ajustado de color blanco que resalta su esbelta figura y unos vaqueros rosados.

Se ve bien.

—Voy a dejar a Tito en el patio trasero. A mi madre no le gusta que esté en la casa cuando hay visitas —explica mientras la miro atento y asiento.

—Entiendo, pero por mí no hay problema. —Me encojo de hombros.

Niega con la cabeza y desaparece seguida de Tito por un pasillo. Miro a mi alrededor para apreciar la decoración de la sala; no me había dado cuenta de que al lado del sofá hay una pequeña mesita blanca con adornos y cuadros pequeños. Uno de ellos tiene la foto de una niña en el día de su bautizo.

Narel regresa y me pilla con el portarretrato en mano. Le doy una mirada divertida al ver que se ha sonrojado.

—¿Eres tú? —pregunto, curioso, girando la foto.

—Sí. —Asiente algo avergonzada y le doy otra mirada rápida.

—Sigues teniendo los mismos ojos —expreso y me siento en el sofá de nuevo mientras saco mi billetera del bolsillo de mi pantalón.

—Sí, al parecer no he cambiado mucho cuando crecí. —Se sienta a mi lado, dejando una pequeña distancia entre nosotros.

Busco en mi billetera una foto mía.

—Este era yo de niño —indico, pasándole la foto para que la observe más de cerca. 

Es una foto de cuando tenía cinco años, donde visto un pequeño overol de jeans y un polo rojo. Por el fondo que aparece, deduzco que ha sido tomada en la hacienda.

—Qué lindo —dice mirando la foto con ternura.

—Yo sí cambié o al menos eso creo —admito, encogiéndome de hombros.

Nuestras miradas se cruzan de repente. Todo se queda en silencio por unos segundos. Solo somos ella y yo, mirándonos como si tratáramos de leer lo que quieren comunicar nuestros ojos.

Hasta que el ruido de algo cayendo en la cocina, hace que nuestro contacto visual se corte bruscamente.

—Voy a ayudar a mamá. —Se pone de pie—. ¿Vamos?

Asiento poniéndome de pie también y la sigo hasta donde está su madre, buscando unos ingredientes en las vitrinas de madera.

—Haré tallarines en salsa de tomate —comenta y agrega los tallarines a la olla.

—¿Ayudo en algo? —ofrezco amablemente.

—No es necesario —dice sonriéndome mientras corta los tomates—. No quiero que ensucies tu traje. Además, eres nuestro invitado. —Le doy una pequeña sonrisa, asintiendo—. Pueden ir a ver televisión a la vez que yo preparo la cena. —Se limpia las manos en el delantal que trae puesto.

Asentimos y sigo a Narel de vuelta a la sala. Me siento en el sofá mientras ella prende el televisor.

—¿Deseas algo de tomar? —me pregunta.

—Solo un vaso de agua, por favor —contesto y me entrega el control de la televisión.

—Anda entrando a Netflix —me dice antes de irse.

Ingreso a Netflix y busco las películas más recientes. Regresa al instante con un vaso de agua sobre un plato y le agradezco cuando lo recibo en mis manos. Le devuelvo el control del televisor cuando la lista de películas en Netflix aparece en la pantalla.

—¿Qué deseas ver? —inquiere, dándome un vistazo rápido.

—Una que no sea de terror —respondo, irónico y me mira, divertida.

—Sí porque no queremos que te quedes dormido —ríe y suelto una pequeña carcajada, contagiado por su risa de ardillita.

—Si hubiera sabido que me quedaría a cenar hoy, me hubiese cambiado de ropa —confieso con un gesto neutral. Me siento incómodo con este terno y ya no veo la hora de llegar a casa y quitármelo.

Me da otro vistazo y sus ojos vuelven a coincidir con los míos.

—Mi madre tenía razón. Te ves guapo —admite, haciendo un mohín. No hace falta decir que me he sonrojado, pues siento la sangre subir hasta mis mejillas.

—Gracias —me limito a contestar.

—Si gustas puedes ir a cambiarte —dice haciendo un gesto con la cabeza, señalando hacia la puerta—. Tu casa no está tan lejos.

Pienso que sí, sería lo mejor. No voy a tardar mucho hasta que su madre termine la cena. Asiento y me pongo de pie.

—¿Vienes? —Le hago un gesto con la mano para que me acompañe a casa. Se queda pensando un momento y luego asiente mientras apaga la televisión.

Se dirige a la cocina para avisarle a su madre que saldremos y volveremos en unos minutos. El camino no es tan largo, solo nos tomará media hora en ir y regresar.

—¿Sabes?... Se me hace raro regresar a tu casa con otra ropa que no sea del trabajo —confiesa con una pizca de curiosidad en sus palabras.

—Pues ahora no irás a trabajar —le recuerdo, haciendo un gesto obvio con la mano.

Alza las cejas.

—Sí, tienes razón. Aunque pensándolo bien, sí fui a tu casa con otra ropa el día que tu padre hizo la barbacoa y recuerdo que alguien... me metió a la piscina a la fuerza. —Entrecierra los ojos, fulminándome con una expresión divertida—. Por suerte, al regresar a casa, mi madre no me preguntó por qué traía puesta una polera y unos jeans de chico.

Levanto las manos en señal de inocencia y ella me golpea el brazo suavemente.

Al llegar a la mansión, corro a mi habitación mientras Narel me espera, conversando con Nicolás que se encuentra mirando la televisión en la sala. Entro a mi clóset y busco algo adecuado para la cena. Me cambio rápido para no hacer esperar mucho a Narel y a su madre, que seguro no tardará en terminar la cena.

Mi outfit consta de una chompa delgada de color crema, unos jeans claros que se ajusta muy bien a mis piernas y unas zapatillas Nike negras. Me miro al espejo y peino mi cabello con los dedos porque no está tan desordenado como las veces anteriores. Bajo rápidamente a la sala y Narel se pone de pie al verme descender por la escalera con prisa. Se despide de Nicolás y me sigue hasta la puerta para volver a entrar en mi camioneta.

Las luces de algunos autos iluminan nuestros rostros cuando pasamos por el centro de Portland. El cielo está de color azul y los edificios ya han prendido sus luces. Nuevamente en cuestión de minutos, llegamos a casa de mi acompañante.

—¡Mamá, ya llegamos! —grita desde la sala y río otra vez por lo graciosa que es su voz cuando lo hace—. ¿De qué te ríes? —Frunce el ceño con notable diversión en su rostro y me encojo de hombros.

—Tu voz es graciosa —admito y siento que me da un golpe en el brazo—. Qué agresiva —me quejo, fingiendo estar adolorido.

Se tumba en el sofá y yo hago lo mismo mientras retomamos la búsqueda de algún programa en la televisión. Esta vez no entra a Netflix, solo pasa los canales y se detiene cuando ve que están dando en una serie, en la que unos cazadores paranormales están haciendo una visita nocturna en un lugar abandonado.

Me mira, divertida y yo bufo.

—¿En serio? —inquiero con las cejas levantadas.

—¿Tienes miedo? —me devuelve la pregunta con diversión.

—No... —respondo, negando con la cabeza y se lleva la mano a la barbilla como si tratara de analizar mi expresión—. Pero bueno, déjalo ahí para ver de qué se trata —concluyo.

Se alegra dando un gracioso brinco, aplaudiendo como niña pequeña.

Miro atento la serie. Los cazadores se encuentran en un hospital abandonado en México, donde dicen ver el alma de una enfermera por la madrugada. Según relata el presentador, suele caminar por el pasillo a la medianoche, llevando una silla de ruedas.

Volteo hacia Narel y la toco con el codo.

—Mira, esa enfermera es parecida a ti —bromeo, señalando el televisor cuando muestran una fotografía en blanco y negro de aquella enfermera fallecida. Narel suelta una pequeña risita para luego darme otro golpe en mi brazo.

—¡Ay! Se te está haciendo costumbre eso de pegarme —me quejo y ella rueda los ojos ante mi reacción.


***


La cena está tan deliciosa que cierro los ojos cuando me llevo el segundo bocado a la boca. Los tallarines están en su punto y la salsa de tomate también.

—Gracias, está muy rica —comento, dándole una sonrisa de boca cerrada a Alicia.

Me regresa el mismo gesto.

—Me alegro de que te haya gustado —responde, satisfecha por mis palabras.

Limpio mis labios con una servilleta antes de hablar:

—Me gustaría devolverle la invitación a cenar en mi casa. Espero que sea pronto.

—Con gusto. —Asiente, alegre mientras se limpia también los labios con su servilleta.

Luego continuamos con el postre.

Alicia es un poco curiosa al platicarme, y eso hace que Narel le lance algunas miradas de stop de vez en cuando, las cuales me parecen graciosas. Me pregunta sobre mi trabajo y respondo que solo estoy por un tiempo reemplazando a mi padre en la empresa familiar. Pregunta sobre mi madre y le narro lo que sucedió con ella hace años. Me dice un "lo siento" tratando de ser empática conmigo y le muestro una sonrisa de boca cerrada para que sepa que está bien. Para cambiar de tema, comienza a contar cosas sobre la niñez de Narel, a lo que la mencionada se sonroja por algunos datos que le avergüenza.

—Bueno, creo que debes estar cansado —interviene Narel, cortando las preguntas de su madre—. Además, mañana tienes que trabajar —agrega y asiento confirmando sus palabras. Los tres nos ponemos de pie.

—Muchas gracias por todo —menciono, acercándome a Alicia para despedirme de ella con un beso en la mejilla.

—De nada. Eres bienvenido cuando gustes —responde con una sonrisa muy afable que denota que le he agradado.

Le agradezco nuevamente mientras Narel me acompaña hasta donde está estacionada mi camioneta. Me acerco a ella y con una mano la tomo de la cintura para despedirme, besando su mejilla. Noto cómo se estremece, nerviosa ante mi tacto. Por suerte Alicia se quedó adentro y no ha visto eso.

Nuestros ojos se encuentran y una sonrisa satisfecha se dibuja en mi rostro.

—Nos vemos mañana —le aseguro y ella asiente.

Rodeo el capó a la vez que quito las alarmas para abrir la puerta de mi camioneta. Antes de ingresar a casa, vuelve a despedirse con un movimiento de mano y yo enciendo el vehículo para iniciar el trayecto de regreso a la mansión. Solo quiero llegar, tomar una ducha para relajarme y dormir. Ha sido un día largo.

Cuando llego, Sigrid me pregunta si deseo algo de tomar y me niego con un movimiento de cabeza. Estoy satisfecho. Me pregunta también qué tal me fue en casa de Narel.

—Genial —respondo y sonrío para que sepa que ha sido una buena noche para mí—. Su madre es muy agradable y cocina demasiado bien como tú, Sigrid.

Asiente sorprendida.

—Me alegro de que la hayas pasado bien —expresa, secándose las manos con una servilleta de papel.

A mí también me alegra haber conocido a su madre, me cayó súper bien y me sorprendió mucho que me invite a cenar, bueno, quizá es un gesto de retribución por llevar a su hija a casa la mayoría de veces.

Me pregunto si Narel le ha hablado antes sobre mí. Estoy seguro de que sí.

Le doy las buenas noches a Sigrid y subo a mi habitación. Cierro la puerta a mi paso y me tumbo en mi cama. Suspiro, colapsando todo mi cuerpo en ella, la verdad estoy demasiado cansado. Tanto física como mentalmente. Miro al techo con mi cabeza apoyada sobre mis manos y recuerdo cómo Narel se puso nerviosa cuando la tomé de la cintura.

No puedo evitar sonreír al caer en la cuenta de que la he puesto nerviosa con mi cercanía.


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