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16

La barbacoa 


ESTEFANO.

—Súbela un poco más —sugiere Sigrid, haciendo un gesto con la mano para que Nicolás levante la cadeneta—. Perfecto, ahí queda.

Levanto ambos pulgares, dándole el visto bueno a mi hermano antes de que baje de la escalera. Él sonríe, satisfecho.

Nos encontramos ayudando a Sigrid con la decoración del jardín. Hoy es 4 de julio y papá ha organizado una barbacoa en la mansión para invitar a nuestras amistades. Me parece una gran y novedosa idea. Todos los años pasamos el Día de la Independencia con Marco y el tío Gabriel. Ya era hora de innovar.

—Iré a cambiarme —les aviso a Sigrid y a mi hermano antes de entrar a la casa y correr hacia mi habitación para elegir mi outfit de hoy.

La verdad me he pasado casi toda la semana, enfocado en la empresa y en otros asuntos, que no he tenido tiempo de buscar ropa para hoy. Vale, vale, sé que en mi clóset tengo demasiada ropa para elegir, solo es cuestión de ver qué prendas combinar para esta ocasión.

Recuerdo que, cuando era niño, papá nos vestía a Nicolás y a mí con polos o camisas de color azul con estrellas blancas que representaban la bandera de Estados Unidos. Ese atuendo lo complementaba un pantalón rojo y un gorrito con la bandera bordada en él. Prácticamente parecíamos banderas andantes. Debo admitir que en ese entonces me gustaba vestir de ese modo, sin embargo, ahora me daría vergüenza que los invitados me vieran así.

En ese caso sería mejor disfrazarme de la Estatua de la Libertad o el Tío Sam, ¿no creen?

Al llegar a mi habitación, me dirijo directo a mi clóset y busco en la sección de camisas. Escojo una de color azul marino que tiene mangas largas, aunque sé que afuera hace un calor bárbaro, prefiero que la tela me cubra por completo los brazos para que mi piel no quede bronceada por partes. No quiero que mis brazos parezcan una paleta de helado de dos colores.

Regreso hasta los cajones donde están los pantalones y busco unos jeans blancos y, por último, zapatillas blancas para complementar.

Perfecto.

Me doy una ducha rápida para quitarme el sudor que he producido al ayudar a decorar el jardín y antes de salir a mi habitación, enrollo la toalla en mi cintura para ir por mi ropa y cambiarme.

Cuando regreso al jardín, encuentro a papá y Sigrid frente a la parrilla. Ambos tienen puestos unos mandiles de color rojo y noto que no están solos. Ya han llegado Marco y su padre.

—Oh, vaya... ya llegó nuestro gerente general —me saluda el tío Gabriel, acercándose con los brazos abiertos para darme un afectuoso abrazo. Me palmea la espalda mientras lo hace.

—Hey, Gabriel —interviene papá, moviendo un pedazo de carne sobre la parrilla—, te recuerdo que aún no he muerto.

Ruedo los ojos, divertido.

—Ya, Antonio, no te me pongas celoso —se defiende el papá de Marco—. Pero hay que aceptar que Estefano está liderando muy bien la empresa.

No escucho lo que responde papá porque me acerco a Marco y hacemos nuestro saludo de manos con unas palmaditas en la espalda incluidas.

Me siento a su lado en la mesa mientras esperamos a que lleguen los demás invitados. Busco mi móvil en el bolsillo de mi pantalón mientras le doy una mirada rápida a mi mejor amigo: lleva puesto una camisa blanca delgada, un Jean oscuro, zapatillas Converse negras y unos lentes de sol. Los que usa cuando está con una resaca de los mil demonios...

—¿Otra vez de juerga, Marquito? —pregunto, regresando la mirada a mi móvil.

Ladea un poco la cabeza para verme.

—Obvio, principito. Tengo que celebrar mi independencia también —responde, orgulloso.

Arrugo las cejas y pongo mis ojos sobre él.

—No me digas que...

—¿Terminé con Andrea? —completa por mí—. Claro que sí. He vuelto a la soltería —anuncia con una sonrisa satisfecha.

Me llevo la mano al entrecejo para sobármelo mientras hago acopio de paciencia. Es como la cuarta ruptura de Marco en lo que va del año. Y no con la misma chica.

—¿Hasta qué hora te quedaste en esa fiesta? —vuelvo a preguntar, desbloqueando la pantalla de mi móvil para escribirle a Christhoper.

—¿Hasta qué hora me quedé? —suelta una risa por lo bajo—. Mejor pregúntame si he tomado desayuno. No he pegado el ojo en toda la noche... Es más, estoy con la misma ropa de ayer. He venido de frente para acá.

Giro inmediatamente para mirar otra vez la ropa que lleva puesta y me doy cuenta de un detalle que no me había percatado: está arrugada. Y ahora que lo pienso, puedo sentirle el aliento a alcohol desde mi lugar.

Ay, Marco, Marco...

El sonido del timbre de la casa se logra escuchar hasta aquí y Sigrid se da prisa en ir a ver quién es.

—Vaya noche que has tenido... —suelto con ironía.

—Habría sido mejor si me hubieses acompañado —se queja con fastidio.

Si no tuviera el cansancio de la empresa, hubiese ido con Marco. Papá no se opone a que salga con él. Es raro. Aunque viéndolo desde su perspectiva, piensa que Marco es una buena influencia para mí.

Ja.

Si supiera que Marco amanece con una chica diferente cada fin de semana...

Sigrid regresa y detrás de ella aparecen Bella y Christhoper. Les alzo la mano para que sepan que estamos de este lado del jardín.

Marco se vuelve hacia mí, con los labios entreabiertos para preguntarme:

—¿Quién es la pelirroja que viene con Christhoper?

Arrugo las cejas y le doy una mirada de "ni se te ocurra" porque estoy muy seguro de que la resaca que trae no evitará que él entre en modo depredador.

—Hola, Estefano —saluda Bella, dándome un beso en la mejilla.

—Bienvenidos... —digo mientras Christhoper y yo estrechamos nuestras manos—. Oh, Bella, él es Marco, mi mejor amigo —los presento—. Marco, ella es Bella.

—Mucho gusto, preciosa —Él se acerca a la pelirroja para darle un beso en la mejilla. Bella se sonroja de inmediato.

Lo bueno es que ella es una chica coqueta y no se inmuta ante el cumplido de Marco que ahora sonríe, risueño y atento a cada movimiento o gesto que hace mi nueva amiga.

Pero lo que sí me inmuta a mí, es ver salir a Narel por la puerta que da a la casa y caminar, sonriente hacia donde está mi padre, Sigrid y el tío Gabriel.

¿Qué hace ella aquí? O sea, no me esperaba que viniera, pero obviamente me agrada su presencia. Es más, no sé por qué he dejado atrás el pequeño grupo de amigos para caminar con dirección a la parrilla para reunirme con los demás.

La primera en notar mi presencia es Sigrid.

—Ay, Estefano, mira quién ha venido —expresa ella, sonriente, señalando con la palma de su mano a Narel.

Ambos nos saludamos con un beso en la mejilla.

—Vaya, ¡qué sorpresa! —confieso con una sonrisita dibujada en el rostro—. Pensé que solo seríamos nosotros.

—Sí, en realidad ya estamos completos —asegura Sigrid, haciéndonos un gesto para que pasemos a la mesa.

Le paso la voz a los demás chicos para que se acerquen y aprovecho en presentarles a Christhoper y Bella a mi padre. Ambos saludan educadamente con un estrechón de manos, pero en el momento en que Christhoper se acerca, veo cómo papá abre los ojos al darse cuenta de que mi nuevo amigo tiene piercings en la cara. Los tatuajes y perforaciones no son del agrado de papá, él dice que esas cosas son del diablo y solo se las hacen las personas de mal vivir.

Qué va.

Le hago una señal con las cejas para que cambie de expresión y disimule. Lo hace. Y espero que Christhoper no se haya dado cuenta, no quiero que se sienta incómodo.

—Mucho gusto, ¿Christhoper...? —pregunta papá, aún estrechando la mano de mi amigo.

—Wood —completa el pelinegro—. Christhoper Wood.

—Bienvenido —contesta mi progenitor con una sonrisa amable.

Nos sentamos en la mesa de la siguiente manera: Papá y el tío Gabriel como anfitriones a cada extremo. Sigrid, Christhoper y Bella de un lado, y del otro Narel, Nicolás —que aún no aparece— y yo.

Dirijo la mirada al frente y debo confesar que el clima tenso entre Narel y Bella se hace notar a kilómetros, pero la enfermera de papá se esfuerza por mostrar su mejor sonrisa e ignorar a la pelirroja.

Nicolás sale de la casa y corre hasta la mesa para tomar su lugar junto a mí.

—Siento la demora —dice Nicolás, retirando su silla para sentarse.

—Oh, no pasa nada —aseguro y extiendo una mano hacia mis invitados—. Ellos son Bella y Christhoper. Unos amigos míos —indico—. Chicos, él es Nicolás, mi hermano menor.

Nicolás les ofrece una sonrisa de boca cerrada.

—Espera... ¿Tú estabas en la fiesta de Peter? —le pregunta mi pequeño hermano a Bella.

—Así es. —Ella asiente antes de agregar—: También te recuerdo.

Nicolás muestra otra de sus características sonrisas y detiene sus ojos en el rostro de Christhoper.

—Me gusta ese piercing que tienes en la nariz —le manifiesta mi hermanito, tomando una postura erguida en su silla.

Christhoper entreabre los labios sin saber qué decir.

—Mmm... —expresa mientras trata de encontrar las palabras en su cabeza—. Gracias. Me gusta tus... tus ojos —añade, tratando de devolverle el cumplido a Nico—. Quiero decir... son de un color muy bonito. Son... peculiares...

—Oh, gracias —responde el menor—, los tuyos también son muy bonitos. Contrastan con tu camisa.

Noto que Christhoper se ha sonrojado.

Ahora que me percato, hoy se ha vuelto a vestir completamente de negro: camisa, pantalón y zapatos del mismo color. Muy elegante, eh. La ropa se ciñe a su esbelto cuerpo, del cual se puede notar a través de la tela un trabajado torso.

—¡Las hamburguesas están listas! —exclama Sigrid, volviendo a la mesa con una bandeja de hamburguesas, carnes y salchichas. Papá regresa detrás de ella con una botella de vino abierta.

Se ofrece educadamente a servirnos una copa a cada uno para brindar por este día en el que nos encontramos reunidos, compartiendo la mesa.

El almuerzo transcurre de manera normal. Todos nos dedicamos a comer las hamburguesas que ha preparado papá en la parrilla con la ayuda de Sigrid. La verdad es que mi padre es muy bueno preparando hamburguesas y carnes a la parrilla, más aún cuando se trata de recibir a sus invitados. Prefiere brindarles algo preparado por él mismo. Además, que es uno de sus pasatiempos que siempre deja en segundo plano por su trabajo y que saca a relucir en raras oportunidades.

Luego de que hemos terminado con las carnes, Sigrid regresa a la casa para traer el postre: pie de manzana preparado por ella. Sonrío cuando empieza a servir una porción para cada uno y se me hace agua la boca por la impaciencia que tengo de probar un bocado. Ella es muy buena preparándolo.

Recuerdo que cuando era más pequeño, le ayudaba a Sigrid a preparar pie de manzana. Era muy fácil, yo me encargaba de hacer la masa con mantequilla y harina, de la cual, siempre terminaba manchado. Okey, sí, era muy alocado y casi siempre se me caía la harina en la mesa al colarla.

Pobre Sigrid, terminaba limpiando mi desastre.

En los próximos minutos, Sigrid recibe elogios y cumplidos por lo riquísimo que está su pie de manzana. Les agradece a todos con un asentimiento de cabeza y una sonrisa satisfecha.

—Muchas gracias, señor Antonio y Estefano por la invitación —nos dice Christhoper, poniéndose de pie—. Me encantaría quedarme un poco más, pero tengo que acompañar a mi madre en una cena con sus asesores —explica con una sonrisa apenada.

—No hay problema, Christhoper —responde papá con el ceño fruncido—. ¿Cómo se llama tu madre?

—Se llama Ada.

—¿Ada... Wood? —vuelve a preguntar y ya me empiezo a preocupar de que empiece un interrogatorio—. ¿La gobernadora de Oregón?

Regreso la mirada hacia el pelinegro, entreabriendo mis labios. ¿Qué?

—Así es. —Asiente mi amigo un poco nervioso.

—Oh, espero conocerla algún día —contesta papá con una sonrisa amable mientras Christhoper asiente otra vez—. Gracias por venir y suerte en tu cena —concluye.

—Muchas gracias, señor.

—Te acompaño a la puerta —me ofrezco amablemente a la vez que Christhoper se despide de los demás con un movimiento de mano.

Ingresamos a la casa y le pido que me explique sobre eso de que su madre es la gobernadora de nuestro estado. O sea, en mi vida me lo hubiese imaginado y estoy seguro de que Bella tampoco sabía. Él me dice que casi no habla sobre eso con muchas personas por un tema de seguridad, porque en la política es mejor no exponer la vida privada ni a los familiares. En este caso, su madre no quiere exponer a Christhoper, es por eso que no aparece públicamente como su hijo.

Es obvio que ella como figura política tiene varios enemigos detrás.

Llegamos hasta la puerta y me vuelvo para echar un vistazo y asegurarme de que nadie nos haya seguido, antes de preguntar:

—¿Averiguaste lo que te pedí?

Christhoper asiente y pone una mano sobre mi hombro para darle seriedad al asunto.

—Estuve siguiéndolo, pero en estos días no se ha acercado a su casa de ella —comenta y se humedece los labios antes de continuar—: Sin embargo, hay algo de lo que no estoy seguro, pero no quiero confirmarte nada antes de cerciorarme al cien porciento. Tengo las sospechas de que la respuesta está más cerca de lo que creemos.

—Vale, vale. —Asiento un par de veces y abro la puerta—. Mantenme informado, por favor. Y desde ya muchas gracias.

Se lame el piercing que tiene en el labio y me muestra pulgares arriba.

—De nada, bro, para eso estamos. —Me da un suave golpe en el brazo y se despide con un movimiento en mano—. Te escribo después.

—Okey, disfruta tu cena —digo y espero que baje las gradillas de la entrada para poder cerrar la puerta.

Me doy vuelta para regresar al jardín trasero y no puedo evitar dar un respingo al ver a Bella, mirándome de pie al lado de la escalera.

—Joder, me asustaste —confieso, soltando un suspiro antes de acercarme a ella.

—¿En serio? —Alza una ceja de manera curiosa—. Veo que Christhoper y tú se han vuelto muy amigos...

Le hago un gesto con la cabeza para volver con los demás, pero parece no querer dar un solo paso.

—Eh, yo quería hablar contigo, Estefano. —Me toma del brazo para que no me vaya.

—Sí, dime.

Me da una mirada apenada y se lleva un mechón de cabello suelto por detrás de la oreja. Arrugo las cejas al ver que se tarda en darme respuesta.

—¿Pasa algo? —pregunto, tomando su barbilla para que no baje la cabeza.

—Es complicado decirte esto... —musita pestañeando varias veces de manera nerviosa.

—Hey, Bella, no pasa nada, estamos en confianza —aseguro con una sonrisa de boca cerrada—. Solo dilo.

Me devuelve la sonrisa y sin darme tiempo de reaccionar, se pone de puntillas para acercarse a mi rostro y juntar sus labios con los míos en un beso corto.

Mierda.

Mierda.

¡Mierda!

El Estefano de mi subconsciente suelta un grito que resuena por toda mi cabeza y me saca del trance en el que me había dejado el repentino beso de Bella.

Okey... ¿Qué acaba de pasar?

—Bella... —susurro con una sonrisa nerviosa e intento continuar, pero ella me interrumpe.

—Lo lamento. ¡Ay, no! Soy una tonta. Me dejé llevar por el momento... perdóname en serio —dice con la voz temblorosa y las mejillas sonrojadas por la vergüenza que debe sentir.

—No, tranquila. —Pongo mi mano sobre su hombro para que se calme.

Le tomo de la mano y la guío al sofá de la sala para sentarnos juntos. Espero unos segundos a que termine de calmarse y suelto un suspiro silencioso antes de volver a hablarle:

—¿Desde cuándo te gusto? —pregunto, buscando sus ojos que evitan hacer contacto visual con los míos.

—Me di cuenta hace unos días —confiesa, bajando la cabeza para que su cabello le cubra un lado de la cara—. Lo lamento.

Tomo un mechón de su rojizo cabello y lo llevo por detrás de su oreja para poder verla. Conduzco mis dedos a su barbilla y la obligo a mirarme a los ojos.

—No te disculpes —expreso en un susurro—. A veces los sentimientos son algo que no podemos evitar, pero eso no significa que esté mal. Mira, eres una chica súper guapa y ese cabello rojo me encanta. —Paso mi brazo por detrás de sus hombros para acercarla a mí—. Quizá si... me dejas conocerte más y llegamos a conectar demasiado bien, podríamos intentarlo.

Bella me da una mirada incrédula y me acerco a ella para dejar un beso en su mejilla. Me pongo de pie y le extiendo la mano para que regresemos al jardín donde están los demás.

—Espera...

Se pone de pie y se coloca el cabello por detrás de los hombros.

—Estefano, puedo estar enamorada, pero no tonta —manifiesta con seriedad. Una seriedad que sinceramente me resulta dolorosa—. Prefiero que seas sincero y me digas la verdad. No me gusta que me den falsas ilusiones para que no me sienta mal.

—No entiendo —respondo con el ceño fruncido.

Ella toma una larga bocanada de aire para prepararse y lanzar la siguiente pregunta:

—No sientes lo mismo por mí, ¿verdad? —Se humedece los labios y se cruza de brazos—. Te gusta ella. Te gusta Narel.

Sus palabras me desconciertan totalmente.

—¿Qué? —suelto en un susurro.

—¿Crees que no me di cuenta? Si es obvio por cómo la miras, por cómo sonríes, contento, cuando te habla y cómo te brillan los ojos cuando ella está cerca, Estefano —declara con decepción—. Es por eso que te pido que me digas la verdad por más dolorosa que sea para mí. Solo no me ilusiones, quiero una respuesta sincera. 

Se me acongoja el corazón al ver sus ojos rogándome para que sea directo con mi decisión y tiene razón. Pero debo admitir que Bella es una chica muy guapa y se ve tierna con esos lentes vintage y ese cabello rojizo que le cae a los lados de las mejillas.

De pronto, siento un deseo inesperado de acercarme y tomarla de las mejillas para besarla, pero... ¿Por qué? ¿Acaso de verdad me gusta o solo me atrae físicamente?

No, no... piensa bien, Estefano. No hagas algo de lo que te puedas arrepentir después. No juegues con esta pobre chica. Lo que sientes es solo pena por no poder corresponderle. No te gustaría que te hicieran algo parecido, ¿o sí?

No.

Definitivamente no.

Vuelvo a pensar e idealizar las cosas a corto plazo, y lo cierto es que no me veo a su lado en un futuro. No me queda de otra, tendré que decirle la verdad y no ilusionarla con promesas falsas que no cumpliré después. No intentaré nada con ella.

—Bella...

Me acerco y hace un gesto con las manos para que me detenga.

—No digas nada, Estefano —pide, negando con la cabeza—. Tu silencio ya lo dijo todo. Y no pasa nada, entiendo que no sientas lo mismo por mí.

—¿Estás molesta? —inquiero con un tono de voz preocupado.

Vuelve a negar con la cabeza.

—No —se limita a contestar—. Solo quiero estar sola para procesarlo. Nos vemos luego.

Y dicho eso, camina a paso rápido hacia la puerta y desaparece por el salón principal. Escucho el sonido que hace la puerta al cerrarse y tomo asiento para reflexionar sobre lo que acaba de pasar. Me llevo las manos al cabello para masajearlo mientras me pregunto si mi amistad con Bella seguirá siendo igual a partir de ahora, ya que ella se acaba de ir muy resentida por no haberle correspondido a sus sentimientos.

Cuando regreso al jardín, lo primero que ven mis ojos son a Narel e inmediatamente las palabras de Bella se reproducen en mi mente, recordando todas las acciones que ella dijo sobre mí.

"Si es obvio por cómo la miras, por cómo sonríes, contento, cuando te habla y cómo te brillan los ojos cuando ella está cerca, Estefano".

Trago saliva y finjo una sonrisa cuando todos posan sus ojos sobre mí al acercarme. Me siento al lado de Narel, pero evito mirarla y hacer cualquier expresión que pueda dar a entender lo que dijo Bella.

No quiero que alguien más piense que me gusta Narel. 

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