15
Si yo no me salvaba, nadie lo haría por mí
NAREL.
Cierro la puerta a mi paso y me pongo de cuclillas para acariciar a Tito que me da la bienvenida moviendo su colita, emocionado e inquieto. Esta es una de las razones por la que me gusta llegar a casa. Es como sentirte querida hasta por tu perro, que te demuestra todo su cariño con ese tierno recibimiento. Me pongo de pie mientras le termino de dar unos golpecitos en la cabeza y dejo mis cosas sobre el sofá más cercano.
—¡Mamá, ya llegué! —aviso en voz alta.
No recibo respuesta.
Busco en todas las habitaciones de la casa, pero mi madre aún no llega del trabajo. Dentro del microondas está la cena lista para calentar. Lo enciendo, programo un minuto y le doy iniciar. Cojo un vaso de la repisa y me sirvo un poco del jugo de naranja que hay sobre la isla.
Decido revisar y responder los mensajes del celular mientras espero a que el microondas termine de hacer su trabajo. Al paso de un minuto, el timbre del artefacto anuncia que mi comida ya está lista y me acerco para sacar el plato.
Escucho que la puerta principal de la casa se cierra y me tomo un momento para echarle un vistazo desde el umbral. Mamá se encuentra acariciando a Tito en la puerta. No puedo evitar sonreír por la ternura que me causa cuando mi perro cuando se tira en el suelo para que mamá le rasque la panza.
—Mírenlo pues —declaro, divertida a la vez que niego con la cabeza.
—Hola, cariño —dice mamá, colocando su bolso en el colgador que hay a un lado de la puerta. Luego se acerca para darme un beso en la mejilla.
—Hola. ¿Ya cenaste? —pregunto y enseguida asiente.
—Sí, Narel, cené en el trabajo. —Su voz se oye algo cansada, pero lo disimula muy bien—. Iré a mi habitación... —avisa y asiento mientras veo cómo mi madre desaparece por la escalera que conduce hacia el pequeño pasillo donde están nuestras dos habitaciones y el baño. Miro a Tito que está echado en el suelo, mirándome con esos ojitos inocentes que tanto amo.
Termino de lavar mi plato y lo guardo en la alacena antes de secarme las manos para poder ir a mi cuarto a descansar. Cuando paso por el pasillo, me detengo en la puerta de la habitación de mamá y apoyo el cuerpo en el umbral. Ella se encuentra echada en su cama, mirando la televisión con suma atención.
Se da cuenta de mi presencia y se incorpora, acomodando la almohada que tiene detrás para poder sentarse en una posición cómoda. Palmotea el colchón de la cama para que vaya y me siente a su lado. Lo hago, quitándome las zapatillas y descansando mi cabeza sobre su hombro.
—Justo quería hablar contigo —confiesa, tomando el control de la televisión para bajarle un poco el volumen.
—Sí, dime.
Se toma un microsegundo para pensar en las palabras que va a decir.
—Hija, ¿está todo bien? —inquiere con el ceño fruncido.
Pestañeo un par de veces, mirándola con la misma expresión.
—Sí, mamá, ¿por qué? —le devuelvo la pregunta.
—Hace días te noto extraña —expresa con un tono de voz maternal para brindarme confianza—. Si bien es cierto, pasamos poco tiempo juntas por nuestros trabajos. Pero te conozco, Narel. Conozco tus gestos, tus expresiones y sobre todo cuando te ocurre algo. Y traes una cara de preocupación desde la semana pasada —explica.
Ay, mamá... Si supieras todo lo que ocurre.
De repente se me ha secado la boca. No tengo otra alternativa que contarle a mi madre lo que está ocurriendo. Es una mujer que siempre se percata de las cosas por más que uno quiera ocultarlas. De nada me sirve mentir porque soy tan mala haciéndolo, me tiembla la voz y hasta tartamudeo mientras me invento explicaciones que no son ciertas.
—No es nada, mamá —aseguro, haciendo un ademán para restarle importancia—. Es solo que mi relación con Alan no está en un buen momento. Hemos decidido darnos un tiempo para pensar algunas cosas...
Y con "hemos" me refiero solo a mí.
No sé si después de lo que pasó ayer entre él y Estefano, Alan haya procesado mis palabras, y respetará el tiempo que le pedí para poder ordenar mis ideas y deliberar si quiero seguir o no con nuestra relación. Pero siendo sincera conmigo misma, lo más probable es que mi respuesta sea un rotundo "no".
Obviamente no le pienso contar nada a mamá sobre lo que ocurrió ayer: que Alan me empujó y me levantó la mano. Estoy muy segura de que, si lo hago, ella ya no va a querer verlo cerca de mí, ni siquiera en el trabajo, ya que Alan hace prácticas en la misma clínica donde volveré a laborar luego de que termine mi contrato en la casa de los Arnez. Y no pienso renunciar a la clínica solo por él.
Mi madre me acaricia delicadamente la cabeza.
—Estoy segura de que pronto van a solucionar sus problemas —manifiesta, dándome un beso corto en el cabello, antes de añadir—: Recuerden que hablando se solucionan las cosas.
Uy, como si se pudiera dialogar asertivamente con Alan. Eso solo hace que las cosas salgan peor.
—Gracias, mamá. Yo también espero lo mismo —miento.
Escucho que suelta un suave suspiro.
—¿Cómo te va en el trabajo? —pregunta, cambiando de tema—. Cuéntame un poco sobre tu jefe —pide.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro al recordar a los Arnez.
—Ay, es una familia muy encantadora. El señor Antonio sufrió un preinfarto hace un par de semanas, pero ya se ha recuperado y está muy emocionado por volver a su empresa. El señor Morgan se está encargando de monitorearlo y le ha pedido que guarde un poco más de reposo porque en el trabajo tiende a estresarse mucho y a renegar. —Mamá asiente mientras acaricia mi cabello—. Pero me tratan muy bien, el señor Antonio es muy amable y sus hijos también los son. Me he hecho amiga del mayor, se llama Estefano, tiene casi la misma edad que yo. Hoy salimos al cine a ver una película de terror y el pobre tenía mucho miedo. Fue gracioso —comento.
Ella alza las cejas, sorprendida.
—Me da gusto que estés haciendo nuevos amigos —admite, pasando el dorso de su mano por mi mejilla en una suave caricia.
—A mí también. Estefano es un chico muy simpático y divertido. —Hago un mohín y me encojo de hombros.
—Aún no lo conozco, pero ya me cae bien ese muchacho —contesta, levantando los pulgares en señal de aprobación.
—Ya habrá oportunidad de que lo conozcas, mamá —aseguro mientras saco mi celular del bolsillo, ya que ha empezado a vibrar, avisando la videollamada entrante de mi amiga—. Es Ysabel. Iré a mi habitación a hablar con ella. Descansa y... te quiero, mamá. —Le doy un abrazo rápido.
—Yo también, bebé. —Me envía un beso en el aire cuando camino hacia la puerta.
***
Hoy es lunes y nuevamente comienza mi semana de trabajo en la mansión de los Arnez. Me levanto temprano para tomar un baño e ir a desayunar con mi madre. Al llegar a la cocina, unas ricas tostadas y jugo recién hecho esperan en la mesa mientras le doy un beso de buenos días a mamá.
El desayuno y la cena son los momentos más agradables del día, porque mientras comemos, mi madre y yo comentamos sobre cómo estuvo nuestro día y algunas anécdotas que ocurren en él. Mamá es la persona en la que más puedo confiar. Es mi amiga, consejera y confidente que siempre está para mí cuando la necesito.
Salimos juntas de casa y nos despedimos con un beso en la mejilla. Continúo mi trayecto para tomar el autobús mientras ella camina hacia su trabajo. Mi madre es costurera y labora en una empresa textil donde confeccionan todo tipo de prendas. Estoy orgullosa de ella, pues en todo este tiempo ha logrado muchas cosas y actualmente es la directora de su grupo de trabajo.
Cuando llego a la parada, me siento en una banca a esperar que pase el siguiente autobús. Mientras, saco el celular del bolsillo de mi mochila para revisar si tengo algún mensaje de Ysabel o del grupo de trabajo de la clínica, el cual tengo silenciado porque no dejan de mandar cadenas, memes y stickers graciosos.
—¿Narel?
Escucho la voz de un hombre a unos metros de mí y levanto la mirada. Por un momento me quedo mirando a la persona que tengo al frente. A la última persona que hubiese pensado encontrar en este lugar. A la persona de mi pasado que me hace evocar recuerdos y experiencias negativas que me dañaron en su momento. ¿Tan pequeña es esta ciudad? ¿Acaso el destino se está esmerando en regresarme personas de mi pasado?
Pestañeo un par de veces para asegurarme que no sea producto de mi imaginación, pero no, ahí está de pie, el patán que me lastimó cuando estuve en una relación con él.
Alexander.
—Qué sorpresa encontrarte aquí —dice mientras se acerca.
Rezo dentro de mí para que el autobús no demore en llegar.
—Hola —respondo, volviendo la mirada a mi celular.
—¿Cómo estás? —pregunta, cortés, poniéndose a un lado de la banca.
Bloqueo la pantalla de mi teléfono y regreso mis ojos hacia él.
Noto que Alexander ha cambiado mucho físicamente. Antes llevaba el cabello casi rapado, pero ahora lo lleva un poco largo y algo rubio. Usa lentes y se viste formalmente. Cualquiera que lo viera diría que es otra persona, muy diferente al muchacho de hace seis años.
¿Estoy segura de que es él? ¿O estoy confundiéndolo con alguien más?
—Bien, gracias —me limito a contestar.
Para mi buena suerte, el autobús llega al mismo tiempo en que me pongo de pie. Tenía planeado inventar una buena excusa para alejarme y caminar hacia el borde de la vereda y esperar junto a las demás personas, pero la coincidencia está de mi lado ahora. Muy de mi lado.
—¿Te vas? —pregunta, apenado. En sus ojos puedo ver algo de arrepentimiento al darse cuenta de cómo se están dando las cosas.
—Tengo que trabajar. —Me despido con la mano—. Cuídate, Alexander.
Me muestra una sonrisa de boca cerrada, asintiendo y sigue caminando con las manos metidas en los bolsillos de su casaca. Por suerte, no ha entrado al autobús, eso sí sería incómodo para mí porque no podría sobrellevar su presencia durante varios minutos más. Suspiro mientras tomo asiento al lado de la ventana, tratando de quitarme de la cabeza aquella escena de hace unos minutos.
No voy a dejar que esto arruine mi día.
Es un poco difícil reencontrarte con la persona que te lastimó. Alexander es un tema que superé hace meses. No le guardo rencor ni nada, pero prefiero mantener mi distancia. No obstante, parece que él olvidó todo lo que hizo. Fueron muchas cosas que le perdoné en su momento por el temor de quedarme sola, pero aun así seguía haciéndolas, sabiendo que me dañaban. Pasé semanas encerrada en mi casa, sin salir, todo era angustia y tristeza.
Todo.
Alexander fue mi primer amor. Ese que te lastima y te enseña a quererte a ti misma.
Las canciones, las películas, todo me hacía recordarlo. Hubo noches en las que no pude dormir, me las pasaba llorando, abrazando a mi almohada, preguntándome qué había hecho mal para que hiciera todo eso. Miraba el celular a cada minuto esperando un mensaje de él con la esperanza de que regresara pidiéndome perdón, pero nunca lo hizo.
Estaba feliz con ella... No le importé nunca.
Pareció ser un año largo e imposible, lleno de tormentas y cielos grises en mi cabeza. Hasta que un día decidí parar todo esto. Si yo no me salvaba, nadie lo haría por mí.
Gracias a un profesor de la universidad, empecé a laborar en la clínica donde trabajo actualmente. Conocí a muchas personas, empecé a salir con amigas que trabajaban ahí y poco a poco me fui olvidando de todo el daño que Alexander causó. La nueva persona que nacía en mí, hacía que me sintiera renovada y con más vida.
Y esa persona era la nueva Narel que todos conocerían a partir de ese momento.
No puedo evitar soltar una sonrisa optimista al recordar que toda esa niebla que había en mi vida, se ha ido. Se perdió como la noche, hasta que salió el sol nuevamente para mí. Recuerdo lo que mi madre siempre me dice: "Lo que no te mata, te hace más fuerte". Y sí, tiene razón. Ahora todo eso me ha quedado como un aprendizaje para ser una mejor persona.
Cuando salgo del autobús, el viento fresco se impregna en mi rostro y suspiro para comprobar que nada de estos recuerdos me hayan afectado. Camino con dirección a la mansión de los Arnez, pasando por un sendero empedrado con jardines, árboles y hermosas flores que adornan el paso. No voy a negar que amo trabajar aquí, porque a diferencia de la ruidosa ciudad, puedo caminar y sentir una paz inigualable. El silbido de las aves en los árboles al pasar, es para mí una sensación única que no se ve muy a menudo cuando vas por la ciudad.
El jardinero me da la bienvenida cuando llego al patio principal. Le saludo con un movimiento de manos y una sonrisa encantadora mientras subo los escalones que dan a puerta principal. Toco el timbre y espero a que Sigrid me abra la puerta. Ella me recibe con una amplia sonrisa y un beso en la mejilla antes de hacerse a un lado para dejarme ingresar.
El día transcurre tranquilo, el señor Antonio ya se encuentra mejor, pero aún sigue su tratamiento y el descanso que le ha indicado el señor Morgan. Le ha pedido que todavía no regrese a la empresa y trate de cambiar su estilo de vida para que no vuelva a caer en el exceso de estrés. Si continúa así, podría producirse un próximo infarto que podría ser fatal para el señor Antonio.
La hora del almuerzo llega y Sigrid se ha ofrecido amablemente a prepararlo para mí todos los días. En un principio no acepté porque me causa un poco de pena que me inviten el almuerzo, pero la deliciosa comida de Sigrid y su gran afabilidad, han hecho que termine incluyéndome con ellos en la mesa.
Sigrid y yo nos quedamos platicando amenamente en la cocina mientras comemos. De pronto, Nicolás, el hijo menor del señor Antonio, ingresa por una de las puertas que da al patio principal. Se acerca a saludar a Sigrid con un beso en la mejilla y a mí con un estrechón de manos, ya que no tenemos mucha confianza.
Es un chico amable y tierno, su mirada es muy dulce. Si no me equivoco, en unos meses cumplirá dieciocho, sin embargo, físicamente aparenta tener menos edad. Lo miro detenidamente para analizarlo mejor: cejas pobladas, ojos grandes achinados, labios rosados, carita de niño inocente y tranquilo, y una mirada que esconde tristeza detrás de sus hermosos ojos color hazel.
Se sienta al otro lado de la isla de la cocina y se dedica a revisar su celular mientras Sigrid le sirve el almuerzo. Apoyo mis codos sobre la superficie de mármol y lo quedo viendo de manera curiosa. Él levanta los ojos y coincide con los míos en el mismo camino. Ambos nos mostramos una sonrisa de boca cerrada.
Termino, agradezco y me ofrezco amablemente a ayudar a Sigrid a lavar los platos, pero ella niega con una sonrisa y me indica que vaya a ver si el señor Antonio desea algo. Asiento y subo a su habitación por la gran escalera que me causa un poco de vértigo. Al llegar, noto que el señor ha terminado de almorzar y se ha quedado dormido.
Luego de cepillarme los dientes, regreso a guardar mis cosas de aseo en mi mochila y dejo al señor descansar. Bajo a la sala donde se encuentran Sigrid y Nicolás. Ella está bordando una servilleta de tela y el menor de los hermanos está buscando una película en Netflix.
—¿Has visto Orgullo y prejuicio? —pregunta él, iniciando por primera vez una conversación conmigo.
—¡Sí! —respondo, emocionada porque amo esa película—. Es una de mis favoritas.
—¿Qué me recomiendas ver? —Está medio indeciso.
—Mmm... —expreso, buscando entre las opciones que aparecen en la pantalla—. ¿Wonder? Dicen que es buena.
—Wonder será. —Asiente convencido y le da play.
Había recibido buenos comentarios sobre esa película, pero hasta hoy no he podido verla, y desde que comenzó me atrapó y enamoró. Soy amante de las películas infantiles porque me dejan con el corazón muy sensible y lleno de emociones. Eso me encanta. Me pareció algo injusta al principio, pero el final me hizo llorar como Magdalena, ya que pude conectar muy bien con August, el protagonista.
Ay, amo los finales felices.
Mi alarma del celular suena poco después de terminar la película. Es hora de darle su medicamento al señor Antonio. Al llegar a su habitación, noto que se encuentra leyendo un libro. Vislumbro un poco el título desde donde estoy, sin embargo, por la portada puedo deducir que es de filosofía. No puedo evitar hacer una disimulada mueca de desagrado. Nunca llegué a entender la filosofía en la escuela, siempre me pareció confusa y aburrida, aunque no descarto volver a adentrarme alguna vez a ese mundo tan amplio.
Me agradece cuando le alcanzo las pastillas y el vaso de agua. Espero a que termine y lo dejo a un lado para luego llevarlo a la cocina.
La tarde casi va llegando a su fin, en cualquier momento llegará Estefano para llevarme a casa. Me siento en el sofá que está a un lado de la cama del señor y reviso algunos apuntes de mi agenda. Tengo que reorganizarme ahora que estoy a días de volver a la clínica nuevamente. Cierro la agenda, la dejo sobre la mesita que tengo al lado y tomo mi celular para revisar la hora: son las siete de la tarde.
Siento unos ojos sobre mí e inmediatamente dirijo la mirada hacia el señor. Él me observa, atento desde su cama, con una sonrisa triste en el rostro. En sus ojos puedo ver dolor y añoranza, como si de pronto hubiese recordado algo que le traía felicidad en algún momento.
Le muestro una sonrisa de boca cerrada y pestañea rápidamente cuando se da cuenta de que se había perdido en mi rostro.
—Perdón... no quise incomodarte —se disculpa amablemente—. Pero no podía dejar de verte porque en un momento me dio la sensación de que te pareces a mi esposa Amelia —explica.
—No pasa nada. —Dejo el celular sobre la mesita y me acerco para tomar asiento a un lado de la cama. Quizá sea importante para él platicar sobre eso—. La debe extrañar mucho.
Asiente lentamente.
—¿Sabes, Narel? Mi Amelia me hace tanta falta —confiesa mientras voltea a ver el pequeño portarretrato de su esposa que está sobre su cómoda, debajo del cuadro de una Virgen española que descansa en la pared—. A veces desearía que este aquí, no por mí, sino por los chicos. Ellos la necesitan demasiado.
—Quizá no la tienen a ella, pero lo tienen a usted —manifiesto, elevando un poco las comisuras de los labios.
Él me responde el gesto con una sonrisa tímida.
—Mi relación con mis hijos en los últimos años no ha sido la mejor que digamos —declara bajando la mirada—. Pero si hay algo que he aprendido en estas semanas que llevo aquí en casa, es que nunca es tarde para cambiar las cosas. Si bien es cierto, a mis hijos nunca les faltó nada. Pero siento que les he faltado yo... Estefano y Nicolás han crecido en un abrir y cerrar de ojos. Lo que quiero decir es que, voy a organizar mi tiempo para poder disfrutarlos más. En especial a Nicolás, él ya se gradúa de la escuela el año que viene.
—Me parece bien... —Tomo su mano y la palmoteo suavemente—. Ellos lo quieren mucho, señor. No se lo dicen, pero lo quieren mucho.
La verdad es que me siento muy cómoda platicando con el señor sobre sus hijos. Él es una persona tan amable y gentil, que me hace sentir como si estuviera hablando con el abuelo que nunca tuve. Y me emociona demasiado saber que se dará un tiempo para estar con sus hijos.
—Estoy pensando en organizar una barbacoa con mi familia y amistades cercanas para celebrar el 4 de julio. Quiero que los chicos puedan invitar a sus amistades y se diviertan mientras pasamos un grato momento en familia —comenta con entusiasmo—. Estás invitada también. Sé que te llevas muy bien con Estefano y Sigrid; estoy seguro de que a ellos les encantará que vengas ese día. Además, puedes venir con el hijo del doctor Morgan... Son pareja, ¿verdad? —Guiña uno de sus ojos.
Vaya, su invitación me ha tomado por sorpresa. No veo la hora de llegar a casa para comentárselo a mamá.
—Muchas gracias por la invitación —contesto, asintiendo con una sonrisa de oreja a oreja mientras pienso. Y con respecto a lo de Alan... creo que él ha sido sincero al contarme lo de su esposa y sus hijos, así que decido ser sincera también—. Bueno, con Alan las cosas no van bien, lo más probable es que venga sola ese día —admito.
—Oh, entiendo. —Asiente despacio mientras se humedece los labios antes de añadir—: Las relaciones de ahora son muy complicadas y diferentes a las de mis épocas, Narel. Más aún cuando las dificultades empiezan a surgir y los jóvenes como ustedes no saben cómo lidiar con ello.
Dejo salir un largo suspiro mientras proceso sus palabras.
—Amo los romances de antaño —declaro con una sonrisa tonta en el rostro—. El amor en ese entonces se podría decir que era duradero y verdadero en la mayoría de parejas. Se casaban, formaban sus familias y permanecían juntos hasta viejitos. En cambio, ahora es muy diferente, los tiempos han cambiado y las personas se vuelven reemplazables de un momento a otro. Las infidelidades están a la orden... —detengo mis palabras al darme cuenta que he dicho todo con eso. Todo.
Ahora es él quien envuelve mi mano entre las suyas.
—Eres una gran persona, Narel —me halaga de manera tan dulce que me da ganas de abrazarlo—. Nunca pierdas la esperanza. La vida es como los niños que recién están aprendiendo a caminar: te caes, lloras por la frustración y te vuelves a levantar para seguir intentándolo. Los malos momentos están siempre presentes, pero son temporales. Estoy seguro de que llegará un muchacho que te sabrá apreciar y valorar. Uno que no te será infiel. Una persona que te demostrará cosas nuevas y que estará contigo en todos tus logros y fracasos. En la alegría y en la tristeza. Pero lo más importante es... que te encuentres a ti misma y que sepas lo que vales como persona.
A pesar de que no nos conocemos mucho, me agrada que muestre sus buenos deseos por mí. Eso habla muy bien de él, no cualquiera lo hace con una desconocida. Aprecio demasiado su estima.
Suspiro mirando el crucifijo que descansa en la pared, sobre la cabecera de su cama. De alguna u otra manera, sus palabras han complementado lo que tenía en mente. Y me encontré a mí misma hace unos años y sé qué es lo que quiero para mi vida. Ahora ya me encuentro segura de lo que tengo que hacer.
Terminaré con Alan.
No puedo continuar con alguien que solo me va a limitar con su negatividad. Todas esas discusiones y palabras que me dijo en su apartamento, llegaron a herirme demasiado. Ya no me siento cómoda a su lado y prefiero cortar todo de raíz, antes de terminar frustrándome conmigo misma.
Y como dijo el señor: la vida es un constante aprendizaje en el que siempre habrá altos y bajos. Será difícil, pero no imposible encontrar a ese chico del que habla. No es tan fácil como decir que la próxima persona que se pose en el umbral de la puerta, sea el indicado...
Los pasos de alguien acercándose a la puerta nos hace voltear a ambos para saber de quién se trata.
—Hola... —saluda Estefano, entrando en la habitación.
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