14
Tefito
ESTEFANO.
Joder, maldito Alan.
Me quedo mirando, perplejo, en el espejo del baño. El moretón en la mejilla y la herida en el labio son muy notorios. No he vuelto a tener un hematoma desde que me agarré a golpes con el bravucón de la escuela en la secundaria, porque el muy hábil había robado mi tarea. Después de eso, nos suspendieron un par de días a ambos. Felizmente mi padre no se enteró, ya que cuando llamaron a casa fue Sigrid quien respondió y tuvo que ir a hablar con la directora.
Ahora, lo primero que se me pasa por la mente es el interrogatorio que me hará papá si llega a verme así, todo magullado. Y eso es si no se le ocurre ponerme un guardaespaldas para que me vigile todo el rato. No, será mejor que no me acerque a su habitación durante un par de días, en lo que trato de bajar el moretón con tutoriales de internet.
El móvil suena, avisándome la llegada de un nuevo mensaje de Christhoper.
Christhoper: Llego en cinco.
Desbloqueo la pantalla y escribo rápidamente un OK. Había quedado en que hoy saldría a correr temprano con él.
Regreso a mi clóset y busco un polo de color verde limón de manga corta y un short negro deportivo. Llego hasta a mi habitación y me cambio en un par de minutos. Finalmente, tomo asiento en el borde de la cama para atar los pasadores de mis zapatillas Nike.
Y como lo anunció, Christhoper llega exactamente en cinco minutos. Sé que Sigrid ya debe estar despierta, preparando el desayuno para Narel que no tardará en llegar. Así que salgo por una puerta trasera de la casa para evitar encontrarme con Sigrid y sus preguntas sobre el hematoma que llevo en rostro.
Luego de media hora de trote, Christhoper y yo regresamos a la mansión. Le he invitado a acompañarme en el desayuno, pero primero debemos darnos una ducha para quitarnos el sudor que traemos adherido al cuerpo. Bajamos hasta el sótano donde está el pequeño gimnasio y abro la puerta del baño para indicarle:
—Hay jabón nuevo en esa pequeña cesta al lado del lavamanos y las toallas limpias están en la repisa. —Señalo con mi dedo índice ambos lugares.
Él asiente y abre su pequeño maletín para sacar ropa limpia.
Como me lo imaginé, a la hora de subir al comedor para el desayuno, Sigrid me hace todo un cuestionario sobre mi rostro. Le digo que me caí en el baño ayer por la noche y ella se limita a asentir de manera comprensible, aunque es obvio que un golpe así no lo genera una caída, sino un puño. Ella me avisa que luego me dará una crema para que la aplique en la zona lastimada.
Christhoper se queda a pasar el resto de la mañana en la mansión. También llega Marco y aprovecho en presentarlos antes de proponerles que juguemos unas partidas de PlayStation. Ambos aceptan y terminamos desafiándonos a un campeonato de FIFA 21 entre los tres. Primero juegan Marco y Christhoper, donde sale como ganador Christhoper. No obstante, cuando llega su turno de jugar conmigo, pierde. Luego le toca a Marco enfrentarme y el marcador va parejo hasta los últimos minutos.
—¡Ya casi! —grita Marco cuando su jugador se va acercando a mi portería. Le da pase a otro de sus jugadores y este patea con rapidez, haciendo que el balón entre al arco—. ¡¡¡Gol!!!
—¡Maldita sea! —refunfuño mientras me levanto del sofá y tiro el control sobre este.
—¡Uy! ¿El principito se molestó? —se mofa Marco y lo fulmino con la mirada.
—Vuelves a decir esa palabra y considérate hombre muerto —le advierto.
—¡¡¡Príncipe!!! —grita a todo pulmón y lo tomo del cuello de su camiseta. Abre los ojos, sobresaltado—. Relájate amigo... ¿Otra partida?
—No —respondo de mala manera.
—¿Por qué siempre que jugamos y pierdes te pones de mal humor? —pregunta y mi mirada asesina viaja hasta sus ojos.
—¡Porque siempre ganas con trampa! —reclamo muy enfadado y Marco bufa. Christhoper mira desde el sofá la escena con una sonrisa divertida.
—Siempre gano limpiamente. —Se encoge de hombros—. Otra cosa es que seas malo en esto, prínci... —antes de que pueda terminar la palabra lo cojo nuevamente del cuello, sin embargo, los golpes en la puerta interrumpen el escarmiento que iba a darle.
—Tienes suerte de que Sigrid te haya salvado —le digo inconforme. Él solo me muestra una sonrisa de cachorro feliz—. ¡Adelante, Sigrid! —aviso para que entre.
Aguardo a que Sigrid ingrese, pero al no tener respuesta, me acerco yo mismo a abrir la puerta. Asomo la cabeza para mirar desde el umbral y una sonrisa se forma en mi rostro cuando veo a Narel en el pasillo. Ella me devuelve la sonrisa.
—Hola —saluda—. Tu padre está descansando, por favor, les pediría que no hagan mucho ruido.
—Oh, vale. —Asiento, haciendo un mohín mientras me apoyo en el umbral.
Estoy a punto de preguntarle sobre cómo va su día, pero me trago mis palabras cuando veo que una figura se pone a mi lado.
—Hola —vuelve a saludar ella educadamente al notar su presencia.
Marco.
Volteo y efectivamente mi queridísimo amigo Marco, está mirando a Narel de la misma manera en que un depredador observa a su presa.
—¡Hola, soy Marco! —se presenta muy audazmente—. Soy su mejor amigo. —Me señala y le extiende la mano. Ella la estrecha—. ¿Qué te trae por acá? —pregunta.
"Eso no te importa", refunfuña el Estefano de mi subconsciente y mentalmente le choco los cinco con la mano.
—Soy la enfermera del señor Antonio —responde sin darle mucha información.
Perfecto.
—Oh, comprendo. ¿Sabes?... No es muy común ver angelitos por esta casa —coquetea la bestia humana que tengo como mejor amigo y Narel parece darse cuenta de su poético piropo.
—¿En serio? —pregunta ella con falso asombro.
—Sí. De hecho, ahora estoy viendo uno muy bonito —manifiesta con una sonrisa pícara.
Narel entreabre los labios, avergonzada y pestañea un par de veces antes de contestar:
—Pues... seguro debes padecer de esquizofrenia porque yo no veo ningún ángel. —Ella le palmea el hombro a Marco—. Trátate, amigo —agrega e instantáneamente se le borra la sonrisa al trigueño.
Me muerdo los labios para evitar soltar una sonora carcajada. Narel se despide de mí con un movimiento de mano y se dispone a regresar a la habitación de papá.
Volteo a ver a Marco que aún tiene su mirada carnívora sobre ella. Lo fulmino con los ojos y lo tomo del cuello de su camiseta nuevamente. Me acerco a su oído y le susurro:
—Ni siquiera lo pienses, Marquito.
Él levanta las manos como si se rindiera ante mi advertencia.
***
Cuando regreso de acompañar a Marco y Christhoper a la puerta, me encuentro con Narel nuevamente en el pasillo. Ella se detiene un momento y me da una mirada divertida.
—¿Tu amigo siempre es así de coqueto? —pregunta, hundiendo un poco las cejas.
Ruedo los ojos y me cruzo de brazos.
—Sí, él es así de pesado con las chicas —comento mientras entro al cuarto de juegos para ordenar todo. Ella me sigue y se detiene en el umbral de la puerta.
—Ya veo... —musita sin despegar sus ojos de mi rostro—. No puedo dejar de mirar el feo moretón que te ha quedado—confiesa—, deberías echarte una crema o... maquillarte.
Regreso la mirada hacia ella y frunzo el ceño.
—¿Maquillarme? No, eso ni de coña —aseguro con una mueca de desagrado.
Se acerca al sofá y toma el mando del Ps5. La miro, atento, siguiendo cada movimiento de su mano.
—Juguemos una partida. Si yo gano, te dejas maquillar por mí —propone con una sonrisita retadora. Alzo una ceja, demostrándole que me ha interesado lo que ha dicho y me acerco lentamente hasta donde está; me encorvo un poco para quedar a su altura, dejando mi rostro a centímetros del suyo.
—¿Y si yo gano? —susurro, cambiando el tono de mi voz para darle seriedad al asunto.
—Pues... haré lo que quieras —admite con el mismo tono de voz que yo.
—¿Lo que yo quiera? —Vuelvo a inquirir, alzando una ceja de manera sexi. Asiente muy segura, y antes de quitarle el mando de la mano, le guiño un ojo—. Bien... ¡Que comiencen los juegos del hambre!
Ella suelta una risa y se sienta a mi lado en el sofá.
Le doy play al juego y en menos de dos minutos, ella ya está anotando su primero gol. Hace un divertido y breve baile de la victoria para luego sentarse y continuar con el partido.
Es muy buena jugando. Hasta me entra un poco de temor al pensar que puedo llegar a perder y tendría que dejarme maquillar por ella.
"¡Vamos, campeón!", grita el Estefano de mi subconsciente, vestido con una camiseta que tiene estampada mi cara y moviendo con sus manos unos pompones azules al mismo estilo que las porristas.
Cuando el segundo tiempo está por terminar, ambos hemos empatado y el que anote el siguiente gol, será el afortunado que gane.
—Creo que alguien se va a tener que maquillar... —se mofa Narel, concentrada en la gran pantalla del televisor.
—Yo aún no cantaría victoria —aseguro.
Mi jugador le quita el balón al suyo y corro con dirección a su arco. Soy consciente de que esta es mi oportunidad para ganar y librarme de las paletas de maquillaje. Le doy pase al jugador más cercano y sin pensarlo, presiono el botón para que patee. Abro los ojos, viendo el viaje que realiza el balón desde la cancha hasta el arco de mi contrincante. Ambos nos hemos quedado en silencio. En un inquietante silencio.
Oh por todos los...
Esperen... ¿Gol?
¡Gol!
¡¡¡Gol!!!
—¡No! —chilla Narel a mi lado.
—¡¡¡Sí!!! —afirmo yo, cayendo de rodillas en el suelo con los brazos extendidos a los lados, en señal de victoria—. Espera... dame un segundo, por favor —pido, poniéndome de pie para tomar mi móvil y buscar la canción "We Are The Champions" de Queen en YouTube y darle el toque especial al momento—. Ahora sí.
Vuelvo a la posición victoriosa en la que me encontraba, disfrutando la canción que suena de fondo hasta que Narel la detiene y se pone de pie.
—Bueno, bueno... —canturreo, acercándome hasta donde está. Le doy una revisada rápida a mi reloj de pulsera antes de agregar—: Entonces... ¿Paso por ti a las cuatro? —propongo, cruzándome de brazos a la espera de su respuesta.
—¿A dónde iremos? —inquiere con confusión.
—¿Te apetece ir al cine? —pregunto, dejando el control sobre el sofá.
Me regala una sonrisa apenada tras su derrota y asiente, dándome el visto bueno.
Cine será.
***
Para cuando llega la tarde, mi padre lee un libro en su cama, Sigrid borda unas telas mientras ve la televisión en su habitación, Nicolás mira una película en la sala y yo tengo todo el tiempo del mundo para planear mi cita con Narel.
Espera... ¿Es una cita?
"No, es una salida al cine solo como amigos nomás", me corrige el Estefano de mi subconsciente.
Luego de darme una relajante ducha, me envuelvo la toalla en la cintura y camino hasta mi clóset. Escojo unos pantalones jeans, una chompa negra delgada y por último, unas zapatillas Converse blancas. Hago la misma rutina de cambiarme mientras me distraigo con el móvil y los mensajes de Marco, haciéndome comentarios morbosos sobre mi salida con Narel, los cuales no voy a mencionar.
Cuando estoy dentro de mi camioneta, cojo mi móvil y le mando un mensaje, avisándole que ya estoy saliendo para su casa. Enciendo la radio para calmarme porque estoy hecho un manojo de nervios. Empieza a sonar "Once Dance" de Drake.
Me miro por el espejo retrovisor para ver si mi cabello está presentable y no puedo evitar hacer un gesto de desagrado cuando veo el moretón debajo del ojo. Mi mandíbula se tensa de tan solo recordarlo.
Maldito...
¿Y si Alan está en casa de Narel?
No, no me puedo arriesgar a que arruine nuestra cita... digo... nuestra salida al cine. Además, si él estuviera ahí, Narel me avisaría. No creo que ella quiera otro golpe más en mi hermosa cara. Si me golpeara el otro pómulo, parecería un oso panda.
"Tranquilo, dudo que después de lo de ayer, él vaya a buscarla", me calma el Estefano de mi subconsciente.
Asiento para mí mismo, dándome ánimos y soltando un suspiro largo a la vez que me vuelvo a concentrar en el camino. En ocasiones suelo ser muy paranoico y termino creando ideas en mi cabeza que a veces podrían no ser ciertas, pero no puedo controlar mis dramas.
Mr. Drama me llaman.
La hermosa calle con abundantes jardines y macetas en los faroles, me recibe mientras estaciono a un lado de la vereda, donde Narel me espera de pie con una sonrisa tímida. Salgo de la camioneta y la saludo con una sonrisa de boca cerrada. Rodeo el capó del vehículo para abrirle la puerta del copiloto.
Entra y antes de que la cierre, me dice, divertida:
—Te dije que podía hacerlo yo misma.
Le alzo las cejas en broma y cierro sin responder. Regreso y ocupo mi lugar en el asiento del conductor.
—Es por educación —contesto, colocándome el cinturón de seguridad.
El camino al cine no es para nada aburrido, ya que siempre platicamos de todo. Hasta de la música que pasan en la radio. Ambos tenemos muchas cosas en común y una de ellas es la música.
—¿Qué película veremos? —pregunta con toda la confianza brindada.
La miro de reojo y no puedo evitar sonreír al ver su expresión de niña pequeña.
—No sé, ¿cuál sugieres tú? —le doy la opción de debatir.
—Estoy entre dos. —Me muestra dos dedos de su mano con una mirada divertida—. Hay una de terror y una romántica.
Espera, espera...
Las películas de terror no son de mi agrado. Soy muy asustadizo... Después de verlas suelo tener pesadillas en la noche porque mi subconsciente se encarga de recrearme escenas en las que suelo el protagonista.
Para mi mala suerte, cuando llegamos al Regal Division Street, las entradas para la película romántica ya se agotaron. Así que la única opción disponible, es la película de terror, pues las demás son para niños y no pienso pasar la tarde rodeado de niños gritando y cantando en la sala.
Hago la fila para comprar los boletos mientras Narel compra las palomitas y unas bebidas. Imagino como esas palomitas saldrán volando cuando haya una escena escalofriante.
Entramos a la sala y ocupamos nuestros respectivos asientos. Para sorpresa mía, los niños también entran a ver la película de terror que, a mi parecer, no debería estar apta para sus edades. Los tráilers de las otras películas terminan y empieza la nuestra. Al principio me encuentro tranquilo, pero a medida que continúa la historia va dando mucho más miedo. Lo único que hago es cerrar mis ojos a la hora que presiento que habrá una escena que nos asustará a todos los que estamos en la sala.
Me agarra de sorpresa la escena cuando el alma de una niña aparece a espaldas del padre de la familia que renta la casa donde está ambientada toda la película. No puedo evitar saltar en mi asiento mientras algunas chicas y niños de la sala, gritan.
Miro a Narel que observa la escena sin ningún temor y con una notable curiosidad. ¿Acaso no tiene miedo? Creo que esto no es nada comparado con su trabajo. No estoy diciendo que ser enfermera sea algo aterrador, sino que ver heridas personalmente no me agrada. Me pone muy nervioso tan solo imaginármelas, pero ella ya debe estar acostumbrada. Además, vocación es vocación.
Sin darme cuenta me quedo dormido a la mitad de la película y cuando despierto ya están dando los créditos. Prenden las luces y las personas empiezan a bajar hacia la salida.
—¿Qué tal dormiste? —pregunta Narel, divertida.
—¿De qué hablas? —Frunzo el ceño, tratando de hacerme el desentendido, pero ella lo ha visto todo.
—De los ronquidos que toda la fila escuchó —ríe y me sonrojo. Dormirme era lo último que quería.
—Bueno, sí. —Asiento aceptando que he dormido más de media película. Debo estar cansado de toda la semana de trabajo—. Es que los lugares oscuros me dan sueño —me excuso.
Me muestra una sonrisa de boca cerrada y bajamos hasta la puerta de salida.
—¿A dónde vamos ahora? —pregunta cuando hemos abandonado la sala de cine y caminamos hasta la calle.
—No sé tú, pero a mí se me ha antojado un café caliente —confieso, sobando mis manos para quitarme el frío que me ha dado el aire acondicionado de la sala.
—Sí, yo también me he congelado. Vamos —dice igual de emocionada que yo.
Como todo un caballero, le vuelvo a abrir la puerta del copiloto cuando llegamos a donde se encuentra estacionada mi camioneta. Conduzco un aproximado de media hora hasta una tienda de Starbucks que está por el centro de la ciudad.
Estaciono a un lado de la calle y apago la camioneta antes de quitarme el cinturón de seguridad. Salgo del vehículo, uniéndome a la par de Narel para entrar al local y ordenar. Una vez dentro, ambos pedimos un Dumb Vanilla Blonde Roast. Cuando nos lo entregan, le agradezco al chico que nos atendió y buscamos un lugar cerca a la ventana para sentarnos.
—¿Vienes aquí seguido? —pregunta mientras le coloca el sorbete a su vaso.
Le doy una mirada rápida.
—Sí, con mi hermano y a veces cuando acompaño a Sigrid a hacer las compras —comento.
Sonríe, asintiendo y puedo ver gracias a la iluminación del lugar que tiene en las mejillas unas lindas pecas que no había notado antes.
—Sigrid me cae súper bien —confiesa con un tono de voz sincero—, tu papá también.
—¿En serio? —pregunto con el ceño fruncido. Papá no es muy amigable con sus trabajadores.
Aunque creo que con ella ha hecho una excepción.
—Es muy amable conmigo y su trato es bueno —admite, mirando por la ventana a las personas que caminan por la calle.
—Bueno, conmigo es un poco estricto. —Hago un mohín con los labios al recordar la discusión que tuvimos hace un par de semanas por lo de la fiesta.
Narel suelta un corto suspiro y me da una mirada de comprensión.
—Lo sé. La mayoría de padres a veces suelen ser así porque solo quieren lo mejor para sus hijos. —expresa, encogiéndose de hombros. En su rostro se dibuja una sonrisa de boca cerrada—. O porque son desobedientes... —Esto último lo dice en tono bromista.
Okey, ¿eso ha sido una indirecta para mí? ¿Papá le contó sobre lo de la fiesta? Espero que no. Tampoco quiero quedar como un malcriado.
—Creo que tienes razón. —Alzo las cejas y suelto un suspiro—. No puedo enojarme con él. Sé que en el fondo me ama mucho y solo quiere lo mejor para mí...
El sonido de unos tacones y la presencia de alguien, hace que Narel deje de prestarme atención y dirija la mirada hacia la persona que se ha detenido a mi lado.
—¡Tefito!
Mis sentidos detectan rápidamente el perfume y la voz chillona de Julieta, y automáticamente se activa el antivirus... perdón, la autodefensa contra chicas acosadoras.
Narel me mira con el ceño fruncido y no hace falta verme en un espejo para saber que tengo la misma expresión en mi rostro. Cuando volteo a ver a Julieta, ella me abraza, apasionada como siempre y siento que casi se me salen los ojos de la cara cuando veo que el vaso de café se me está ladeando.
Vale... respira, Estefano. ¡Uno, dos... tres!
Eso es, tranquilo...
¡Buen chico!
—¡Tefito! ¡Qué alegría encontrarte aquí! —pronuncia la rubia.
Le hago un gesto a Narel para que sostenga mi vaso y así poder librarme de este agarre.
—Julieta, por favor. —Logro retirar sus brazos de mi cuello y le impido que se acerque, haciendo un gesto de manos. Algunos clientes que pasan por nuestro lado nos quedan mirando raro, solo espero que no llamen a los de seguridad—. No quiero verte ahora, estoy muy enojado contigo. ¿Sabes que por haber contado lo de la fiesta, mi padre casi se muere?
Trato de contenerme y no descargar toda mi rabia guardada con ella, porque ganas no me faltan. Aunque ahora que lo pienso, ella no sabía que habíamos ido a la fiesta, a escondidas de papá. Eso me calma un poco, igual soy un caballero y no quiero perder los estribos delante de Narel.
—¡Tefito, perdóname, yo...! —intenta justificarse, pero le interrumpo.
—¿Cómo me llamaste? —inquiero con suma confusión.
—Tefito —repite—. Tu nombre es Estefano, Tefito de cariño —explica obvia y pone los ojos en blanco ante mi lentitud para comprenderlo.
Le doy una mirada a Narel que se encuentra mirando, divertida esta escena mientras le da un sorbo a su café.
—Okey, primero, no me llames así, por favor. Y segundo, no te puedes estar colgando de mí en público —le pido, señalando mi cuello con mis dedos.
—¿Por qué? —pregunta, adoptando una expresión seria.
—Lo siento, pero me incomoda —respondo, cortante.
Se da cuenta de la presencia de Narel y la mira de pies a cabeza.
—¿Y ella quién es? —vuelve a preguntar, señalándola con el dedo índice.
Mi acompañante le da una sonrisa divertida y se presenta:
—Me llamo Narel. —Le extiende la mano y Julieta la estrecha con recelo.
—Es una amiga —menciono.
La rubia le da otra de sus miradas inspectoras y ruedo los ojos con fastidio. Otra de las cosas que no me agradan, es esa mirada de superioridad con mis amigas.
—Bueno, debo irme —dice Julieta y sin darme tiempo a reaccionar, me da un beso rápido en la mejilla y luego se despide de Narel con un movimiento de manos—. Adiós, querida.
—Bye —responde ella mientras yo me limpio la mejilla con una servilleta.
Narel se queda mirando como Julieta se aleja de nosotros, moviendo su trasero de manera sexi. Regresa la mirada hacia mí con esa expresión divertida que ha mantenido desde el principio. Está evitando las ganas de reírse, lo sé.
—¿Qué fue todo eso? —pregunta, asombrada.
—Es una trabajadora de mi padre —le explico, pidiéndole con un gesto que me dé mi vaso de vuelta—. Está enamorada de mí desde el primer segundo que me conoció. —Hago una mueca como si estuviera hablando de una persona que está completamente orate.
—Está loca —ríe.
—¿Tú crees? —interrogo mientras me llevo el sorbete a la boca.
—Sí, no puede estar abrazándote así delante de todos y sin tu consentimiento. Eso es obsesión —asegura con una fingida expresión de miedo.
—Es cierto. —Frunzo los labios, pensando.
—En un principio pensé que era tu novia. —Hace un gesto de alivio, limpiándose una gota de sudor imaginaria de la frente.
—¡No! —exclamo, desesperado y Narel da un respingo—. El día de la fiesta de Peter cuando una chica me invitó a bailar, ella se puso en medio y le dijo que éramos novios, pero lo desmentí rápido para no crearle falsas ilusiones. No quiero que se haga daño ella sola.
Entreabre la boca porque todo esto le causa asombro.
—¡Es increíble! —murmura.
—Sí, está obsesionada —afirmo.
—Demasiado diría yo. —Frunce el ceño—. ¿Te ha hecho esas escenas frente a tu novia?
—No, en realidad no tengo novia —respondo con una sonrisa de boca cerrada.
—¿En serio? —ríe —. Tienes a esa chica a tus pies y estás solo.
—Ya te expliqué que no siento absolutamente nada por ella —recalco, encogiéndome de hombros.
Asiente después de tomarse un momento para limpiarse los labios con una servilleta de papel.
—Vaya, no sabía que producías ese efecto de "obsesión" en algunas chicas —bromea, haciendo comillas con sus dedos.
—Yo tampoco —admito.
—Ya casi anochece. —Mira la hora en su móvil—. ¿Podemos irnos? Le prometí una videollamada a mi amiga a las nueve —comenta—. Está en Seattle visitando a su familia.
—¿En serio? Seattle es muy bonito —expreso con un asentimiento de cabeza. Meto mi móvil en el bolsillo del pantalón y me pongo de pie—. Vámonos para que no llegues tarde a tu videollamada. —Le guiño un ojo.
Ya en la camioneta, enciendo la radio para amenizar el trayecto. Suena "Never be the same" de Camila Cabello y mi vehículo ya parece el mismísimo Carpool Karaoke. Para cuando llegamos a casa de Narel, ya ha anochecido. Estaciono a un lado de la vereda y bajo el volumen de la radio para despedirme.
—Gracias, la pasé genial —expresa con una sonrisa encantadora en el rostro—. Y me divertí mucho con lo de tu fan enamorada. —Se lleva las manos al corazón para hacer un gesto romántico.
—Igual yo —respondo, evitando reír con lo Julieta. Ahora que lo pienso bien, sí me da risa, viéndolo desde su perspectiva de ella—. No fue divertido, bueno no para mí —bromeo, haciéndome la víctima.
Suelta una carcajada y se quita el cinturón de seguridad.
—Bueno, como digas. —Sale de la camioneta y me doy cuenta de que me ha ganado en abrir la puerta—. Adiós, Tefito —se mofa entre risas.
La quedo mirando con la boca entreabierta. Esas palabras no me las veía venir de parte de ella.
—¡Oye! —protesto.
Ríe nuevamente y se despide moviendo la mano. La sigo con la mirada mientras camina por el sendero que lleva a la puerta de su casa y suspiro cuando la veo ingresar.
Enciendo la camioneta para regresar a la mansión. Una sonrisa tonta se forma en mi rostro al darme cuenta de que he pasado una buena tarde en compañía de Narel.
Espera... ¿Por qué sonrío como imbécil?
"¡Porque lo eres!", responde mi subconsciente, mofándose de mí también.
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