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13

Rocky Butte


ESTEFANO.

Termino de revisar algunos mensajes que tengo en el móvil y me pongo de pie para caminar con dirección al baño de la oficina. Me miro en el espejo del lavamanos por unos segundos, tratando de encontrar alguna arruga o una expresión que denote mi cansancio, pero no, me veo igual que siempre. Quizá algo somnoliento y despeinado, sin embargo, puedo decir que por dentro estoy tan agotado que, si me ponen una canción de cuna, me quedo dormido como un bebé. Siento como si una manguera me hubiese succionado todas las energías, dejando mi cuerpo totalmente débil.

Suelto un profundo suspiro y abro la llave del agua para luego meter mis manos y humedecer mi rostro, a ver si así se me despeja un poco la cabeza. Tomo la toalla limpia que descansa en la repisa y me seco antes de salir.

Por fin ha llegado el viernes y debo admitir que esta semana ha sido muy estresante. Mi padre ha hecho un buen trabajo durante estos años, y ha dejado la vaya muy alta como líder de la empresa familiar. Aún no he logrado adaptarme a esta rutina y ahora entiendo por qué ha estado visitando al doctor Morgan. Seguro el estrés le ha estado afectando el corazón.

Espero que a mí no me suceda lo mismo.

Hoy por la mañana he tenido cuatro reuniones seguidas para cerrar contratos y supervisar algunas obras que tiene a cargo una constructora asociada. Durante estas dos semanas que ya llevo a cargo de la empresa, me he desempeñado bien y el tío Gabriel me ha felicitado delante del personal. Me siento orgulloso, y espero que papá también lo esté.

Cierro los ojos y me cubro el rostro con las manos. Vuelvo a suspirar y me acaricio la frente y el entrecejo para relajarme. De pronto, la puerta de la oficina se abre y aparece Daniela con su agenda y bolígrafo en la mano.

—¿Te encuentras bien? —pregunta, ceñuda, al verme con las manos en la cara.

Asiento y corro un poco la silla para ponerme de pie.

—Sí, no pasa nada. Solo tengo un poco de estrés —aseguro.

Hace un mohín y deja sus cosas sobre mi escritorio antes de rodearlo y llegar hasta donde me encuentro.

—Hey, tranquilo... Ya hemos terminado por hoy —dice con una sonrisa de boca cerrada—. Lo que necesitas ahora son unos buenos masajes —recomienda—. Siéntate, yo me encargo de eso.

No tan convencido, obedezco. Me siento en la silla del escritorio y cierro los ojos mientras siento las manos de Daniela masajeando mis hombros. Se acerca más a mi espalda y realiza movimientos suaves: primero en el cuello y luego baja a los hombros.

—Vaya, estás demasiado tenso —comenta.

—¿En serio? —pregunto sin abrir los ojos. Sus manos empiezan a hacer más presión sobre mis hombros y siento que duelen—. Trata de hacerlo más despacio, por favor —pido.

—Okey.

Sus manos suben hasta la parte alta de mi cuello y mueve los pulgares lentamente en forma circular. Luego desciende nuevamente con movimientos largos hasta mis hombros y baja hasta mi clavícula. Afloja un poco el nudo de la corbata y abre los primeros botones de mi camisa.

—¿Te sientes mejor? —inquiere, susurrando cerca de mis oídos. Me limito a asentir.

Entonces, una de sus manos se desliza por debajo de la tela de mi camisa y abro los ojos inmediatamente. Me pongo alerta. Frunzo el ceño a la vez que acaricia mi pecho de manera suave, y sin esperar otro cariño de su parte, tomo su mano para apartarla de manera cortés.

No sé si estoy paranoico por el beso de la última vez, pero he sentido que ha tratado de seducirme. Y esa es la señal que estaba esperando para iniciar aquella plática que tengo pendiente con ella.

—Gracias, Daniela. Ya me encuentro mejor —miento.

Se da cuenta de mi incomodidad y responde:

—Lo lamento, Estefano, pensé... —duda un momento y luego continúa—: Creo que he malinterpretado las cosas. Te pido disculpas.

Le hago un gesto con la mano para que se siente al otro lado del escritorio. Me pongo de pie y lo rodeo para sentarme en el borde, cerca de ella.

—Daniela... creo que esto ha sido culpa mía por el coqueteo de ese día en la pizzería. Fue algo que se me escapó de las manos, quizá por el momento. Pero lo cierto es que, no estoy interesado en ti. Te pido disculpas si pensaste lo contrario, no fue mi intención. Eres la ex de mi mejor amigo y entre él y yo hay códigos que no debemos romper, además, eres una chica muy guapa, responsable e inteligente, estoy seguro de que fuera de esta empresa, hay varios chicos esperando tener una oportunidad contigo.

Me muestra una sonrisa de boca cerrada.

—Entiendo... —Asiente varias veces y se humedece los labios—. En serio lo lamento, me siento muy avergonzada y aceptaré cualquier decisión que tomes sobre mi permanencia.

Me quedo mirándola un par de segundos, tratando de entender lo que ha dicho.

—¿Cómo? —pregunto con el ceño fruncido.

—Si piensas despedirme, lo entenderé —explica.

—¿Qué? No. No te voy a despedir —afirmo, haciendo un ademán para restarle importancia—. Hemos dejado las cosas claras, estoy seguro de que esto no se va a volver a repetir, ¿cierto?

Ella asiente.

—Gracias, Estefano. —Suspira y se pone de pie—. Por favor, no le cuentes a tu padre sobre esto.

Le regalo una sonrisa de boca cerrada.

—Pierde cuidado, Daniela. No lo haré —respondo y tomo su agenda que ha dejado sobre el escritorio. La abro y busco la fecha de hoy—. Veo que ya no hay más actividades para hoy, si deseas ya puedes retirarte. Nos vemos el lunes. —Le entrego la agenda y el bolígrafo. Ella me sonríe y se pone de pie.

—Y nuevamente... gracias —expresa, extendiéndome su mano y la estrecho amablemente—. Hasta el lunes, señor jefe —se despide, divertida.

No puedo evitar soltar una corta risita porque me hace sentir que la tensión entre nosotros ha disminuido.

—Que tengas un buen fin de semana —contesto mientras la veo caminar hacia la puerta.

Decido retirarme minutos antes de la hora de salida establecida, pues sé que ya no hay nada más que hacer en la oficina y tampoco me apetece esperar como un estudiante en el aula a que toque la campana. Claro que en la empresa no hay dicha campana, solo nuestros relojes en la pared, en la muñeca y por supuesto, en el móvil. Cada quien controla la hora en la que tiene que salir.

Para cuando llego a casa, me encuentro a Narel saliendo por la reja de la entrada. Estaciono la camioneta a un lado y bajo el vidrio de la ventana. Me da una mirada curiosa, acompañada de una sonrisa de boca cerrada.

—¿Ya te vas? —pregunto, alzando las cejas en un gesto de sorpresa. Ella asiente.

—Sí, tu padre me dejó salir antes —explica.

—Vamos, te llevo a casa —ofrezco amablemente. Asiente sonriendo y rodea el capó de la camioneta para entrar en el asiento del copiloto.

En estas dos semanas que lleva trabajando para papá, la mayoría de días me he encargado de llevarla a casa. Es por eso que, no hay problema al momento de decirle que suba, porque ya tenemos confianza. Narel me cae demasiado bien, eso no lo puedo negar. Es una chica muy risueña y todo el tiempo tiene una sonrisa en el rostro. Hasta he pensado que ella y mi hermano pueden ser modelos de un comercial de pasta dental.

Su inesperada pregunta me saca de mis pensamientos:

—¿Qué tal tu día en la empresa?

Veo por el rabillo del ojo que se lleva un mechón de cabello por detrás de la oreja.

—Te soy sincero... —Le doy una mirada rápida—. Estuvo mal.

Frunce el ceño y se gira un poco para verme, atenta.

—¿En serio? ¿Y eso por qué? —vuelve a inquirir con curiosidad. Suelto un suave suspiro.

—Hoy es el día en que he tenido más reuniones. Cuatro para ser exactos —especifico—. Pobre mi trasero... —me lamento y suelta una carcajada.

—Ya me imagino —contesta entre risas.

—¿Qué cosa? ¿Mi trasero?

—¡No! —responde, divertida—. Me refiero a que imagino lo cansado que debes estar. Y claro, tu trasero también debe estar cansado de estar sentado todo el día —se burla.

Hago un mohín.

—La verdad que sí —admito—. Pero hay que ver el lado positivo de las cosas. Hoy es viernes, eso significa que, mañana es sábado y descanso. —Dejo de sostener el volante y levanto los pulgares con una sonrisa de boca cerrada.

—¡Hey, no! —chilla entre carcajadas—. No vuelvas a hacer eso, casi se me sale el corazón por la boca.

—¿Cuál? ¿Esto? —Alzo las manos, dejando nuevamente el volante.

Siento su mano golpearme en el brazo a modo de regaño para que no lo vuelva a hacer.

—Sí, eso —indica, poniendo los ojos en blanco—. Me da un temor horrible cuando alguien deja el volante así. Podrías provocar un accidente sin darte cuenta —me reprende, reprimiéndose la risa y luego se vuelve hacia la ventana, le da un vistazo al espejo retrovisor y exclama—: ¡Estefano, nos está siguiendo una patrulla!

Abro los ojos como búho y me tiemblan las manos en el volante.

—Mierda... —Detengo la camioneta y miro hacia atrás para comprobar si es cierto. Las risas de Narel se hacen presentes a mi lado.

No hay ninguna patrulla.

—Ya estamos a mano —dice ella, dándome golpecitos en el hombro.

Me cruzo de brazos y le regalo una mirada fulminante.

—Muy graciosa, ¿no? —Levanto una ceja—. Podrías provocar un accidente sin darte cuenta —imito su voz, haciendo que estalle en carcajadas otra vez.

—Hey, yo no hablo así —se defiende, apretando los labios para no reír.

—Sí. Fácil te pueden llamar para que hagas la voz de Alvin: la ardilla —manifiesto, intentando no reír también.

—No.

—Sí.

—No.

—Sí.

Vuelvo a sentir el golpe de su mano en mi brazo.

—¡Ay! —me quejo—. Que agresiva esta chica, por Dios... —mascullo y hace un falso gesto de ofendida.

—¡Ay! —Pone los ojos en blanco y se cruza de brazos—. Que dramático este chico, por Dios —me imita.

—Sí soy. —Sonrío con el pecho inflado de orgullo. Ella rueda los ojos, aún evitando las ganas de reír.

—¡Dramático! —se queja.

Enciendo la radio y durante el resto del camino nos acompaña la música de fondo. Revisa su móvil mientras en la emisora suena "The Reason" de Hoobastank y ambos cantamos la letra de la canción. No puedo evitar reír cuando envuelve el móvil con los dedos y finge que es un micrófono. Entonces, Narel empieza la segunda estrofa y me extiende el imaginario micrófono para que yo cante. Lo hago.

Vuelvo a reír por lo gracioso y divertido que es este momento.

Luego de quince minutos, llegamos a su vecindario y aparco el vehículo a un lado de la vereda. Me incorporo hasta los asientos traseros para alcanzar su mochila y dársela. Agradece con una sonrisa y bajo de la camioneta para abrirle la puerta como todo un caballero, pero cuando llego, ella ya está fuera.

—Gracias por traerme —dice con una sonrisa de boca cerrada mientras se lleva la mochila al hombro.

Me pongo enfrente de ella y entreabro los labios para responderle, pero una voz masculina a mis espaldas me interrumpe:

—¿Narel?

Primero miro por encima de mi hombro y luego doy vuelta para ver de quién se trata. Alan nos da una mirada confusa a ambos y se acerca hasta donde estamos. Ignora mi presencia y envuelve a Narel en un abrazo que ella corresponde fríamente, como si no supiera cómo reaccionar en ese momento. Noto que arruga las cejas, y sube sus manos hasta los hombros de él para tratar de separarse. En su rostro hay una completa e interesante expresión de desconcierto que logra captar mi atención.

Qué pareja para más rara.

Él se vuelve hacia mí y me da una mirada de pocos amigos. Arrugo las cejas también y quito la mirada de ellos para no sentirme excluido. Ya saben, es ese incómodo momento en el que estás con una amiga y llega el novio que te hace sentir el pianista o violinista de la escena. En pocas palabras: la sobra.

—He venido por ti para ir a cenar —informa él, acariciando la mejilla de su chica.

—Mmm... en realidad tenía planeado cenar con mamá hoy —admite ella y Alan no puede evitar mostrar un gesto de fastidio.

—Eh, yo ya me tengo que ir —le digo a Narel mientras me acerco y me despido de ella con un beso en la mejilla—. Nos vemos mañana. —Le doy una sonrisa de boca cerrada y ella me devuelve el mismo gesto.

Camino hasta mi camioneta y antes de abrir la puerta, les doy un último vistazo para asegurarme de que todo esté bien, porque algo me dice que no lo está. Me ajusto el cinturón de seguridad y enciendo el vehículo para iniciar el trayecto a casa.

Avanzo unos cuantos metros, pero detengo el coche cuando el sonido de mi móvil me avisa la llegada de un nuevo mensaje. Desbloqueo la pantalla y entro al chat para ver de quién se trata.

Bella: ¿Puedo ir a verte hoy?

Me tomo un momento para preguntarme si me siento de ánimos para recibirla, pues pensaba llegar a la mansión y encerrarme en mi cuarto. Estoy muy cansado y lo último que quiero es recibir visitas.

De pronto, me entra curiosidad por ver si la parejita sigue afuera de casa y levanto la mirada para observar a través del espejo retrovisor. Sí, siguen ahí. Están... ¿Discutiendo? Giro en mi asiento para ver lo que está pasando. Narel se lleva las manos a la cabeza mientras le grita algo a Alan. Él se le acerca, enojado y la empuja hacia la vereda, haciendo que Narel caiga sentada, golpeándose la espalda con el borde del cemento.

Me quito rápidamente el cinturón de seguridad y camino hasta donde se encuentran. Por un momento, me quedo helado cuando veo que Alan le levanta la mano para darle un golpe y corro a toda velocidad para detenerlo.

—A ella no le vas a tocar ni un pelo, imbécil —digo, dándole un fuerte golpe con mi puño en la cara. Él se tambalea y se queda mirándome un momento, sorprendido y enojado por lo que acabo de hacer.

—¡Qué carajos! —grita y se acerca a mí para devolverme el golpe, sin embargo, lo esquivo.

—¡Estefano! ¡No! —escucho que interviene Narel, pero hago caso omiso.

Logro darle otro golpe en la mandíbula y sin darme tiempo para reaccionar, me da uno en la boca, haciéndome caer al suelo. Retrocedo, arrastrando mis brazos en el asfalto, pero él se coloca encima de mí para impedirme avanzar y me da otro golpe en la mejilla. Reacciono rápido y le doy una patada en el abdomen, dándome el tiempo suficiente para ponerme de pie mientras él se retuerce de dolor.

—¡Basta! —Narel se coloca en medio de los dos—. Alan, por favor, vete —le exige.

—Entonces era cierto... —espeta él con la mandíbula tensa—. Estás con él.

—¡¿Qué?! ¡No! —responde ella—. Por favor, vete antes de que empeoren las cosas —vuelve a pedir.

—No, Narel —habla Alan, ahora con la respiración acelerada—. Si alguien tiene que irse, entonces es él. —Me mira.

—No me iré —admito, negando con la cabeza—. Lárgate tú.

—Ten cuidado en cómo me hablas, maldito hijo de... —Narel lo interrumpe.

—¡Solo vete, Alan! —grita—. Por favor, hazme caso.

El pelinegro me lanza una mirada asesina. Intenta hablar nuevamente, pero se calla y alterna la mirada entre Narel y yo antes de retroceder unos pasos y caminar hasta su camioneta. No me había dado cuenta de que está estacionada unos metros más allá, al lado de la vereda. La enciende y comienza a avanzar, pero se detiene a nuestro lado para darnos una última mirada fulminante a través del vidrio de la ventana.

Le levanto las cejas y ladeo la cabeza para indicarle que se dé prisa.

Cuando el vehículo desaparece al final de la calle, Narel se vuelve hacia mí. Está muy nerviosa y anonadada por lo que acaba de pasar.

—Lo lamento mucho, Estefano —susurra—. Mira nomás cómo te ha dejado el labio.

Me llevo la mano a la cara y me paso las yemas de los dedos por el labio inferior. La sangre se impregna en la piel inmediatamente y Narel me quita la mano para que no me siga tocando.

—No pasa nada, estoy bien —aseguro—. Tú, ¿estás bien? ¿Te golpeó? Vi que caíste en el borde de la vereda. ¿Te has golpeado fuerte la espalda?

—No, no me golpeó. Tampoco sentí el golpe en la espalda porque mis manos se llevaron todo el impacto. —Niega con la cabeza y me muestra las palmas de sus manos. Están rasguñadas y rojas—. No puedes regresar así a casa. Tengo que curarte —sugiere.

—Está bien. Tengo una mochila de primeros auxilios en la camioneta —le indico, haciendo un gesto con la cabeza para señalar el vehículo.

—Okey, vamos.

Nos acercamos a la maletera y saco del bolsillo de mi pantalón el manojo de llaves para abrirla. Levanto la puerta y me incorporo para alcanzar el pequeño maletín rojo de primeros auxilios que Sigrid me preparó para una emergencia. Se lo entrego a Narel y ella se encarga de abrirlo y buscar lo necesario para curarme la ruptura de labio que me ha ocasionado el altercado con Alan.

—Has presión hasta que deje de sangrar —indica, pasándome un trozo de gasa que rápidamente me llevo hacia el labio inferior.

La miro mientras ella saca el agua oxigenada y ordena las demás cosas.

—¿Qué fue todo eso? —pregunto.

—¿Qué? —Me mira, confundida.

—Lo de Alan —respondo con un gesto obvio.

—Ah... —bufa—. Se alteró porque le dije que no quería ir a cenar con él.

—¿En serio? —Frunzo el ceño—. Pero querías ir a cenar con tu madre. Debió entenderlo.

Narel se encoge de hombros.

—No lo sé, hace un par de semanas que se está comportando de manera extraña.

—¿A qué te refieres? —inquiero mientras ella se coloca delante de mí y retira la gasa de mi labio. La herida ha dejado de sangrar.

—Está muy malhumorado. Se enoja por cosas irrelevantes y hasta piensa que le estoy siendo infiel —comenta, haciendo presión sobre mi labio para cerciorarse de que ya no sangre otra vez.

—¿Conmigo...? —pregunto, siguiendo el movimiento de sus manos—. No suena tan mal, eh —bromeo.

Arruga las cejas y se queda quieta, pestañeando un par de veces a la vez que me mira, sonrojada. Quita sus dedos de mi labio y se incorpora para coger la botella de agua oxigenada.

—Por cierto, gracias por defenderme. Te debo una. —Muestra una sonrisa de boca cerrada—. Pero también debes saber que odio la violencia y que prefiero mil veces el diálogo antes que los golpes.

Pongo los ojos en blanco y asiento para que sepa que lo he captado.

—Primero el corte en la mano, luego el labio roto... ¿Qué me garantiza que la otra semana no vas a estar enyesándome una pierna? —menciono con una divertida expresión de temor.

Suelta una risa muy graciosa que me contagia a mí también y terminamos riéndonos de mi broma. Abre la botella de agua oxigenada para luego humedecer una gasa limpia.

—Te va a arder un poco —avisa y la coloca suavemente sobre mi labio.

Sí, arde, pero poco. Cierro los ojos y aguardo a que pase. No puedo evitar recordar el ardor del corte de la mano cuando me curó aquella noche en la fiesta de Peter.

—Tengo una idea —digo cuando veo que empieza a guardar las cosas dentro del pequeño maletín.

—¿Cuál? —pregunta, volviéndose para mirarme.

—Ya lo verás. Acompáñame. —Le guiño un ojo antes de hacerle un gesto para que suba a la camioneta.

No tan convencida, me da un vistazo corto y confuso antes de caminar hacia la puerta del lugar del copiloto y abrirla. Ocupamos nuestros respectivos asientos y enciendo el vehículo.

Conduzco por unos minutos hasta que empezamos a alejarnos de la ciudad. Por suerte, aún no anochece y parece que el sol está esperando pacientemente a que llegue a mi destino para poder disfrutar de su puesta. Estoy seguro de que le va a gustar el lugar donde la voy a llevar. Me concentro en el camino de la autopista mientras recorremos la interestatal 205. Narel se dedica a revisar el móvil y a mirar por la ventana en silencio, hasta que no logra ocultar su curiosidad y pregunta:

—¿A dónde estamos yendo?

Le doy una mirada rápida.

—Qué preguntona me resultaste —digo y pone los ojos en blanco.

—Tengo derecho de saber —protesta, cruzándose de brazos—. Quién sabe, quizá me estás llevando a matarme para sacar mis órganos y luego venderlos en internet —manifiesta con una cara de miedo.

Levanto una ceja y le doy una mirada de "estás loca, mujer".

—Y el dramático soy yo —le echo en cara—. Tómalo como una sorpresa.

Se limita a hacer un mohín y vuelve a revisar el móvil. La confusión en su rostro se acrecienta cuando se da cuenta de que nos alejamos un poco más de la ciudad y entramos a una carretera rodeada de árboles y arbustos.

Luego de casi media hora de camino, llegamos al lugar y estaciono junto a los demás vehículos que están aquí. Salimos de la camioneta y rodeo el capó para ponerme a su lado e invitarla a caminar hacia unas escaleras de piedra que conducen a un mirador en la parte superior.

—¡Qué bonito lugar! —exclama, emocionada cuando visualizamos los faroles de la cima.

—¿Verdad que sí? —Sonrío, asintiendo varias veces.

Cuando llegamos a la parte superior, Narel se queda asombrada a la vez que recorre con la mirada el pequeño parque que hay aquí arriba. Miro a mi alrededor para observar a las demás personas que se encuentran caminando a nuestro lado. El cielo está pintado de un color naranja claro, lo cual indica que el sol se está preparando para ocultarse. Es la típica tarde de verano en la que te apetece disfrutar al máximo los paisajes de la ciudad y la puesta de sol antes de volver a casa.

"¿No estabas cansado?", me recuerda el Estefano de mi subconsciente y omito sus palabras, haciéndome el loco.

—Ven. —Le hago un gesto con la mano a Narel para que me siga hacia el borde del mirador—. Se podría decir que es mi lugar favorito para cuando quiero escapar de la ruidosa ciudad... Y de los problemas también —explico.

Ella me da una mirada, acompañada de esa sonrisa peculiar que la mayoría de veces lleva en el rostro.

—La vista desde aquí es hermosa —confiesa mientras toma asiento en el pequeño muro de piedra. Hago lo mismo a su lado.

La he traído a Rocky Butte, un mirador en la cima de un cono de ceniza extinto. Está alejado de la ciudad y es un atractivo muy bonito, en especial para mí cuando quiero tomarme un tiempo a solas para reflexionar y alejarme de los problemas que nunca faltan en la mansión.

Es por eso que decidí traer a Narel a este lugar. Porque sé que detrás de esa sonrisa y esa expresión neutral, aún tiene un montón de sentimientos negativos guardados en su interior, luego de lo que pasó hoy con Alan.

Sé que no es fácil ver a una persona que amas comportarse así. De alguna u otra manera, Alan me ha decepcionado como persona a mí también. Creí que era un chico tranquilo, profesional y maduro, tal como lo demostró aquella noche en la fiesta de Peter y cuando llegó con su padre a la mansión a presentarse. Sin embargo, ahora recuerdo lo que alguna vez le escuché decir a Marco cuando terminó con una de sus enamoradas: "Uno nunca termina de conocer a la persona". Y sí, hoy Alan le ha demostrado a Narel que no lo conocía completamente del todo. Hasta ha sido capaz de levantarle la mano.

Papá nos ha enseñado a mi hermano y a mí que eso es incorrecto. Por más que uno esté enojado, jamás se le toca a una mujer. Eso no es de hombres. Si has elegido a una chica para que sea tu compañera, debes cuidarla y amarla durante el tiempo que permanezca a tu lado.

Narel suelta un suspiro que hace que regrese la mirada hacia ella para observarla un momento más. Tiene los ojos tristes y la comisura de los labios, levantadas para disimular el sentimiento que expresan sus ojos. Es obvio. Está sensible.

No comprendo hasta qué punto puede una persona causarle daño a otra. A la persona que dices amar. Debo admitir que siento un poco de tristeza por ella. No se merece a ese imbécil. Esos ojos no merecen estar tristes por él.

Entonces, de manera repentina, recuerdo las palabras de Bella hace unos días, cuando estábamos en la terraza de mi casa:

—¿Eres amigo de Narel? —preguntó con cierta duda en la voz. Entrecerré los ojos y tomé una posición erguida en mi asiento.

—¿Pasa algo con ella? —Levanté una ceja y me puse de pie para acercarme y sentarme a su lado—. Mira, solo hemos tratado unas cuantas veces. No la conozco mucho...

—Y no querrás conocerla tampoco —mencionó, negando con la cabeza.

—No entiendo —dije mirándola, extrañado.

—Ay, es que no sé cómo decirte esto sin sonar pesada.

—¿Decirme qué? —pregunté otra vez—. Sé directa, por favor.

Me miró, soltando un suspiro corto antes de asegurar:

—Ten cuidado con Narel —declaró—. No te dejes engañar por esa sonrisa encantadora y esos ojos inocentes, Estefano. Narel no es la chica dulce que aparenta ser.

Fruncí el ceño, desconcertado y confundido.

—¿Por qué lo dices? —quise saber.

Bella me dio una mirada triste y se humedeció los labios antes de hablar:

—Porque Narel y yo éramos mejores amigas hace unos años, hasta que se metió con mi enamorado. Ella sabía lo mucho que lo amaba a él y aun así lo hizo. Salían a mis espaldas, viajaban juntos, se acostaron y lo peor de todo fue que me lo confesó en mi cumpleaños...

—¿Qué? —musité, interrumpiéndole porque había llegado a desorientarme.

—Ella terminó con mi felicidad y también con nuestra amistad. Y no la volví a ver hasta hoy, cuando bajaba las escaleras con Alan. No tenía ni la menor idea de que estaba saliendo con él. De seguro ya lo debe estar engañando con otro chico —continuó hablando.

La quedé mirando, serio, tratando de procesar y comprender cada palabra que había dicho. Más bien, buscando una respuesta y un motivo para justificar internamente las acciones que, según ella, Narel había realizado cuando Bella estaba en una relación.

Me puse de pie inmediatamente y tomé mi lata de Coca-Cola para darle un sorbo antes de voltear y mirar a Bella.

—De verdad no puedo creer lo que me estás diciendo —confesé después de salir de mi ensimismamiento—. No, ella no... no creo que sea capaz de hacer algo así.

—Es que Narel es una chica muy hábil, Estefano. Por eso te digo que no te dejes engañar por esa carita de tonta que tiene. Ella sabe fingir demasiado bien, hacerse la linda y tierna ante los demás, pero en el fondo es una maldita zorra.

Oír esa última palabra me incomodó demasiado. No me agradó para nada que se refiriera así de Narel, haya lo que haya hecho. Merece respeto.

Mis ojos aún siguen puestos sobre mi acompañante, que tiene la mirada fija en la hermosa vista de la ciudad que nos brinda este mirador de Portland. El sol ya se está ocultando y el cielo empieza a oscurecerse sobre nosotros. Hubiese sido un atardecer digno de una fotografía. Sin embargo, siento que no es el momento adecuado para una foto. Nuestros pensamientos están perdidos en nuestros mundos interiores.

Ella pensando en lo que pasó esta tarde y yo dándole vueltas en mi cabeza a las palabras que me dijo Bella aquella vez. 

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