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La que busca, encuentra


NAREL.

Alan abre la puerta y se hace a un lado para dejarme salir. Al instante visualizo la camioneta de su padre, estacionada en el patio de la mansión de los Arnez. Me acaricio los brazos con las manos mientras abandono mis pensamientos que se encuentran sumergidos en un mar de confusiones. Siento que me tiemblan las manos y las piernas, pero trato de disimularlo para que Alan no se dé cuenta de que me encuentro en un estado de shock.

La presencia de ella me ha tomado por sorpresa.

Es como si hubiese visto resucitar a una persona que lleva muerta hace muchos años. Y eso es lo que es Bella para mí, una persona del pasado que había olvidado y enterrado junto a la Narel que solía ser hace seis años. La Narel que se dejaba manipular por su novio y por sus amistades, la que perdonaba cualquier daño con tal de que las personas no se alejaran de ella. Sí, esa era yo. Una persona de la cual se terminaron burlando.

Han pasado varios años...

Ahora puedo comprender que nunca estuve preparada para este reencuentro, y claro, si la mansión Arnez es el último lugar en la tierra en el que imaginé verla otra vez.

¿Qué hace ella aquí?

¿Será amiga de esta familia? ¿O será amiga de alguno de los hijos del señor Antonio?

Un montón de preguntas me pasan por la cabeza en estos momentos. Pero lo que más me preocupa y me toca de nervios ahora mismo, es pensar si me la volveré a cruzar nuevamente. Espero que no. Me sentiría muy incómoda si vuelvo a encontrarla, se supone que este es mi lugar de trabajo y debo sentirme a gusto. Sin embargo, su repentina aparición me ha desconcertado demasiado y siento que solo me traerá problemas con los Arnez.

Como lo hizo con...

La voz de Alan me trae de vuelta a la realidad.

—¡Narel! —exclama, tomándome de los hombros para que lo mire—. ¡Narel, te estoy hablando!

Pestañeo un par de veces antes de concentrarme en sus palabras.

—Lo siento, estaba pensando en otras cosas —respondo.

Él me da una mirada confusa.

—Mierda, ¡es que ya no me prestas atención! —se queja, llevándose las manos a la cadera—. ¿Por qué no has respondido a mis mensajes?

—¿Qué? —musito entre dientes.

Ahora que toda mi atención está puesta en él, recuerdo que nuestro último encuentro no terminó del todo bien. Se puso muy histérico y malhumorado. De hecho, desde hace un par de semanas tiene un comportamiento irritable, como si fuera una adolescente pasando por su periodo.

Todo, absolutamente todo le parece mal.

El punto es que, hoy cuando llegó con su padre y saludó al señor Antonio, me abrazó como si todo estuviera bien entre los dos y no hubiésemos peleado hace un par de días. Me pareció raro y solo me limité a sonreír para que los demás no se dieran cuenta de mi incomodidad.

—Estoy en el trabajo, no puedo estar todo el día revisando el celular —explico, pero eso no parece convencerlo.

—Excusas... —opina—. Siempre te puedes tomar un minuto para responderme. Es fácil, solo desbloqueas la puta pantalla y...

Le interrumpo, haciendo un gesto con la mano para que se detenga.

—Alan, sí sabes que tengo una vida fuera del celular, ¿no? —Alzo las cejas mientras lo miro fijamente a los ojos—. Y sabes lo profesional que soy cuando trabajo. No me gusta estar con el celular delante de mis jefes.

Suelta un bufido y rueda los ojos.

—Narel, desde hace días me estás ignorando —afirma en un tono lastimero—. Dices estar cansada por este trabajo y no respondes a mis mensajes. Si quieres terminar con esto... solo dilo.

—Alan, ¿vas a empezar de nuevo? —pregunto y volteo hacia la puerta de la casa para ver si alguien está escuchando nuestra discusión—. En serio te enojas por cosas irrelevantes como los mensajes.

—¿Cosas irrelevantes? Narel, solo me preocupo por ti —asegura, sobándose el entrecejo para calmarse—, y desearía que tú también hicieras lo mismo por mí.

—Lo hago, Alan —admito.

—Y entonces, ¿por qué no me respondes los mensajes? —Se cruza de brazos.

—Ya te expliqué eso, no pienso repetirlo.

Entorna los ojos y señala la camioneta.

—Sube —ordena con tono de voz autoritario—. Esperemos a mi padre para llevarlo a casa y luego pasaremos tiempo juntos.

Niego con la cabeza y él rueda los ojos nuevamente.

—Tengo que ir al supermercado a comprar algunas cosas que me encargó mi madre —expreso mientras acomodo los tirantes de mi mochila sobre mis hombros.

—Ya ves... Si no es tu trabajo, es tu madre —dice, enojado.

—Lo siento, tengo algunas responsabilidades pendientes —contesto, retrocediendo unos pasos para iniciar mi camino hacia la reja de entrada—. Nos vemos luego.

—¡Narel! —me llama, pero no volteo. No me apetece seguir con esta discusión que no va a llegar a ningún lado—. ¡Narel! ¡Narel!

Las cosas con Alan han cambiado demasiado. A pesar de que solo llevamos tres meses de relación, me ha decepcionado mucho ver que constantemente cambia de humor. Y quizá sí, admito que lo he estado ignorando con respecto a los mensajes, y cuando quiere salir conmigo la mayoría de veces, me busco una excusa para no ir. ¿Por qué? Porque... es posible que ya no me sienta a gusto a su lado.

Cada día que pasa siento que las cosas empeoran entre nosotros. Y esta es una de las razones por la que no me sentía preparada para iniciar una relación de nuevo. Es como tener ese temor de que al principio todo es color de rosa, pero al pasar los meses, la relación se va tiñendo de un tono gris.

Creo que después de una decepción amorosa, buscas a alguien que llene todas tus expectativas. Y que esas expectativas perduren en el tiempo.

No he dejado de ser cariñosa y dulce con las personas que me quieren. Al contrario, son a ellas a quien les agradezco por haber llegado a mi vida y demostrarme que, la buena compañía y las verdaderas amistades, son las que valen la pena tener a tu lado, no solo en las buenas, sino también en las malas.

Cuando abandono el patio de la mansión de los Arnez y salgo a la calle, tomo un taxi para que me lleve al centro de la ciudad y me deje en el supermercado. Lo de ir a hacer compras era cierto, mi madre me lo pidió en la mañana antes de irse al trabajo. Por suerte, es sábado y solo laboro hasta el mediodía.

Ya en el supermercado, repaso la lista mental de productos que tengo que llevar y cojo una canasta para echarlos mientras me doy la vuelta por todo el lugar, buscando algunas golosinas para mí. Termino decidiéndome por una bolsa de gomitas y una bolsa de snacks para cuando veo mis series.

Finalmente, llevo todo a la caja registradora para que me lo embolsen. Coloco cada producto sobre la cinta y espero a que la cajera pase el láser por el código de barras de cada producto y me diga el monto total que tengo que pagar.

Para cuando llego a casa, el chofer del taxi se ofrece amablemente a ayudarme con las bolsas y las deja en la puerta. Agradezco con una sonrisa de boca cerrada mientras busco en mi mochila las llaves de la casa.

Se escuchan los ladridos del otro lado y veo que una masa de color blanco se acerca a la puerta cuando la abro.

—¡Tito! —Muero de ternura, acariciando a mi perro que me recibe contento moviendo su colita.

Tito es un perro de raza labrador, lo dejaron en una caja en la puerta de mi casa cuando era tan solo una niña. En ese entonces él era un cachorro, lo adoptamos pensando que era de raza pequeña, pero cuando creció, nos dimos cuenta de que no. Este gordito travieso se ha ganado el cariño de todos.

—Vamos, acompáñame a la cocina a dejar las compras —le digo y camino hasta la cocina, seguida de él.

Coloco todo sobre la isla y subo a mi habitación para cambiarme de ropa. Soy de esas personas que siempre le gusta ir muy limpia y presentable al trabajo. Mamá siempre me ha enseñado que la ropa del trabajo se debe cuidar. Ella dice que, vestir con pulcritud hace que los demás tengan una mejor imagen de nosotros.

Y es cierto.

Me quito el uniforme de enfermera y me pongo una blusa blanca de encaje, un short de jeans y zapatillas Vans blancas.

Regreso a la cocina y empiezo a desempacar las compras. Primero meto los lácteos, bebidas, verduras y huevos en el refrigerador. Luego paso a guardar los enlatados y condimentos en la alacena. Por último, llevo mis golosinas a mi habitación porque si las dejo en la cocina, desaparecen en un par de días.

Sí, mi madre es una obsesionada de los dulces y postres.

Soy hija única, mis padres se separaron cuando tenía diez años. Mamá descubrió una infidelidad de papá con una compañera suya del trabajo. Todavía recuerdo aquel día en el que mi madre cogió nuestras maletas y me tomó de la mano para salir de la casa donde vivíamos. Al cruzar la puerta, miré hacia atrás y vi a mi padre de pie en el umbral, mirándonos con total tristeza, desconcierto y con los ojos rojos, humedecidos por las lágrimas que estaban prontas a caer por sus mejillas.

Se dio cuenta de que nos había perdido.

Luego llegamos a esta casa, donde creció mi madre. Le pertenecía a mi abuela, pero al fallecer se la dejó como herencia. Unas semanas después, mis padres retomaron comunicación y se pusieron de acuerdo para que papá viniera a verme, pues él seguía teniendo un derecho y obligación para conmigo. Mamá en ningún momento se opuso, ella no quería que yo creciera sin una figura paterna, y ahora sé cuán importante fue aquella decisión.

A pesar de mi corta edad, tenía un pequeño resentimiento hacia él. Lo más triste era ver llorar a mi madre los primeros días, sin embargo, ella seguía fuerte ante los demás, pero cuando llegaba las noches, su habitación era el lugar más íntimo donde podía desahogarse.

Con el paso del tiempo las cosas se fueron superando, mi padre cambió para bien y decidió mantenerse soltero hasta el día de hoy. Su relación con mi madre es buena, no hay resentimientos ni malos tratos, hasta mantienen divertidas conversaciones que logro escuchar cuando compartimos la mesa en ocasiones especiales y eso me agrada. Aunque sé que no es la familia que siempre quise, me conformo con tener a mis padres a mi lado y se podría decir que, las cosas van por buen camino.

El resto de la tarde me la paso viendo series y estudiando unos libros de Medicina. Amo mi carrera y mi trabajo de enfermera, sin embargo, no descarto la posibilidad de que en un futuro quiera estudiar Medicina Humana. De pequeña jugaba a ser enfermera y ponerles curitas a mis muñecas. Eso me divertía. A medida que fui creciendo, mamá me enseñó cosas básicas de primeros auxilios y descubrí que ayudar a los demás, era una de las vocaciones que quería seguir.

Busco mi pequeño bolso y me doy una revisada en el espejo de cuerpo completo antes de salir de mi habitación. Escucho que la puerta principal de la casa se cierra y Tito corre entusiasmado hacia la sala. Decido ir detrás de él para también darle la bienvenida a mamá.

—Ay, mi bebé... ¿Cómo has estado? —le pregunta al perro a la vez que él se hace el engreído y se tira al suelo para que le acaricien la pancita. Mamá se agacha para jugar con él mientras yo contemplo la escena, divertida.

Es adorable.

Mamá retoma su postura erguida y avanza hasta donde estoy para darme un beso.

—¿Ya almorzaste? —inquiere, dejando su bolso sobre uno de los sofás.

—Sí. —Asiento con la cabeza y luego agrego—: También realicé las compras que me pediste. Guardé y ordené los productos en la cocina... Ah, el vuelto lo dejé sobre la cómoda de tu habitación —informo.

—Gracias, cariño. —Me sonríe.

—Mamá, iré a casa de Ysabel un momento. Viajará a Seattle mañana para pasar las vacaciones de verano con su familia y quiero despedirme de ella —comento mientras me cercioro de haber echado mi billetera en el bolso.

—Okey, diviértanse y mándale saludos de mi parte —pide con otra de sus encantadoras sonrisas.

—Está bien, le haré presente. —Asiento y camino hacia la puerta.


***


Mientras espero a que mi amiga regrese de la cocina, reviso en el móvil y tomo asiento en uno de los sofás de la sala. Al paso de un par de minutos, regresa con un vaso de limonada en cada mano. Me ofrece uno.

—Gracias —digo, asintiendo con la cabeza.

Ella toma asiento a mi lado y da un sorbo a su limonada.

—Sabes que te voy a extrañar, ¿no? —confiesa, haciendo puchero con los labios. Tomo su mano y la aprieto suavemente.

—Lo sé, yo también. —Imito su expresión.

—Ya, ya, terminaremos llorando como Magdalenas si seguimos así. Quiero irme feliz y regresar de la misma manera cuando terminen las vacaciones. Aunque sé que mi madre es muy sentimental y seguro va a llorar en la estación de buses —asegura, rodando los ojos, divertida.

—Ya me imagino... Hace mucho que no los visitas —le recuerdo.

—Así es. —Asiente y deja su vaso de limonada sobre la mesita de centro—. ¿Y cómo van las cosas con Alan? —pregunta con interés.

Ysabel sabe todo lo que ocurre con Alan. Es mi mejor amiga y le cuento todo, hasta lo más mínimo. Claro que, algunas cosas las guardo, como temas personales que Alan me confía como pareja y me pide que reserve. Pero fuera de eso, Ysabel está bien informada de lo que ocurre en mi vida. Es esa amiga en la que puedes buscar apoyo y consejos amorosos, porque sé que ella va a estar conmigo en las buenas y malas.

—Pues... siguen igual a como estaban hace dos semanas —comento, encogiéndome de hombros—. No lo sé, Ysabel... es como si todo el enamoramiento se hubiese extinguido de la noche a la mañana. Quiero decir que, lo quiero. Pero eso es todo. Ya no lo veo de la misma manera. Trato de evitarlo para no salir y fingir que somos la pareja feliz y normal. Es más, hoy se presentó con su padre en casa de los Arnez y me abrazó como si todo estuviera bien. Tuve que limitarme a sonreír para no parecer distante.

Ysabel hace un mohín y toma una posición atenta en el sofá.

—¿Y a qué crees que se deba el distanciamiento de tu parte? —inquiere, mirándome fijamente a los ojos, como psiquiatra en una cita con su paciente.

No puedo evitar sentir un cosquilleo en el pecho y los ojos arderme cuando pienso en algo que pasó cuando tan solo era una niña.

—Sabes... es difícil decir esto, pero de alguna u otra manera siento que estoy en una situación similar.

—¿Qué cosa? —pregunta otra vez—. Vamos, dímelo, no me dejes con la intriga.

Dejo también mi vaso de limonada sobre la mesita de centro.

—Es que es raro, pero mi padre... tuvo los mismos comportamientos antes de separarse de mamá. No sé, quizá por eso ya no me siento cómoda a su lado, porque me recuerda a un momento de mi vida en el que no fui feliz y tengo la sensación de que voy a pasar por algo parecido.

Ysabel se pone de pie rápidamente y me mira con los ojos muy abiertos. Le doy una mirada ceñuda para que me explique lo que pasa.

—Ay, cómo no se me ocurrió antes, Narel... —responde ella, llevándose una mano a la boca en forma dramática.

—¿Qué?

Me da una mirada rápida antes de hablar:

—¿No crees que Alan podría estar siéndote infiel? —suelta con timidez, como si sus palabras fueran a alterarme—. Es que mira, dices que está a la defensiva, que te reclama por no prestarle atención, por no responderle a los mensajes. Supongamos que, si fuera cierta la posibilidad de que él se esté viendo con otra chica y sus actitudes hayan cambiado de un día para otro, es porque seguro la consciencia le está pasando factura y quiere pasar desapercibido comportándose así. Ya sabes... un infiel siempre va a tratar de tapar sus acciones y qué mejor manera de hacerlo que pidiéndote atención.

Suelta un fuerte suspiro como si se hubiese estado aguantando esas palabras por muchos años y se sienta a mi lado. A veces siento que mi mejor amiga es bruja porque me saca unas teorías irrefutables...

—Te mentiría si te digo que nunca se me pasó por la cabeza esa idea —confieso, desviando la mirada para no sentirme avergonzada—. ¿Pero quién crees que sea?

—Pues cualquier chica que haya conocido. Puede ser una compañera de la universidad, una doctora joven del hospital donde hace sus prácticas... —cuenta con sus dedos cada posibilidad—. ¿Qué piensas hacer? ¿Averiguar?

Niego con la cabeza.

—No. Porque la que busca, encuentra y yo no soy de esas obsesionadas que se convierten en agente del FBI y se meten a las redes de su pareja a revisar cada like o comentario —aseguro y me humedezco los labios antes de continuar—: Además, la mentira tiene patas cortas y al final siempre me entero de todo. Sin embargo, iré ahora mismo a hablar con él. Necesito un tiempo para ordenar mis ideas y reflexionar sobre si quiero seguir con esta relación.

Ysabel se acerca y me abraza por los hombros.

—Me parece bien. Sabes que siempre te voy a apoyar, sea cual sea la decisión que tomes —susurra mientras soba mi espalda con movimientos circulares—. Además, sabes que nunca me agradó Alan. —Se encoge de hombros.

La separo de mí y la miro con una expresión incrédula.

—Pero si tú fuiste la primera en decir que era guapo —le recuerdo.

—Tú solo dedícate a abrazarme —se queja y me vuelve a atraer hacia sus brazos.

Me despido de mi amiga y le deseo que tenga un buen viaje antes de tomar un taxi para que me lleve al apartamento de Alan.

Debo admitir que fue incómodo para mí cuando Ysabel insinuó lo de la infidelidad, pero como le dije a ella: es algo que ya se me había pasado por la mente. Y lo que más me molesta es que el subconsciente se esmera en presentarme escenas de mi infancia, en la que mi padre presentaba el mismo comportamiento: malhumorado, insatisfecho con su relación y limitando a mamá en sus decisiones. Literal, para él todo lo que hacía mi madre le parecía mal. He ahí el porqué de mi resentimiento hacia papá en ese entonces.

El taxi estaciona afuera del edificio donde vive Alan. Le doy un vistazo a la calle antes de pagarle al chofer y bajar del vehículo. Me tomo un momento para pensar en lo que estoy a punto de hacer y espero que Alan no reaccione mal cuando se lo diga. Suelto un hondo suspiro y camino, decidida, hasta la puerta de entrada.

Al ingresar me encuentro con Lea, la arrendadora del piso en el que vive Alan. Ella me conoce, así que no tarda en darme una sonrisa de bienvenida.

—Hola, Lea —saludo con un movimiento de mano mientras camino hasta el ascensor.

Presiono el botón del piso 16 y reviso la hora en el móvil a la vez que espero que las puertas se cierren. Juego con mis dedos, tamborileando en mi pierna mientras el mecanismo sube. No me encuentro nerviosa, pero sí tengo prisa en llegar.

Dejo el ascensor y camino hasta la puerta del apartamento. Me quedo mirándola unos segundos hasta que me digno a tocar el timbre. Entrelazo mis dedos en una posición de espera hasta que, al paso de unos segundos, Alan abre la puerta.

Lo quedo mirando, tiene el cabello húmedo y la camisa a medio abotonar. Él me devuelve la mirada, expectante, con una ligera expresión de diversión en el rostro.

—Vaya, vaya. —Muestra una sonrisa ladina mientras apoya su brazo en el umbral de la puerta.

—Necesito hablar contigo —le digo.

—Ah, ¿ahora sí tienes ganas de hablar? —se mofa, manteniendo esa sonrisa altanera que me causa antipatía—. Pues, lo lamento. Tengo que cenar con mis padres y llevo prisa —informa y prácticamente intenta cerrarme la puerta en la cara, pero pongo mi mano y lo detengo.

—Solo será unos minutos —aseguro y veo que hace un mohín antes de abrir la puerta y hacerse a un lado para dejarme pasar.

—Dímelo ya, por favor, que de verdad llevo prisa —pide, terminándose de abotonar la camisa.

Asiento y suelto un suspiro para luego volver a mirarlo a los ojos y decirle:

—Estuve casi la mayoría de la tarde pensando sobre las cosas que han...

Me interrumpe haciendo un gesto de rapidez con la mano.

—Sé directa —ordena mientras se peina el cabello con los dedos.

—Quiero que nos demos un tiempo —suelto sin emoción.

Detiene todo movimiento que está haciendo y frunce el ceño. La mandíbula se le tensa y en la frente se le forman algunas arrugas. Sin embargo, eso parece cambiar cuando otra sonrisa se le dibuja en la cara.

—¿Qué? —Parece que le causa diversión y confusión. Aprieta los labios para reprimirse las ganas de reír y pone sus manos sobre mis hombros antes de preguntar—: Me estás jodiendo, ¿no?

Pongo mis manos sobre las suyas y las quito de inmediato. Y es ahora donde empiezo a creer que esto se va a salir de control.

—No —hablo, firme y seria para que no crea que esto es una broma—. Necesito tiempo para mí y mi trabajo. Todas estas discusiones que estamos teniendo solo me desconcentran y me hacen sentir incómoda. Muy incómoda.

—¿Tiempo para tu trabajo? —finge una risa—. Ay, por favor, si ese anciano ya puede caminar. No necesita que estés detrás de él como mamá gallina. Mañana mismo hablaré con mi padre para que le dé el alta.

—Pues para eso me pagan —protesto, cruzándome de brazos—, para estar detrás de él como mamá gallina. Y de ninguna manera intentes persuadir a tu padre. El único que decide cuándo termino de trabajar en la mansión, es el señor Antonio.

—Ah, te sientes muy cómoda ahí por lo que veo. —Levanta las cejas, fingiendo sorpresa antes de insinuar—: No será que te estás interesando en alguien de esa casa, ¿no?

Hundo las cejas instantáneamente.

—¿De qué hablas? —inquiero, fastidiada. Sabe cómo hacerme enojar con sus suposiciones tontas—. ¿En quién me podría interesar? ¿En el señor? ¡Ay, no, estás enfermo en serio!

Suelta un bufido.

—Quién sabe, hasta podría estar siendo tu Sugar Daddy. —Se encoge de hombros y se queda pensando un momento—. Ah, no, espera... ¡Su hijo! ¡Claro, eso es! Me estás queriendo ver la cara de idiota todo este tiempo. ¡Estás interesada en el hijo mayor! Por eso estás toda distante conmigo.

Me llevo las manos al rostro luego de oír semejante estupidez.

—No, en serio estás demente...

El sonido de su celular, anunciando una llamada entrante, hace que se aleje con dirección al pasillo y desaparezca en él para responder.

—Sí, mamá, ya estoy saliendo... —lo escucho decir, pero luego la voz se pierde cuando cierra la puerta de su habitación.

Me quedo de pie en la sala, mirando a mi alrededor, tratando de entender qué acaba de suceder porque todas las cosas que me ha dicho, me han dejado muy desconcertada, ofendida y humillada a la vez.

Esto no hace más que demostrar que se ha perdido el respeto entre los dos. Estoy más decepcionada que nunca, ¿creer que el señor y yo tenemos una relación de ese tipo? No, eso fue demasiado. ¿Por quién te toma? ¿Por una cualquiera? Yo trabajo y me gano la vida decentemente. No necesito que un hombre me mantenga, ni tampoco tengo esos tipos de intereses porque no van con mi estilo de vida. Cierro los ojos cuando siento un pequeño mareo y camino hasta el sofá más cercano para tomar asiento y liberarme del aturdimiento en el que me han dejado sus palabras.

Tengo que terminar con esto cuanto antes. Ya no quiero seguir al lado de alguien que me ha faltado el respeto de esa manera. Solo voy a terminar siendo una persona limitada y frustrada.

Y yo no quiero eso.

Me pongo de pie nuevamente porque sé que Alan no tardará en volver y lo último que quiero ahora, es continuar discutiendo. Ya ha dicho mucho por hoy. Ha dicho todo.

Limpio una pequeña lágrima de frustración que empieza a formarse en mi ojo izquierdo y bajo la mirada mientras paso suavemente el dedo para no estropearme el delineado. De pronto, vislumbro algo en el suelo, cerca a una de las esquinas del sofá.

Doy unos pasos y me pongo de cuclillas para tomarlo entre mis dedos. Lo observo detenidamente.

Brilla.

Tanto como me brillan ahora los ojos, humedecidos por las lágrimas que empiezan a caer sin control por mis mejillas. Vuelvo a mirar el pequeño objeto que sostengo entre mis dedos y no puedo evitar recordar las palabras que le dije a Ysabel hace una hora:

—¿Qué piensas hacer? ¿Averiguar?

—No. Porque la que busca, encuentra... Además, la mentira tiene patas cortas y al final siempre me entero de todo.

Tenía razón. La mentira tiene patas cortas.

Y este arete de mujer que acabo de encontrar en el apartamento de Alan es prueba de ello. Puedo decir con total seguridad que no es de su madre porque la señora Morgan no usa aretes baratos como este. Sería una vergüenza para ella hacerlo. Es una mujer muy superficial, es obvio que este objeto no le pertenece a ella.

Así que...

Alan ha estado aquí con otra chica. 

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