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11

El hijo del doctor Morgan


ESTEFANO.

Durante toda la semana asisto a la empresa en reemplazo de mi padre. La misma rutina todos los días: me levanto muy temprano, luego Peter me trae a la empresa en la camioneta, llego al edificio y en la entrada me encuentro con Mónica que raras veces está de un buen humor. Y la prefiero así, con una sonrisa en el rostro y no con cara de culo.

Cuando llego al último piso, Daniela ya se encuentra en la recepción y me recibe con una pícara mirada, la cual solo respondo con una sonrisa de boca cerrada, porque no quiero que se haga ilusiones conmigo después de las miradas coquetas que nos lanzamos ayer. Mantendré mi distancia.

El resto del día se lo paso igual, revisando carpetas y algunas reuniones a mitad de la mañana para cerrar contratos y conocer el plan de trabajo de nuevos socios. Gabriel viene de vez en cuando a comprobar que todo esté en orden y sale a almorzar a mediodía. Por mi parte, estos días he estado almorzando en mi oficina, sin compañía. No me acostumbro a comer siempre en restaurantes, sino que prefiero la comida hecha en casa y por eso, Sigrid me prepara el almuerzo y lo traigo en un táper de metal.

Por la tarde, el reloj marca las 06:30 y empiezo a ordenar los documentos que están en el escritorio. Tomo mi saco que está en el prendedor y salgo a la velocidad de la luz. Me despido de todos los trabajadores que encuentro en mi camino hacia la puerta y esta vez, sin ningún regaño de parte de Mónica, abandono el edificio.

Camino lo más rápido que puedo hasta el aparcamiento y veo que Daniela está en la calle, esperando. Entro en mi camioneta y conduzco hasta donde se encuentra ella. Hoy le he pedido a Peter que no venga a recogerme porque me apetece conducir solo hasta casa.

—¿Está demorando tu taxi? —pregunto amablemente cuando detengo la camioneta a su lado.

—Cancelé mi taxi porque saldría con una amiga, pero su bebé enfermó y me canceló también —dice, levantando los hombros—. Esperaré a que pase uno para que me lleve.

—Entra, yo te llevo —ofrezco, sorprendiéndome a mí mismo por lo que acabo de decir.

"¿No habíamos quedado en que ibas a mantener tu distancia?", me recuerda mi subconsciente.

Sí, sí, lo sé. Pero tampoco me agrada la idea de dejarla sola, esperando en la calle. La caballerosidad es primero, además no me tomará ni media hora.

—¿En serio? —pregunta, sorprendida.

—Sí. —Me encojo de hombros, haciéndole una señal con la cabeza para que entre.

—Okey —contesta y abre la puerta para ocupar el asiento del copiloto.

Espero a que termine de abrocharse el cinturón de seguridad, e inicio el trayecto hasta su apartamento. En todo el camino nos acompaña un extraño silencio. Solo me dedico a mirar al frente sin decir una sola palabra o tratar de sacar tema de conversación. Sin embargo, de vez en cuando, veo por el rabillo de mi ojo que Daniela acomoda su perfecto cabello lacio por detrás de su hombro y voltea disimuladamente a mirarme; cosa que no me incomoda, pero sí me pone un poco nervioso. Por lo que me contó Marco, es una estrategia de coqueteo que usan las chicas para verse más sexis cuando están con un chico que les interesa. No obstante, yo no estoy interesado en ella, porque es la ex de Marco y bueno, los códigos entre amigos se respetan.

Finalmente, decide hablar y me indica el camino que debo tomar cuando estamos cerca. Su vecindario está un poco lejos del centro de la ciudad y para cuando llegamos, las calles empiezan a iluminarse porque el sol ya se va ocultando y el cielo se torna de un color naranja claro. Recorro varias calles más hasta que llegamos a un condominio y me pide que estacione la camioneta a un lado de la vereda.

—Bueno, llegamos... —Le doy una sonrisa de boca cerrada, aún con las manos puestas en el volante.

—Gracias —responde y asiento. Se quita el cinturón de seguridad, abre la puerta y antes de salir, se acerca a mí para dejar un beso en mi mejilla—. Gracias por traerme —vuelve a decir y sale del vehículo.

La quedo mirando desconcertado mientras ella se aleja caminando hacia la reja de entrada.

Oh, vaya... creo que el coqueteo se me escapó de las manos.

"Vale, Estefano, tranquilo. Solo fue un beso de agradecimiento. No lo malinterpretes, ¿sí?", trata de calmarme mi subconsciente.

Okey, sí, a veces tiendo a exagerar las cosas. No obstante, soy de esas personas que cuando sospechan algo, termina siendo cierto. Y algo me dice que Daniela se está imaginando cosas que no van a llegar a suceder. No puedo vincularme sentimentalmente con ella, es la ex de Marco y según el "Bro Code", no se puede tener nada con la ex de un amigo. De mi mejor amigo.

Recalco esa regla nuevamente y me reitero a mí mismo que si vuelve a pasar algo así, debo dejarle las cosas claras a Daniela. Solo me apetece tener una relación netamente laboral, sin ningún tipo de amistad. Trato de pasar por alto ese incómodo momento mientras regreso a casa y enciendo la radio para que la música acompañe el resto del trayecto.

Cuando llego a la mansión, el cielo se ha pintado de azul y las luces del jardín ya están encendidas. Salgo de la camioneta, camino hacia la entrada de la casa y al ingresar, noto que no hay nadie en la sala. Subo al segundo piso para buscar a Narel y llevarla a casa, pero al llegar a la habitación de mi padre, veo que ella no está y sus cosas tampoco. Doy media vuelta y bajo hasta la cocina donde están cenando Sigrid, Nicolás y un amigo suyo.

—Hola, Alejandro —saludo al amigo de mi hermano mientras retiro la silla para tomar asiento.

—Hola, Estefano —responde él con una sonrisa de boca cerrada.

—Si buscas a Narel, ya se fue —dice Nicolás, antes de que pregunte por ella.

—Peter se encargó de llevarla —interviene Sigrid, llevándose un trozo de tomate a la boca—. ¿Todo bien en la empresa? Tardaste en venir.

Asiento y suelto un corto suspiro.

—Sí, todo bien —aseguro—. Solo me quedé platicando con un compañero de recursos —miento.

No tiene nada de malo decir que llevé a Daniela a casa, pero ahora mismo no tengo ganas de dar explicaciones sobre eso. Sigrid se pone de pie para servirme la cena, sin embargo, el sonido del timbre la detiene y regresa para ir a abrir la puerta. Le hago un gesto con la mano para que se detenga y me pongo de pie.

—No te preocupes, Sigrid. Yo iré —expreso.

Salgo de la cocina y camino por la sala hasta llegar a la entrada del salón. Abro la puerta y una sonrisa ancha se forma en mi rostro cuando los veo. Son los chicos que conocí en la fiesta de Peter: Bella y el chaval que vestía todo de negro, cuyo nombre no recuerdo...

—Hola —dice Bella, acompañada de una sonrisa encantadora.

—¡Joder! Me han pillado por sorpresa —menciono y me hago a un lado de la puerta para que entren—. Pasen, por favor.

Ambos ingresan y cierro la puerta para luego conducirlos al salón principal de la sala. Les hago un gesto con la mano, invitándolos a tomar asiento.

—Oh, no, no, solo estamos de pasada, llevamos prisa —explica la pelirroja.

—Ah, vale. —Hago un asentimiento con la cabeza—. ¿Y cómo me han encontrado? —inquiero, cruzándome de brazos.

—Mmm... digamos que tengo habilidades ocultas de detective —comenta y suelta una sonrisita de niña pequeña. Alzo las cejas, mirándola de manera curiosa.

—Oye, bro, tienes una casa enorme —interviene el chico de los piercings—, fácil podríamos jugar a las escondidas aquí.

—Pues, cuando quieran están invitados ambos a jugar a las escondidas —bromeo con una pisca de amabilidad en mis palabras—. ¿Me recuerdas tu nombre? Soy un poco olvidadizo.

Él ríe.

—Christhoper —contesta.

A diferencia de la noche de la fiesta, Christhoper hoy no viste todo de negro. Lleva puesto unos vaqueros de color crema, polo blanco y camisa verde oscura. Me doy cuenta también de que ahora tiene tres piercings: el mismo aro en la nariz, uno en el labio inferior y otro en la oreja.

—Bueno, tenemos que irnos —anuncia Bella—. Solo pasamos a saludarte, Estefano.

—Vale, los acompaño a la puerta —ofrezco.

—Podríamos quedar para salir en estos días, no sé, a tomar algo o ir al cine —propone ella mientras caminamos hasta la entrada del salón.

—Me parece bien —afirmo con una sonrisa de boca cerrada.

—¿Me pasas tu número? —Saca el móvil del bolsillo de su pantalón—. Así te escribo para coordinar.

—Claro... —le dicto mi número—. Estaré esperando tu mensaje.

—Okey, te escribiré para que me agregues —Me guiña un ojo—. Nos vemos pronto.

—Vale, gracias por la visita.

Me despido de Bella con un abrazo y le estrecho la mano a Christhoper. Salen de la casa y antes de cerrar la puerta, les doy un vistazo. Con una alegre sonrisa en el rostro, regreso a la cocina para continuar con mi cena.


***


A la mañana siguiente, despierto cuando mi móvil empieza a vibrar en la mesita de noche y por un momento entro en pánico al pensar que me he quedado dormido y voy a llegar tarde al trabajo, pero luego recuerdo que hoy es sábado y es mi día de descanso. Sin superar del todo ese susto que me he llevado, cojo mi móvil para ver la hora: marca las 08:20. Tengo dos llamadas perdidas de Ethan, mi entrenador personal.

Una hora y media después, me encuentro haciendo flexiones en el sótano de la mansión, donde tenemos un pequeño gimnasio.

—Vamos, Estefano, solo diez segundos más —anima Ethan con el cronómetro en la mano—. Cinco, cuatro, tres, dos, uno... bien, ahora de pie.

—Mierda... —me quejo, dejándome caer en el suelo.

—¡Vamos, vamos! Tienes que quemar esa pizza que te devoraste hace unos días —bromea—. Es el último ejercicio de la serie, un minuto de sentadillas con saltos.

—Vale, vale. —Me pongo de pie.

—Comienza a correr el tiempo, vamos...

Hago las sentadillas con saltos durante un minuto.

—Tres, dos, uno... perfecto, Estefano, hemos terminado por hoy —concluye, tomando su mochila y colgándosela en el hombro.

—¡Joder! —vuelvo a quejarme mientras voy en busca de mi botella de agua—. Me vas a dejar muerto un día de estos —río.

—Me sorprende el buen físico que tienes, a pesar de que he aumentado un par de series más a la rutina —comenta.

—¿En serio? —pregunto y me dejo la toalla alrededor del cuello. Él asiente—. Ni siquiera lo noté. Vamos, te acompaño hasta la puerta.

—Okey, gracias.

Salimos por una puerta lateral que da al patio y me despido de Ethan con el saludo de manos que siempre hacemos: choque de palmas y puño. Ingreso a la mansión y subo al pasillo para entrar en mi habitación, pero me quedo de pie frente a la puerta cuando mi móvil anuncia la llegada de un mensaje de número desconocido:

Hola, soy Bella. ¿Puedo visitarte hoy?

Agendo su número y respondo con un OK.

Narel y Sigrid salen de la habitación de papá y bloqueo mi móvil antes de darme vuelta para saludarlas.

—Buenos días —les digo a ambas.

—Hola —responde Narel con una sonrisa de boca cerrada.

—Buen día, Estefano —saluda Sigrid—. En un momento te serviré el desayuno —informa.

—Vale, gracias. —Asiento.

Entro a mi habitación y camino hacia el baño para darme una relajante ducha y empezar el día como nuevo. El entrenamiento con Ethan me ha dejado molido, pero tengo buenos ánimos para continuar disfrutando mi día libre. La verdad que esta primera semana de trabajo me ha dejado muy estresado.

Mis músculos se relajan debajo de las gotas tibias que caen como lluvia desde la regadera. Al terminar, seco mi cuerpo y me envuelvo la toalla alrededor de mi cintura para salir a escoger mi ropa. Por otro lado, olvido que el aire acondicionado está encendido y me estremezco de frío, arrepintiéndome de no haber usado la bata, pero me da pereza buscarla. Ya en el clóset, escojo una camisa guinda, unos pantalones jeans oscuros y zapatillas blancas.

Escucho que llaman a la puerta de mi habitación con tres toques.

—¡Adelante! —aviso casi gritando para que me escuche Sigrid.

No recibo respuesta alguna, tomo la camisa y los jeans en un brazo y salgo del clóset para ver qué pasa. Me detengo en el umbral de la puerta y veo a Narel de espaldas, mirando el cuadro de mi madre que descansa sobre mi cómoda. Como estoy descalzo no se oyen mis pisadas, así que me acerco un poco más en silencio.

Al darse cuenta de mi presencia, voltea a verme y sus ojos recorren mi cuerpo semidesnudo que he olvidado cubrir. Tarda un par de segundos en darse cuenta y quita los ojos, avergonzada.

Me pongo la camisa rápidamente para no incomodarla.

—Lo siento, pensé que era Sigrid —me disculpo con una sonrisa apenada y extiendo mi mano, mostrándole el portarretrato que ha llamado su atención—. Ella era mi madre —explico, notando al mismo tiempo que, Narel tiene un parecido a ella.

—Es hermosa —admite sin despegar la mirada de la foto.

—Era.

Regresa la mirada hacia mí, sin comprender, pero al paso de unos segundos se da cuenta de lo que quise decir.

—Oh, lo siento mucho.

—No te preocupes. —Le doy una mirada curiosa para que me diga el motivo de su presencia en mi habitación.

—Oh, cierto, el desayuno está listo. Sigrid me pidió que te avisara para que bajes —explica con un gesto de manos, señalando hacia el pasillo.

—Bajaré en cuanto me cambie —aseguro y ella asiente.

—Okey. —Me da una última mirada afable y sale de la habitación, cerrando la puerta a su paso.

Tres, dos, uno...

Y aquí viene mi subconsciente a interrogarme.

"¿Le gustó?"

"¿La pusiste nerviosa?"

"¡Te comió con la mirada!"

Basta.

"Es guapa", continúa el pequeño Estefano, vestido de diablito en mi subconsciente.

Me regaño a mí mismo por hacerme esas preguntas tan innecesarias. Solo es una trabajadora más que ha venido a cuidar a papá. Además, no se puede crear un interés con alguien con quien solo tienes un vínculo profesional.

Suficiente.

Termino de cambiarme y bajo a desayunar. Pensé que Narel también desayunaría con nosotros, pero al llegar, solo veo a Nicolás en la mesa.

—Buenos días, hermanito. —Me doy cuenta de que tengo una sonrisa de oreja a oreja. ¿Por qué?

—Hola. —Me mira raro—. ¿Estás feliz?

—Siempre lo estoy —respondo obvio y me encojo de hombros. Nicolás levanta las cejas.

Hace un mohín y decide no preguntar el porqué de mi buen humor. Mejor, tampoco me apetece buscar la respuesta a esa pregunta, ahora tengo mucha hambre y hay que recuperar energías luego del entrenamiento de esta mañana. Cojo unas tostadas y las coloco en mi plato. Mi desayuno está compuesto de jugo surtido y un par de sándwiches de jamón y queso. Nicolás termina rápido su desayuno y se retira sin decir palabra alguna.

Al terminar, hago lo mismo, le doy las gracias a Sigrid y cojo una manzana antes de subir a ver a papá. A pesar de que tengo mucha hambre, cuido mi alimentación. No quiero presumir, pero mi cuerpo está bien trabajado y es parte del resultado de estar horas en el gimnasio y de una sana alimentación. Bueno, a veces.

Apoyo mi cuerpo en el umbral de la puerta de la habitación de mi padre y lo primero que ubican mis ojos es a Narel. Está sentada leyendo un libro mientras mi padre lee el periódico como todas las mañanas.

—Hola —saludo y doy una mordida a mi manzana.

—Hijo, buenos días —responde papá. 

Narel me saluda tierna con un movimiento de mano y una sonrisa de boca cerrada. Le devuelvo la sonrisa.

—¿Cómo te sientes? —le pregunto a mi padre, sentándome a un lado de la cama.

—Estoy mejor. En realidad, ya me siento con fuerzas para volver a la empresa —confiesa con un tono de voz seguro.

Pongo los ojos en blanco y Narel sonríe, cerrando su libro.

—Tranquilo, ya te dije que todo está bien por allá —aseguro.

—Eso espero, no vayas a llevar la empresa a la quiebra. —Hace un mohín.

Está siendo gracioso, lo sé.

—Ay, papá, no es la primera vez que he estado reemplazándote —le recuerdo.

—Pero sí la más larga.

—Bueno, eso sí. —Asiento concordando con sus palabras—. Confía en mí, ¿sí? Solo es... —los golpes en la puerta me interrumpen.

—Antonio, el doctor Morgan se encuentra aquí para su revisión —informa Sigrid desde el umbral.

—Gracias, Sigrid, hazlo pasar, por favor —pide mi padre.

Me pongo de pie y camino hacia donde está Sigrid para ponerme a su lado.

—Buenos días —saluda el doctor, ingresando a la habitación. Es el mismo que nos atendió en la clínica hace unos días—. Ah, hola, Narel. —Se acerca a ella y se saludan con un beso en la mejilla.

—Buenos días, señor Morgan —responde ella al separarse, mostrando una sonrisa amigable.

¿Señor Morgan? ¿Se conocen?

—Hola, Antonio, ¿cómo va todo? —le pregunta el doctor a papá.

—Muy bien, Andrew, cada vez mejor —contesta él.

—Me alegro mucho. —El médico asiente—. Hoy he venido acompañado de mi hijo mayor —agrega.

Frunzo el ceño y sigo los ojos del doctor hacia la puerta, donde hay un muchacho de pie, bajo el umbral.

—Vaya —dice mi padre con asombro.

—Se llama Alan, ha decidido seguir mis pasos estudiando medicina —comenta su padre mientras le hace un gesto con la mano para que ingrese a la habitación.

—Hola —saluda, mirándonos a Sigrid a mí—. Señor Antonio, mucho gusto —se presenta, estrechándole la mano a mi padre.

—El gusto es mío, Alan.

Esperen... Ese chico ese me hace conocido. Siento que lo he visto anteriormente, pero no recuerdo dónde. El parecido a su padre es muy notable, comparten la misma forma de la cara y cejas. También tienen...

Salgo de mis pensamientos cuando veo que se acerca a Narel y la envuelve en un afectuoso abrazo para luego dejar un beso sobre su frente.

¿Qué?

¿Alguien más vio lo mismo que yo?

—Oh, vaya. Veo que se conocen muy bien —interviene mi padre, interrumpiendo su tierno momento.

—Así es, somos novios —comenta Alan, pasando su brazo por detrás de los hombros de Narel para atraerla hacia él.

El Estefano de mi subconsciente tiene bien abiertos los ojos y la boca, formando una expresión de absoluta sorpresa. Le doy un vistazo a Sigrid que también tiene las cejas elevadas y la boca entreabierta. Regreso la mirada hacia Narel, que solo se limita a sonreír con la boca cerrada.

No sé porque, pero de pronto empiezo a sentir una sensación rara en el pecho.

El sonido del timbre resuena en la sala y le hago un gesto con la mano a Sigrid para decirle que yo iré a abrir porque estoy seguro de que es Bella.

Bajo hasta la puerta y le doy una sonrisa de bienvenida a la pelirroja.

—Adelante —digo, haciéndome a un lado para que entre.

—Gracias. —Me dedica una sonrisita encantadora, muy peculiar en ella.

—¿Deseas algo de beber? —pregunto amablemente—. Tenemos limonada, Coca-Cola y jugo de fresa hecho en casa —menciono.

—Una Coca-Cola, por favor.

—Vale, toma asiento mientras voy por ella a la cocina —le indico.

—Okey.

Camino hasta la cocina y busco en la refrigeradora un par de latas de Coca-Cola. Al volver a la sala, veo que Bella se encuentra revisando su móvil.

—¿Te parece si vamos a la terraza? —propongo, entregándole una de las latas.

—Gracias. —La recibe—. Está bien, vamos.

Se pone de pie y la guío hasta el otro lado de la sala para subir la escalera. Sin embargo, me detengo cuando veo que Narel y Alan vienen bajando. Ambos se detienen también. Llevo mis ojos hacia la enfermera de mi padre, que frunce el ceño cuando ve a Bella, pero disimula al darse cuenta de que la estoy mirando. Su novio me analiza, atento, de pies a cabeza.

—Nos vemos el lunes —se despide Narel, con un movimiento de manos.

—Vale, cuídate —respondo con una sonrisa de boca cerrada.

Bella se hace a un lado y la parejita continúa su camino hasta bajar el último escalón. No puedo evitar voltear y mirarlos mientras se dirigen hacia la puerta y salen de la casa.

—¿Qué hacía Alan aquí? —pregunta la pelirroja a la vez que retomamos el paso para ir a la terraza.

—Es el hijo del doctor que atiende a mi padre —contesto, recordando que Alan es el chico que estaba con el grupo de Bella en la fiesta. Claro, como no lo recordé antes—. Hace unos días sufrió un preinfarto y el doctor Morgan viene a monitorearlo dejando un día —explico.

Llegamos a la terraza y nuevamente le invito a tomar asiento en uno de los sofás que hay aquí. Dejo mi Coca-Cola en la mesita del medio y me siento en el sofá de enfrente. Bella camina hasta la baranda, se apoya en ella y suelta un largo suspiro. Se muerde el labio inferior antes de girar y darme una sonrisa triste.

—¿Pasa algo? —inquiero con el ceño fruncido. De momento se ha puesto rara.

—No, no es nada. —Baja la mirada y se lleva un mechón de cabello por detrás de la oreja.

Me pongo de pie y me acerco a ella.

—¿Segura? Estás rara... ¿Sucede algo? —insisto.

—Es solo una tontería. Algo que pasó hace unos años.

Vuelvo a fruncir el ceño, confundido.

—Tranquila, puedes confiar en mí —aseguro.

Me da un vistazo y baja la mirada otra vez. Regreso hasta el sofá y me siento, colocando una pierna sobre mi rodilla. Ella también vuelve a tomar asiento.

—Es que... me da un poco de vergüenza decirte esto —expresa, apenada.

—¿Por qué?

Se humedece los labios antes de continuar:

—¿Eres amigo de Narel? —pregunta con cierta duda en la voz. Entrecierro los ojos y tomo una posición erguida en mi asiento.

—¿Pasa algo con ella? —Levanto una ceja y me pongo de pie para acercarme y sentarme a su lado—. Mira, solo hemos tratado unas cuantas veces. No la conozco mucho...

—Y no querrás conocerla tampoco —menciona, negando con la cabeza.

—No entiendo —digo mirándola, extrañado.

—Ay, es que no sé cómo decirte esto sin sonar pesada.

—¿Decirme qué? —pregunto otra vez—. Sé directa, por favor.

Me mira y suelta un suspiro corto antes de asegurar:

—Ten cuidado con Narel —declara—. No te dejes engañar por esa sonrisa encantadora y esos ojos inocentes, Estefano. Narel no es la chica dulce que aparenta ser. 


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