2. Operación: calmar a la bebé
Salgo del apartamento sin percatarme de que estoy sin calzado, el contacto de mis pies con el suelo frío, eriza los vellos de mis brazos.
En el pasillo no hay nadie ni tampoco en las escaleras. En el ascensor se puede ver cómo va descendiendo, la luz que anuncia los pisos va disminuyendo pasando tantos segundos. Regreso sobre mis pasos, tomo el canasto con ambas manos y regreso al interior de mi hogar.
El bebé está apacible, parece que se tratara de un muñeco, pero eso resulta una idea absurda, tan absurda como dejar a un niño recién nacido a su suerte. Debe tener un par de semanas de nacido porque su cuerpo es demasiado pequeño y frágil.
Se me ocurre llamar a la policía; sin embargo, resulta algo trillado decir "alguien dejó frente a mi puerta a un bebé entre una canasta", seguramente ellos tomarían medidas en el asunto, pero me preocupa el ambiente en el que se vería envuelto cuando fuese llevado por los del Bienestar Familiar, no me alcanzo a imaginar en qué estado se encuentran todos esos niños que están sin hogar y sin familia.
Es posible que se trate del destino, pero no creo en eso, no está dentro de mis prioridades ser madre. Sí, he pensado en casarme, pero los hijos nunca fueron contemplados ni a corto ni a largo plazo.
Pienso en Rosita, seguro ella sabría qué hacer en esta situación, mas no es correcto llamarla a estas horas, desde que comenzó a trabajar conmigo, dejamos claro que después de las cinco de la tarde no la molestaría; de cualquier forma, ella es lo más cercano a una ayuda más próxima y para acceder a ella tendré que esperar hasta el día siguiente.
A mi mente llega Natalia, mi hermana, quien está entrando a la fase de la maternidad, lo supe por mamá que me comentó que lleva un mes de embarazo, ella sin duda sabría qué hacer en una situación como ésta, ella siempre anda pensando en el futuro, en cumplir todas sus metas y sueños; de mi parte, me dejé contagiar de un espíritu negativo tras el rompimiento con Esteban, él es el amor de mi vida, o al menos eso creía, hasta que supe que en su vida había alguien más.
Mamá es la opción más accesible, pero no quisiera alarmarla hasta tanto no tenga respuestas acerca del origen del bebé y el porqué ha llegado a mi puerta. Queda completamente descartada.
Mi mejor amiga Sara, no tiene hijos, ni siquiera tiene esposo o novio, ella va más relajada por la vida y tal vez sea porque es más joven que yo, por tan solo tres años, aunque no lo creo tan probable; sin embargo, ella tiene una respuesta para todo y tiene los mejores consejos, aunque a veces, ni siquiera los aplique a su vida. Sin tiempo que perder, la llamo.
—Hola, preciosa —me saluda Sara con su cantarina voz.
—Hola, Sarita, necesito un favor —le respondo, esperando lo mejor de aquella charla.
—Dime, ¿qué puedo hacer por ti?
—¿Qué opinas de los bebés?, ¿haz cuidado a uno alguna vez?
La pregunta parece haber sido abrupta y seguramente la deja descolocada, porque al otro la de la línea solo surge el silencio, pero cuando estoy lista para volverle a hacer la pregunta, ella responde.
—Opino que son revoltosos y, tal vez, cuando esté tan vieja como tú, quiera tenerlos... por lo pronto, solo he tenido contacto con uno que es mi sobrino y es muy lindo, y se ve más lindo desde lejos.
—Estamos de acuerdo en que son revoltosos y, viejas tus tetas, aún me siento joven, aunque sea mayor que tú —refuto ante su afirmación—, y... la pregunta la hago porque...
—No me digas que estás embarazada —me interrumpe—, porque si es así, debo ponerme en marcha para hacer tu baby shower y nos podemos ir de compras el fin semana.
—Calma, loquita, no estoy embarazada, ni siquiera tengo una relación estable, lo pregunto porque dejaron a un bebé en la puerta de mi apartamento.
—¡¿Qué?! —Y su voz suena tan fuerte que está a punto de dejarme sorda—. ¿Ya saliste a ver al pasillo?, ¿preguntaste en portería?, ¿Ya llamaste a la policía?
—Sí, no, pero lo haré y, no haré eso, me parece un poco cruel llamar a la policía, seguro lo llevarán al ICBF y no me alcanzo a imaginar en qué condiciones lo dejarán, además es adorable.
Le toco la mejilla a la pequeña criatura y mi tacto hace que comience a llorar.
—Era adorable, te llamo luego —le digo.
—Busca ayuda en internet, en internet encuentras de todo —me responde, antes de agradecerle por escucharme, y corto la llamada.
El bebé llora y me sorprende que tenga tanta energía para soltar tales alaridos.
«Llamar a la portería», pienso, «sí, pero después de ocuparme del pequeño demonio».
Lo levanto y lo acurruco entre mis brazos, me muevo de un lado a otro, pero no deja de llorar, tal vez haya manchado su pañal o tenga hambre. Le doy golpecitos en la espalda para ver si se calma, pero no funciona, sigue llorando y parece una alarma averiada que no deja de sonar.
Lo sostengo con una mano y, con la mano sobrante, tomo el teléfono celular y llamo a la tienda de la esquina.
—Buenas noches, ¿qué se le ofrece? —me pregunta una voz femenina al otro lado.
—Buenas noches, necesito pañales para recién nacido, un biberón, leche en polvo, compotas, paños húmedos y... talco para bebé —contesto rápidamente, pues es lo único que se me viene a la mente—. Por favor.
—¿Señorita Paulina?
—Sí, soy yo.
—Ah, casi no la reconozco, soy Mariana, en unos minutos le envío las cosas.
—Gracias, Mariana, has salvado una vida.
Corto la llamada y sigo dando vueltas por todo el apartamento con la esperanza de que deje de llorar, incluso le canto:
—Arrurú mi niño, duérmete ya, que vendrá el coco y te comerá. —No hace efecto cantarle y ya me está comenzando a doler la cabeza.
Lo dejo acostado en mi cama, para darme cuenta que no es un "él", sino un "ella", es una niña hermosa, aun cuando parece que sus amígdalas y su úvula van a estallar.
Al cabo de unos minutos, llega el pedido de la tienda, le pago al repartidor, el cual debe tener unos veinte años por las facciones delicadas de su rostro, y carga en su espalda una mochila de Uber Eats. Un rostro nuevo porque no es el repartidor de siempre y no me detengo a cuestionar esa situación.
Con los elementos en mis manos, comienzo la operación: calmar a la bebé.
Al parecer, no se trata de que haya manchado su pañal; en la canasta solo se encuentra la manta amarilla, no hay nota de advertencia, de despedida o algo similar, solo la cobija que desprende olor a bebé.
Decido seguir el consejo de Sara y busco en internet "cuidados básicos de un bebé", en Google salen muchas sugerencias y decido entrar al primer link y me encuentro con un texto extenso que habla sobre la preparación del tetero —sino está chupando del seno de la mamá—, consejos para poner el pañal, para la hora del baño y un montón de información que resulta ser extensa para una sola noche.
Pongo a calentar dos ollas con agua, una para esterilizar el biberón y la otra para prepararle la leche, mientras en la distancia la bebé no deja de llorar.
—Alguien que me diga dónde tiene el botón de apagado —hablo para mí misma, como esperando a que alguien responda, pero eso parece inútil.
Al cabo de unos minutos la leche está en una temperatura adecuada y corro a la habitación donde la pequeña me espera acostada en la canasta con sus berridos. El chupete en su boca cesa su llanto y come como si no hubiese probado bocado en las últimas horas. Según las recomendaciones de aquella búsqueda hay que hacerle eructar, así que la tomo como en las imágenes indica y, tras unos leves golpes en su espalda, eructa como si fuese un camionero después de beber una cerveza.
La bebé balbucea y sonríe, ¿quién sería tan despiadado o despiadada para dejar a esa pequeñita a sus anchas?, no encuentro respuesta para esa pregunta, así que decido acariciar su cabeza y poco a poco vuelve a quedarse dormida.
Me doy cuenta de que ha pasado mucho tiempo desde que llegué y me ocupé de la pequeña, tanto que no calenté la comida que me dejó Rosita. Levanto a la niña y la dejo sobre la canasta, si va a permanecer conmigo debo conseguir una cuna, o, buscar a alguien que se encargue de ella, pero esa idea me convierte en el monstruo que dejó a la chiquitina a su suerte, en la casa de una desconocida.
Dejó de pensar en la razón del por qué apareció en mi apartamento y voy de vuelta a la cocina para comer lo que ha preparado esa amable mujer: un poco de arroz, una presa de pollo y unas cuantas verduras. Pongo el horno microondas en marcha y me sirvo un poco de jugo que, seguramente, también ella preparó. Sin duda debo agradecerle a la mañana siguiente, solo por seguridad, si es que no lo he hecho en los últimos días.
Después de comer, me meto a la cama y pongo en marcha el televisor, no puedo dormir sin un poco de ruido. En la televisión se muestra un concurso en el que varias personas van enfrentándose a pruebas físicas, como si estuviesen preparándose para el ejercito o se tratara de una rígida rutina de ejercicios.
—Buenas noches, pequeñita —le digo, esperando un balbuceo o un grito como respuesta; pero no sucede nada.
Sin mediarlo, caigo dormida.
Despierto en medio de la oscuridad por el llanto de la niña. Esta vez, se trata del pañal sucio y no han pasado ni dos horas. Decido poner en práctica lo que leí en aquel artículo; aunque no deja de moverse, logro hacer el cambio. Acaricio nuevamente su cabeza, mientras tarareo lo que viene a mi mente y nuevamente se duerme. Dos horas después vuelve a llorar; esta vez no sé qué sucede, la arrullo en mis brazos, pero no da mucho resultado. Camino con la pequeña en brazos y sus alaridos no cesan, doy vueltas y vueltas sin poder calmarla, no sé cuánto tiempo pasa y finalmente se duerme. La rutina se repite en varias ocasiones, hasta el punto de tener que ponerle a escuchar rondas infantiles para que se duerma.
Cuando me levanto, veo a Rosita con sus gruesos brazos sosteniendo a la bebé —que se ve diminuta—, lleva en su pelo corto y oscuro una hebilla que la hace ver bastante tierna; me clava su mirada de ojos azabache y debo suponer que caí como piedra desde la última vez que puse a dormir a la bebé.
Cuando miro al reloj de pared, me doy cuenta de que voy tarde a la oficina; demasiado tarde.
Saludos, lectores y lectoras.
Iba a hacer esto en el primero capítulo, pero me di cuenta muchas horas más tarde cuando estaba respondiendo comentarios. En fin... a partir de este capítulo les dejaré una nota para contarles cómo ha sido el proceso creativo (al igual que en catarsis) al escribir esta historia.
Originalmente se me fueron más de tres mil palabras, el fin de semana lo escribí y estaba bastante inspirado, cuando terminé dije: escribí demasiado, debo recortar esta vaina. Así que decidí dividirlo en dos, el próximo capítulo vendrá en los próximos días, solo me hace falta corregirlo.
A modo aclaratorio, el ICBF con las siglas del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, es una institución que se encarga de "poner" en casas de acogida a los niños abandonados y/o huérfanos y que están en proceso de adopción, también intervienen en casos de violencia intrafamiliar y en caso de delitos en contra de niños y niñas.
Me estoy divirtiendo mucho en su creación y espero ustedes la hayan disfrutado demasiado... y no se desesperen, si quedaron con dudas, serán resueltas más adelante 😊
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