19. Temporalmente, bajo el mismo techo
El vuelo de mis padres es en la mañana del lunes, mamá había dicho que viajarían en horas de la tarde, pero encontraron un vuelo económico, el cual es de los primeros en salir, por lo que fue una gran oportunidad que no pudieron rechazar.
Me he enterado porque mamá me ha llamado diez minutos antes de subir al avión, típico de ella, siempre me sorprende en cada ocasión y eso me encanta.
—Ustedes son increíbles, se supone que habíamos quedado en que viajaban por la tarde —me quejo.
—Lo siento, cariño —se disculpa ella—. Encontramos vuelos baratos con otra aerolínea y Édgar está ansioso por llegar a la capital, según el itinerario, llegaremos en una hora. Sí, el café con leche, disculpa, hija, ya debo irme.
—De acuerdo, mamá —contesto—. Acabo de llegar a la oficina, pero veré si puedo ir a recibirlos en el aeropuerto, que tengan un buen viaje.
—Relájate, aunque estés muy ocupada te vamos a esperar —ataja ella con alegría en su voz.
—Hablaremos más tarde, no estoy muy ocupada, pero tampoco puedo irme intempestivamente, hablaré con mi jefe, cuídense mucho.
—Te amamos, hija —chilla papá, al otro lado de la línea.
—Yo también los amo, adiós.
Corto la llamada y organizo el montón de papeles que tengo sobre el escritorio. Si quiero ir al aeropuerto, debo mostrarle resultados a Eleazar, de lo contrario no podré salir sino hasta la hora del almuerzo, y lo que menos quiero es eso. Además, lo conozco desde hace mucho tiempo y es un aficionado al trabajo, le gusta la gente comprometida y responsable, y, resulta que, cuando me lo propongo, me convierto en alguien bastante responsable.
Mi atención para esta semana es la revisión y asesoría de una compañía que está en proceso de liquidación, todo el trámite es engorroso, pero me mantengo alegre y con una actitud positiva, nada gano haciendo pucheros o quejándome de lo mucho que hay por hacer. La empresa en cuestión, está tan llena de deudas, que se han quedado sin fuentes de ingresos y, por alguna razón, me recuerda a Federico. De no haberse podido fusionar con esa empresa, estaríamos asesorándolo sobre ese tema, afortunadamente no se llegó a ese punto, todo salió justo como él esperaba y, también, como yo pensé que terminaría: un éxito rotundo.
Aunque soy ordenada con mi trabajo, no puedo evitar dejar un montón de papeles dispersos por todos lados; me enfrasco tanto en el tema que, esa parte desordenada que me caracteriza, entra a hacerse notar, no lo puedo evitar. Iluminada por una luz superior, Eleazar no hace ningún reclamo referente al tema, dice que cada quien tiene su forma de trabajar, y tiene razón.
Una vez ordenados los documentos, camino hasta la oficina de mi jefe y lo encuentro hablando con Margarita, la otra jefa, una mujer alta e imponente de cabello abultado y corto al estilo Dora La Exploradora, cuya diferencia es que tiene el cabello color vino tinto; un rostro de porcelana que disimula perfectamente que ha superado los cincuenta años; unos ojos pequeños y oscuros; una nariz es fina, al igual que sus labios. Es toda una belleza para la edad que tiene y sus facciones dan a entender que es una mujer rígida y de temperamento fuerte; algo no tan lejano de la realidad.
—Con permiso —me anuncio—. Espero no interrumpir.
—Pasa, Paulina — indica Margarita—. Eleazar y yo estamos discutiendo un tema muy importante; valoramos el trabajo de cada uno de nuestros asociados, sin importar su antigüedad y queremos recompensar a uno de ellos —sigue hablando mientras la observo atentamente—. Estamos evaluando la posibilidad de que uno de nuestros empleados se convierta en socio de la firma, eso quiere decir que pasaría a tener el título de gerente asociado de la empresa, sabemos que eso conllevaría a una posterior reforma al título del bufete; en fin, estamos viendo todas las posibilidad y sus repercusiones; debes saber de primera mano que tienes méritos para llegar a ese cargo, Paulina, te has sabido destacar en el trabajo y creemos que eres muy capacitada para llegar a nuestro nivel, para ser una más de este panel. Como sea, más adelante daremos más detalles y perdona por esa breve introducción, ¿Qué te trae por aquí? —pregunta.
Había olvidado por un minuto lo parlanchina que es Margarita, una vez que comienza a hablar, no hay quien la detenga. Siempre que inicias una charla con ella, te deja hablar después de sus varios minutos de conferencia. Es una buena oradora, eso no se puede negar, pero por momentos se vuelve irritable verla hablar y hablar como si no hubiese un mañana.
—Solo venía a solicitarles que me permitan ausentarme..., tal vez por una hora y media —le explico—. Mis padres vienen a la ciudad y no tienen llaves de mi apartamento, solo será ir a recibirlos al aeropuerto e instalarlos en casa, lo cual no me llevará mucho tiempo, al menos, eso estimo, todo depende de la congestión que haya y el tiempo que tarden en bajarse del avión.
Con tantas palabras que he dicho, me siento como Margarita: una parlanchina más, pero después recapacito, y me doy cuenta de que es por un bien mayor; sé que están llenos de cosas por hacer, razón suficiente para darles una excusa convincente. De igual forma, es por asunto familiar, no habría forma de que se negaran, además, siempre he sido honesta con ellos y nunca les he mentido.
—Adelante, adelante, por mí no hay ningún problema —dice Eleazar—. ¿Tú la necesitas para algo, Margara?
Hace mucho tiempo que no escucho ese mote. Es el único de la firma que puede permitirse llamarla de esa forma, son amigos de muchos años y eso explica la forma de referirse el uno al otro, ella por su parte le dice Eli, aunque es un sobrenombre que perfectamente puede tener una chica, la confianza que tienen es enorme y viene de muchos años atrás; tengo entendido que se conocieron en la facultad —tal y como conocí a Sara—, de ahí que se hablen con ese tipo de apodos y, mientras no se preste para discusiones, que se sigan llamando como más se sientas cómodos, es un tema que no me concierne, pero que a mi mente llega mientras espero a por una respuesta.
—No, por ahora no —responde Margarita—. Pero el jueves sí te voy a estar necesitando para revisar unos documentos, así que no hagas planes para ese día.
—De acuerdo, Margarita, muchas gracias —expreso—. Trataré de no demorarme mucho.
—Ve, cuídate —añade mi jefe con una sonrisa—. Es más, no te molestes en regresar y dedica el resto del día para aprovechar la compañía de tus padres.
Asiento con mi cabeza, le agradezco a Eleazar y regreso sobre mis pasos. Tomo mi cartera, saco el teléfono y pido un taxi que me lleve al aeropuerto. Mis padres me esperan.
・・・★・・・
El aeropuerto está abarrotado de personas. Eso me hace recordar una experiencia traumática que viví a los ochos años, estaba esperando a que mis padres compraran unos boletos y, por la cantidad de gente que transitaba ese día, los perdí de vista. En un segundo estuve junto a papá, y, en el siguiente mientras lo atendían, comencé a caminar sin alejarme mucho de ellos, pero terminé alejándome más de lo que esperaba y me comenzó a entrar el pánico; afortunadamente ellos me encontraron antes de que yo lo hiciera, y eso fue un alivio; de no haber sido así, habría terminado llorando y gritando en una esquina esperando a que alguien me encontrara.
Mamá me ha mandado por un mensaje de texto el itinerario del viaje, odia las redes sociales, por lo que no tiene más remedio que hacerlo por mensaje desde su anticuado teléfono, el cual no cambia desde hace años.
Me dirijo a la puerta de embarque, mientras miro mi teléfono. Hora de llegada: 8:50 a. m.
Bien. Voy tarde, por tan solo diez minutos; aunque, el pasillo que me lleva a la salida del avión, es un largo camino, con suerte, alcanzo a llegar a tiempo. Mis padres se acercan a paso apretado arrastrando, cada uno, una maleta. Lucen radiantes y llenos de energía. Son la viva imagen de la felicidad.
—Qué gusto verte otra vez, mi pequeña —dice papá, envolviéndome en sus brazos.
—Para mí es un gusto tenerlos aquí —chillo, entusiasmada—. ¿Cómo estuvo el viaje?
—Maravilloso, hija, maravilloso —contesta mi mamá—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que viajamos en avión, los asientos fueron muy cómodos, además nos dieron algo de comer, obviamente Edgar pidió comida, yo solo pedí algo de beber.
Sonrío. Les ayudo con las maletas mientras van hablando de todo lo que han hecho desde que se levantaron de la cama, y sus palabras, me llenan de felicidad. Escuchar sus aventuras, es transportarme a Medellín y rememorar recuerdos que hemos tenido juntos.
—Te hace falta un auto, Paulina —se queja mamá—. Eres una mujer hecha y derecha, te hace falta movilizarse en esta ciudad, siendo abogada deberías tener un carro, incluso podrías tener una camioneta.
—Mi vecino Danilo me ayuda con eso —contesto—, no deben preocuparse por eso, conducir en Bogotá es un dolor de cabeza, ya deberían saberlo —digo, y siento la mirada inquisidora de mi mamá—. Pero tienes razón, lo tendré en cuenta, tendría que tomar el curso y tener el carro, obviamente. Es una pena que no esté Natalia con nosotros, pero entiendo que ella no pueda venir.
—Ha hecho su vida en Medellín y le va bien, como buenos padres que somos la apoyamos en todas sus decisiones —contesta papá—. Cecilia le contó que vendríamos y Nata no ha dicho nada, está de acuerdo, así que todos contentos, no te preocupes por ella.
—Es cierto —agrego—. Estoy orgulloso de ella y la llamaré seguido, ahora que hemos hecho las pases, no hay excusa para dejar de tener contacto.
Mis papás sonríen y eso me llena de completa paz. Todo está saliendo de acuerdo a lo planeado.
・・・★・・・
Dejo a mis padres instalados en el apartamento, tal y como se lo hice saber a Eleazar y Margarita. Será una estadía temporal mientras concretan el negocio que me habían comentado, pero no me molesta que se queden conmigo el tiempo que estimen conveniente, tengo una habitación extra en la que se pueden acomodar perfectamente.
A su llegada, no tuve más remedio que decirle a Marina que ya no necesito sus servicios; sin embargo, mamá ha intercedido en mi decisión.
—Deja que se quede, hija, su ayuda será muy valiosa —habla con rectitud—. Además, no lleva mucho tiempo, dale la oportunidad de que construya una experiencia, eso le servirá para su hoja de vida.
—De acuerdo, tú ganas —confieso—, como siempre.
Todos los presentes ríen; incluso la bebé que se ve contagiada de la alegría que nos rodea, aunque no entienda nada de lo que sucede.
Si bien este momento es maravilloso, siento que algo me falta, o, mejor dicho, alguien.
Si bien ya conocíamos a los padres de Paulina, este capítulo ayuda a conocerlos un poco más y también para conocer a la ausente Margarita que regresó unos capítulos atrás, pero no se había manifestado hasta ahora. También para dejar clara la decisión de ella de tener a sus padres más cerca.
Solo un capítulo nos separa del final. Estoy demasiado E M O C I O N A D O 🥳
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro