17. Cena de reconciliación
Que Federico se enojara por haber peleado con Raúl me sorprendió, sin embargo, mi mente me decía que inevitablemente algo turbio sucedería si se llegaban a conocer. Efectivamente, las peores sospechas se hicieron realidad y ahora estoy lidiando con su indiferencia.
Los siguientes días le mando mensajes y lo llamo, pero él sigue manteniendo la distancia e ignorándome, tal como yo hice con él cuando llegó Esteban a mi vida; de cierta forma, siento que es el karma actuando nuevamente, dejándome claro que solo necesitaba una razón para darme un escarmiento.
El karma es una perra, de eso no hay duda, y lo que me está sucediendo es un claro ejemplo de la repercusión de mis actos del pasado; algo de razón tenía Danilo. Queda bastante claro, el universo va poniendo diversas situaciones para hacerme entender que mi vida va por el sendero equivocado; no obstante, cada día trato de redireccionar mis acciones y hacer de mí una mejor persona, aprendo cada día y tengo en cuenta los errores que cometí para no volver a repetirlos.
«Vamos bien, pero debes trabajar un poco más», me dice una parte de mi mente.
Afortunadamente, Martina ha hecho un trabajo maravilloso mientras pongo en orden todo el caos que me rodea, de lo contrario, contagiaría a la pequeña de todas esas emociones negativas del día a día. Aunque, las noches siguen siendo un delirio, poco a poco Sofia se aferra a ciertas horas para levantarse a pedir comida y para avisar que ha manchado su pañal, conforme pase el tiempo, será más llevadera su crianza; me estoy acomodando a su horario.
Han pasado solo tres días y comienzo a sentirme como una acosadora, exactamente como fue Raúl conmigo, un escalofrío recorre mi columna; supongo que Federico quiere darme una lección, al fin y al cabo, yo estuve en medio de esa batalla campal. Aunque después de tanta insistencia, finalmente contesta mi llamada.
—Hola, Paulina, ¿en qué te puedo ayudar?
—Hola —respondo, su tono de voz enseriado me estremece, solo trato de hacer lo correcto y no tengo intenciones de perder contacto con él, no después de todo lo que ha sucedido y aun sabiendo cuáles son sus intenciones—. Solo llamaba para saber cómo estás y excusarme por lo sucedido el otro día, ya pedí una orden de restricción en contra de Raúl, por si querías saberlo.
—Me alegra —dice y lo hace sin un atisbo de verdadera alegría—, realmente no fue mucho lo que me hizo, un leve corte en el interior de la mejilla y el dolor causado por los puños, pero estoy bien, nada de qué preocuparse.
—Pero te enojaste —le digo, para saber si realmente lo hizo o son ideas mías.
—Sí, estoy enojado —contesta—, primero el asunto de la bebé y luego el loco ese, me has ocultado cosas, Paulina, y espero de alguien que sea honesto conmigo, independientemente de si eres un amigo, un cliente, mi familia, etcétera.
—Tú no me dijiste que conocías a MariaTe —hablo una vez más.
—¡¿Y cómo iba a saber que ambas se conocían?! —refuta, y ahora es más palpable su frustración—. Además, no hay punto de comparación, si tengo intenciones de entrar en la vida de alguien, debo decirle si estoy casado, si tengo hijos o si estoy divorciado, pueden ser datos absurdos o innecesarios, pero son cosas que deben saberse de alguna forma, y lo de ese tipo, ¿por qué no me lo dijiste antes?, ¿por qué no lo denunciaste? Te quedaste cruzada de brazos, creyendo que se iría por arte de magia, es un tipo peligroso y tardaste en darte cuenta, si te estaba acosando debiste decirme y hacérselo saber a la policía para que tomen medidas en el asunto.
Sus palabras son como balas y una vocecilla dentro de mi cabeza me dice que tiene razón, que debí actuar diferente; siento que, en cualquier momento, la voz se me va a quebrar, pero debo mantenerme firme, al menos mientras hablo con él.
—Tienes razón, el asunto me tomó por sorpresa y no sabía qué hacer —digo finalmente—. Sabía que contaba con tu confianza, incluso pude haberle dicho a mi madre, a mi vecino... —Hago una pausa y sigo hablando—: respecto a lo otro, hice un acuerdo con Danilo, prometí no decirle a nadie, pero eventualmente debía hacerlo, sobre todo porque era cuestión de tiempo para que le llegara ese citatorio por el delito que cometió, además, con el paso de los días oficialmente se iba a convertir en mi hija. Aunque no lo hice a tiempo, te conté la razón de la bebé y lo hice antes de hacer los trámites legales; fue tarde, pero lo hice.
Escucho como Federico suspira al otro lado de la línea.
—No sé qué decir, Paulina, si seguimos por el mismo camino, no hay garantía de que me ocultes más cosas y sería una pena que pase eso, ¿hay algo más que deba saber?
—No hay nada más que ocultar —le digo, aun cuando mi voz amenaza con quebrarse—, te lo prometo y haré todo lo posible para que me creas, haré cualquier cosa para cambiar esa idea que tienes de mi, no soy una mujer mentirosa, te lo puedo demostrar..., no sé, podría cocinarte para remediar las cosas, teniendo en cuenta que íbamos a comer el otro día.
Y viene una abofeteada interna por lo que he dicho, ni siquiera sé cocinar; pero si acepta, tendré que tomar clases exprés de cocina para salvar mi pellejo. La idea ha venido de golpe, siguiendo los consejos de mi abuela, dentro de mi mente estaba ella diciendo: al corazón de un hombre se llega por el estómago. Así que decido esperar, incluso puedo lidiar con un rechazo de su parte.
—De acuerdo, Paulina, iré a cenar y podremos charlar mejor, este no es el mejor de los medios para hablar, y..., sí, te daré la oportunidad de redimir tus acciones —dice, y su tono de voz ha sonado más calmado, recuérdalo siempre, odio que me oculten cosas.
—Bien —expreso—, te mandaré los datos por mensaje; ten un buen día, Federico.
—Te veo más tarde, espero no haya más sorpresas —contesta.
—No las habrá, hasta pronto —me despido y corto la llamada.
Mi corazón amenaza con salirse de mi pecho, me pone nerviosa el hecho de haberlo invitado a cenar y lo único que hacer es preparar un huevo y calentar agua. Mi mamá hizo intentos por enseñarme a cocinar desde los ocho años; Rosita también lo intentó en una ocasión, pero esos débiles esfuerzos, solo sirvieron para darme cuenta de que no todas las mujeres están hechas para la cocina y, la muestra irrefutable de eso, soy yo.
・・・★・・・
La noche ha llegado y con ella, el fin de una jornada más de trabajo. Martina me recibe con la bebé dormida entre sus brazos.
—Hice lo que pude para mantenerla despierta —me dice—, pero parece que hemos jugado mucho y terminó bastante cansada, tal vez, cause problemas en la noche.
—No hay problema, puedo lidiar con eso —le respondo—. Gracias por la ayuda, puede irse ya y nos vemos mañana en la mañana.
—Gracias, señorita Paulina —expresa—. Es un gusto cuidar de esa pequeña, justo estaba por dejarla en la cuna.
—Yo me encargo de eso —digo y recibo a la bebé de Marina, quien la deposita entre mis brazos con sumo cuidado.
Sale del apartamento y ahora quedamos las dos solas. La veo descansar entre mis brazos, la deposito en su cuna y luego me dirijo a la cocina. ¿Qué debería hacer? No tengo idea sobre cómo cocinar, pero aprendo fácil, así que me decido por ver tutoriales en YouTube y espero que no cause un desastre en la cocina o que tenga que llamar a los bomberos por mi casi nula inexperiencia.
Para mi sorpresa, muchos de los videos solo duran de diez a quince minutos; por lo que veo, el primero de ellos tiene muchas visitas y parece ser bastante popular, así que decido ver esa primera sugerencia: es una receta de espagueti con salmón en salsa de naranja y, según las indicaciones, es una receta sencilla y rápida, tal y como lo indica el señor que prepara la comida.
Busco en la alacena los ingredientes que necesito y también reviso en la nevera, trato de imitar lo que hacen esas manos en el video, y sigo las instrucciones paso por paso, sonrío mientras cocino porque no he tenido contratiempos, todo parece ir por buen camino; además, me he tomado la molestia de ponerlo en pausa entre paso y paso para no causar un problema.
Finalmente llega Federico —según las indicaciones que le he dado—, y me dice que no ha sido difícil llegar, pues conoce muy bien la ciudad. Me ve organizando los platos en el comedor y sonríe como señal de complacencia, pero no dejo de pensar que una parte de él, está furioso conmigo.
—Todo se ve maravilloso —dice al cruzar el umbral.
—Espero que sepa tan bien como se ve —exclamo y señalo una silla para que tome asiento—, es mejor comer ahora antes de que se enfríe todo.
—Por mí está bien —indica, mientras se acomoda en su silla.
Decidimos comer sin cruzar palabras, él parece bastante concentrado en la comida, como si estuviera analizando lo que está sobre los platos; solo es hasta que decido romper el silencio y le pido que me dé una opinión sincera sobre la cena. El espagueti y el salmón están acompañados de un vino, uno que queda perfecto para los alimentos elegidos, y lo he agregado porque al final del video el chef sugirió unos cuantos nombres de bebidas para acompañar los alimentos.
—La verdad, el salmón está bien —confiesa Federico—, pero a la pasta le falta sal, la decoración es bonita y todo, pero no, no.
—Pero le he puesto sal —me quejo—. Mierda —digo entre dientes.
—No la suficiente —contraataca—, pero aprecio lo que hiciste y me lo estoy comiendo porque e alcanzo a imaginar el esfuerzo que has puesto, y, retomando el tema de esta tarde... Dios, puedo pensar que es natural en ti elegir hombres tóxicos, primero tu ex y ahora este tipo...
—¿Y tú lo eres? —pregunto.
—Creo que soy la excepción —contesta, hinchando el pecho y sonríe—. Gracias por la comida, seguiré con el vino porque está muy bueno. —Federico se levanta del comedor y se sienta sobre el gran sofá—. Será mejor que vengas con esa copa, así podemos seguir hablando.
—Así que esto reivindica el desastre que he creado —digo mientras me acerco a él con mi copa entre una mano.
—Sigo enojado, Paulina —responde—. Lo que pasó con ese tipo es el límite de lo que puedo soportar, tenías tras de ti un acosador y no hiciste nada.
—Lo sé y lo tendré en cuenta, también no he olvidado que conozco tu punto de nivel —le indico con una voz seductora para cambiar de tema, y una voz interna me pregunta si no soné demasiado ridícula.
—¿Ah, sí? —cuestiona él—. Eso es trampa, si me lo preguntas. —Y sonríe—. Aunque debo admitir que la Paulina seductora me llama la atención, eso es un punto extra.
—Tendremos que ponernos a prueba —espeto y le devuelvo la sonrisa.
Sé lo que va a suceder después; pasando mi mano por su pierna, puedo sentir la pasión que irradia y el efecto que ha tenido ser un poco coqueta al hablar y, sobre todo, el tacto de mi mano sobre su cuerpo; él no pide que me detenga o que reconsidere mis acciones, así que continúo.
—Como te dije, estoy dispuesta a todo para conseguir tu atención —aseguro, sosteniendo su mirada color chocolate.
—Tendré que pensarlo. —Y entorna sus ojos analizando cada centímetro de mi piel, sosteniendo mi mirada como una prueba de fuego.
Como una chispa que surge entre los dos, nos abalanzamos al tiempo para encontrar nuestros labios y fundirnos en un beso, empujo el cuerpo de Federico y quedo acostada sobre él, la pasión se cierne sobre nosotros y una inmensa sensación de euforia se hace presente en la sala.
¿Creen el sexo de reconciliación? Porque yo sí, este es un ejemplo bastante claro de ello.
Sin duda las interacciones de Federico y Paulina son un sube y baja de emociones. Tanto uno como el otro, son caprichosos a su manera, parecen niños, pero logran compenetrarse de una forma mágica y eso me encanta.
Ya estamos cerca del final y estoy completamente seguro de que sabrán cómo terminará esta historia, o no, lo averiguaremos.
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