Capítulo 20
♥ Dulce ♥
–Ahora no, Ani, Christopher me está esperando y...
–ni una escusa más, Dulce, ni una sola. Quieras o no tú y yo vamos a hablar ahora mismo –me da la espalda para asegurar la puerta–. ¿Pretendías devolver la comida?
No tantea el terreno ni se detiene a formular algo más cauteloso, lo suelta de golpe mientras se acerca a paso lento hacia donde estoy. Pese a sentirme preparada para mantener la compostura en momentos de tensión, la cara se me descuadra y termino rehuyendo a su mirada acusadora.
Me había descubierto la noche anterior en el baño del restaurante, encorvada hacia el retrete con un cepillo dental en la boca, intentando provocarme el vómito. Mi primera reacción fue dejar caer el instrumento al suelo, solté un suspiro aterrado y me incorporé para enfrentarla. Con una mano en la boca y la otra todavía en la manija de la puerta, mi compañera de banda me miraba con los ojos vidriosos, quizá tras haber recordado el peor episodio de su vida hasta el momento.
Le reclamé por no haber tocado, intenté convencerla de que nada era lo que parecía y no me creyó. Quiso hablar conmigo y salí corriendo, porque dudaba mucho que se atreviera a hacerme un escándalo en medio de tanta gente conocida; tal como lo pensé, no volvió a hablarme hasta subir a la camioneta y fingí dormir. La evadí desde que me advirtió con su mirada que teníamos una charla pendiente; ni en el hotel, ni en el programa de televisión de la mañana siguiente, ni en el avión de vuelta a México.
Pero sí en el aeropuerto. También entró como la noche anterior, sin pedir permiso y teniendo de conocimiento que Chris me estaba esperando con su chofer para llevarme a casa. Después de nuestro viaje antes de un par de días libres, lo único que quería era descansar y, porqué no, intentar ordenar la vorágine de emociones que golpeaban mi pecho.
–Ya te he dicho que no es lo que parecía –conseguí decir, aún con la mirada perdida.
–¿Por qué, Dulce? ¿Por qué tú?
–No es lo que parece, me estaba... me estaba lavando los dientes ¿OK?
–¡Tenías el cepillo volteado! Le puedes mentir a cualquiera, pero no a mí, que sé cómo es –no hizo esfuerzo para detener la primera lágrima que cayó sobre su mejilla–. Tantas veces me llevé el cepillo a la boca para devolver a la fuerza, así como lo querías hacer tú. Tenía que golpear mi garganta, y el resto ya es historia.
–Ani, yo no...
–también lo hacía cuando sentía que había comido demasiado, y me sentía segura cuando sabía que afuera había mucho ruido y nadie se iba a dar cuenta de mis ausencias. Cuando estaba en lugares públicos, claro, porque en casa era más fácil. La satisfacción luego de hacerlo duraba poco, porque luego me sentía estúpida y no importaba cuantas veces lo hacía, igual me veía mal.
–pero tú no necesitabas...
–¡Me habían metido a la cabeza que sí! Me obsesioné yo misma –bajó la voz–, quería un protagónico, ¿tú, que pretendes?
–¿nada, OK? No sé en que estaba pensando, solo eso –me apresuré por salir de la situación, anticipando el nudo en mi garganta.
–Tú y yo sabemos que no es así. Desde el otro día que miraste a la hamburguesa, así como las miraba yo, contando las calorías en la cabeza y reproduciendo las palabras del productor. ¿Por qué, Dulce?
–¡Porque tengo miedo a perderlo! ¡porque cada que me miro al espejo me comparo contigo, con las chicas que lo persiguen y me aterra no ser suficiente! –no sé cómo, pero termino soltando todo, sin cuidar el tono de mi voz para no alarmar a los de fuera–. Porque estoy arriesgando mucho y no quiero perder..., porque pese a maquillarme más que siempre, pese a usar ropa linda y a peinarme así, siento que se me puede escapar. ¿Contenta?
Exteriorizo todas las inseguridades que hasta entonces habían permanecido ocultas. Ella, en un intento por asimilar todo lo que le acabo de decir se acerca con la intención de abrazarme, pero me doy la vuelta.
Mi confesión le da paso a un largo silencio que decido aprovechar para recomponerme, porque la vida sigue y nadie más tiene que saber lo que pasó aquí. Saco de mi bolso un neceser de maquillajes básicos y cubro todo frente al espejo. Observo a Anahí de rato en rato, está caminando de un lado a otro con la cara entre las manos.
–Él no quiere a lo que aparentas, te quiere a ti.
–¿A quién? Si ni siquiera sé quién soy.
–A una chica auténtica, increíble, valiente...
–Cómo se nota que no me conoces –me río, mientras abro y cierro varios colores de sombras que no me convencen.
–Quizá no como me gustaría, pero lo suficiente como para saber que eres una chica increíble, Dulce y transparente.
–No puede ser transparente alguien que se esfuerza por ocultar sentimientos y aparentar otros.
–Lo intentas, pero no puedes. Tus ojos no mienten –se acerca para quitarme una de las brochas–, no importa cuanto maquillaje te eches. Y ¿sabes? Puede que logres convencer al resto, pero no te puedes mentir tú y créeme cuando te digo que no le vas a poder mentir a él tampoco.
Aunque por dentro me muera por rebatirle, contradecirle y discutir, me quedo callada. Porque no sé cómo seguir.
–No lo vas a perder porque Christopher te adora, y así se le aparezca una mujer con medidas perfectas, no te va a cambiar.
–Todo entra por los ojos, Anahí.
–¿y qué? eres hermosa, así como eres, por eso se enamoró de la mujer que estás viendo en el espejo –me señala en el vidrio–, le gustas así, tal cual.
Pese a que agradezco su intento, sus palabras no me dan el consuelo que necesito y a estas alturas ya no sé si desconfío de él, de mí, o de todo lo que hay a nuestro alrededor. No sé si quiero cambiar porque en verdad me siento mal con mi cuerpo y temo que se enamore de alguien físicamente mejor, o si solo es un espejismo para ocultar que lo que más me aterra es perderlo por ser la actriz de mi propia vida, por ser cobarde y por no ser capaz de arriesgarlo todo.
Porque él está dispuesto a darme todo sin pensar, y yo solo le doy migajas por miedo a equivocarme otra vez.
Porque en mis ojos aún hay tormentas del pasado y sus intentos no han logrado acabar con ellas.
Porque mientras él me pone como prioridad, yo lo pongo a la sombra de mi carrera profesional.
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A fin de cuentas, no mentimos tanto en la serie. Cada que grabo siento que estoy recreando escenas de mi relación. Es como si utilizáramos las cámaras para gritarle al mundo eso que no puedo, que no quiero y que no debo. Los motivos para que la gente sospeche saltan a la vista, pero por más extraño que parezca, no hago nada para evitarlo.
O, mejor dicho, no puedo hacer nada para evitarlo.
Resulta que mi boca, mis ojos y mis acciones han iniciado una lucha interna que me es imposible de parar. El corazón es el encargado de acallar con latidos fuertes a las advertencias de mi mente para controlar mis impulsos cada que lo tengo cerca. No puedo evitar mirarle, ni sonreír cuando habla; en definitiva, no soy tan buena actriz como parece.
No es falso que nuestros besos sean con lengua, tal como lo decimos en el primer episodio de la serie. Ni tampoco que Chris sea la última persona de la que me enamoré.
Y si todavía tengo tatuado en la piel ese "te quiero como un imbécil" de la novela, un día cualquiera de grabación, cuando estamos por terminar, suelta una frase que me hace temblar.
O, mejor dicho, la escena completa me hace temblar.
–Además yo no quiero que todo mundo se dé cuenta –había dicho hace unos segundos.
Dejando de lado la veracidad de esa frase, la gota que derrama el vaso viene después, con la línea que pone mi mundo de cabeza y mi corazón en alerta.
–Si lo sabe Dios que lo sepa el mundo.
Entiendo entonces que no es una escena del montón, es una que me voy a llevar grabada en el alma por el resto de mi vida. El guion, de manera cómica y enfrascando acción, es una indirecta muy directa a la gente de fuera, pues dejamos al descubierto nuestros miedos y todo aquello que él es capaz de hacer por mí.
Me trago el temblor que me recorre el cuerpo y lo vuelvo a besar, en un intento por ignorar al peso de mis hombros. Escondo en ese medio suspiro el miedo que me cala los huesos, y quiero llorar.
–huyamos hasta el fin del mundo –me dice después.
En ese momento estoy muy alterada para comprender el significado de esa frase que esconde una advertencia, una promesa y un recordatorio de que quiere pasar el resto de su vida conmigo.
En ese momento no sé que ese "hasta el fin del mundo" es el reflejo de un amor verdadero y real, de las ganas intactas de querer luchar contra todo y todos por lo nuestro.
Lo que viene después es muy entretenido para la vista de los televidentes, mientras que para mí es un golpe certero en las costillas. «lo hice por ti», me dice casi al final y entiendo algo.
no merezco que me quiera tanto.
No merezco ser su prioridad.
No merezco que quiera dar hasta la vida por mí, que me quiera seguir hasta el fin del mundo y que en un beso me entregue todo.
No lo merezco mientras siga alimentando a ese miedo que me taladra desde el alma hasta la piel.
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