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Capítulo 18

♣ Dulce ♣

En tu silencio oigo mi voz pidiendo a gritos amor;
maldito miedo que al igual que a ti me a atado a la razón;
Gustosa te daría mi amor, la vida entera;
gustosa aceptaría vivir y morir a tu lado;
Te daría todo si el miedo no insistiera en que te vas a ir;
Te daría todo si mi alma que ahora es tuya se pudiera ir contigo.
Sueño a tu lado, todo es tranquilidad.
pero de pronto llega esa obscuridad que me despierta y ensombrece mi mundo.

Pese a que siempre solía contar mis experiencias mediante escritos que luego podían convertirse en canciones, nunca les puse destinatario específico. Pude haber sacado algo de mi relación tormentosa con Poncho, o de ese primer romance con Daniel, o de ese fortuito intento con Guillermo; pero eran solo mías, hasta que llegó él, con esa sonrisa de ensueño que me hace perder el suelo.
Hasta que llegó él, para meterse en lo más profundo de mi alma y mi corazón. Para hacerme conocer ese mundo mágico del amor, y aunque me duela, también del miedo.

La discusión en el auto me sirvió para darme cuenta de un par de cosas terribles. Primero, que era fácil darle razones superficiales por las que no debíamos ventilar lo nuestro, la imagen del grupo, televisa, nuestros amigos. Y la segunda, que no me atrevía a hablarle de frente del miedo que me invadía cada que lo tenía cerca, del pasado que me atormentaba en sueños y de las inseguridades que estaba construyendo. Lo quería, no obstante, una parte de mí se negaba a sentarse a su lado para confesarle todo; su mirada me confundía, esos cambios repentinos de parecer me aturdían y me frenaba la idea de lastimarle con mi confesión. Mi primera reacción ante esto fue sentarme a escribir con el corazón echo pedazos y el alma amenazando con caerse, en una noche estrellada y sin luna.

Su indiferencia me frenó a la mañana siguiente cuando me dispuse a enseñarle la letra, se mostraba enojado, dolido, cansado. Ese cargo de consciencia que me atacó de pronto me impidió hablar, y la misma dinámica de tenerle cerca, pero a la vez lejos se extendió toda la semana posterior. En ese primer distanciamiento de pareja no me movió el orgullo, fue el profundo sentimiento de culpa que me taladraba el pecho cada que le veía.

Me decidí a mostrarle el cuaderno a pocas horas de subirnos al avión, puesto ya no toleraba sus intentos de medidas tan extremistas para esconder nuestra relación. Una parte de mí esperaba comprensión a mis palabras, otra, por el contrario, buscaba dejar claras las cosas y se preparaba para ir a la deriva.

Por destino o casualidad, en el avión accedí a cambiar de sitio con Ani ya que quería platicar con Maite, sin saber que justo al lado se sentaría Christopher. Guardé mi bolso en el compartimiento superior tras haber extraído una de mis agendas especiales, en la que a la par, estaba escribiendo un tipo de carta de declaración; la abrí para leer a detalle, y me sorprendí con lo que ya tenía avanzado.

"Darte el corazón sin explicación, solamente déjame ser"

Me obligué a levantar la cabeza al escuchar un carraspeo medio ahogado. Sentado junto a mí, Christopher abría mi agendita rosada sin dejar de mirarme, como si se hubiese memorizado la forma para encontrar mi carta. Noté frustración mezclada con culpa en cuanto nuestros ojos se cruzaron; ya no había enojo ni cansancio, más bien, un ápice de duda.

–No me voy a ir –susurró, helándome la sangre.

–¿Hum?

–Pase lo que pase siempre voy a estar aquí, para ti.

Era la primera vez que me decía eso, y entonces no entendí cuan mágicas serían esas palabras para después.
No era una promesa, ni un juramento. Era una afirmación libre que mi corazón, medio aturdido por el amor decidió adoptar como verdad.

Una parte de mi mente aún se negaba a creerle, mas todo mi cuerpo ya se hacía a la idea de sus palabras, y prefirió creer que solo tenían un sentido. Siempre estaríamos juntos.

A falta de algo para decir, le sonreí un poco contrariada, bastante encantada, con una mezcla extraña de miedo y seguridad en el estómago que bien se podía confundir con la presión al momento del despegue; pero que me había atacado ya muchas veces en los escenarios, en su departamento o cuando estábamos frente a una cámara. Pude despegar nuestras miradas con la voz del tripulante y no volvimos a hablar hasta que fuimos a por las maletas. Amablemente, Christopher se ofreció a llevarme a casa, pues su chofer le estaba esperando en el estacionamiento; a diferencia de los otros, él no tendría que esperar ni buscar un taxi.

Era entrada la noche, así que no tubo que insistir mucho para que aceptara su ayuda. Con él me sentía segura, y si tenía en frente la opción de buscar un taxi con todos sus peligros y la de pasar tiempo a su lado, obviamente elegiría la última. No sabía exactamente como debería actuar después del breve cruce de palabras en el avión, por consiguiente, me limité a agradecerle cuando tomó todas mis maletas para salir.

–¿Se van juntos? –nos frenó Pedro, cuando nos disponíamos a girar para buscar los ascensores.

Christopher asintió y quiso seguir avanzando, no obstante, el productor me tomó la mano obligándome a mirarle a los ojos. Sorprendentemente, Pedro lucía relajado y comprensivo.

–No tengo ánimos para buscar a un taxi. Ha sido un vuelo agotador y solo quiero dormir.

–Eres muy buen amigo al querer llevarla –Chris lo miró de reojo–. Te ganarías un premio al más atento del grupo si tan solo fueras igual con tus demás compañeras.

–Maite está con su novio, a Anahí siempre vienen a recogerla sus padres y... es que ni siquiera tengo porqué darte explicaciones –observó luego de hacer una pausa.

–Lo digo porque me preocupo por todos –miré confundida la sonrisa que esbozó–, son como mis hijos y no puedo permitir que les pase nada.

Mientras Christopher soltaba una carcajada medio irónica, yo le creí, pues desde el momento uno actuó muy bien conmigo. Cuando empezamos a trabajar juntos de manera constante, lo comencé a ver como una figura paternal, esa que ya no sentía mucho, pues no veía a mi padre debido a mis largas ausencias. Apoyó mi relación con poncho, me consoló cuando terminamos por primera vez y siempre estuvo ahí para aconsejarme; aunque eso no sea tan notable por su seriedad y la visión de trabajo y proyectos en todo lo que ve.

También me da miedo decepcionarlo, no lo voy a negar. Si se me ocurre hacer pública mi relación con Christopher estaría saboteando el grupo por el que a luchado mucho, le pondría trabas en su trabajo y...

–Gracias, Pedro.

–Ya vámonos, se hace tarde –tenía los músculos de la mandíbula tensos.

–Sí, ya vayan a descansar. Te la encargo muchísimo, mira que entre a casa y que luego cierre la puerta –se acercó para darle un par de palmaditas a Christopher, quien se alejó de inmediato–. Duerman bien.

–Tú también, Descansa –le di un beso en la mejilla antes de avanzar.

Christopher me hizo una seña para que me apurase, se veía incómodo, medio aturdido y cansado de la situación. En ese momento, no entendía el porqué de su actitud y estaba dispuesta a recriminárselo más tarde.

–¡Los espero mañana en mi oficina a las 11:00! –exclamó Pedro, haciendo que Chris girara de golpe, dejando caer una maleta en el proceso.

–La próxima semana, querrás decir –corrigió convencido.

–No, mañana mismo. Es un asunto importante.

–Ya estamos de vacaciones y no tenemos por qué...

–Estaremos mañana, no te preocupes –interrumpí un poco exasperada.

–Irás tú, porque yo no –miró a Pedro–. ¿Quieres que respetemos al grupo? Perfecto, empieza por respetarnos a nosotros.

–respeto al grupo dice –masculla el productor entre dientes antes de volver a sonreír–. Es importante, ya después de mañana los dejaré descansar. Por favor, Chris...

–Christopher.

–Los espero mañana, les va a interesar muchísimo.

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Me sorprende la calma que se respira desde el estacionamiento hasta las oficinas, no hay periodistas persiguiendo a la gente, ni paparazis escondidos en las columnas. Aún medio adormilada, llego a televisa cinco minutos antes de la hora pactada y no encuentro a mis compañeros. La secretaria de Pedro me hace pasar a la sala de juntas luego de ofrecerme un café que acepto con gusto, pues no he desayunado.

En toda la historia de RBD es la primera vez que llego antes que todos. Difícil de creer, pero cierto. Mientras espero a mis compañeros y a pedro observo con atención los trofeos que se exhiben en la parte principal, y suspiro.

El pensamiento de estar trabajando para llenar de trofeos a la productora de pedro me ataca de repente, pero lo ignoro. Elijo creer que el reconocimiento también es para mí.

Pedro Damián le ha dado a mi nombre el reconocimiento con el que siempre soñé, la gente habla de mí, los medios me respetan y estoy forjando una carrera que promete ser gloriosa. Ya no soy aquella niña que luchaba por tener un lugar en plaza Sésamo, o la que hacía personajes secundarios en las novelas. Soy, para muchos, una joven promesa que incluso le a quitado el protagónico a su compañera tras interpretar a Roberta Pardo.

–¿Cómo dormiste, Dul?

El reloj da las once cuando Pedro aparece por la puerta con una carpeta en sus manos y una sonrisa que me confunde.

–Para serte sincera, hubiese querido dormir más. Tú ¿cómo estás? –me pongo de pie para saludarlo.

–Con mucho trabajo, pero feliz por los resultados de los últimos conciertos. Somos un éxito, hemos vuelto a romper récord con el disco y ahora no tengo ninguna duda, la serie será increíble.

–¿Cuándo sale?

–Estamos pensando sacarla todavía a principios del próximo año, hay que dejar que la gente asimile nuestro disco y los conciertos.

–Sobre eso, el otro día oí que tendría una segunda temporada.

–Segunda temporada o incluso hasta una película, queremos hacer muchas cosas y agrandar nuestro palmarés –señaló los trofeos con orgullo–. Si seguimos así, tú vas a poder superar a Talía por mucho.

Sonreí, porque confiaba ciegamente en él.

–¿Sabes? Algún día me gustaría ser solista. No sé, cantar mis propias composiciones y... también ser protagonista de muchas novelas.

–Lo vamos a lograr, ya verás. Yo voy a ser tu Manager. Pero de aquí a muchísimos años más, porque el grupo tiene para rato.

–Poncho no...

–En el fondo si le encanta todo esto, además firmó un contrato y antes de hacerlo tuvo que leerlo ¿cierto?

–Bueno, viéndolo de esa manera... –volví mi vista hacia la puerta–, Es raro que todavía no lleguen los demás. ¿Y si no vienen?

–Poncho, Anahí, Maite y Cristian no van a venir –responde con calma y lo miro dudosa

–Pero... no entiendo.

–Quiero hablar contigo y con Christopher.

–¿De qué? –un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

–Tranquila, no hay nada malo y todavía no comas ansias. Vamos a esperarlo ¿no te dijo nada?

No pude responderle, pues justo en ese momento ingresó Christopher. Sin saludar, ni pedir permiso, sin siquiera inmutarse en ver quien estaba dentro. Tomó asiento al otro lado de la mesa y en todo momento mantuvo una expresión de fastidio.

–Buenos días, Christopher. ¿cómo amaneciste?

No le respondió, ni siquiera le dirigió la mirada.

–Creo que todavía estás con sueño, pero ahora que comencemos ya te despertarás. Los cité por...

–¿Dónde están los demás? –interrumpió.

–No van a llegar –Pedro abrió la carpeta que cargaba.

–Bueno, si ellos no están, yo tampoco tengo que estar aquí.

La primera hoja de la carpeta era una foto. Precisamente, una foto mía y de Christopher, besándonos en el ascensor de un hotel.

Y el mundo se me calló a los pies.
Porque eso significaba solamente una cosa, una que yo no quería que pase.

Miré a pedro desesperada y él me devolvió la mirada, igual de calmado que ayer y sin mostrar ni un ápice de enojo.
me invadió un miedo inexplicable, de esos que ni siquiera viendo a Christopher podía disipar. No tenía que estar pasando.

–Pedro yo...

–No tan rápido, Christopher. Tenemos que hablar de ustedes –levantó la mano, frenando el intento de mi novio por irse.

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