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Capítulo 12

–Pero ¿por qué? Hacemos una buena pareja, mis fans están encantados contigo y la prensa nos adora.

Una parte de la prensa ha dejado de vernos como la pareja perfecta, puesto que Guillermo ha ido alimentando los rumores de infidelidad, al dejarse fotografiar con muchas chicas en los hoteles, entrenamientos y discotecas. He leído infinidad de artículos en los que me exponen como una cornuda estúpida, que justifica las canalladas de su novio solo porque está enamorada.

Y yo odio que la gente hable mal de mí. Sobre todo, cuando se expresa con lástima y pena.

Si decidí ventilar mi relación fue, precisamente, para que todo el mundo pensase que tengo una vida perfecta, un novio de ensueño y cero problemas. No quería que vean el tormento por el que pasaba, ni las dudas que invadían mi corazón cada que tenía cerca a Christopher, ni el vacío que inundaba a mi alma.

–Porque tus infidelidades me están dejando mal parada ante el mundo –entrecruzo mis dedos a medida que voy hablando.

–Ambos sabemos que eso no es cierto, preciosa –me susurra al oído.

Me quiere besar el cuello, pero me alejo fingiendo que me estoy muriendo de calor. Bajo las lunas del auto y sujeto mi cabello en un moño alto.

–Ambos sabemos que sí lo es, Guillermo. Y no te culpo, porque casi no nos vemos y ni tú, ni yo estamos realmente enamorados.

–Dul... yo te amo –se suelta el cinturón y se dispone a acercarse–, eres lo mejor que tengo en la vida y quiero...

–No me mientas ni te mientas tú –busco que nuestros ojos se encuentren–, esto no tiene futuro, y ya estoy cansada.

«Estoy cansada de fingir», quiero decir.

«Estoy cansada de imaginar que me besa alguien más cuando lo haces tú»

–Dul, pero...

–Lo mejor es que terminemos, porque, además, estás dañando mi imagen.

–¿Qué dices? –dice en medio de una carcajada–, más bien, estoy impulsando tu imagen personal. ¿No te das cuenta? Soy el mejor arquero de México y...

–Puedes ser el mejor arquero de México, pero gracias a la novela me conocen en muchos países. Quien impulsa la imagen del otro aquí soy yo.

–¿Sí te das cuenta que tienes protagonismo gracias a lo nuestro?

El protagonismo lo tenemos gracias a que soy una de las protagonistas de rebelde, y una de las integrantes de RBD. Eso lo sé yo y lo sabe él, pero no digo nada.

–Estoy harta de que las revistas escriban cosas de mí con lástima y pena. El mundo me ve como una cornuda que perdona todo por amor, y eso no es cierto.

–Haz lo que quieras, Dulce. Ya volverás rogando que volvamos –dice después de un rato, mientras desbloquea los seguros del auto–. Total, tú pierdes más que yo.

Pierdo una pantalla desgastada, pero gano al dejar de ser la actriz de mi propia vida. En ese instante no pienso en cuanto me va a durar el sabor a libertad, porque opto por disfrutar y mi corazón acalla las réplicas de mi mente.

Y mi corazón domina tanto, que no analizo las cosas cuando abro su contacto y le envío un mensaje tras bajarme del auto de Guillermo en medio de la carretera.

«No te muevas de allí, iré por ti», el mensaje ilumina mi pantalla luego de unos segundos y mi corazón se salta un latido.

Mis latidos pierden el ritmo mientras que mi estómago parece ser invadido por un gran grupo de mariposas que revolotea sin miedo. Mi razón interior me recuerda que estoy enamorada, y sonrío, porque no sé qué más hacer.

Sonrío como estúpida en medio de una carretera desolada, y me permito disfrutar del sentimiento que tanto he intentado esconder. No sé si lo hago por voluntad propia, o porque tengo necesidad de hacerle caso esta vez.

«La guerra es contigo misma, solo déjate llevar» –me había dicho ayer, cuando llegué a su casa desbordada por la situación.

Pienso en su voz, en su sonrisa y en sus ojos mientras busco un espejo dentro de mi bolso, ya que me invade la absurda necesidad porque él me vea distinta.

Deshago el moño de mi cabello y me hago una media cola con un lacito azul que me regalaron en un concierto. Luego, pese a que no soy de usar maquillaje, me aplico brillo a los labios y le doy un poquito de color a mis mejillas.

Ni con Daniel, ni con Poncho, ni mucho menos con Guillermo. Nunca me había esmerado tanto por arreglarme antes de encontrarme con... ¿un amigo?

Por alguna razón quiero que él me vea diferente, que olvide que hace casi nada estaba jugando a ser la actriz de mi propia vida.

Quiero que vea a una Dulce enamorada, risueña, sin perjuicios y sin miedos.

Mi respiración se entrecorta cuando diviso a lo lejos su auto negro, y mi mundo parece detenerse en cuanto frena delante de mí.

Luego de bajarse del auto me abre la puerta y creo que el gesto me enamora mucho más. Está sonriendo, y me le quedo viendo como una estúpida.

Tuve la oportunidad de apreciar su sonrisa muchas veces antes, pero supongo que influenciada por mis miedos, nunca me di la oportunidad de perderme en ella.

–¿Cómo vas, Dul? –pregunta, estirando la mano para que le entregue mi bolso.

Mi garganta se seca, al tiempo que un escalofrío empieza a recorrer mi columna vertebral de arriba abajo. Mis piernas tiemblan y mis manos sudan.

No quiero hacerlo, sin embargo, me permito sentir todo aquello a lo que renuncié hace un tiempo, cuando su mirada me paralizó por primera vez.

El hombre que me ayuda a subir al auto tras unos minutos no es el ex novio de Anahí, ni el mujeriego de televisa, ni el amigo de Alfonso, ni mi pareja de telenovela, ni mi compañero de grupo. Es solamente Christopher Alexander, el protagonista de mis sueños y culpable de los latidos disparejos de mi corazón.

Estoy enamorada, y es la primera vez que me permito disfrutarlo al máximo.

La primera parte del trayecto la hacemos tarareando las canciones de un disco de maná, que casualmente, tiene una canción que quizá describe muy bien el inicio de nuestra historia.

"Es más fácil llegar al sol que a tu corazón.
Me muero por ti, viviendo sin ti.
Y no aguanto, me duele tanto estar así"

La radio se queda en silencio justo cuando termina la canción, como queriendo darnos un tiempo para analizar el mensaje implícito de la letra. Reduce la velocidad para estacionarse a un lado de la carretera, pues parece haberse dado cuenta de que vamos sin rumbo; no solo en el auto, si no también en nuestra relación.

–¿A dónde vamos? –susurra, oprimiendo un par de botones para reanudar la música.

–Sorpréndeme –levanta las cejas, interrogante–. Vamos a pasear, no sé, lejos de todo.

Suelta una carcajada que me congela de pies a cabeza. No sé si por la melodía, por el sentido o porque simplemente se trata de él, pero respirar se me hace complicado.

–Entonces tú y él...

–Terminamos, y fue lo mejor –coloco una de mis manos sobre su pierna–. Siento que me he quitado un gran peso de encima. No sé, estoy liberada, tranquila, en paz...

"Enamorada de ti", quiero decir, no obstante, mi boca se niega a pronunciar esas palabras antes de que él insinué algo.

–Se te nota en la mirada y no sabes cuánto me alegra, Dul.

Nos quedamos en silencio. Él, con la boca entre abierta como si hubiese querido decir algo y yo, sin saber cómo seguir.

–Gracias –susurro de pronto.

–¿Perdona?

–Gracias por estar a mi lado aún cuando me porté súper mal contigo. Gracias por estar siempre que quiero llorar, gracias por recogerme hoy... gracias porque simplemente estás aquí.

–No tienes que agradecer, solo quiero que estés bien.

Sus ojos desprenden un brillo distinto, como cargado de impotencia y algo más que no logro descifrar, pero me encanta.

–¿Por qué lo haces?

–¿El qué?

–Estar aquí después de todo –murmuro bajito.

–No es el momento, quizá luego –aparta la mirada y se apura por encender el auto nuevamente.

–Sí es el momento ¿por qué lo haces?

Coloco mi mano sobre la suya para impedir que mueva la llave, y me quedo sin respirar, porque el contacto me eriza la piel por completo y me deja sin aire. Cierro los ojos por inercia, buscando un mejor ángulo para disfrutar del rose de nuestras pieles y del calor que desprende nuestra cercanía.

–De verdad, Dul. No es el momento –siento como se tensa–. Tú necesitas sanar, y yo...

–Por favor, dime. ¿por qué sigues aquí? –insisto.

–Porque te quiero como un imbécil, y he intentado demostrártelo de todas las maneras posibles, pero creo que no te das cuenta. Porque estoy enamorado de ti, y porque si me lo pides, soy capaz de dar la vida solo para verte feliz.

No sé si me rompe el sentido de sus palabras, o el tono bajito que ha utilizado, pero no soy consciente del momento en que mis ojos se desbordan en lágrimas.

No identifico si estoy feliz por su confesión, o si me duele haber estado ciega todo este tiempo, o si me siento culpable por haberle hecho tantos desplantes. Pero con ese cúmulo de sentimientos al centro de mi pecho, me levanto del asiento y me echo a sus brazos.

Lo beso como si mi vida dependiera de ello, con furia, con desenfreno, con ganas. Necesito que la unión de nuestros labios le grite todo eso que he estado callando.

Es la primera vez que él me habla de frente, y me enamora más.
Es la primera vez que me aferro a su boca con fervor, y no mido la intensidad.

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