44. No puedo soportarlo más
Hacía seis días que no sabía nada de Mike.
No me gustaban mucho sus amigos, pero incluso le había preguntado a Elián hacía dos días por él en el recreo.
Tanto Elián como el otro tipo con el que estaba, se había quedado a cuadros con mi pregunta, y por supuesto, me dijo que no sabía nada de él.
Con Elena la cosa no había mejorado mucho. Suponía que se había enterado de lo de mi ruptura con el gilipollas de Hugo, pero no tenía ni idea. Ni siquiera me esperaba al salir de clase. Y cuando estábamos con las chicas, no es que no me dirigiera la palabra, pero me hablaba solo lo estrictamente necesario.
No entendía este resentimiento solo porque me hubiera quedado hablando con Mike un rato. No era santo de su devoción, pero ¿dejar de hablarme de esa manera, como si fuéramos simples conocidas que se encuentran de vez en cuando?
Al menos, lo único bueno de todo este asunto, es que el examen de Historia creía que me había salido medio bien.
La tercera vez que Elena apartó la vista de mí, me dije que no podía más. No iba a montar un escándalo, sobre todo porque Tania y Ana estaban allí presentes y no era plan. Tampoco creía que Elena las hubiera puesto al día sobre nuestra cita doble y lo que había pasado.
Me disculpé con las chicas y me dirigí al baño.
En el camino me crucé con Hugo.
Carraspeó y pude escuchar un claro «zorra», camuflado con toses.
No soportaba a ese cretino, así que no me dejé achantar, me giré hacia él y le dije:
―¿No era una santurrona?, ¿en qué quedamos?
Hugo se volvió hacia mí, mirada toda inocente esbozada a la perfección.
―No he dicho nada, Nonni. ―Ahora aquella sonrisa no me parecía nada bonita, tenía algo de diabólica. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
―No hay nadie aquí, puedes dejar de disimular.
―Que hagas huir a todos no quiere decir que te desee nada malo ―espetó sobreactuando.
―¿Y eso qué quiere decir? ―Me crucé de brazos.
Hugo rio divertido, y aquello me crispó los nervios. Pero por nada del mundo iba a demostrarlo delante de él.
―Tu madre ―apuntó. Mi corazón se detuvo, ¿qué sabía él de mi madre?―. Se dice que ha salido cagando leches de esta ciudad, y mira, aquí te ha dejado. Y, claro está, el americanito. ¿Dónde está? No se le ha visto el pelo en toda la semana. ―Se acercó a mí con aires de superioridad y yo reculé, dando un paso hacia atrás. Me estampé de espalda contra una columna―. Sin él, ya no te sientes tan segura, ¿no?
De repente me faltaba espacio. Sus manos se encontraban apoyadas sobre el yeso del pilar, flanqueando mi cabeza por ambos lados. ¿Acaso pretendía hacerme daño? Ya lo veía capaz de todo. Y, si quería asustarme, lo estaba consiguiendo.
―Estamos en el instituto ―manifesté, para que se lo pensara dos veces si tenía algo en mente.
Rio como un maniaco.
―¿Te intimido, Nonni? ―Acercó su rostro al mío―. No negaré que esto me excita un poquito. ―Sus ojos relampaguearon con un brillo oscuro. Apreté los brazos a los costados, conteniendo el aire―. Pero tranquila, niña de mamá, no me van los segundos platos. No pienso tocarte... por ahora. ―Me dio un toquecito en la nariz con el índice, conocedor de mi estado atemorizado.
Volvió a reír y se alejó de mí.
Escuché unos gemidos cercanos, y tardé un poco en apreciar que provenían de mí. El pasillo se estaba distorsionando ante mis ojos por la falta de aire. Inestable, fui hacia los aseos. Tras asegurarme de que no había nadie, cerré la puerta con llave. Ahora me parecía una soberana tontería cómo me ponía por haber fallado en un examen. Antes no sabía que las palabras amenazadoras ejercían tanto poder sobre mí.
«No pienso tocarte... por ahora.»
Si no tenía ya bastante con el tipo apodado la Hiena, o el Tejedor, según me había informado Mike, ahora mi especie de ex me la juraba.
Apoyé las manos en uno de los lavabos e inspiré hondo varias veces seguidas. Debía de recuperar la compostura.
La visión borrosa empezó a parecer más nítida. La otra yo del espejo tenía un aspecto horrible. Y no era tanto por la amenaza de Hugo, sino más bien por lo que había dicho de mi madre. ¿Acaso era vox populi que se había marchado de allí? ¿Y Mike? ¿Había vuelto a traicionarme y de nuevo no quería volver a saber nada de mí? Llevaba esperando noticias suyas casi una semana. No me había animado a escribirle, pero pensaba que su promesa había sido lo bastante fuerte como para que él mismo se interesara en quedar conmigo.
La verdad acababa de darme un tortazo a través de los labios de Hugo. Él tenía razón, fuere por la razón que fuera, mi madre y Mike no estaban. Su presencia parecía haberse esfumado por completo.
Y esa verdad me dio miedo tanto que tuve que ponerme una mano en el pecho, porque aunque el dolor era algo intangible, yo lo estaba sintiendo en vivo y en directo, tan potente y poderoso que no descartaba desmayarme mientras lloraba a lágrima viva.
―¿Hola? ―Alguien tocó a la puerta del lavabo.
No podría esconderme allí eternamente, sin embargo, sabía que tampoco podría ir a clase tan tranquila después de haber perdido los papeles. Así que opté por la primera idea que se me ocurrió: abrí el cerrojo de la puerta y salí corriendo. Casi tiro a la chica que estaba esperando al suelo. No le pedí disculpas, las lágrimas aún brotaban de mis ojos y el pecho me dolía, más corriendo de aquella manera.
Esquivé a unos cuantos alumnos y me fui a la parte lateral del edificio estudiantil, donde Hugo me había enseñado que la valla se encontraba más baja. Escalé por ella y la salté. Seguía agitada, y el peso que se había instalado en mi corazón no hacía más que impedirme respirar.
Sin un rumbo fijo en mente, me dije que tenía que alejarme de allí, y así lo hice, me marché corriendo sin un destino marcado.
***
Eso de que una persona no puede hacerte daño si no te importa, es mentira.
Hugo no me importaba, y, sin embargo, había conseguido herirme en lo más hondo.
Y Mike también, pero por razones diferentes. A diferencia de Hugo, había llegado a conquistar mi corazón.
Indirectamente extrapolé el dolor que sentía por la ausencia de mi madre al recuerdo de Mike. Y supongo que por eso acabé plantada delante de la puerta de los Summers.
La desazón bullía en mi interior como una olla exprés a punto de estallar.
Mi madre, al menos, me había llamado por las noches aunque fuera unos minutos. Mike no me había escrito siquiera, y estaba cansada d esperarlo. En aquel estado de nervios, sin pensar claramente, me había decido a disipar mis dudas ahora. Ya. En ese mismo instante.
Toqué a la puerta como una desesperada y Lola me abrió.
Su gesto de extrañeza me indicó que no esperaba verme allí de nuevo. Más en horario escolar.
―Busco a Mike ―solté a bocajarro.
Me miró de arriba abajo.
―El señorito esté... ocupado.
―Quiero verlo ―insistí. Mi respiración aún seguía alterada―. No voy a marcharme.
Lola asintió y me invitó a entrar. Recorrimos un pasillo, luego alcanzamos las dos salas que yo había visto en mi anterior visita, pero en vez de subir por las escaleras que ascendían a las habitaciones, tomamos el camino opuesto y me pidió que esperara un momento en una especie de antesala. No tomé asiento, los latidos de mi corazón seguían desbocados y no tenía paciencia para estar quieta.
Tocó a una puerta enmaderada y una voz varonil dijo que pasara.
―Vienen en busca del señorito...
En vez de esperar a ser invitada, asomé mis narices detrás de ella.
Mike estaba sentado en una silla. Frente a él, un hombre rubio con los ojos almendrados se encontraba tras un escritorio. Parecía un despacho.
«El león», pensé, no había duda de que era él.
Mike se puso en tensión.
El hombre rubio sonrió de manera maliciosa.
―Ah, la chica. No sabía que la habías llamado.
Mike se levantó de inmediato y se dirigió a la puerta.
―Nonni ―expresó asustado―. ¿Qué haces aquí?
―¿No la has llamado tú? ―inquirió el hombre. El matiz frío y acerado de su voz me provocó un escalofrío―. Bueno, sea como sea, ya sabes lo que tienes que hacer.
Iracundo, Mike se volvió hacia él.
―Ella no va a ir a ningún lado ―escupió como un dardo envenenado.
El tipo lo miró con desaprobación.
―A mí no me hables en ese tono. Recuerda quién soy.
Mike calló, y un destello de temor asomó a sus ojos.
Creía que era la primera vez que veía a Mike achantado ante otra persona.
―Ella no formará parte del trato.
El león, porque no había otra forma de llamarlo con aquella mirada fiera, se dirigió hacia Mike y temí que le pegara.
Levantó la mano y yo ahogue un grito. Me miró de soslayo y se contuvo.
―Ya forma parte de él ―contestó.
Salió de la habitación. Atravesó el umbral sin mirarme siquiera, como si de repente ya no tuviera valor y hubiera dejado de existir.
Mike agachó la cabeza y encogió los puños, lleno de ira reprimida.
―Ven. ―Me cogió de la mano y me instó a caminar, aunque no de forma brusca.
Pero aún así, el tirón hizo que me doliera el pecho un poco.
Volvimos por donde me había traído Lola y esta vez sí enfilamos las escaleras que llevaban hasta su habitación. Contemplé las vidrieras que había visto aquella madrugada en la que me trajo allí. El exterior se vislumbraba a través de los cristales de colores, más nítido de lo que cabría de esperar tras unas cristaleras cuasi opacas.
Abrió la puerta y, cuando entramos, cerró tras de sí.
―Esto es un desastre ―dijo para sí.
―¿Qué es un desastre? ¿Y de qué cuernos habla tu padre de un trato?
―No deberías haber venido. No deberías haber escuchado nada. ―Me censuró con la mirada.
Ya estaba.
Ese era el punto al que no quería llegar. Seguramente ahora me echaría a patadas de su vida otra vez.
Sé que suena dramático, pero comencé a pensar que Hugo tenía razón, que la gente a la que quería huía de mí. Como mi madre había hecho. Mario ni siquiera estaba en casa. Y papá actuaba como si no ocurriera nada y todo fuera perfecto. Ahora Elena también estaba enfadada conmigo. Y Mike... Ahí se encontraba, de pie, recriminándome algo que ni siquiera entendía.
De nuevo, el dolor comenzó a presionar en mi corazón. Afilado como un puñal, atravesó todas mis barreras. El aire me faltaba y las lágrimas rodaban por mis mejillas. Di un paso hacia atrás y estampé mi espalda contra la puerta. Con un quejido, me puse las dos manos en el pecho, dolía horrores, y me doblé en dos. La visión se distorsionó y varios puntos negros danzaron ante mis pupilas.
―¡Nonni! ―Pareció gritar alguien en la lejanía, pero apenas lo oí, en mi cabeza rezumaba un zumbido molesto que no me dejaba pensar con claridad, que no me dejaba respirar.
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