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41. Cita doble

El primer día de instituto no tenía nada que ver con los nervios que sentía en este momento.

¿Para qué me metía yo en estos jaleos? ¿Qué me ponía para una cita oficial? La pura verdad es que no debería sentirme así, puesto que yo había quedado mil veces con Hugo. Me había visto de chándal y de vaqueros. Y si aún no había salido espantado, nada iba a hacerlo ya.

"Podría ponerme un saco", pensé, porque la idea de espantarlo no parecía tan mala.

Su insistencia para que acabara en su casa la mitad de los días que nos habíamos visto, no había hecho sino más que repensarme la idea de salir con él. 

Y yo sabía que debía de ser al revés. Que estos pensamientos no eran normales por parte de una novia que está enamorada.

Pero es que yo no estaba enamorada de él. Lo estaba de...

"No", sacudí la cabeza, "por ahí no". 

Hugo era la prioridad. No estaba enamorada de él, pero podría estarlo. Era guapo, con sonrisa atrevida y bonita, con cuerpo arrebatador, con un pelo negro y sedoso y unos ojos azules que podrían encender un mar oscuro.

Y también era muy insistente.

Joder, no debería ver esa cualidad de una forma degradante. Pero es que no podía evitarlo, cuanto más tiempo pasaba con él, menos ganas tenía de que se me acercara.

"Tengo que hacer que las tornas cambien de sentido". Lo cual equivalía a hacer que las agujas del reloj dieran la vuelta hacia el otro lado.

Suspiré delante del espejo. Rimel, listo. Brillo de labios, aplicado. Falda negra y atrevida, enfundada. Camiseta menos escotada de lo que Elena me habría recomendado, puesta. Ya solo me faltaban las botas altas de ante y estaría preparada para mi cita. ¿Era lo adecuado? Bueno, tendría que serlo. Ni muy sexy ni muy mojigata, supongo que era la media que buscaba en general.

―¿A qué hora volverás? ―preguntó mi padre asomando la cabeza tras la puerta. 

Me había vestido en el aseo que había debajo de la escalera. No solíamos usarlo mucho, ya que era pequeño y estrecho, pero quería estar cerca de papá por si necesitaba alguna cosa.

―No lo sé. Después de la cena tengo un concierto.

Hugo tocaba con su grupo en el pub donde habíamos quedado. Quería que fuera sorpresa, pero en vez de escribir a Elena (porque se habían compinchado) me había escrito a mí. No había borrado el mensaje a tiempo, así que había descubierto sus planes secretos.

―Llámame si regresas muy tarde.

Me resultaba raro que mi padre me dijera algo así, normalmente era mi madre la que estaba pendiente de eso, la que exigía una hora y me demandaba que le diera explicaciones sobre con quién iba.

―Lo haré, no te preocupes. ―Eché un último vistazo a mi reflejo y decidí que ya no podía hacer más.

El pelo me lo había dejado suelto. Un poco de espuma y mis ondas desaliñadas se habían transformado en rizos castaños más definidos.

―Pásalo bien, tesoro.

Papá volvió al salón cojeando. Yo apagué la luz del aseo y me embutí en mi abrigo negro, que me llegaba hasta medio muslo. Me había puesto medias transparentes, y ya me estaba arrepintiendo, porque esa noche habría tormenta, y no creía que una faldita por encima de las rodillas pudiera repeler el frío de la atmósfera, pero lo había pensado demasiado tarde y ya no iba a cambiarme.

Al cabo de unos segundos, tocaron a la puerta.

Me había imaginado a Elena tras la puerta, pero en su lugar estaba Hugo.

Se me quedó el rostro a cuadros cuando lo vi.

―¿Qué haces aquí? ―susurré, aterrada por que mi padre lo pudiese ver.

Hugo no entendió mi pregunta.

―¿Recogerte?

Lo insté a que se alejara de la puerta.

―Mi padre no sabe que existes, apártate antes de que te vea. ―Fui un poco brusca, pero no pensaba presentar a Hugo como mi novio ni de coña. Al menos por ahora.

Comprendía su mala cara, la verdad.

―¿Te avergüenzas o qué?

―No es eso...

―Entonces ¿qué? ―preguntó en todo su derecho.

―Pues que ahora las cosas no están muy bien en mi casa ―argumenté, aunque en realidad eso no tenía ningún fundamento en mi relación con Hugo―. Mira, no puedo presentarte ahora como mi chico.

Hugo torció los labios.

―Vale, no pasa nada ―aseguró.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia su moto, que estaba apeada entre la casa de Elena y la mía. Mi amiga salió de su propio dúplex. Piqui la esperaba en un bonito Skoda Fabia azul metalizado.

―¿Te vienes con nosotros? ―preguntó en alto, para que la oyera bien.

Miré alternativamente a Hugo y a mi amiga. 

Por mucho que me atrajera la idea de ir en un cómodo coche, opté por no defraudar de nuevo a mi acompañante. No me gustaba ir en moto, pero me dije que sería lo mejor.

―No, tranquila, nos vemos allí.

Me dirigí hacia Hugo, que sonrió satisfecho con mi elección. Aunque no me pareció una sonrisa sincera, más bien una que gritaba a todas luces "he ganado".

***

El pub/bar de mala muerte, estaba en el centro. Servían comida rápida en las mesas, que se situaban al rededor de un escenario, que ya estaba montado para la actuación que empezaría sobre las once. Pósters de Harley Davidson con moteros rudos y bandanas en la cabeza decoradas las paredes. No era mi lugar idílico para tener una cita, de hecho, me parecía más antro que pub o bar de comidas.

―Estoy deseando que empiece el espectáculo ―comentó Elena con entusiasmo mientras nos servían las hamburguesas tamaño XL que habíamos pedido.

No sabía si iba a ser capaz de zamparme ese hamburguesón yo sola, pero los chicos se habían negado a compartir, ya que, si por ellos fuera, habrían pedido dos.

Hugo sonrió.

―Tenemos dos nuevas canciones que os encantarán. Son un poco más heavys que lo que solemos tocar, pero creo que nos han quedado bien.

Dicho eso, Hugo mordió la grasienta burger.

―Creo que nunca he asistido a un concierto de rock ―terció Piqui.

―Yo tampoco ―confesé antes de dar un trago de mi cocacola zero zero.

―Espero que os guste.

―Nosotros nos adaptamos a todo, ¿a que sí? ―preguntó Elena mientras le hacía carantoñas a Piqui.

Este se las correspondía de igual forma.

Me parecían monos y... ñoños.

O quizás fuera la envidia que sentía hacia mi amiga.

Me habría gustado tener una cita de verdad, donde me encontrara a gusto con mi acompañante, y no esta pantomima surgida de una confusión.

―¿De dónde viene el nombre de Piqui? ―inquirí tras mordisquear una patata frita.

―Mi verdadero nombre es Rafael, pero nunca me ha gustado. Sin embargo, no fue eso lo que me hizo apodarme así. En mi clase había otro Rafael, y para distinguirnos, nos empezaron a llamar por el apellido. El mío es Piquer, así que desde pequeño todos empezaron a llamarme Piqui, de forma cariñosa. Y así me quedé. Los únicos que me llaman por mi nombre de pila son mis familiares. ¿Y tú por qué eres Nonni?

―Me llamo igual que mi madre, así que para distinguirnos, mi abuela se inventó este apelativo.

―Desde luego eres única ―dijo Hugo, extendiendo un brazo en el respaldo de mi asiento.

―Estoy de acuerdo, Nonni es única, y la mejor amiga del mundo mundial. ―Mi amiga alzó vaso de soda―. Por los buenos amigos. Y por las noches como esta.

Reí un poco.

―¿Eso no llevará alcohol no? ―pregunté divertida.

―¡Ay, déjame disfrutar del momento! Estoy muy contenta de que por fin hayas te hayas olvidado de... ―Elena se cortó en seco, sabiendo que acababa de meter la pata―. Esto, de que por fin hayas encontrado a un chico como Hugo.

Este rio de forma extraña, no sabría interpretar si detrás de esa sonrisa, había algo más que no supiera leer entre líneas.

―Tranquila, no soy celoso. Sé que Summers le estuvo revoloteando. ―Me puse tensa ante la mención de su nombre―. Pero, Nonni es toda mía. 

Guiñó un ojo en mi dirección y elevó su copa, que a diferencia del resto sí que llevaba alcohol.

¿Era yo la única que había notado el cambio en el ambiente? 

Piqui carraspeó y también elevó su vaso, de Nestea.

―Por los nuevos comienzos ―dijo,

Esbocé una sonrisa forzada y también me uní al brindis.

―Voy a ir a cambiarme, dentro de poco el grupo estará aquí y tenemos que afinar un poco los instrumentos para que el sonido quede perfecto. ―Se acercó a mí y me dio un beso en los labios―. Nos vemos en un rato, preciosa.

Cogió lo que le quedaba de hamburguesa y se marchó hacia la sala donde tenía su ropa para actuar.

―¡Lo siento, Nonni! ―se apresuró Elena.

―No pasa nada, de verdad ―la tranquilicé.

―No quería ofenderos ―siguió diciendo―. Pero, de verdad que me alegro de que te hayas librado de... ―Elena se detuvo mientras su rostro se quedaba blanco, mirando hacia un punto detrás de mí―. Ay, Dios.

Seguí su mirada, y yo también palidecí.

Por la puerta había entrado el mismísimo Mike Summers. 

Aparté la mirada mientras componía una mueca de desdén.

―Hablando del rey de Roma... ―murmuré.

―¡Está en todos lados! Estoy empezando a pensar que es un acosador ―gruñó enfadada. Piqui nos miraba a una y a otra, sin comprender―. Ese tío, el que acaba de entrar, se ha pasado los dos últimos meses molestando a Nonni ―explicó.

Piqui asintió, dándole sentido a nuestra reacción.

―¿Quieres que hable con él? ―se ofreció con amabilidad.

Rechacé su proposición con una negación de cabeza.

―No hace falta, ya no me molesta.

Elena frunció los labios.

―¿Seguro? Podemos ir en plan matones a decirle cuatro cosas.

Reí, pensando en la escena. Dos chicas y un chico yendo hacia Mike Summers a dejarle las cosas claras en plan banda de matones.

―Seguro. Con un poco de suerte, no se fijará en nosotros.

De hecho, no tenía ni idea de si nos había visto o no. No quería volver a girar la cabeza en su dirección, pero el breve lapso de tiempo que me había dedicado a mirarlo, parecía más bien distraído mientras se dirigía a la barra.

Elena iba a decir algo más, pero cara se descompuso otra vez.

―¿Qué hace aquí Pablo?

Volví a mirar hacia la puerta.

En efecto, ahí estaba él.

A diferencia de Mike, este rebuscó con la mirada por todo el local hasta que nos localizó. Vino hacia nuestra posición en cuanto lo hizo.

―¿Qué haces aquí? ―Elena no le dio tiempo a hablar.

―Cálmate, hermanita ―dijo tomando asiento a mi lado―. No vengo a arruinarte la noche, si no por la música. Piqui. ―Chocó el puño con el aludido.

―¿Qué hay? ―contestó este.

―¿Hoy no trabajas? ―preguntó Elena.

Me dio un escalofrío. Solo de pensar en el papel que desempeñaba Pablo para el tipo de malas pintas, me revolvía el estómago.

―Noche libre. ―Puso los ojos en mí―. ¿Y tu cita? ―preguntó con un tinte irónico que no sabía si habían captado los demás.

―Toca en el grupo, es el cantante ―le informé un tanto seca.

Por la expresión que puso, no tenía ni idea de ese dato.

―Estupendo ―murmuró con una mueca de hastío.

Aquello se empezó a llenar de gente en un tiempo récord. Apenas unos minutos después, el camarero nos informó de que iban a quitar las mesas para dejar espacio por el concierto. Así que comimos apresuradamente.

Elena y yo nos dejamos la hamburguesa a medias.

Las luces se apagaron y un puñado de segundos después, se iluminaron los focos del escenario. Hugo apareció con un micro en las manos, posando como una verdadera estrella, con una guitarra eléctrica colgada del hombro.

―¡Buenas noches a todos! ―dijo rasgando unos acordes.

El público comenzó a gritar como loco, sobre todo las chicas.

Tras las presentaciones pertinentes, comenzaron a tocar. Tocaban canciones que habían sido éxitos del pasado, de los cuales yo no conocía ninguno, ya que el rock nunca ha sido lo mío. Después de una hora, el calor comenzó  a ser asfixiante.

―¿No hay aire acondicionado en este lugar? ―pregunté abanicándome con una mano, ya estaba sudando, y el pelo suelto me molestaba.

―Sí que habrá, pero es que esto está petado.

―Voy a pedirme algo frío.

Esquivando gente, me dirigí a la barra. Muchos minutos más tarde, por fin, me atendieron.

―Una cocacola zero zero ―grité para que la chica me oyera.

Asintió y se marchó en busca de mi pedido.

Abrí la cremallera de mi bolso y este se resbaló de mis manos. Era un suicidio agacharse para recogerlo, porque corría peligro de ser machaca por botas de púas y tacones de agua, pero lo hice, cuando me erguí, mis mirada se encontró con la de Mike. Tan solo estaba a un par de metros de mí, apoyado en la barra.

Portaba una mueca hastiada en el rostro y sus ojos brillaban con la luz de los focos. Iba enfundado en una americana negra y una camiseta del mismo color. Todo el él desprendía un aire peligroso.

Procuré apartar mi vista de la suya rápidamente.

La camarera trajo mi bebida y se la pagué con un temblor incontrolado en las manos. Cuando iba a marcharme, él ya estaba allí con vaso de tubo en la mano, bloqueándome el camino.

Alcé la mirada y enseguida deseé no haberlo hecho. Tenía ese halo sombrío que a veces veía en él, ese que gritaba "problemas" de lejos. Me fijé entonces que tenía un pequeño apósito sobre la ceja izquierda, con la poca luz que había era casi imperceptible. Una punzada de preocupación pugnó por salir de mi interior, pero me dije que la salud de Mike ya no era de mi incumbencia.

―Disculpa ―dije avanzando para esquivarlo.

Pero él me cogió del codo y a punto estuve de verter mi cocacola sobre su brazo.

―¿Por qué nunca me haces caso? ―preguntó, pero su voz sonaba algo distorsionada.

―Primero, no tengo que hacerte caso en nada; segundo, no sé por qué me estás diciendo esto, y tercero, yo no hablo con borrachos.

Se tambaleó ligeramente, confirmando mis sospechas, iba ebrio.

―Solo intentaba protegerte ―dijo en un tono de voz entristecido―, y no ha valido para nada, él te ha metido en esto hasta el fondo. 

Me solté de su agarre, y unas cuantas gotas de mi vaso fueron a parar a su cazadora.

 ―No sé de lo que hablas. Estás loco.

En esas apareció Pablo, que en cuanto vio a Mike lo empujó y lo apartó de mí con poca delicadeza.

―Aléjate de ella, Summers.

Elena lo había puesto sobre aviso sobre las jugarretas que me había hecho, y al parecer, Pablo estaba dispuesto a defender mi honor.

La expresión de Mike cambió por completo. Su rostro era la misma encarnación de la rabia.

―Tú, miserable escoria. ―Dejó caer su copa al suelo, que se estrelló contra el suelo y me salpicó las botas y las piernas. En un movimiento casi imperceptible, Mike cogió de la pechera a Pablo―. Voy a matarte ―lo amenazó con odio.

Los miré con horror.

―¿Qué hacéis? ―me apresuré a interceder. 

Pero no fui lo bastante rápida, y Mike le dio un puñetazo en el estómago a Pablo.

―¿De qué vas? ―inquirió este con una mueca de dolor en el rostro. 

Entonces se armó la de Dios.

Pablo se abalanzó sobre Mike y lo estampó de espaldas contra la barra.

Con la embestida, me dieron un empujón y mi propio vaso salió disparado de mis manos.

La gente que había a nuestro alrededor comenzó a gritar. A ojos de los que estaban en el otro extremo de la pista, aquellos gritos bien podrían haber pasado como una ovación hacia la banda. 

En pocos segundos, un segurata ya estaba arrancando a Pablo del cuerpo de Mike, que forcejeaba por darle otra tunda de palos.

―Las pelas fuera del local ―chilló el hombre.

Y como si fuera un pelele en sus manos, lanzó a Pablo hacia la salida. Después hizo lo mismo con Mike, que andaba tambaleándose mientras intentaba zafarse de las manos del guarda.

Los seguí. Casi a trompicones, los dos acabaron en la puerta.

―Hasta que no estéis en condiciones, no entraréis de nuevo ―espetó el hombre sin achantarse lo más mínimo.

Me escabullí entre su cuerpo y la puerta y yo también salí.

Mike estaba apoyado en la fachada del edificio. Pablo lo miraba desafiante a unos metros, encogido, con un brazo cruzado a la altura del estómago, justo donde Mike le había clavado su puño.

―¿Estáis locos? ―les regañé―. ¿A qué a venido este numerito?

―No tendré piedad contigo ―escupió Mike con los ojos cargados de ira. Seguía mirando a Pablo como si fuera a fulminarlo de un momento a otro.

―Atrévete ―lo desafió mi vecino.

―¿A qué viene esto? ―Me interpuse entre ellos con los brazos extendidos, encarando a Mike y dándole la espalda a Pablo.

Igual salía escaldada de allí, pero no podía dejar que se pelearan más.

―Viene a que sé que este hijo de puta te coló en la timba ―expresó Mike con fuego en la mirada, ahora sí que se centraba en mí.

―Tú te la llevaste, eso podría considerarse secuestro ―contratacó Pablo.

Creía que había hecho bien mi papel con ambos, que no se enterarían de que el otro me había ayudado bien a entrar, bien a salir. Pero al parecer era pésima llevando este tipo de secretos. ¿Cómo lo habrían sabido?

Mike rio sarcástico. Anduvo unos pasos, vacilantes, casi pensé que iba a desplomarse sobre el suelo, pero permaneció de pie, a escasos centímetros de mí.

―¿Secuestro? ¡Esa sí que es buena, sirviente! ―lo apeló con desdén.

Sentí que Pablo se acercaba a mi espalda con aire belicoso.

―¡No! ―Lo detuve, poniendo las palmas de mis manos sobre su pecho.

Me giré de nuevo hacia Mike, que también había salvado la poca distancia que había entre nosotros. Yo era lo único que se interponía entre sus musculosos cuerpos dispuestos a atizarse el uno al otro.

―La Hiena ―dijo entonces Mike―. Ahora sabe que ella existe. Y no parará hasta que la tenga.

No vi la expresión de Pablo. Solo tenía ojos para Mike. Estaba demasiado en shock con lo que había escuchado; las palabras que había pronunciado me perforaban los oídos.









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