40. Cada vez peor
No sé quién estaba más contenta de que saliera con Hugo, si Elena o yo.
La confusión en la que me había visto envuelta un par de días atrás llegando al Sotovalle, no había hecho otra cosa más que aumentar mis dudas.
Le había propuesto a Hugo de quedar.... Por despecho hacia Mike, por hacerle entender, de alguna forma, que había pasado página. No para salir con él en plan novios. Pero eso era lo que había ocurrido, y el rumor de que estábamos juntos se había corrido como la pólvora. Y ahora Elena insistía en que tuviéramos una cita doble para presentarme oficialmente a Piqui.
Dudosa, le había dicho que sí, puesto que, increíblemente, Hugo se había convertido en lo más estable de mi vida. En casa las cosas iban mal, mis padres apenas se hablaban entre ellos y con nosotros. Y Mario ya no estaba para llevar ese cargo conmigo. Se había marchado a la universidad esa misma mañana. Esta vez en serio. Y era a mí a la que, a partir de ahora, le tocaría enfrentarse a caras largas por parte d nuestros padres.
La verdad, me daba envidia, si no hubiera podido, también me habría quitado de en medio.
―El sábado por la noche. No admito un no ―ordenó Elena, sentada en el pupitre de al lado. El timbre acababa de sonar y estábamos recogiendo los libros.
―Serás pesada ―me quejé con una sonrisa vacía.
Elena me contempló con los ojos entornados.
―Está bien ―dejó su mochila sobre la mesa y se sentó en la silla―, algo pasa. ¿Qué es?
Yo también paré de meter las cosas en mi mochila y suspiré.
―Son cosas de casa. No te preocupes.
Elena negó con la cabeza y sus ojos azules me enviaron una mirada comprensiva.
―Nonni, eres mi mejor amiga. Dime, ¿qué sucede?
El malestar interior con el que llevaba luchando durante días amenazó con salir. Hice lo posible para retenerlo y contestarle a la vez.
―Mis padres, se han peleado y desde hace días la cosa está tensa.
―¿Discuten mucho?
―Ese es el punto, si lo hicieran, tal vez sería mejor. Reprimen lo que sienten y en la casa fluctúa un aura de mal rollo...
―Mis padres también discuten a veces. Antes de que Pablo tuviera trabajo todo era un drama. Con el dinero de mi padre no llegaba y a mi madre tampoco le salía nada. Ahora las cosas están algo mejor. Son rachas, Nonni. ―Me dio una palmadita en el muslo―. Anímate, ya verás que todo pasa.
―Eso espero ―deseé.
―Te espero fuera, que voy a fumarme un pitillo.
―Aún no sé cómo no te han pillado. ―Sonreí un poco.
―Chicles de menta y mucha colonia. Pero voy a dejarlo, a Piqui no le gusta mucho. Cuando acabe este paquete, se acabó.
―Vaya, ¿un chico ha conseguido este milagro?
Elena llevaba fumando dos años. Y yo le había dicho millones de veces que lo dejara, se lo había rogado hasta la saciedad, pero nunca me había hecho caso. Había tenido su propio momento rebelde, donde no andaba con la gente más recomendable precisamente. Afortunadamente, ya se le había pasado. Pero el fumeteo era el resquicio que quedaba de esa época.
―El amor lo ha hecho posible.
Reí.
―Te ha vuelto cursi.
Lejos de enfadarse por el comentario, Elena esbozó una expresión risueña.
―Puede ser, pero estoy taaaan feliz... En fin, te espero abajo. ―Se levantó, cogió su mochila y se marchó.
Yo seguí recogiendo. Me tenía que llevar unos cuantos libros si quería rescatar alguna asignatura de las que llevaba muy mal. No sabía si mi madre me diría algo por bajar las notas, dadas las circunstancias en casa. Hacía tiempo que no me preguntaba por mis exámenes. Pero yo no quería suspender, y tampoco bajar mi media. Una cosa era no estar encerrada todo el día y otra vaguear todo el tiempo y echarme a perder.
Sentí que unos pasos se acercaron a mí.
―¿Qué te has olvidado? ―pregunté, pero nadie contestó.
Unas zapatillas deportivas entraron en mi campo de visión. En sentido ascendente, recorrí con la mirada los vaqueros y la camiseta negra y... Antes de comprobar de quién se trataba, se me paró el corazón. El libro que tenía entre las manos se escurrió hacia el suelo cuando mis ojos se encontraron con los suyos.
Disimulé como pude la turbación que sentía ante su presencia. Me agaché para coger el libro y entonces sentí cómo me cogía el pelo con suavidad y lo apartaba hacia el lado izquierdo. El roce de sus dedos sobre mi cuello me provocó un hormigueo.
―Pero ¿qué haces? ―Me erguí como un resorte y me separé de él unos pasos.
El día que Hugo me había besado en la calle, de repente ya no estaba y no había tenido noticias de él hasta ahora, ¿a qué coño venía esto?
Al encararlo, me di cuenta de que Mike estaba lívido. Su expresión aturdida me confundió.
―Tienes un lunar en el cuello... ―murmuró para sí.
Lo observé sin entender.
―Pues sí, ¿y? ¿Tienes algún problema con los lunares? ―Enseguida me arrepentí de dirigirle la palabra―. Además, ¿a ti qué te importa?
Metí el último libro en la mochila y la cerré con fuerza.
No me despedí mientras me marchaba en dirección a la puerta y lo dejaba ahí murmurando cosas que solo él comprendía.
―Nonni ―me apeló y yo me detuve como si me hubiera dado un calambre en la espina dorsal, pero no me giré hacia él.―. Sé que no soy nadie... pero, ya que has decidido ignorar mis consejos sobre Hugo... Ten cuidado.
El corazón me empezó a latir en el pecho como un caballo desbocado. ¡No quería sentirme así ante él!
Reuní toda la frialdad que pude, ateniéndome a los recuerdos de nuestra última conversación y tras los cuales yo me había quedado hecha una mierda.
―Tienes razón: no eres nadie.
Me fui.
***
Elena se despidió de mi y se dirigió a su casa.
No le había contado el episodio vivido con Mike. Iba a borrarlo de mi memoria inmediatamente, y mencionarlo la hubiera puesto de mal humor a ella y a mí.
Inspiré hondo antes de meter la llave en la cerradura y abrir la puerta. Lo cierto es que no deseaba llegar a casa y que el silencio tenso que reinaba en ella me invadiera.
Abrí la puerta, dejé la mochila en el descansillo, y cerré con un pie.
Escuché sonoros quejidos y me dirigí al salón. Mi padre estaba luchando con una sábana para taparse.
―¿Qué tal? ―Era por cortesía, ya que sabía que se encontraba como Tutankamón y la agilidad de una anciana de noventa años.
―Ya estás viendo. Intento ganar una pelea con esta sábana el diablo.
Lo ayudé a desenrollarla y le cubrí ambas piernas mientras él se acomodaba sobre una almohada en el sofá. Como no podía moverse bien, se había mudado al sofá para dormir.
―¿Y mamá?
Sus facciones se volvieron más duras.
―Se ido con tu tío.
―¿A qué hora vuelve?
―La pregunta es errónea, más bien sería qué día.
Lo contemplé estupefacta.
―¿Cómo dices?
Mi tío vivía en un pueblo cercano, a veces él venía a vernos y otras íbamos nosotros. Hacía como un par de meses que no nos visitábamos.
―Que se ha ido, hija. Ha cogido una maleta y ha dicho que volverá en unos días. ―Aunque pareciera enfadado, yo notaba que no le gustaba la idea de no tener a mamá allí.
―Pero... ¿y tu pierna?
Se me encogió el estómago. Yo no podría ocuparme sola de papá.
―No te preocupes, cariño. No soy minusválido, puedo apañarme bien. Excepto con estas dichosas mantas. ―Ahora estaba batallando con un cobertor, con el que también lo ayudé.
―Pero ¿qué ha pasado?
Mi padre exclamó una palabrota que no transcribiré por aquí.
―Es una cabezona. Eso es lo que pasa ―masculló.
―Habéis vuelto a discutir ―deduje.
Algo abatido, asintió.
―¿Qué os pasa? ―inquirí preocupada―. Nunca os he visto así.
Papá me contempló con ternura; se había dado cuenta de que lo mal que me había puesto su declaración.
―Una mala racha, mi niña, nada más. ―Me tocó la cara con suavidad―. Ve a comer, anda.
Asentí y me fui a la cocina.
Miré por encima del hombro hacia atrás, por su expresión, intuí que no solo se trataba de una mala racha, sino de algo más serio. Mucho más serio.
***
El bolígrafo me hacía cosquillas en el brazo.
―Estoy intentando estudiar ―me quejé un poco, tratando de que no se me notara lo molesta que me sentía.
Hugo hizo un puchero.
―Me tienes abandonado. ―Siguió con el bolígrafo sobre mi antebrazo, haciendo un sinuoso camino ascendente.
En serio, ¿no podía estar tranquilo ni cinco minutos? Estábamos en la biblioteca, habíamos venido a estudiar.
―Por favor, Hugo, necesito ponerme al día. He hecho unos exámenes de pena.
El último, el de tecnología, donde había sacado un cuatro con setenta y cinco.
Hugo bufó.
―Vale, vale. O sea que vamos a estudiar de verdad.
―Sí, eso quiero ―dije un poco impaciente.
―A tus órdenes, mi general. ―Hizo el saludo militar. Y en otras circunstancias me habría hecho gracia, pero ahora... estaba demasiado inquieta por otros asuntos.
Durante un rato, Hugo pareció concentrarse, y por ende, yo también lo hice, pero a la media hora ya estaba de nuevo atacando mis brazos.
No quería mandarlo a tomar viento, sobre todo porque sabía que él no tenía la culpa de mi estado de nervios constante. Así que opté por lo más sano para ambos.
―Oye, son las siete, mejor lo dejamos para otro día.
―Vale ―esbozó una sonrisa―, puedes venirte un rato a mi casa. Mi madre no está.
"La mía tampoco", pensé con tristeza.
Pero no era lo mismo. Los padres de Hugo se habían separado cuando él era aún muy pequeño. Estaba acostumbrado más que de sobra. Sin embargo, de pensar esa posibilidad en mi propia familia, hacía que la bilis me subiera por el esófago.
―No puedo, mi madre está unos días fuera y tengo que cuidar de mi padre.
No le había dicho a Hugo los verdaderos motivos por los que ella se había marchado.
―Es cierto, lo del accidente. ¿Cómo sigue?
―Pues él dice que bien, pero hay que ayudarlo a hacer muchas cosas.
Bueno, no era del todo mentira. Aunque un poco sí, era verdad que había que ayudarlo, pero no se manejaba muy mal, después de todo.
―No quiero despedirme de ti tan pronto, pero si no queda más remedio...
Recogimos nuestras cosas y salimos al amparo de la tarde, donde los últimos rayos de sol nos regalaron un atardecer anaranjado. La lluvia se había escondido por el momento, pero la semana que viene tendríamos una nueva ola de frío y tormentas.
―Mañana nos... ―Iba a despedirme de Hugo, pero mi atención se centró en una persona.
La Hiena.
El tipo que me había sostenido sobre sus piernas en la timba ilegal.
Ahora no iba con esmoquin, no llevaba máscara ni se hallaba escoltado por varios guardaespaldas, pero no le hacía falta para dar miedo.
Desde la distancia, en el otro extremo de la calle, observaba atentamente en nuestra dirección mientras fumaba.
La sangre se me había ido del rostro. ¿Qué hacía ese tipo allí? ¿Era pura casualidad? ¿Me miraba a mí o simplemente era pura coincidencia que sus ojos se hubieran encontrado con los míos? Rápidamente, aparté la mirada. ¿Sabría que era yo la chica de la fiesta?
"No, tiene que haberme reconocido porque Mike me empujó delante de él en el parque". Sí, eso era.
Volví a echar otro vistazo en su dirección. Sin hacerme el menor caso, lanzó la colilla al suelo y se alejó de allí con las manos metidas en los bolsillos.
Vale, todo había sido producto del azar. Ese tipo no tenía ni idea de quién era yo. Joder, sentía el pulso acelerado, apretando mis sienes.
Una mano pasó por delante de mis narices.
Me di cuenta de que Hugo me observaba, a la expectativa.
―Perdona, ¿qué?
―Parece que estoy hablando con la pared.
―Disculpa, me ha parecido ver a alguien conocido.
Hugo se giró hacia atrás, pero el tipo ya no estaba.
―Ya se ha ido ―lo informé.
―Como te decía, Elena me dijo que el sábado nos veríamos. No lo habías mencionado.
Mierda. La puñetera cita doble.
―Sí, lo siento, tengo la cabeza en las nubes.
Él sonrió.
―No importa. Solo quería asegurarme de que lo sabías.
―Sí, sí, iremos a un pub que conoce Piqui, parece que por la noche se pone bien.
―Será nuestra primera cita oficial. ―Sonrió con descaro.
―Ajám. ―Intenté sonar tan convincente como él, pero no me hacía tanta ilusión―. En fin, me tengo que ir.
Iba a marcharme ya, cuando Hugo me cogió de la cintura y posó sus labios sobre los míos.
―Te olvidabas de mi beso de despedida.
Compuse una mueca de circunstancia.
―Cierto.
Cada vez tenía más clara la sensación de que aquello... no iba a llegar a ninguna parte. Pero por mi salud física y mental (y para olvidar a Mike), me dije a mí misma que debía intentar aceptar a Hugo con más ganas.
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