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4. ¡Sorpresa!

La casa (o más bien mansión) de Mary Anne era lo más impresionante que yo había visto en mucho tiempo.

Era una casa moderna, acristalada en algunas partes, y sin respetar las figuras geométricas comunes. Hacía esquina y, aunque no viera la parte trasera, creía firmemente que el jardín llegaba hasta el extremo del lado que no veía. Contaba tres pisos, y presuponía que abajo habría un sótano. La gran cancela de hierro negro se encontraba abierta de par en par. Aquello era un hervidero de gente entrando y saliendo, bebiendo y fumando. La música acallaba cualquier otro sonido; la canción que se escuchaba en ese momento, El efecto, era ensordecedora.

―¿Cómo dejan sus padres que organice una fiesta así? ―grité cerca de Elena mientras ambas observábamos desde la acera la construcción de ensueño de un arquitecto.

―Tienen no sé cuántos criados, y creo que son bastante liberales. Pero solo se puede estar en el jardín. Entrar a la casa está prohibido; tengo entendido que hace no mucho tiempo rompieron algún jarrón valiosísimo para la madre de Mary Anne.

―Dios mío, aun así parece una fraternidad.

Elena se encogió de hombros.

―Es americana, supongo que allí es la moda ―comentó mi amiga sin más―. Bueno, venga, ¡vamos!

Con entusiasmo, Elena cogió mi mano y me guio por entre la masa de gente que entraba y salía. Casi pensaba que tendríamos que abrirnos paso a empellones entre la multitud, pero era más fácil circular por allí que muchas veces a la hora de la entrada en el instituto.

―¡Wen! ―exclamó Elena dirigiéndose a una chica de origen asiático, me aventuraba a decir que china.

Era alta, delgada y guapísima.

Las dos se abrazaron eufóricas, tanto que el contenido del vaso de Wen peligró por unos momentos.

―Esta es mi amiga, Nonni ―me presentó Elena.

Wen me sonrió, y después me dio dos besos.

―Encantada. Elena no para de hablar de ti.

Wen no tenía nada de acento; parecía tan española como la que más. Debía de haberse criado aquí.

―Lo mismo digo ―expresé sincera.

Poco después apareció Mary Anne, yo no tenía el gusto de conocerla, pero Elena me lo sopló. Estaba tan borracha que no sabía si se había enterado de mi nombre después de que Wen había hecho los honores. Pero el caso era que me había aferrado sus brazos alrededor de mi cintura casi hasta dejarme sin respiración; con Elena había hecho lo mismo. Vaya, eran todos muy cariñosos en aquella fiesta. Sospechaba que parte de su amor que repartían provenía del alcohol.

―¡Venga, chicas! A tomar algo ―instó la anfitriona, que nos señaló una barra donde había toda clase de botellas, hielos en varias cubiteras y dos o tres torres de vasos de plástico.

Elena dijo algo más y, como de costumbre, cogió mi mano y me llevó directamente a la barra.

―¿Qué quieres? Yo te lo preparo ―me ofreció ella cogiendo dos vasos.

―¿Una coca-cola? ―propuse.

Elena me miró como si estuviera loca.

―¡Nada de eso! Hoy te vas a divertir, ¡te vas a divertir de verdad, amiga! Déjate de idioteces.

―¿Y para divertirme tengo que beber como una cosaca? ―pregunté cruzándome de brazos, dejando claro que aquello me parecía absurdo.

Elena giró los ojos sobre las órbitas.

―No como una cosaca, pero tampoco como un bebé.

Me preparó una copa igual que la suya: ron con coca-cola y me plantó el vaso en las manos.

Le di un sorbo a mi cóctel (estaba un poco amargo para mi gusto, pero no me quejé) mientras ella se sacaba un cigarrillo de la pitillera que le había mangado a su padre un año atrás. Preferí apartar la vista antes que verla fumar, así que me dediqué a echar una ojeada a ese lugar.

El jardín, cuyo césped se hallaba perfectamente cortado, estaba iluminado con lucecitas que adornaban las enredaderas colgantes sobre una estructura alargada por todo el recinto. Había varias secciones en las sombras, como las que daban a la piscina rodeada de hamacas. Ese detalle también lo conocía por Elena, no porque lo viera desde yo estaba. Quizás Mary Anne no había encendido aquella parte porque no quería que toda una multitud alcoholizada se lanzara al agua clorada de su propiedad.

Supongo que era lo más aconsejable, dadas las circunstancias. Una buena parte de los invitados se movía, no muy acompasada, a los acordes de la música, en ese caso Tú por mí, yo por ti de Rosalía y Ozuna. 

Elena quiso integrarse entre ellos, en el grupo de Wen y otros amigos suyos, y yo no tuve más remedio que acompañarla. No era que no me gustara la idea, pero estaba un poco incómoda; estaba un poco intimidada por toda aquella gente desconocida moviéndose y gritando a mi alrededor.

Un rato después, decliné el segundo cubata que Elena se ofreció a hacer, pero ella sí se sirvió uno. Para mí era suficiente con el primero, de hecho, me sentía un poco achispada y, además, necesitaba ir al baño.

Le pregunté a Elena, pero ella no tenía ni idea, así que Wen me contestó:

―Junto a la piscina, a la derecha. Será mejor que vayas con el móvil, está un poco oscuro.

Puse mi teléfono en modo linterna y seguí las indicaciones de Wen. Me extrañaba que no hubiera nadie esperando en los aseos con lo lleno que estaba aquello, pero no parecía haber nadie. Busqué el interruptor, pero estaba roto, así que, como pude, me apañé.


Cuando salí del aseo, no pude evitar echar un ojo a mi alrededor. Joder, me encantaba ese jardín con piscina, a oscuras y todo. Siempre había deseado tener una y bañarme en los calurosos veranos que hacían en nuestra ciudad. De hecho, ahora que era septiembre, tampoco es que hiciera mucho frío, sino aquella fiesta hubiera sido una locura. Por otro lado, nunca me había tumbado en una hamaca y, la verdad, me dolían demasiado los pies como para seguir el ritmo de los demás.

Me permití el lujo de sentarme en una de ellas y quitarme los tacones. ¡Madre mía, qué gustazo! Mis pies se sentían tremendamente agradecidos. Apagué la luz de la linterna del teléfono y me camuflé con las sombras. Descansaría un poco y me uniría después a mi amiga y sus nuevas amistades.

Iba a tumbarme cuando escuché susurrar en mi oído:

―Vaya, vaya. ¿Mira quién está buscando problemas?

Mi cuerpo se tensó al instante.

Mike.

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