Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

36. La partida

―Me gusta que te resistas, pero creo que ya está bien ―exclamó impaciente, descendiendo mi ropa interior unos centímetros―. Prometo hacerte disfrutar.

―¡Que me dejes! ―chillé todo lo que pude, teniendo en cuenta que estaba ahogada por mis propias lágrimas y me faltaba el aire.

Un segundo después, la mano que sujetaba mis muñecas tiró de mí hacia arriba y me levantó de la cama, pero unos brazos impidieron que cayera al suelo.

El tipo de la máscara de león me tenía acorralada; sus ojos llameantes me contemplaban sin compasión. Volví a gritar, zafándome de él.

Se quitó la máscara, la expresión cabreada de Mike me atravesó la piel. Pero mi miedo descendió unas décimas, incluso con aquella cara de demonio que tenía, prefería mil veces vérmelas con el americano que con el psicópata que acababa de quitarme de encima.

―¿QUE. COJONES. HACES. TÚ. AQUÍ? ―Pronunció cada palabra como un juramento de venganza. Yo no podía hablar, mi mente aún seguía embotada por lo que acababa de pasar―. No, la pregunta es ¿quién te ha traído aquí?

Volví a quedarme callada. Ya no sollozaba, pero las lágrimas seguían ahí. 

Su expresión se suavizó un poco.

―¡Mierda, Nonni! ¿Por qué estás aquí? ¡Háblame! ―Me zarandeó de los hombros con suavidad―. ¿No te das cuenta de que este sitio no es para ti?

―Tenía... Tenía... curiosidad ―balbucí con torpeza.

Un brillo de incredulidad asomó en su mirada.

―¿Curiosidad? ¡¿Curiosidad?! Y dime, ¿has satisfecho tu curiosidad? ¿Es esto lo que esperabas encontrar? ―me preguntó, duro.

Lo admito, tenía el orgullo herido, y Mike estaba consiguiendo que pasara del desconsuelo a querer meterle una paliza a alguien en unos pocos segundos.

―¡Déjame! ―Lo empujé a un lado―. Nadie te ha llamado. ¡Hubiera podido controlar la situación!

Hizo una mueca. Ambos sabíamos que no.

En un movimiento inesperado, se embaló hacia mí y me estrechó entre sus brazos.

―Eres una estúpida, Nonni ―su voz temblaba, pero había descendido varias octavas.

―Lo sé ―reconocí, aferrándome a él. Olía a vainilla y sándalo. 

Hubiera deseado que el tiempo se detuviera en ese instante.

El tipo, que yacía medio inconsciente a nuestro lado, emitió un ruidito.

Me asusté, reculé sobre la cama y comencé a hiperventilar.

―Tranquila, no te va a volver a tocar. ―Puso las manos a ambos lados de mi cara, haciendo que lo mirara a él y no a mi agresor―. ¿Cómo has venido hasta aquí?

Sellé los labios, no podía decirle la verdad. No podía meter a Pablo en problemas, más sabiendo que afectaban directamente a su familia.

―No puedo decírtelo.

Se apartó de mí, consternado.

―Mierda, Nonni. ―Se pasó una mano por el pelo―. Nadie que te haya traído aquí merece que lo protejas tanto.

―Eso lo decido yo. ―Tras una pausa, le pregunté―: Oye, cómo sabías que estaba en el jardín.

Se pinzó el puente de la nariz y cerró los ojos.

―No lo sabía, pero tenía ganas de tomar el aire y te he visto. Lo primero que he pensado es que no podías ser tú, que no eras real. Luego, cuando te has cruzado conmigo, ya no he tenido dudas. 

―¿Qué es este sitio? ¿Un puticlub?, ¿Un casino ilegal?, ¿un lugar de intercambio de drogas? ―enumeré mis ideas; todas las posibilidades me parecían demasiado exageradas, en la ciudad también se podría hacer un casino ilegal o intercambiar droga sin que la policía te pillase. Mi instituto era buena prueba de ello.

―No tengo tiempo de explicártelo, y, cuanto menos sepas, mejor. Ahora necesito sacarte de aquí, pero no sé cómo hacerlo. Me reclamarán en un momento y no puedo escaquearme. ―Estaba muy alterado.

―Me esconderé. 

Mike negó con la cabeza.

―No quiero que te quedes aquí, otro capullo como este puede encontrarte. ―Le dio una patada llena de rabia y el tío se quejó a medias, pero seguro que cuando se le pasara el efecto del golpe y lo que se hubiera tomado antes, le dolería mucho―. Y tampoco puedes ir sola por ahí. Las chicas que están aquí son Scorts, te confundirán con una de ellas.

―¿Todas esas mujeres son chicas de compañía? ―inquirí sorprendida.

―Casi todas. Y aunque no están obligadas a acostarse con nadie, algunas sí lo hacen.

Vaya...

―No queda más remedio que vengas conmigo, si creen que esta noche estás a mi servicio, nadie te requerirá.

Eso sonaba francamente mal, pero le haría caso en todo lo que me dijera.

Apartó las lágrimas de mis mejillas con la yema de los pulgares. Esa caricia me pareció tan íntima que cerré los ojos, dispuesta a perderme en ese breve roce.

―Intenta comportarte como ellas, movimientos de cadera, sensuales, risas frívolas ante algún chiste. Si te doy una copa, dale un pequeño sorbo y sonríe. Y, sobre todo, no te quites tu máscara. ¿Dónde está? ―La buscó sobre la cama.

―El psicópata lo ha tirado por alguna parte.

Mike rebuscó en el suelo, no tardó mucho en ubicarlo; me lo tendió. Me arreglé un poco el vestido y cubrí mi rostro mientras Mike se ponía su propio disfraz.

Bajamos las escaleras y, al poco, un tipo con una máscara de elefante lo interceptó. Él le dijo algo al oído, el chico hizo una reverencia y se marchó.

―Engánchate a mi brazo ―me ordenó.

Lo hice gustosamente, me serviría de apoyo para no derrumbarme, ya que estaba temblando como un flan. Sentía que todo mi cuerpo se había vuelto una masa líquida. Más aún cuando vi que nos dirigíamos hacia la mesa donde estaba el mafioso y el hombre que acompañaba a Mike; ambos parecían estar inmersos en un juego de cartas.

―¿Dónde estabas? ―preguntó una voz varonil procedente del otro león, el hombre con el pelo casi blanco.

Mike indicó en un movimiento de cabeza mi dirección. Procuré esbozar una sonrisa de barbie.

Los ojos del hombre me hicieron un minucioso escáner para después sonreír complacido.

―Es obvio que tiene tan buen gusto como su padre.

Toda mi integridad se descompuso unos instantes. Mike hizo que no perdiera el equilibrio por completo y supo disimular mejor que yo. ¿¡Su padre!?

―Lo cierto es que sí, el chico no elige nada más.

Aquellas palabras me provocaron repelús, se me puso la piel de gallina. El tipo al que Pablo servía no dejaba de observarme como un depredador que está a punto de atacar a su presa.

A duras penas pude mantener la sonrisa falsa.

―¿Vendrías a darme suerte, muñeca? ―Extendió una mano con la palma hacia arriba para mí.

Miré a Mike con la duda en plantada en la cara. Incluso con aquellos artefactos cubriéndonos el rostro, nos entendíamos a la perfección. Su cuerpo se había puesto tan tenso como el mío. 

Tras un puñado de segundos que me parecieron eternos, Mike asintió levemente antes de sentarse en la silla isabelina que había abandonado con anterioridad.

Temblorosa, le cogí la mano. Seguramente estaba sudando, pero no podía reprimir el pavor que me provocaba estar cerca de ese tipo. 

―Tú me darás suerte esta noche, cariño. ―Me atrajo hacia él e hizo que me sentara en su muslo derecho mientras rodeaba mi cintura con la mano libre de cartas―. Me toca jugar, ¿qué carta crees que debería sacar?

No tenía ni idea de a qué estaban jugando. ¿Póker, mus, blackjack? Tal vez me estuviera poniendo a prueba, quizás no se había tragado de que fuera una scort. ¿O le daba igual perder a las cartas dejando que una desconocida tomase la decisión de su partida?

Con mi tembloroso dedo índice indiqué lo que yo creía que era un as de picas. Él hombre puso la carta sobre la mesa.

El padre de Mike lanzó sus cartas sobre la mesa.

―¡Será posible! La próxima vez quiero que me acompañes... ¿Cómo has dicho que se llamaba? ―le preguntó a su hijo.

―Dafne ―respondió él en apariencia distendido, aunque bien sabía yo que no.

―Un nombre precioso para la diosa de la fortuna ―confirmó el tipo que me tenía retenida, poniéndome los pelos de punta. 

Un momento después sentí cómo me movía el pelo y lo apartaba a uno de los lados de mi cuello. Hice un esfuerzo sobrehumano para no apartarme de él. Luego su aliento cayó sobre mi nuca. Inspiró, oliéndome. Mis dedos se aferraron a la tela de mi vestido, eran dos puños encogidos, mientras yo trataba de disimular lo asqueada que me sentía. Los ojos de Mike eran un incendio, creía que de un momento a otro se abalanzaría sobre él.

―¿De dónde la has sacado? Creo que jamás la he visto por aquí ―preguntó junto a mi oreja. 

―Es nueva ―respondió Mike con voz ronca.

―¿Me la prestarías alguna vez? ―siguió diciendo. No pude reprimir un quejido ahogado.

El padre de Mike empezó a reír. Y el tipo sobre el que estaba sentada también.

―Vamos, leoncito, es broma, no me mires así ―dijo echándose hacia atrás en el asiento.

―Hiena, ¿le quieres robar el affaire a mi hijo? Estaría muy feo de tu parte.

Hiena, como el padre de Mike lo había llamado, tomó un trago de su copa antes de contestarle:

 ―Robar suena muy feo, León, quiero que me la preste, para darte otra paliza. Nada más.

―Caballeros, si me disculpan... ―Mike se levantó y me tendió una mano.

Me así a ella como si fuera un clavo ardiendo. Casi me caigo al separarme con tanta prisa de aquel psicópata. Afortunadamente tuve los suficientes reflejos como para no acabar en el suelo.

Salimos de la sala más o menos despacio, pero poco a poco el ritmo de nuestros pasos aumentó estrepitosamente hasta que no alcanzamos la salida.

Mike llamó al aparcacoches y le lanzó le indicó que trajera su coche.

Fuera hacía frío, pero yo estaba sudando, la temperatura de mi cuerpo había subido unos cuantos grados.

―Tranquila ―me dijo Mike sin soltarme, estaba segura de que era él el que me mantenía en pie ahora mismo.

―Dijiste que nadie se me acercaría si iba contigo.

―Lo sé ―se dedicó a decirme.

Lo miré con los ojos empañados.

―¿Por qué le has dejado que me ponga las manos encima? ¿Por qué no le has dicho que no? ―A estas alturas ya me daba igual que notara mi enfado y mi frustración.

Mike emitió un largo suspiro.

―Se hace llamar el Tejedor, ni siquiera conozco su nombre real, pero es un tipo muy, muy peligroso. No podía contradecirlo, sino, habría habido represalias por su parte. Y es mejor no meterse con él.

No estaba muy convencida con esa respuesta. Se lo hice saber separándome de él y cruzándome de brazos molesta.

El hombre encargado de los aparcamientos trajo el coche. Pensaba que algún chófer se metería en la parte delantera, pero Mike me abrió el asiento del copiloto y se dirigió hacia el del piloto después de que yo me sentara y cerrara mi puerta. 

Descendiendo la carretera, se quitó la careta y la puso de cualquier manera sobre el salpicadero. Yo hice lo mismo.

Vi cómo pasábamos al lado del coche de Pablo. Lo miré con nostalgia, pero no dije nada, no quería que Mike sospechara.

Estuvimos unos minutos en riguroso silencio, con el sonido del motor de fondo.

―Lo siento, sé que ha sido incómodo ―rompió la quietud del momento―. Pero la culpa es tuya, no deberías de haber estado aquí.

Sollocé un poco, y me quité las lágrimas con el dorso de la mano.

―Ya me lo has dicho ―fue mi única respuesta.

Abrió la guantera y me tendió un paquete de pañuelos.

―Siento ser tan brusco, Nonni ―dijo más relajado―. Pero no te quiero involucrada en este mundo. Y no me quieres decir quién ha sido el imbécil que te ha traído hasta aquí para que lo mate ahora mismo.

―¿Quién dice que sea un chico? ―repliqué.

La risa irónica de Mike retumbó en todo el coche.

―No me chupo el dedo, Nonni. Y si esa persona te ha traído para que le hagas favores sexuales a alguien a cambio de dinero... Bueno, te juro que en cuanto descubra quién es no solo lo mataré, lo torturaré lentamente hasta que ruegue que acabe con su vida.

Tal y como lo decía, con el volante apretado entre sus dedos, y aquellos ojos que podrían desatar tempestades con solo una mirada, sabía que ese juramento no era en vano.

―Por favor, no digas eso. Pareces un... ―Me quedé callada. Iba decirle "mafioso", pero caí en la cuenta de que, si hablaba así, quizás era porque lo fuera de verdad.

―Acaba, por favor, no me dejes así... ―Su tono irónico aún no lo había abandonado. 

Me daba cuenta de que cada vez que se sentía atacado recurría al sarcasmo como defensa.

―Un mafioso ―dije sin rodeos.

Masculló algo ininteligible para mí.

―¿Esto es de lo que querías mantenerme alejada? ―quise saber.

―Sí, pero no sé cómo te las arreglas para estar metida en el ajo.

A decir verdad, yo tampoco lo sabía.

―¿Por qué me ha pedido ese hombre que escogiera su carta? No lo entiendo.

Mike se puso tenso ante la mención de ese tipo.

―El Tejedor conoce muy bien sus cartas. Si te lo ha pedido es porque sabía que iba a ganar igualmente, pero creo que te estaba poniendo a prueba para dilucidar si eras una chica de compañía o no, creo que no ha colado: él conoce bastante bien a las scorts. Y además... ―se quedó callado.

―¿Qué? ¿Ahora no te cortes tú? ―insistí.

―Yo nunca muestro interés por ninguna chica. Sería una debilidad. Ahora sabe que significas algo para mí, puede chantajearme.

Recordé lo que me había contado Pablo apenas unas horas atrás: su familia estaba en peligro, ellos serían los que sufrirían las consecuencias si él fallaba.

Un dolor de cabeza se apoderó de mí. Enterré la cabeza entre las manos, con los codos apoyados en los muslos.

―No tendrías que haberme llevado contigo.

―No tenía más opción, tarde o temprano otro cuervo habría intentado algo contigo. ¿No te das cuenta de que en esa fiesta tú eres un caramelito muy goloso?

―Eso no puede ser. Había muchas chicas con cuerpos de infarto allí. ―Me erguí y apoyé la espalda en el asiento.

Mike me miró de reojo.

―No sé cómo no puedes darte cuenta de que lo hermosa que eres.

Abrí la boca mientras giraba la cabeza hacia él, atónita.

No sabía qué responder a eso, así que no lo hice.

―¿Y ahora qué?

―¿A qué te refieres? ―Me echó un vistazo fugaz y puso de nuevo la vista en la carretera.

"A qué pasa con nosotros ahora que te he descubierto" manifestó mi mente. 

En su lugar, dije:

―Ese tipo ha dicho que quería volver a verme en la siguiente timba. ¿Qué vas a decirle cuando no vaya?

―Con un poco de suerte se olvidará de ti.









Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro