
30. Ahora la chica mala soy yo
La discusión nunca llegó. No sabía si mi madre habría hecho la vista gorda o simplemente no sabía que me había marchado y pensaba que me había pasado la tarde anterior encerrada en mi cuarto.
Fuera como fuere, me lo había tomado como una victoria que el karma me había brindado.
Ahora, sentada en clase, estaba mucho más tranquila. Por la mañana me había despertado temprano y solo había coincidido con papá unos minutos, justo antes de que se fuera a correr unos matutinos kilómetros.
―Bien ―comentó Sofía, la profe de tecnología, vamos a empezar con el examen.
¿Examen?
Estaba experimentando un déjà vu, esta escena se parecía demasiado a la que vivía vivido hacía no mucho con Inglés. ¿Cuándo lo había dicho? No había faltado a clase, aunque si es cierto que me había evadido un poco últimamente.
―Espero que hayáis estudiado sobre valencias, neutrones y demás. No es muy difícil pero tampoco os lo voy a regalar.
La profesora me dio el examen, eché un ojo a las preguntas y suspiré más o menos aliviada. Había cosas que sí podía contestar. Otras... No tanto.
Terminé de las primeras, lo entregué y me senté en mi silla. Por debajo de la mesa saqué mi móvil del bolsillo delantero de mis vaqueros y eché un ojo. Aún quedaban 20 minutos para que finalizara la segunda hora del día, esperaba que no hubiera más sorpresas después. Una notificación de WhatsApp parpadeaba en la pantalla. Era de Hugo.
«Ya tengo plan para hacer que tu vida salga de la rutina mundana en la que sueles vivir.»
Sonreí.
«Miedo me das», contesté rápidamente.
«¿Yo? Si soy todo un gentleman», contestó seguido de un emoticono de angelito.
Reí un poco. Alguien a mi lado carraspeó. Cuando levanté la vista vi a la señorita Sofía sobre mí.
Mierda.
―Está prohibido tener el móvil en clase, y más usarlo.
―Discúlpeme. Ya lo dejo.
Sofía frunció los labios.
―Ve al aula de convivencia. Estas castigada todo el recreo.
Parpadeé varias veces, pensando que lo que acababa de escuchar era una alucinación.
―¿Por haber mirado el móvil un segundo?
―Usted y yo sabemos que eso no es cierto. Deme el aparato antes de marcharse.
―No ―me negué.
Ella levantó una ceja a la vez que su rostro se endurecía, dándome a entender que si no la obedecía, la cosa se iba a poner mucho peor.
De mala gana lo dejé caer en su palma extendida.
―Vaya a la sala de convivencia y piense en lo que ha hecho.
Me erguí enfurecida.
Elena no daba crédito a lo que veían sus ojos. Apenas me dio tiempo a contemplar los rostros de mis otros compañeros antes de salir.
Nunca había pisado el aula de convivencia en todo mi recorrido escolar. Allí solían ir los pandilleros y demás personas conflictivas. Suponía que acababa de convertirme en una de ellas.
―¿Quién te manda y por qué? ―me preguntó el profesor de guardia.
―La señorita Sofía, solo he sacado mi teléfono un momento y....
―No, no, nada de explicaciones ―me cortó. Garabateó algo en un folio, y luego me tendió una hoja―. Si estas aquí es por algo, piénsalo.
Leí el papel. Había una serie de preguntas en él:
¿Qué te ha llevado a estar aquí? ¿Por qué crees que lo has hecho? ¿Qué solución puedes darle para mejorar tu comportamiento?
Puse los ojos en blanco.
―Su sitio la espera ―me invitó a sentarme.
Cuando eché un ojo, comprobé que había dos personas más: Daria, de segundo de bachillerato, y Lucas, de cuarto de la E.S.O.
Al chico apenas lo conocía, sabía su nombre porque era el hijo de los dueños de un supermercado cercano a mi casa. A Daria tampoco tenía el gusto de conocerla, pero sí había oído de ella en muchas ocasiones. Que estuviera allí no era ninguna novedad, se metía en líos constantemente. Recordaba que una vez había sido expulsada por haberse colado en el instituto y haber roto el mobiliario de un aula. Iba con pasamontañas pero las cámaras la habían grabado en un descuido.
Pasé por su lado y me dirigí a los asientos traseros. No quería llamar la atención y ambos se me habían quedado mirando. Él había vuelto rápidamente la cabeza hacia su propio folio pero ella... Tenía el gesto adusto y la posición del cuerpo rígida incluso sentada en esa silla. Si la hubieran pintado del color de la piedra, me habría creído que era una estatua. No movía ni un pelo, a excepción de sus inquietantes ojos azul marino, que seguían todos y cada uno de mis movimientos.
Vestía toda de negro, y llevaba varios piercings: dos en la nariz, uno en la ceja derecha y tres en cada oreja. Sus párpados estaban pintados de negro, sus labios morados, y su piel lucía un blanco antinatural debido a algún tipo de maquillaje. Consiguió que se me pudieran los pelos de punta.
Recordé que no tenía lápiz y tuve que volver a ir a la mesa del profesor.
La segunda vez que pase junto a Daria hizo lo mismo, pero decidí ignorar su mirada persecutoria.
Me centré en aquel trozo de papel y respondí las preguntas lo mejor que pude, teniendo en cuenta que aquel interrogatorio me parecía una mierda. Al poco el profesor se levantó.
―Cambió de guardia, chicos. Por favor, estad 5 minutos sin meteros en líos mientras viene otro profesor.
En cuanto se hubo marchado, Daria se giró hacia mí en redondo.
―¿Por qué estas tú aquí? ―me preguntó ruda, aunque más que eso, extrañada.
―Sofía me ha pillado con el móvil.
Me observó unos instantes, creía que se debatía entre creerme o no, una auténtica gilipollez, porque, si no, ¿por qué iba a estar yo allí? ¿Qué ganaría mintiéndole?
―¿Tú no eras esa que sacaba buenas notas?
La miré interrogante, ¿acaso era famosa por eso y yo no lo sabía?
―Era ―respondí sin más.
Pensaba que iba a decirme algo más, pero una cabeza asomó por la puerta y las dos dirigimos la mirada hacia ella.
―¿Nonni?
Mis ojos se agrandaron.
―¿Hugo?
Me hizo un gesto para que fuera hacia allí.
―Estoy castigada.
―Pues escaquéate ahora que no hay nadie. ¡Vamos! ―me apremió, echando un vistazo hacia atrás―. No tenemos más de un minuto.
―Pero...
―Nonni... ―Hugo sonrió con malicia―, ¿qué dijimos ayer? ¿No quieres hacer lo que tienes pendiente contigo misma?
Ya, pero ¿y luego que? No podía irme así... ¿O sí? ¿Iba a transgredir las normas de mi instituto solo porque Hugo, un chico al que apenas conocía, me lo pedía? Bueno, ya lo había hecho antes con Mike, el día que salimos a desayunar cruasanes y café.
―En el fondo, quizás no te atrevas a hacer algo alocado ―alegó, tentándome con aquella manzana.
―Si te vas, no pienso quedarme sola aquí ―declaro Daria, levantándose incluso antes de que yo respondiera.
Lucas no dijo nada, pero igualmente cogió su folio y lo dejó sobre la mesa del profesor. Daria no se molestó en hacerlo, hizo una bola de papel y lo lanzó a la papelera antes de salir.
―Vamos, solo faltas tú. ¿Te vas a quedar aquí para dar explicaciones?
Pues no, no pensaba hacerlo.
Imité a Daria y tiré mi cuestionario a la basura.
―No tengo mi móvil ―le comuniqué a Hugo mientras escapábamos corriendo por el pasillo―. Se supone que los dan a la salida del instituto.
―Tampoco te va a hacer falta. Ni la mochila ni los libros, los recogeremos luego. Volveremos para la salida, créeme. ―Movió las cejas en un gesto gracioso.
Reí, dejándome llevar por una nueva sensación de libertad que nunca había sentido.
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