27. El grupo
Estaba, literalmente, flipando.
Tras salir de mi casa con los cascos de mi Ipod regalado, me había metido en la conversación con Hugo para ver la dirección que me había mandado, y había seguido sus pasos al ritmo del pop de los ochenta que mi padre a veces ponía en su viejo radiocasete. La sorpresa había llegado poco después, tras andar los dieciocho minutos que me indicaba GoogleMaps hasta mi destino.
Y este no era ni más ni menos que la casa de Mary Anne.
Joder, esta chica estaba en todo. Desde luego, no disfrutaba lo mismo de la universidad que mi hermano, que no venía casi ningún fin de semana.
Dejé de pensar en Mario, porque por él tenía ese cabreo monumental con el mundo. Guardé mi teléfono en el bolsillo de mi vaquero y crucé la calle para ponerme delante de aquel edificio extravagante que Mary Anne llamaba hogar.
Toqué al timbre y al poco una empleada vestida con un uniforme negro y un delantal blanco me abrió. La noche que estuve aquí no vi servicio alguno.
―Hola... Vengo a ver a... ―¿Hugo?, ¿Mary Anne?―. Vengo a ver al grupo.
―Por supuesto, señorita, están en el sótano. ―Me indicó con una mano que entrara.
La pega es que yo no sabía dónde cuernos estaba el sótano.
Ella supo leerlo en mi expresión.
―Por ahí. ―Me indicó con un dedo―. Si quiere la acompaño... ―agregó con una nota de nerviosismo en el rostro, como si estuviera hablando con una niña un poco tonta para entenderla.
―No, tranquila ―aseguré.
Por supuesto que sabía interpretar sus indicaciones, era solo que... seguía flipando por este recibimiento a lo royal.
La sirvienta pareció ver el cielo abierto, se disculpó conmigo y me dijo que se marchaba con sus quehaceres.
El pasillo que me había señalado la señora era largo y extenso, y de vez en cuando se abría en una nueva puerta que daba lugar a una dependencia nueva dependencia. Madre mía, qué montón de salas tenían allí. La otra vez solo había visto el jardín. Y, bueno, lo cierto es que no sabía de qué me sorprendía, ya que era tan inmenso como el interior del caserón.
Unas risas se escucharon de fondo. Reconocí la de Mary Anne.
Al asomarme al umbral, me encontré con unas escalerillas que ascendían, entonces los acordes de una guitarra comenzaron a sonar, y una voz de chico comenzó a cantar. Para lo increíblemente grande que era ese lugar, esas escaleras en forma de caracol me parecían de lo más estrechas.
―¡Uo! ¡Así se canta! ―gritaba Mary Anne.
Junto a ella estaban Wen y otro chico más que no conocía. Enfrente de ellos, Hugo sostenía el micro mientras cantaba; otro chico llamado David se ocupaba de la batería; y un tercero, que no tenía identificado, de la guitarra.
La música era una mezcla de rock con algo de pop. A mi padre le habría encantado.
«La noche es nuestra esfera,
los camaleones se visten de seda.
Los políticos están podridos,
bien lo sabemos los dos.
Hay que cambiar el mundo,
viva la revolución del conjunto.
La marcha del destino,
nos mantendrá unidos...».
Lo cierto es que Hugo no cantaba nada mal. Denotaba pasión en cada una de las sílabas que entonaba de aquella canción de denuncia social, como él la llamaba.
Mary Anne se dio cuenta de que estaba en el vano de las escaleras y con su efusividad me indicó que entrara. Por supuesto, me prodigó con uno de sus conocidos abrazos.
―Me alegro de que hayas venido. ¿Qué tal está Elena?
―Hoy no la he visto.
Mary Anne pasó a otra cosa.
―¿Una bebida? ―Sin esperar respuesta, ya se había ido a la cubitera a prepararme algo.
Decidí que no me importaba. Iba a coger lo que quisiera que me ofreciera y me lo bebería sin rechistar.
―Claro, gracias.
Mary Anne me dio un vaso de tubo con un líquido transparente.
―Whisky con Seven up, mis padres no tenían mucho en el mueble bar ―susurró, suponía que para no interrumpir a la estrella cantando.
―Oye... ―Di un sorbo al contenido del vaso; por poco no lo escupí. Joder, qué cargadito estaba. Intenté disimular lo mal que me había sabido―. No esperaba que estuvieras por aquí en el finde. Mi hermano apenas viene a visitarnos.
―Bueno... Entre semana estoy obligada por mis padres, pero en el fin de semana soy libre. Y prefiero estar aquí ―dijo con una nota de oscuridad en el rostro. Enseguida se le pasó y volvió a sonreír, como siempre―. ¿Un brindis por los músicos?
Alcé mi copa también, aunque no bebí demasiado cuando tocó.
Entretanto, Hugo había finalizado su canción, había descolgado el micro y se había plantado delante de mí.
―Ey ―me apeló―. Creía que no llegabas.
―Perdona, creo que el GPS me mandó por un camino más largo. No sabía que veníais a la casa de Mary Anne, qué sorpresa.
―Nos deja ensayar todos los fines de semana. Aunque ella no toca en el grupo, le gusta nuestra música.
―¡Me encanta! ―gritó Mary Anne a nuestro lado, pasando su brazo alrededor del mío como si fuera su amiga de toda la vida. Casi me tira la copa de encima.
―La verdad es que no lo hacéis nada mal.
Hugo esbozó una sonrisa modesta.
―Eso queremos pensar.
―¿Qué tal otra? ―sugirió Mary Anne.
Los demás asintieron.
Hugo se plantó detrás del micro y comenzó a cantar al ritmo de la música. Mary Anne era una hincha excelente, que gritaba, coreaba y bailaba como si le fuera la vida en ello. A la tercera copa, a mí también se me contagió su entusiasmo y yo también acabé bailando.
A eso de las ocho, dos de los chicos que formaban el grupo con Hugo se marcharon, y solo él, Beni -que no participaba como músico, sino que los acompañaba por el simple placer de hacer algo con sus amigos-, Mary Anne y yo pasamos a ser los únicos de aquella minifiesta improvisada.
Ya un poco achispada, el baño me reclamó. Subí por las estrechas escalerillas hacia la planta de arriba y lo busqué. Esta vez no encontré a la buena señora para darme las indicaciones pertinentes, y lo cierto es que cuando había subido el último escalón, la información que Mary Anne me había dado ya estaba más que olvidada. Joder, ¿eso era lo que hacía el whisky? Me iba a quedar sin neuronas.
Ese tonto pensamiento hizo que me meara de la risa. Si me quedara sin neuronas tal vez mi madre arrojara la toalla conmigo. Tal vez me dejara en paz y no tuviera tan altas expectativas conmigo. Me convertiría en una simple mortal, mediocre y tonta a la que las preocupaciones sobre qué pensara su familia de ella quizás no la afectaran tanto.
No sé cómo, al final encontré el baño. Creo que tardé más de lo habitual dentro del habitáculo, que en realidad, no tenía mucho de habitáculo, mi habitación era como aquel cuarto de baño de grande. Me lavé las manos y me eché un poco de agua en la cara. Me sentía un poco caliente, con las mejillas desbordadas por el ardor. Uff, esperaba que se me pasara el efecto, porque si no mi madre me iba a matar.
Un rato después -o eso esperaba yo, que no hubiera pasado una hora- descendí los peldaños hacia el sótano.
―Para, Mary Anne, yo no... ―Ese era Hugo.
―¿Por qué me rechazas? ―preguntó ella.
Los descubrí a los dos sentados uno enfrente del otro, muy pegados, sentados sobre el sofá. Beni no estaba con ellos. Entendí que era una conversación privada y subí de nuevo. La verdad es que quería irme a mi casa, pero estaba demasiado mareada como para emprender el camino yo sola. Me apoyé en una pared y cerré los ojos.
Qué pronto se me había olvidado lo mal que lo había pasado la última vez que bebí.
―¿Nonni? ―inquirió alguien.
Lo que faltaba, incluso borracha alucinaba con él.
Empecé a reír, incluso a hipar, pensando que estaba loca.
―¿Qué haces aquí? ―volvió a preguntar la voz.
―No eres real ―dije sin más.
―No sé qué tiene tanta gracia, pero si dices eso es que ya vas desfasada de más...
Sentí una presión en el hombro. Entonces abrí los ojos e intenté enfocar a la figura que tenía a mi lado. Me costaba bastante.
―¿Mike?
Pero, ¿qué cojones...?
Él me miraba sin entender.
―¿Qué haces en la casa de Mary Anne?
Compuso una cara de circunstancia, o eso creí atisbar, no estaba muy segura.
―Sí, bueno, también es mi casa.
Agrandé los ojos.
¡¿Qué?!
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