Capítulo 8
Un mes después...
Mia
Me dejó una despensa llena, dinero suficiente para un año y mucha ropa. También me llevó a un salón y mi cabello volvió a tener dignidad. Olvidó dejarme la clave para salir de la casa y eso me dejaba la certeza de estar en una jaula de oro. Me agobia la sensación de estar en las mismas condiciones y hasta peores.
Acomodo mi cuerpo en el césped viendo a Bruna correr de un lado a otro. Mi aburrimiento por no hacer nada llega a tal punto, que repito obligaciones el día. Se fue hace un mes, hablé con él días más tarde y solo porque llamé a su hermano.
No salgo de ese sitio, tampoco hay manera de comprar algo ¿Para qué dejarme un dinero que no usaré? Es una trampa del dueño o su hermano, era su forma de saber si era de confianza.
Me levanto del lugar y decido explorar la casa una vez más. Lo único que no he visitado es su habitación y hacia ella me dirijo. Lo poco que sé de él, es porque se le ha escapado al abogado a sus hermanos.
Empujo la puerta de su habitación con cuidado y veo a mi alrededor. Me detengo al darme cuenta de lo arreglada que esta. Como si nadie durmiera allí, sabanas sin una arruga, almohadas resplandecientes, no hay fotos, ni imágenes de nada.
—Raro —murmuro dando un paso al frente y yendo hacia los cajones.
En ese punto y viendo el estado de su habitación no me extraña que no haya nada. Estoy dispuesta a encontrar algo en ese sitio que hable sobre mi acompañante gruñón y los siguientes minutos los dedico a esculcar todo.
Una hora después, agotada y sin esperanza, miro la mesa de noche. Los cajones son demasiados pequeños para ocultar algo de vital importancia. Una foto sobre él o su familia es suficiente para mi curiosidad, así que me arrodillo abriendo con cuidado el único cajón que me falta.
—¿Qué dejaste olvidado pequeña bestia de dos patas? —hablo viendo la carpeta en color madera, única habitante de toda la habitación —vamos a ver que traes aquí.
Apoyo mi cuerpo en la cama y reviso la primera hoja sin imaginar mis manos tiemblan al leerlo. Son los documentos del pagaré que mi padre firmó, al fin sabré el nombre del infame quien me compró y destruyó mi vida al lado de mi padre.
—Kevin White Anderson. —leo el nombre bajo la firma y el monto que mi padre adquirió.
El detalle de cada cosa entregada por mi padre y el valor que representaba hablan del estado mental de papá. Ante mí estaba el acto más infame cometido hacia un hombre con problemas de alcohol. Él debió firmar todo esto alcoholizado, de otra forma no puedo entenderlo.
Si se suma la deuda adquirida, solo con la casa pudo cubrirla. Con dedos temblorosos paso las hojas una a una y me encuentro con copia de mis documentos. Los originales le fueron entregados al señor Wells y prometió entregarlos cuando firmara el contrato, pero no lo he visto.
—Papá —le digo a la imagen del documento del hombre que sigue.
Paso saliva sin dejar de pensar en lo absurdo que es todo esto y en la manera en que llegó a manos del señor Estanislav. Mientras leo lo que hay allí empiezo encuentro detalles de los lugares al que fui llevada y como me escapé.
Escrito en tercera persona y dirigido a los miembros de una organización, se narra los detalles de mi cautiverio y mi nula disposición a colaborar. En las primeras hojas se nota que lo envía Fellon, en las segundas no tengo claro quien las hace. Hasta que en un descuido la persona dice su nombre y encuentro que es Jeff.
En un acto de total incoherencia sigo leyendo, muy a pesar de que sé lo que dice allí, pues soy una de las protagonistas. Llego a la última hoja escuchando el ladrido de Bruna, indicativo que él ha llegado, pero no me importa. Mis lágrimas nublan mi mente en algunos momentos y entre más leo, más entiendo lo que sucedió conmigo.
Un negocio de tres personas, que rendían cuentas a Moscú. Un tercero buscaba a los chicos menores de edad que quería en los clubes, la gran mayoría extranjeros, con poca o nula familia y económicamente mal. Los niños a los que cuidaba eran sus víctimas y no hijos de prostitutas como me lo hacían creer.
Hice parte de un mal negocio por parte del tercero, amigo de mi padre. No dan detalles del porqué acabé en medio de una red de pedófilos, pero si puedo saber los nombres de los tres socios.
Fellón o Julio Mario García, era uno; Kevin White Anderson, era el segundo y cuando el nombre va al tercero lanzo el documento lejos de mí.
Jeffrey Clark Lewis
—Mia —escucho que me llaman en la primera planta.
Tomo el documento, lo guardo al interior del cajón y cuando escucho me llaman por segunda vez ya estoy corriendo por los pasillos rumbo a su encuentro. Bajo las escaleras a toda prisa y cruzo hasta el jardín en donde lo veo jugar con la perra.
Alza el rostro en mi dirección y se queda viéndome por largos instantes. Acaricia el lomo de la perra una última vez, para luego caminar hacia mí.
—¿Te lastimaste? —niego y pasa el dedo índice de su mano izquierda por mi mejilla mojada —estabas llorando ¿Wells entró?
—No. —limpio mis lágrimas y le brindo una sonrisa.
Su preocupación la veo como un pequeño puente en el que podemos transitar y poder así tener una relación laboral normal. Tomo uno de los dos maletines, dejándole el más pesado e ingreso a la casa.
—¿Qué tal el viaje?
—Déjalo allí, yo lo subo más tarde —salto al escuchar su voz bastante cerca y lanzo el objeto alejándome de allí —¿Qué sucede contigo?
Su voz es una queja con tinte de indignación y le veo en silencio sin decirle nada. Si era una red de pedófilos y yo era un problema, ellos me vendieron. Nunca me mintió al decirme que era de su propiedad, lo que no tenía claro es para qué me quería.
—¿Y bien? —me pregunta cruzándose de brazos —me dirás lo que sucede o debo adivinar.
No debo decirle algo que él ya conoce, los documentos están en su poder y si puede vivir con eso, es porque es tan o peor que esos infelices. Estoy en el mismo techo de un hombre que es capaz de dañar a un niño o de venderlo.
—¿Trabajabas con Fellon? —mi pregunta lo hace alzar una ceja interrogante, pero no responde —¿Por qué no puedo salir? —insisto —si ya me compró ¿Cuál es el riesgo?
—Me interesa tenerte aquí y no en otro lugar —su respuesta no me deja conforme y él debe saberlo, pero no hace nada por despejar mis dudas —eso de allí es tuyo —señala la valija más grande que alza en brazos sin que parezca general un problema —en el interior están tus documentos, incluye pasaportes...
—¿Pasaportes? —pregunto en un hilo de voz y afirma.
—Haremos un viaje. —mira encima del hombro a mitad de las escaleras y sonríe —¿Has ido a Moscú?
—Yo... No —balbuceo y mi piel se eriza de solo imaginar que seré vendida a alguien allí —¿Volveremos?
—No sé... supongo.
Acaba de subir las escaleras y me deja en mitad de la sala sin saber qué puedo hacer o decir. No hay manera de escapar, me ha quedado claro cuando tuvo la confianza de dejarme tanto tiempo sola. Ahora entiendo por qué tanto lujo sin que a nadie le importe si se habita o no, ese aire de matón que le precede a él y a los suyos.
—¿Puedes hacer de comer? —grita desde el segundo piso —No he comido desde ayer.
—¿Cuándo nos vamos?
—Esta noche ...
—¿Y Bruna?
—Tiene los permisos en la valija —su voz se apaga mientras avanza y la veo a ella a mis pies.
Mi respiración empieza a fallar y la sala se hace pequeña, ella parece encogerse junto con mis pulmones. Las ganas de llorar se apoderan de mí y me siento en lo primero que encuentro con Bruna lamiendo mi rostro y llorando. Balanceo mi cuerpo adelante y atrás, controlando las respiraciones, pero nada parece sufrir efecto.
Todo a mi alrededor se va oscureciendo y mi cuerpo adquiere voluntad propia al empezar a convulsionar. Los ladridos de Bruna son escuchados, pero no puedo reaccionar o decirle que todo irá bien. Es solo una de esas crisis que no tengo desde que supe de la supuesta muerte de Jeff.
—¿Qué le sucede...? Maldición —siento mi cuerpo ser levantando en sus brazos y acunado en su pecho.
Sentir su corazón en calma debería bajar el ritmo de los míos, el recuerdo de mi lectura me hace cerrar los ojos. Escucho su voz decirme que todo estará bien y sus labios en mi frente, es un sueño, el hombre que sé que es, jamás haría algo de esa naturaleza.
Me deja en la cama y Bruna hace lo suyo acostando su cabeza sobre el mio. Todo parece irreal y sacado de un sueño, el hombre que escucho no se parece al que estoy acostumbrada a tratar.
—¿Dime que debo hacer? —habla esa fantasía tocando mis mejillas y viéndome con preocupación —Si le temes a viajar en avión, no hay problema —le escucho decir —pensé que era buena idea ir esa boda, estuviste un mes encerrada.
Mi cuerpo parece desconectado del cerebro y ambos me envían datos contradictorios. Siento que me sienta de nuevo en la cama y toma mi rostro entre mis manos obligándome a verle.
—¿Quién soy? —me pregunta de repente —dime Mia ¿Sabes quién soy?
—El señor Estanislav...
—Me puedes decir Stan, vamos a ser compañeros de trabajo —señala.
Mi alucinación esta vez ha llevado a un terreno en donde él es bueno, quizás porque eso me permitirá poder verlo como humano y no como el monstruo que es. Sé que es una alucinación todo esto cuando me toma entre sus brazos y deja un beso en mi frente.
—¡Vamos cariño! No tienes nada que temer, aquí no te pasará nada... te lo aseguro. Stan cuidará de ti y de Bruna...
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