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Capítulo 17


En pequeños espacios robados de mi trabajo, opté por investigar sobre Mía y su pasado. No dudaba de la credibilidad de Wells, me sentía conforme. Una vez logré calmarme, hallé detalles contradictorios entre Wells y lo que Mía recordaba.

Y, a no ser que Mía mintiera (algo que dudaba) algo no encajaba. Ella no recordaba mucho de su niñez, pero creció con niñeras y ellas solían contarle su pasado. Gracias a ellas, se enteró de que su madre murió durante el parto, que fue ese el motivo por el cual su padre no quería verla, entre otras cosas.

La casa que poco a poco se fue desocupando, las escuelas a las que asistió y de las cuales pude corroborar su veracidad. Mia Elizabeth Dekker Nowak, fue registrada en un jardín infantil cuando solo contaba con 22 meses de edad, a los cinco en una escuela de señoritas y a los 12 cursó la preparatoria en Trinity School, un centro nada cómodo y muy cotizado.

—Puede dejarlo y pasar por él —habla el hombre a mi lado sacándome de mi letargo —te llamaré cuando su jornada acabe.

Bruna y los psicólogos eran los únicos datos que poseía, por allí inicié. El primer psicólogo no pude hallarlo, la dirección y el nombre proporcionado por ella no existía. Tampoco el nombre aparecía dentro de los psicólogos del país y eso fue mi primer traspié. No me desanimé, todo lo contrario, eso me daba la certeza que detrás de la vida de Mía había algo más sucio.

Bruna fue mi segunda opción, había encontrado la manera de hallar datos. Llevar a Aquila, la nueva mascota de Emma Frederick, me permitió hablar con varios entrenadores. El dueño del centro era un antiguo colaborador del dueño de la multinacional, un hombre muy amable y buen conversador.

—En un rato —respondo distraído viendo a Aquila bastante distraído juguetear con una soga —¿Seguro hay potencial?

—Lo verás cuando cumpla un año —sonríe al decirlo y niego.

La familia del esposo de Isabella Frederick, hermana mayor de Emma, le habían obsequiado a la mujer un cachorro de sus famosos. El animal, un Cane corso, negro, cachorro, más holgazán que temerario y nada peligroso; no obstante, en algún lado lo sería y la nueva dueña quiso adiestrarlo. Siendo yo la persona a cargo de llevarlo a esos entrenamientos.

—Es un buen empecinen —comenta el dueño de la escuela señalando a Aquila.

—Es poderoso, no lo niego —acepto —aunque en estos momentos sea una máquina de hacer excremento.

La risa del hombre a mi lado es contagiosa, incluso el golpe que recibo en mis hombros se lo permito. Al ver su rostro rojo y pequeños reflejos de Jarek en esa risa tan fuerte.

—Es un excelente semental, en ningún criadero verás algo tan puro como ese chico revoltoso.

Lo sé, pero ello no quita que sea un holgazán y tenga más interés en cazar ratones que en vigilar a su dueña o ser temido.

— ¿De dónde dicen que viene?

—Escocia —respondo —hace parte de la camada que custodia el castillo Doyle.

El sujeto sonríe llevándose una mano en la barbilla y murmurando algo que no alcanzo a comprender. Es posible que sea algún tipo de comentario burlón sobre esa familia y la historia que proviene de ángeles.

—¿Tienen un sello en particular las escuelas caninas? —mi pregunta le obliga a dejar de ver a Aquila jugar.

—¿Sello? —repite confundido y afirmo.

—Algo que lo distinga de las otras. —aclaro y afirma al entender.

—Hablas de marca personal —lo piensa un poco antes de hablar — cada entrenador tiene su forma de trabajar con ellos —señala a Alquila —¿Por qué el interés?

—¿Puede guardarme un secreto?

—¡Por supuesto!

Asiento en silencio viendo esta vez al entrenador que ha logrado con mucha paciencia que el animal le obedezca. Ambos reímos al ver su peludo y gordo trasero sentarse y esperar sus galletas. Los Doyle debieron entregarle a uno ya adulto, así como está es un fracaso.

—Necesito hallar a quien entrenó a la mascota de mi novia. —hablo al fin y el hombre me observa sin decir nada —Un pastor alemán, seis años, puede que más.

El término novia era para darle un vínculo estrecho a Mía y conmigo. Debo confesar que me gusta más de lo que estaré dispuesto a decir en voz alta. Los detalles que proporciono son escuetos, me centro en lo más específico.

Su padre murió hace un par de meses, la madre lo hizo al nacer y ambos eran suecos. Está en la ruina y no tiene a nadie, salvo a su perra, ahora a mí. Llegó a mi vida por accidente y deseo hallarle una familia.

—¿Por qué a través de su mascota? Ella podría darle más detalles.

—Su padre se alejó de la familia al llegar América —explico — era huraño y escueto en los detalles, ahora que está sola...

—Desea no estarlo —concluye por mí y afirmo —¿Qué tipo de entrenamiento tiene?

—Es una mascota de apoyo, tiene una correa con una placa. Fue ella quien me alertó, su dueña corría peligro.

Mira hacia el campo y no hace más comentarios por largos minutos. Estoy perdiendo la fe en encontrar algo a través de ellos, cuando retoma la conversación.

—¿Desde qué edad la tiene?

Me mira fijamente al hacer la pregunta y no despega la mirada en todo momento. Un detalle que podría intimidar a cualquiera, pero no a mí.

—Hace seis años.

—¿Qué edad tiene la chica?

—Veintiséis. —retira de su cuello un silbato, mira su reloj y suspira.

—Es imposible que tenga rastreador ese collar. —responde distraído.

Mi mente es una máquina que une este detalle con los demás. Eso explicaría por qué la hallaban siempre que escapaba. También la rapidez de Fellon en encontrarla en el callejón y luego en la clínica. Hasta podría tener sentido al hombre que ella asegura ver en la calle, aunque yo no lo haya visto.

—No he tenido tiempo en detallarla.

—No es común en adultos. Tendría que ella poseer problemas que le lleve a perder la noción del tiempo u olvidar quien es. Suelen ser detalles en mascotas de chicos autistas o son alguna otra condición.

—Su llegada al psicólogo fue emocional, problemas depresivos. —suelto un suspiro largo antes de seguir —ella está viva gracias a esa perra, me interceptó en ese callejón, no me dejó salir e insistió en que viera el contenedor.

Desconozco los movimientos de un perro de apoyo emocional, pero estoy al tanto de uno de pelea, de seguridad, rastreo y hasta policial. En mi trayecto con los cincuenta tuve oportunidad de conocerlos y empaparme de ello. Incluso Nikolái, tenía uno de ellos, Dante.

—Es poco usual ese tipo de adiestramiento en un perro de apoyo. —sus palabras me traen de vuelta —Los perros de apoyo cumplen misiones distintas a las que describes en Bruna.

Era lo que deseaba saber, la llegada de Bruna a la vida de Mía no fue por sus problemas emocionales. Ella misma aseguraba que su padre era austero cuando se trataba de gastar en su única hija.

—¿Cuándo puedo pasar por él? —señalo a Aquila.

—Les llamaré en cuanto esté listo.

Le agradezco inclinando la cabeza antes de dar media vuelta saliendo del lugar. Su voz interrumpe mis pasos y lo que me dice me hace verle Intrigado.

—Si deseas puedes traerla y le daré un vistazo —sugiere —No te prometo mayor cosa, pero puedo hacer el intento.

—La traeré cuando venga por Aquila —prometo.

Mi siguiente parada debe ser el segundo nombre dado por Mía. La dirección si existía, aunque el nombre dado no estaba tampoco dentro de la lista de psicólogos que me proporcionó Wells. Aprovecharía que Emma y su esposo se habían reconciliado. La pareja estaba en su segunda luna de miel y lo último que querían era verme merodeando.

Las vías desocupadas me permiten un viaje tranquilo, con mis pensamientos como compañía. Mi único acompañante a esta hora es un auto gris que, al parecer, tiene la mi ruta.

Checo por varias calles y durante veinte minutos que está allí. Su chofer es un hombre y no parecer haber más dentro de ese auto. Miro la matrícula y tras registrarla en mi cerebro regreso a mis pensamientos.

Es un alivio que Mía esté libre de problemas, pero su pasado sigue causando intriga. Me es difícil dejar todo de esa manera, olvidar que ella fue una víctima y los culpables aún no paguen.

Dos horas después y mucho recorrido, el auto sigue allí. El conductor no se molesta en ocultarse. Parqueo el auto frente al llegar al edificio y el auto sigue su ruta. Permanezco en el interior del vehículo hasta que se convierte en un punto negro que se pierde en una curva.

Al salir del auto me encuentro con tres edificios de apartamentos residenciales. La arquitectura es antigua y varios niños jugando en la entrada saltando una cuerda.

Saco el trozo de papel del bolsillo de mi cazadora y miro el edificio. Es lo primero que escribí cuando Emma Frederick me enseñó el abecedario. La letra en el trozo de papel amarillo es desastrosa, pero puedo leer lo que allí dice y eso es una victoria para mí.

Hay tres edificios de apartamentos, con la misma arquitectura antigua, rastros de los primeros colonos europeos. Al costado izquierdo de ellos y tras pasar un callejón un edificio moderno. La buena noticia es que encontré la dirección, la mala es que está cerrada y con un enorme letrero de en renta.

Con un poco de suerte, por ese callejón hay una ventana abierta y en el interior encuentre algo de interés. Según Mia, fue último el sitio al que su padre lo llevó, estaba por cumplir los dieciséis y el psicólogo le dijo que no era necesario volver.

Según él, ella estaba sana.

Guardo el trozo de papel y rodeo el edificio. No hace falta comentar lo que un callejón representa en mi vida y en la sociedad. Un par de ventanas abiertas, pero a cinco metros, me reciben y una puerta en metal imposible que romper y cerrada por dentro.

Llego hasta el final del callejón, encuentro otro más estrecho e ingreso sacando el arma de mi pretina. Me oculto detrás de un contenedor y espero. Pude notar que el auto regresó, y a alguien detrás de mí. Una vez cruza el callejón, lo primero que veo es un arma que logro retirarle y en segundos lo tengo contra la pared y con su arma apuntando al cuello.

—Hola —saludo sonriente al chico de tez trigueña, bastante calmado, debo decir —¿Deseas un autógrafo?

—Kamil Slora —el nombre de la ex prometida de Alexis Ivannov sale de sus labios —tengo detalles que pueden interesarte...

—¿No me digas? —retiro el seguro y presiono el cañón en su cuello —dudo que tengas algo mejor de lo que yo he encontrado.

La calma con la que me ve y su la ausencia de miedo es digna de admiración, pero todo tiene sentido cuando se presenta como James Slora. El hermano de Kamil y quien Emma vio besar aquella tarde en el jardín de su casa.

—Podemos hacer un trato. —insiste —su protección a cambio de todo lo que sé...

—¿Qué sabes? Que los dueños de la propiedad en donde ella perdió la vida eran de una fundación, que no hay manera de saber quiénes son sus dueños. —Empiezo a describir —que un familiar está inmiscuido en todo esto...

Sonríe de forma sínica, lo que le hace ser merecedor de un golpe en la costilla. Lo lanzo al suelo en donde cae de rodillas con todo su cuerpo doblado y la mano en el lugar en que fue golpeado.

—Mi padre... El general dio la orden de dispararme cuando me hallaran, asegura soy peligroso —estira su cuerpo y aun de rodillas me mira con una sonrisa en sus labios.

—Sigues sin darme algo que no sepa. Acepto que me sorprende que tu padre te quiera muerto —lo pienso un poco —supongo que pesa más ser un hijo de sangre que uno adoptado y tu hermana está loca...

—Si eso no es de tu interés, quizás lo sea el conocimiento que tengo de este lugar que genera tu interés —señala el edificio detrás de él y tira en el suelo en donde se cruza de piernas —fingía como una empresa de casa de talentos para pequeños actores...

Continúa diciendo que muchos niños pasaron por este sitio con sus madres y el sueño de ser la nueva promesa del cine. Fue el último que se conoce antes de ser desmantelada, antes de este hubo cinco sitios más.

—Se trasladaban al notar el peligro —su sonrisa se amplía al verme en silencio —¿Tengo tu interés?

—¿Cómo sabes tanto?

—Estuve en ese operativo —me confiesa —fue mi primer trabajo, me condecoraron.

—¿Cayeron todos? —niega. —¿Lo de siempre? —afirma.

El lado más débil, el chico expiatorio que debía caer para calmar el escándalo. Apoyo todo mi cuerpo en el contenedor al escuchar que todo lo desencadenó la muerte de un hombre.

El dueño de Innominado, la isla que nos fue entregada luego de desaparecerlo. Un pedófilo de marca mayor que solía hacer fiestas y orgías en ese punto que hoy se considera casi un santuario.

—¿Me ayudarás? — estiro la mano hacia él para levantarle. —existe una forma de mostrarte todo el operativo.

—Te tengo un trato mejor...

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