Capítulo 15
La rutina durante las siguientes semanas eran las mismas. Yo no bajaba a hacerle de comer, él se iba sin despedirse y Nikolái llegaba en algún momento del día. En las ocasiones en que no podía llegar, enviaba a Akim.
Veíamos alguna película, salíamos a pasear a Bruna o me invitaban a un helado. Los dos eran grandes parlanchines y amantes de narrar historias de sus aventuras. Los escuchaba entre maravillada y dudosa que ellos fueran protagonistas de aquellas proezas. Ninguna de ellas era creíble, no para mí.
De esa manera, pasaron semanas, en donde no vi, escuché o supe de Stan. Ni siquiera lo sentía llegar y sabía que Bruna tampoco porque regresó a mi lado. Las salidas eran variadas, con Akim no repetíamos lugares. Aprovechaba para conocer la ciudad y me divertía sus locuras.
Fue justo en esas salidas, en que empecé a inquietarme. La certeza que alguien asechaba les restó entusiasmo a mis salidas. Me rondaba la inquietud que éramos vigilados, eso me llenaba de miedo e impedía divertirme al punto de querer regresar a casa antes de tiempo.
Miedo que se trasladó en la casa. Confundía las sombras de los árboles con personas, las motocicletas o autos detenerse, aumentaban mi nerviosismo. El ruido de algo caer, un vehículo frenar o el timbre, era todo un caos en mi corazón.
Con el correr de los días y pese a no ver a nadie, estaba segura de que alguien estaba allí. Escondido, vigilante a cada uno de mis movimientos. Me llené de pretextos para no salir, tampoco visitaba el jardín y las rejas en que solía quedarme por horas viendo el tráfico, me limité a verlas por la ventana.
Las cuatro paredes de la casa se convirtieron en mejores aliadas. En las noches me quedaba dormida frente al fuego de la chimenea, por el temor a la oscuridad y esa sensación invadió la única parte de mi vida que estaba tranquila.
Mis sueños.
No había personas en ellos, solo una vos que repetía el mismo diálogo una y otra vez "Te llevaré al cuarto de muñecas si prometes portarte bien. Eres mía, ¿lo sabes verdad?"
Salto al sentir una mano fría y huesuda en mi cuello, junto con la sensación de asco y terror. La habitación está en penumbras, las ventanas, cortinas cerradas le dan paso a la oscuridad y con ella a sombras tenebrosas.
Mi corazón late a toda prisa y amenaza con salir de mi pecho. Bruna llora al verme temblar, apoyando su hocico en mi cuello. El ruido de una ventana ser golpeada con una roca descontrola mi poca paz. Decidida a no dejarme vencer, por mi cerebro loco, abandono la cama y avanzo a ella.
La calle parece desierta o eso parece, porque a mi izquierda me doy cuenta de que no es así, retrocedo al notar la figura en mitad de la solitaria calle, justo delante de un auto oscuro. En ropa deportiva, zapatos y gorra blanca. No veo su rostro, lo cubre una máscara de conejo, con enormes dientes y sonrisa funesta. Segundos más tarde abandono la habitación y cruzo el pasillo, con Bruna marcando el rumbo y aquella vos repitiendo lo mismo.
Las imágenes mías de pequeña, caminando por un pasillo parecido, pero lúgubre y terrorífico, se mezclan con la realidad. Me llegan junto con el rostro de conejo que me siguen por esos pasillos, mientras llamo a papá.
Apoyo la mano en el picaporte, giro y tiro de él con suavidad. Con la misma velocidad que crucé el pasillo y al ubicar la cama, la figura dormida, corro a su encuentro.
—¿Qué carajos...? —suelta al sentir mis brazos abrazarle.
—Soy yo —titubeo un poco al sentir su tensión ante mi abrazo—tengo miedo. —sollozo —lo siento, no quise asustarte.
Por un instante no corresponde a mi abrazo y siento su respiración chocar en mi cuello causando cosquillas. Se sienta en la cama y la mano viaja a la mesa de noche. Segundos después la habitación se ilumina, sierro mis ojos, sus manos rodean mis hombros y el calor de su abrazo ocasiona paz.
—¿Una pesadilla? —afirmo y niego al mismo tiempo lo que lo hace sonreír y a mí sentirme estúpida. —¿Qué sucede? —pregunta alzándome en brazos e instalándome en sus piernas.
—Tuve una pesadilla, desperté...—inicio y no tengo claro si me creerá —alguien golpeo mi ventana, me asomé ... Había un hombre en mitad de la calle, miraba hacia mi ventana —sollozo y me pegó a él con más fuerza —no vayas —pido al ver que está por levantarse.
—No hay forma que alguien pueda entrar —me calma.
Sigo pegada a él y con los ojos cerrados. Hace preguntas sobre la hora en que lo vi, el sitio y diversos datos que intento responder de la mejor manera posible. Abro mis ojos un instante y está con el móvil en manos verificando cámaras.
—No hay cámaras en ese ángulo. —habla entre dientes —pudiste imaginarlo.
—No, era real —insisto —estaba allí. —alzo el rostro hacia él y le ruego —debes creerme.
Lanza una exclamación en un idioma que no distingo y siento el pelaje de mi mascota en mis piernas. Se frota contra mí, causando calor y calma, ella tiene su forma de cuidarme y decirme no estoy sola.
Por unos minutos él no dice nada y se limita a acariciar mi espalda, mese mi cuerpo entre sus brazos. El terror empieza a ceder y lo siguiente es ser consciente que estoy en sus piernas, él no tiene remera y lo parte inferior de su cuerpo lo cubre la cobija. Me deja a un lado de la cama con cuidado y sigue con el móvil en una mano.
Me percato en sus tatuajes, que ocultaba su ropa y hoy están expuestos por la desnudez de su dorso. Un águila con las alas en llamas cubre la tercera parte de su pecho, el animal tiene entre sus garras una daga con empuñadura en forma de cruz. Finaliza el labrado, un corazón atravesado por el filo de la daga.
—Daré una ronda. —su voz me aleja de ese tatuaje y me centro en su rostro que me ve preocupado —Debo dejarte sola un momento ¿Estás de acuerdo? —asiento y él sonríe en respuesta.
Se incorpora de la cama y la manta cae a sus pies. Mis mejillas arden y mi vista le da una mirada fugaz a su desnudez. Ajeno a mi vergüenza por verle desnudo, lo siento moverse por la habitación. Le doy la espalda del todo, solo cuando sus pasos se alejan y Bruna salta a la cama vuelvo a ver en la dirección en que se ha ido.
Nunca había visto a un hombre desnudo y que el primero sea él hace la vergüenza más grande. Bruna se instala a mis pies, que lame de vez en cuando inclina su rostro ante mi silencio. No sé que seria de mi vida, si papá no me la hubiera regalado. Bruna cambió mi mundo y lo hizo bonito.
Su cuerpo de espaldas desnudo, me llega en medio de mis pensamientos y cubro mi rostro. Ingresé a su habitación sin ver los riesgos, el miedo me llevó a hacer un acto incoherente. Estamos solos él y yo ¿A quién más recurrir? Además, él no se veía afectado y no hizo algo inadecuado pese a mi vulnerabilidad.
Aprieto las manos en mi regazo e inclino mi cuerpo hacia el pasillo, agudizo mi oído en espera de un ruido. El silencio reina a esa hora de la madrugada, pudo ser un asaltante y Stan estaría en peligro y si algo le ocurre es mi culpa.
Diez o quince minutos más tarde y al no saber de él, me incorporo de la cama y me dirijo a la ventana. Por varios segundos no lo captan el plano en que estoy. Hasta que su figura entra en mi campo de visión al ingresar a la casa.
Cinco minutos después escucho sus pasos en la habitación, yo sigo con la vista fija en la calle en espera que el desconocido aparezca. Una vocecita interior me dice que es vergüenza por verlo desnudo.
—No hay nada allá afuera —me abrazo a mí misma sin saber qué responder. —no quiere decir que no lo estuviera allí antes.
Una de mis manos se aferra con fuerza a la cortina y sigo viendo hacia la calle. Desde este lado de la casa, puede verse con claridad el sitio en que lo vi. En mitad de la vía y a pocos pasos de un auto oscuro. Todo eso pierde validez cuando siento su cuerpo acercarse y el recuerdo de su desnudez hacen arder de nuevo mis mejillas.
—Mia —su llamado es un susurro que eriza mi piel —¿Te sientes bien?
—Estabas desnudo —dudo en seguir al escuchar su sonrisa muy cerca —yo... No medí las consecuencias.
—Mi amigo y yo tenemos buenos modales —mi pulso tiembla y su presencia es cada vez más cerca —no soy un animal en celo, tengo límites.
—No me refiero a eso. —de nuevo tartamudeo y sacudo mi cabeza hastiada —no quiero ofenderte.
—No lo has hecho —me calma y salto al sentir sus manos en uno de mis brazos —será mejor si duermes, aún faltan varias horas para que sea de día.
No sé si desee ir a mi habitación y tampoco me sentiría cómoda en compartir la cama con él. Su avance decidido hacia la cama, me indican, no es buena idea contradecirle. Toma la cobija que minutos antes cubría su cuerpo desnudo y me deja en la cama.
—Daré una nueva ronda y verificaré otros puntos —comenta al apoyar su mano en mi hombro obligándome a acostar, para segundos más tarde cubrirme con esa manta. —duerme un poco.
—¿Y tú? —sonríe y me hace un guiño.
—Estoy acostumbrado a no hacerlo —dudo un poco y alza su mano acariciando mi mejilla —no te preocupes por mí... estaré bien.
—Ok.
Convencida que no iba a dormir, decidí no contradecirle y limitarle a ver su figura salir de la habitación, esta vez con Bruna siguiendo sus pasos.
Abrí los ojos con el sol invadiendo toda la habitación y la orden de Bruna de levantarme. Su forma de hacerlo era apoyar su hocico en mi cuello y empujar un poco.
Sin rastros del dueño de la habitación, pero con la certeza que estuvo allí. Un montículo de ropa tirada al pie del cuarto de baño me decía que lo hizo y sonrío por lo desordenado que era. Mi sonrisa se esfuma al recordar el día anterior y salgo de la habitación dirigiéndome a la mía.
Media hora después y creyendo que se había ido, bajo al primer piso. Estaba en la cocina, con varias bolsas en el buró y sacando cosas de ellas.
—¿No trabajas hoy? — mira el reloj antes de responder.
—Tengo tiempo —señala una silla del comedor y sonríe.
—¿Saliste a comprar comida? —insisto y él sigue sonriendo, viendo las bolsas.
—Es un regalo de un exjefe —señala el logo de una de las bolsas y su sonrisa se ensancha.
—Vryzas —leo y afirma —¿Es tu cumpleaños?
—No hoy —confiesa —el sábado... Solemos festejarlos en un lugar privado —calla un instante y su rostro se ensombrece —es el primer año en que no será posible.
—¿Por qué? —alza el rostro y me ve sin decir nada —si no quieres responder...
—No es mi cumpleaños... es el día en que él —señala el logo de la bolsa y sonríe —decidió festejar el de todos. Soy huérfano... Todos sus empleados lo éramos. Fijó un día, un sitio privado y allí lo festejamos, pero se acabó.
—No quise...
Niega moviendo las manos restándole importancia a mi excusa y me incorporo a ayudarle. Lo que sigue es en un silencio cómodo, es la primera vez en que parece accesible y casi humano.
—¿Puedo conocer detalles de tu pesadilla? —mi sonrisa se esfuma y dejo los cubiertos en la mesa.
—Es confuso, no hay nada claro...
—Lo que recuerdes —me insta —también los detalles del hombre que dices ver...
—Lo vi —le corrijo golpeando la mesa y afirma.
—Que viste —sonríe tomando un bocado de su plano con la mano —¿Y bien?
—No tendrá sentido...
—Déjame a mí averiguarlo —afirmo en silencio y lanzo un suspiro antes de empezar.
Escucha mi relato sin comentar nada y me insta a comer, he perdido el apetito, pero dado que no es un hombre con el que se pueda dialogar. Obedezco.
—¿Conociste la empresa de tu padre?
—No llevaba trabajo a casa. Decía que no era adecuado y yo podía dañar algo—recuerdo.
—¿Qué edad tenías?
—No sé —lo pienso un poco y lo veo, luce serio, sin rastros de humor—diez o doce años... creo.
—¿Fotos de tu madre?
— Papá no le gustaba tenerlas, causaban dolor. Se deshizo de ellas, pero lo escuchaba llamarla borracho... Miabella —su mirada fija en mí debería inquietar, pero tiene el efecto contrario.
—¿Existía ese cuarto de juguetes?
—Papá era austero con los gastos —muerde un trozo de pan y se pierde en sus pensamientos. —sobre todo aquellos que me implicaban.
—¿Cuál es el recuerdo más antiguo que tienes?
Me encuentro con una pregunta que no esperé y por años la tuve en mi cabeza. No hay un registro fijo mio de mi niñez, mi psicólogo solía decir que fueron momentos tan trágicos que los bloquee de mi mente. Me pregunta el nombre de mi psicólogo y le doy, los dos que recuerdo.
—¿Qué tiene que ver todo esto con lo de anoche?
—Nada —sonríe encogiéndose de hombros y todo su rostro se suaviza con ese gesto —solo quiero ayudarte a que tengas una vida normal. No hay mucho en tu presente, así que ... En el pasado puedo hallar algo.
—¿Define normal? —pregunto emocionada y su sonrisa aumenta.
—Estudiar, amigos, cines, viajes —enumera y se encoge de hombros —sin miedos, pesadillas, enemigos —sonríe —¡Normal!
—¿Hablas en serio? —inclino mi cuerpo hacia él e imita mi gesto.
—Jamás he hablado más en serio en mi vida. Ahora... ¡Come! —ordena.
Y obedezco, con una sonrisa en los labios junto con la certeza que no me miente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro